HAY una hora en que las cosas encuentran su apego por el aire,
se orientan a lo menos pesado
porque las mueve un deseo más vasto aún que el de volar.
Eso quiere decir
que será suspendida toda afirmación, toda constancia,
y tendrá su vaivén ritual la permanencia. O quién sabe mejor
se tratará de un viaje, un recorrido
bajo el sol más profundo que hace nido en la noche
y aguarda la mañana.
HA pasado el ángel de la siega,
había filo en el pliegue de su ala,
no descanse tu mente, esté despierta,
centinela constante, que haga guardia,
que vigile la forma del acero
que se ensaña azaroso
sobre un atribulado corazón.
ME hablabas de la bruma. Se esparcía,
dijiste, un poco más allá —ese vidrio
la había vuelto intangible,
apartada del fuego en el hogar.
Hermanada a la nieve,
la bruma dibujaba los momentos
más perdidos del bosque.
Transcurre en el invierno, dijiste.
Aquí, en cambio
es la estación de las postrimerías.
Acá es melancolía, dijiste:
esa caída violeta en las ramas desnudas,
en las nubes cargadas del atardecer.
También aquí es melancolía, le respondo.
La vida suspendida,
el afuera remoto y el adentro,
ese nido irreal de las últimas cosas.
MUCHO habrá que esperar hasta que la cabeza gire
para mirar atrás. Verla girar cuando mira hacia atrás,
hacia lo que dejó. Por un solo momento
la cabeza es un trompo, un giroscopio,
remate provisorio para ese torso arduo,
esa existencia en riesgo —el corazón adentro,
las escamas por fuera,
intentos fragmentarios de la respiración.
Ahora,
desnudo ya de toda desnudez,
las algas con las que se cubría ya han caído,
lo que fue de ese cuerpo va desnudo,
volcado y sin su traje. Sigue viaje.
Su tendencia lo arrastra a la orilla perdida.
Imagen en Otra Iglesia es Imposible
1 Comentarios
Excelente. Alfredo Lemon
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