"Una única
gran conversación jamás interrumpida". Así describe el poeta su relación
con Federica, la bella, la "ninfa" que tiene "un alma tan llena
de almas", aquella para la cual los acontecimientos futuros existen ya,
tiempo circular que roza lo eterno, pero que, como todo tiempo, se termina. Y
lo curioso es que este libro es eso: una larga conversación, íntima, irónica y
dolorosa, con quienes al leerlo entramos en el secreto de esa "habitual
ironía" que esconde a duras penas el deseo de luz (pienso en la
"tentación de la claridad" de la que hablaba Bayley). Confesión de
moralista, con cierto airecito de Siglo de Oro en algunos giros
(particularmente) perfectos de sus versos (pongo el adverbio de modo entre
paréntesis como él mismo lo hace, sospecho que para subrayar la insistencia en
su uso), que se siente traicionado por la vileza del mundo y que, se lamenta,
hubiera deseado llegar con sus palabras a los solitarios, a los insatisfechos.
Ya que ha tenido la confianza de pedirme estas líneas, me gustaría contestarle
que los solitarios y los insatisfechos, vale decir, las y los lectores de
poesía, pueden leerlo tranquilos, y aclarar por qué. Porque la charla
ininterrumpida es también un arte poética surgida de una comprobación por
suerte renovada, como el mar: "Se escribe al dictado, se es un
copista". Porque este libro contiene hallazgos (claramente) dictados, en
los que ellas y ellos podrán reconocerse a sí mismos: "Una casa enorme,
inmensamente deseada y común, la intemperie". Y porque cuando este poeta
raro, que ha llegado al momento en el que puede permitírselo todo, incluyendo
las palabras terminadas en "mente", alude a la materia poética, está
señalando el término exacto que refleja su poesía, centrada, anclada en la
materia. Solitaria e insatisfecha, yo volvería una y otra vez al amarillo de
las mariposas amontonadas alrededor de la camisa incandescente, en el farol al
que antes llamábamos sol de noche y ahora no sé, o a los ojos de los pulpos
(profundamente) fijos en los nuestros. Por esas mariposas y esos pulpos
aconsejo leer a este Mister Magoo que podrá sufrir de cualquier cosa en su
vida, menos de ceguera.
La noche y el día
A menudo un hombre desea estar solo
También una mujer suele desear estar a su aire...
Si se aman
Llegan incluso a sentir celos
El uno por la ausencia del otro
Nosotros podíamos sentirnos solos
Estando juntos
Juntos contra todos los demás...
Es algo raro y precioso
Cuando sucede
¿O un producto de las circunstancias?
Me he sentido muchas veces solo
En medio de la gente
Y ese es el peor modo de estar en el mundo
La noche no es como el día
Las cosas de la noche
No se pueden explicar
En la plena luz del día...
Para la gente sola
La noche es un momento terrible
Sobre todo
En el comienzo de la soledad
Si los hombres traen todo su coraje a este mundo
El mundo deberá eliminarlos
(Necesariamente)
Y así
(Naturalmente)
Los mata
El mundo nos quiebra a todos
Aunque muchos suelen hacerse fuertes
En los puntos de rotura...
Aquellos a quienes no se logra aniquilar
Sencillamente
(Por culpa de los callos, o por otro motivo)
A los que luchan
Se los asesina
El mundo asesina imparcialmente
A los demasiado buenos
A los gentiles
Y a los que tienen coraje
Y los que no creemos ser parte
De alguna de estas categorías
Moriremos igualmente
(Solos)
Pero el mundo sabe
Que con nosotros
La cosa no es tan urgente...
Puede tomarse su tiempo
Y afilar el instrumento
El escritorio no era de caoba
Al fin y al cabo
No hace mucho tiempo que el “tiempo”
Comenzó a extenderse por todas partes…
La vida humana no se ha regido
(En su ya abundante historia)
Por la reciente imposición de un meridiano de referencia
Sino por las condiciones atmosféricas
Es decir, por una magnitud no cuantificable
Que no conoce la regularidad lineal
No progresa constantemente
Está determinada por estancamientos e irrupciones
Se mueve en remolinos helicoidales que ascienden o descienden
Y cambian continuamente de dirección…
Estar “fuera del tiempo”
Era posible hasta hace poco
Y es posible todavía hoy
Los moribundos, los enfermos, y los muertos
Están fuera del tiempo
Un infortunio personal de una cierta gravedad
Puede extirparnos
(Como una especie de costra o de excrecencia)
De cualquier pasado
Y de todo atisbo de futuro…
Federica como una accidentada gravemente
(O un insecto más)
Se autoexcluía de la llamada “actualidad”
Como si el tiempo no pasara para ella
(No hubiese pasado jamás)
De manera que podía correr tras él
Como se corre con una pequeña red
Tras de una serpenteante mariposa
O como si todos los momentos del tiempo
Pudieran coexistir en ella simultáneamente
(Y lo sucedido ayer no hubiese sucedido aún)
Una fina llovizna surgía en el aire
Aparentemente sin precipitarse
Cuando ella vino hacia mí
Envuelta en una prenda de lana
En cuyo borde finamente rizado
Se formaban millones de diminutas gotas de agua
Provocando en su rostro
Una especie de plateado resplandor
Llevaba un gran ramo de hortensias en un brazo
Cuando llegó al umbral, levantó su mano libre
Y apartó el cabello de mi frente
Parecía plenamente consciente de que
Con aquel gesto, habría adquirido el “don”
De ser recordada para siempre
Sigo viendo a Federica tan bella como era entonces
Inalterada
Como cuando alguna vez
Entre veloces esbozos de bosques
Doblegados por el viento
(Arrecifes, atolones y humo a la deriva)
Me preguntara, inclinándose hacia mí:
¿Ves las copas de las palmeras en la casona de Temperley?
¿La gran cama de cedro americano con el respaldar tallado
con motivos vegetales?
¿Y tu escritorio de caoba con la carabina Rémington
¿Siempre cargada y dispuesta a un lado, sobre un tapete azul?
¿El gran retrato de Zapata y la biblioteca con listones verdes?
¿Me ves aún desde aquella enorme ventana ornada por vidrios de colores
Cuando voy y vengo desde la cocina atravesando el patio
(Más de una vez desnuda, para tu escándalo)
Intentando arrancarte de la tristeza y del total ensimismamiento?
¿O haciéndote el amor?
¿Y fastidiada e impotente porque nada ni nadie podía con tu sueño?
¿Me ves viéndote llorar, y pensar, y dormir, y escribir…
Y luego confesar un amor, al que sólo la muerte
¿Podría poner fin?
Pero ella nunca estuvo allí
El escritorio no era de caoba
Y la muerte no pudo remediarlo
De: "Treinta y seis grados, La Cartonera Edizioni, 2024
Otros poemas de EDUARDO MAGOO NICO, aquí