Es hora, y esa hora es ahora, menos que un instante, pero más que un siglo, de que les hable, y me calle, de Joaquín Giannuzzi, un poeta secreto.Afirma como si interrogara, ensimismado en su guitarra sin cuerdas. No Macedonio ni Roberto Arlt: Montale, Montaigne. Estas crónicas, estas serpentinas, no son retratos sino charcos de agua. Si su cisne es la lluvia, la mitad de esa lluvia es Buenos Aires, señora entera, naranja nocturna. Entre un espejo sucio y un mate lavado, esta poesía nos mira con los ojos cerrados y la pasión abierta. Sensual en la metafísica, mental en lo corporal de sus conceptos, su límite es la araña pero su centro es el mundo. Mundo interior por anterior, por barrilete y suma de hojas secas. Pero cuidado, no hay verdad más exacta que estas verdades íntimas, raíces o esqueletos, labios pintados con mariposas y fotografías, con humedades y rostros como guantes gastados, como tranvías, como colectivos, como andenes vacíos, como baldosas flojas.Claro que el tango, por supuesto. Pero tampoco el salto, cuándo no. Sino el crepúsculo, la sonrisa de la Gioconda del crepúsculo, entre la rueda de bicicleta y el ajedrez.Sus versos no son perfectos, aunque ni siquiera perpetuos. Si ustedes quieren, casi prosa profana, tuñón ambiguo. Clásico en la mirada, romántico en lo clásico, Joaquín Giannuzzi es también un mendigo: un premio Nobel para este pobre ciego.Su desborde es su borde, pero si el ditirambo es mío, permítanme que mire para otro lado, no me pregunten más, que así es la rosa y el diluvio, y el buzón de la esquina, y la vereda de enfrente.Si exagero es porque vive Dios, pero si miento es porque Dios no miente.Después de todo, qué le vamos a hacer. Si no nombré a Pavese es porque está en sus versos. En estos versos medidos, desmedidos, lo brillante es lo opaco, y sin contradicción, un ramo de regresos, una novia sin pétalos.Yo apunto hacia lo deshojado de esta mano sedienta, de este río de cinco dedos y ninguna flor sino sólo una rosa.La poesía de Joaquín Giannuzzi no nos llama, la poesía de Joaquín Giannuzzi es una llama de agua y un espejo roto no como un puente ni como una máquina de coser ni como una copa ni como una espada.Esta poesía es una puerta, pero esta poesía lo que no es es la ventana que es ni el otro lado ni ningún otro lado sino esa ninguna parte que está aquí.
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Susurro personal
Por alguna razón, al anochecer,
mi corazón late como una ametralladora.
El cardiólogo me ha dicho:
controle su vida emocional. Me pregunto
si no habrá allá dentro una verdad
que intenta abrirse paso. Vuelvo una mano al pecho
buscando una fe en la oscuridad
de mi mismo. La pulsación interna del yo
parece apresurarse
hacia una descomposición indescifrable.
El ritmo cardíaco es un tiempo
en estado impersonal. Esta es la única
certeza qu encuentro. Los golpes sanguíneos
de un tambor cerrado sobre el vacío.
No hay noticias profundas sobre J.O.G.
sino este susurro fisiológico, el zumbido
que hoy fui dejando a mi paso
a través de calles, edificios y cuerpos cerrados.
Un rastro de baba que recorrió el mundo
y está de regreso a esta habitación.
Mi hija se viste y sale
El perfume nocturno instala su cuerpo
en una segunda perfección de lo natural.
Por la gracia de su vida
la noche comienza azul y el cuarto iluminado
es una palpitación de joven felino.
Ahora se pone el vestido
con una fe que no puedo imaginar
y un susurro de seda la recorre hasta los pies.
Entonces gira
sobre el eje del espejo, sometida
a la contemplación de un presente absoluto.
El instante se desplaza hacia otro,
un dulce desorden se inmoviliza en torno
hasta que un chasquido de pulseras al cerrarse
anuncia que todas mis opciones están resueltas.
