Algo que siempre estuvo
Desde que me fui de esa casa
para siempre
duermo con una remera de los Doors que dice
The end
y el dibujo que me regaló Rocambole
colgado en la pared de la pieza.
Fue en su cumpleaños. Éramos 10
cantándole a ese señor de pequeño porte y voz imperceptible,
con las ideas tan claras, que nunca vi en mi vida
semejante contradicción.
Miraba la luz de la vela como anotando,
en un papel de fuego, sus Memorias.
Podría ser mi abuelo, pensé. Antes de eso, tomábamos vino
en la cocina de la casa de su amiga, a quién
conocí
porque tenía una galería de arte en las afueras de La Plata
y yo, por esos días, frecuentaba lugares
donde la vida estuviera detenida,
lugares de casi muerte.
Acá me preguntan todo el tiempo
dónde está el vuelto. Me olvidé.
Estoy pensando en Charlie Parker y si habrá muertos en su placard.
Cuánta magia puede encerrar un pedazo de metal
si el alquimista no es un chanta.
Igual que los fierros. Una vez tuve uno
a centímetros de mi cuerpo.
Una tumbera negra, opaca. Detrás,
un poco más atrás de los tatuajes a lo largo del brazo,
cinco puntos, Juana y Rogelio, una mujer en tetas con el rostro deforme,
estaban dos ojos ciegos, furiosos, con la jocosidad
morbosa del payaso asesino.
El amor tiene formas misteriosas de hacerse el gil.
Mi lengua es un talismán.
La palabra justa sale en el momento justo, me salva
o me entrega.
Pero el relicario de mi cabeza atesora la oscuridad del impulso
como la foto en la que está mi abuela al lado de su esposo,
llena de miedo
y de hijos que no quiso.
No hace falta ser anticuario para darse cuenta de que hay alhajas
forjadas por el diablo.
Mi estrategia no suele ser la palabra amable.
Llevo una punta en el llavero desde entonces. De cualquier forma,
llave y punta abren lo mismo,
y la habilidad del cerrajero se ve en las emergencias.
La canción siempre es la misma,
el fin está cerca.
Algo que siempre estuvo, algo hermoso, si lo vemos con los ojos
de aquel payaso ciego.
Un film donde sos protagonista y espectador, pero el director es Tarantino, y Lynch
mira de reojo y putea porque no le da la sangre para ser él
el comandante.
De todas formas, las más sencillas y las más complejas, aunque
me inclinaría por las segundas, la vida
es un programa de televisión con el volumen al máximo
que nadie mira
porque todos están picando carne o tomando whisky
mientras
por acá aparecen, de golpe,
la música, los pájaros, los libros, la poesía,
aunque tengan cinco o seis razones
para no estar.
Hay horror en nuestra piel.
Y apenas unos gemidos, la canción
siempre es la misma
but you'll never follow me
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