Lo que nos pertenece
Ni los números de teléfono memorizados.
Los desvíos a casa tantas veces repetidos.
Ni el verano que brillaba como asfalto, cuando Lucia
empujó a Billy de la madriguera y le rompió un brazo
o nuestras huellas diminutas en las fichas negras.
Ni la nómina de reyes desde Carlomagno a Enrique
ni las cajas bajo nuestras camas
o el día del casamiento de Tommy, que hizo tanto calor y Mark
tocó la flauta
y lo saludamos cuando nos saludó desde la ventanita redonda
de la galería
toda esa cantidad de gente entrando de a una en el agua helada.
Tengo una foto, por supuesto,
vos y yo levantándonos de un sofá.
De cuerpo entero, soy apenas más alta que vos
pero en la foto no se nota eso
solo nosotros dos en movimiento
sin mirarnos, sonriendo.
Ni siquiera la forma en que hablábamos, apoyados contra la
mesada de la cocina.
Tampoco la cabaña donde me quemé el brazo y vos dijiste, ah,
vos sos de las que
incluso si doliera, no dirían nada.
Ni siquiera las ampollas. Mirá.
("What Belongs to Us", en The Good Thief, 1988, el primer libro de poemas de Marie Howe)
La promesa
En el sueño que tuve cuando volvió sano,
no enfermo, y con su campera de abrigo puesta,
me miraba como si no pudiera hablar, como si
hubiera una ley contra hablar, una membrana que no podía romper.
Su silencio era lo que no podía
no hacer, como respirar en este mundo, como vivir,
lo que hacemos, al fin y al cabo.
Y yo le decía: Estoy leyendo sobre budismo,
y escuchá esto: Cuando nos morimos no morimos. La muerte es una circunstancia,
un umbral que atravesamos. Seguimos y seguimos
por siempre hacia la luz.
Y él bajó la vista y después me miró. Era la mirada que cruzábamos
sentados en la cocina cuando papá volvía borracho de nuevo, y peligroso,
esa mirada fija que quiere decirte algo,
en un lugar lleno de gente, algo importante, y no puede.
("The Promise", en What the Living Do, 1998)
What belongs to us
Not the memorized phone numbers.
The carefully rehearsed short cuts home.
Not the summer shimmering like pavement, when Lucia
pushed Billy off the rabbit house and broke his arm
or our tiny footprints in the black files.
Not the list of kings from Charlemagne to He,
not the boxes under our beds
or Tommy's wedding day when it was so hot and Mark
played the flute
and we waved at him waving from the small round window
in the loft
the great gangs of people stepping one by one into the cold water.
I have, of course, a photograph
you and I getting up from a couch.
Full height, I stand almost two mches taller than you
but the photograph doesn't show that just the two of us in motion
not looking at each other, smiling.
Not even the way we said things, leaning against the kitchen counter.
Not the cabin where I burned yarm and you said, oh,
you're the type that
even if it hurt, you wouldn't say.
Not even the blisters. Look.
The promise
In the dream I had when he came back not sick
but whole, and wearing his winter coat,
he looked at me as though he couldn't speak, as if
there were a law against it, a membrane he
couldn't break
His silence was what he could not
not do, like our breathing in this world,
like our living.
As we do, in time.
And I told him: I'm reading all this
Buddhist stuff,
and listen, we don't die when we die. Death is
an event,
a threshold we pass through. We go on and on
and into light forever.
And he looked down, and then back up at me.
It was the look we'd pass
across the table when Dad was drunk again
and dangerous,
the level look that wants to tell you something,
in a crowded room, something important,
and can't
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