Fue un importante poeta, escritor y ensayista catamarqueño. Nació en Belén, provincia de Catamarca, el 15 de noviembre de 1898, hijo de Luis Antonio Franco y de Balbina Acosta de Franco. Poco antes de terminar la escuela primaria, su familia se trasladó a la capital de la provincia para realizar los estudios secundarios. Se destacó como alumno en el Colegio Nacional y a la par satisfacía su curiosidad de vida y de mundo a través de los libros. Regresó a su pago amado a los 19 años, en 1917. En 1918 a sus 20 años, ganó su primer premio de honor en el certamen literario Juegos Florales, presidido por Jaimes Freyre, con su Oda Primaveral.
Luego de aquel suceso se inició como escritor. Luis Franco hizo el servicio militar en Buenos Aires durante el cual pasó gran parte del tiempo en el calabozo a causa de su temperamento. Posteriormente inició la carrera de abogacía pero la abandonó dos años más tarde para dedicarse a su gran pasión: las letras. Durante varios años, Franco alternó entre el ajetreo de la ciudad de Buenos Aires y la vida campesina en Belén ya que si bien la vida del campo le proporcionaba la paz para poder leer y estudiar, a veces necesitaba buscar información en bibliotecas y librerías. En Buenos Aires trabajaba en la Biblioteca Nacional de Maestros para sustentarse; mientras que en Belén se desempeñaba como labrador en una finca. Hacía de patrón, capataz, de peón, a la vez; de herrero, carpintero, talabartero cuando era necesario.
Por su amor a la tierra que sufrió en varias oportunidades la cárcel. Fue encarcelado por defender el agua de riego, respaldando a los labriegos y por ser considerado enemigo del gobierno y de la sociedad. Durante su vida escribió alrededor de 52 obras; 18 versos y 34 prosas, entre ellas su primer libro llamado: La Flauta de Caña (1920). Entre sus obras se destacan: Los hijos del Llastay (1926), Los trabajos y los días (1928), Suma (1938), Catamarca en cielo y tierra (1944), Pan (1948), Constelación (1959), Pequeño diccionario de la desobediencia (1959), La hembra humana (1962), Cuentos orejanos (1968), El zorro y su vecindario (1976) e Insurrección del poema (1979).
Simpatizaba con las ideas de León Trotsky (a quien le escribió un poema homenaje a pocos días de su asesinato) y participó de la revista “Estrategia” junto con Nahuel Moreno y Milciades Peña, entre los años 1933 y 1965, adhirió al PST (Partido Socialista de los trabajadores) y estuvo en el congreso de Fundación del MAS (Movimiento al Socialismo). Fue censurado y poco reconocido por sus contemporáneos locales, debido a su ateísmo y su carácter intransigente, motivo por el cual se lo identificaba con el comunismo y anarquismo. Sin embargo, Franco rechazaba esta categorización debido a que sentía repugnancia orgánica por los “ismos” en política como en literatura, más allá de su simpatía con estos movimientos políticos.
Recibió el premio de honor de las SADE (Sociedad Argentina de Escritores) recién en el año 1984, donde según sus palabras tuvo que aceptarlo finalmente ya que le daba vergüenza seguir negándose a recibirlo. Lo mismo sucedió con el gran premio de honor de la Fundación para la Poesía. También fue galardonado con el premio KONEX (diploma al merito en la disciplina poesía).
Fue arduo defensor de la libertad como valor máximo, su visión dialéctica y laica del mundo y de la existencia lo convirtieron en un filósofo. Falleció el 1° de junio de 1988, próximo a cumplir 90 años, en la localidad de Ciudadela, provincia de Buenos Aires, donde vivió sus últimos años en soledad y pobreza. Fue enterrado en el cementerio de la Chacharita, donde permaneció por largos 23 años hasta que el Gobierno de Catamarca decidió su traslado a su amada ciudad en Belén. Luis Leopoldo Franco obtuvo, finalmente su merecido reconocimiento como el máximo exponente de las letras que dio Catamarca. Sus restos se encuentran en la necrópolis belicha, donde descansa unido a su gran fuente de inspiración: la tierra.
De: Wikipedia
Saludo a lo que deviene
¡Salud! Todo está hecho con material de fuga
con su adiós y su albricia en cada extremo.
El presente es un baile de libélula.
Todo está caminando y avanzando
y todo está cambiando y ascendiendo,
y ella, ella la temida, es forma del movimiento sólo.
Más allá de latidos y amapolas y sueños,
más allá del espanto y la ceniza,
lo que fue recomienza.
Ninguna cosa existe fuera del tiempo en marcha.
El movimiento, sacra levadura,
lo leuda todo.
El letargo, las pausas y las lápidas
son ilusiones transeúntes.
El eterno reposo es la quimera
de las almas cansadas.
Y las mismas estrellas vivaquean
sin detenerse, es claro.
La muerte es el más vano de los sueños.
Lo que está adentro estuvo afuera
o aún lo está.
¡La cantidad, oh, dioses, trocándose en espíritu!
Ya por los agujeros que el gusano
abre en la oscuridad
se miran las estrellas.
La apariencia se impregna de esencia y se hace diáfana.
La vida angosta hecha de sustancia infinita.
Las formas venideras fraguándose a ojos vistas.
¿No zumban las abejas ebrias de miel futura?
¿No puede un beso ser inmortal de belleza?
El cargado de augurios y destino,
el hombre jornalero de la tierra y la historia,
el que avanza creciendo como un río
¿no es el que ya transita por encima
de las nubes y el tiempo?
El pasado
es venerable como la armadura
de un héroe difunto,
pero a nosotros no nos sirve
y nos estorba ya.
El hombre corcovado de siglos y despojos
¿no ha de asumir al cabo
la contagiosa navidad del alba
con su alma siempre encinta de esplendores inéditos
que peligró morir bajo la carga
de un astro muerto:
la fe vuelta de espaldas?
(En secreto las brújulas vuélvense hacia el futuro,
septentrión verdadero.)
Espoleada por el hombre
y hastiada ya de su horizonte inmóvil
escribirá la Esfinge su secreto
en su piso de arenas y de siglos
donde hundidos están los horizontes
que emergerán mañana.
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