Ella sale del cuarto, ingresa
a una víspera de música incesante
y todo lo que yo no soy la acompaña.
JOAQUÍN GIANNUZZI (Buenos Aires, 1924, Salta, 2004, Argentina)
Lluvia nocturna detrás de la estación de servicio
Bajo la lluvia nocturna, una tumba caótica
de cosas abandonadas a sí mismas
que demora en cerrarse. Pero todavía el conjunto
puede volverse creador sobre su propio sueño.
En esta decantación del desorden
una fría suciedad pegajosa, un estado de frontera
de objetos a punto de perder su identidad.
En la inmóvil confusión gotea el agua
silenciosa. Envuelve llantas reventadas,
botellas astilladas, ruina de plástico, recipientes chupados,
cajones despanzurrados, metales llevados
a un límite de torsión, quebraduras,
andrajos no identificados, asimetrías tornasoladas
por la grasa negra. He aquí una crisis de negación
en esta abandonada degradación intelectual
de criaturas seriadas, nacidas a partir
de la materia martirizada, la idea y el deleite
y que fueron manipuladas, raspadas, roídas, girando
sobre chapas rígidas y correas de transmisión
y en definitiva condenadas por lo monótono.
Pero en aquella derrota humana de las cosas,
en los desperdicios mojados podían descubrirse
figuras creadas a partir de la mezcla,
diseños irreales arrebatos a lo fortuito:
y entre gotas de lluvia y aceite quemado
una intención de belleza y de formas cumplidas
bajo la maloliente oscuridad.
JOAQUÍN O. GIANNUZZI (1924 / 2004, Buenos Aires / Salta, Argentina)
De: "Cabeza final", 1991
de objetos a punto de perder su identidad.
En la inmóvil confusión gotea el agua
silenciosa. Envuelve llantas reventadas,
botellas astilladas, ruina de plástico, recipientes chupados,
cajones despanzurrados, metales llevados
a un límite de torsión, quebraduras,
andrajos no identificados, asimetrías tornasoladas
por la grasa negra. He aquí una crisis de negación
en esta abandonada degradación intelectual
de criaturas seriadas, nacidas a partir
de la materia martirizada, la idea y el deleite
y que fueron manipuladas, raspadas, roídas, girando
sobre chapas rígidas y correas de transmisión
y en definitiva condenadas por lo monótono.
Pero en aquella derrota humana de las cosas,
en los desperdicios mojados podían descubrirse
figuras creadas a partir de la mezcla,
diseños irreales arrebatos a lo fortuito:
y entre gotas de lluvia y aceite quemado
una intención de belleza y de formas cumplidas
bajo la maloliente oscuridad.
JOAQUÍN O. GIANNUZZI (1924 / 2004, Buenos Aires / Salta, Argentina)
De: "Cabeza final", 1991
Entrevista al poeta y periodista argentino, fallecido en 2004,
publicadaen el número 2 de la edición impresa de La Estafeta del Viento,
otoño-invierno de 2002 por Guillermo Saavedra
Sentado en un sillón del amplio y austero living de su departamentocéntrico, Joaquín Giannuzzi (Buenos Aires, 1924) se parece a lo que él opina de sí mismo: un hombre común. Pero esa apariencia, como la de susversos, es engañosa. El hombre de 78 años sentado en el living de su casa, tiene la misma serena eficacia de su poesía: ambos carecen de encantos superfluos, no buscan seducir por el camino de la complacencia fácil ni del alarde de ingenio; ambos miran el mundo con una mezcla de perplejidad y desencanto pero con la secreta fe de que algo ocurrirá en él para justificar tanta desdicha. Y, mientras tanto, el resultado de esa contemplación que es la poesía de Giannuzzi ofrece el tributo de su belleza, a veces nerviosa como un pájaro encerrado en una habitación, otras veces plácida, como el aire que rodea a las cosas que hacen la intermitente armonía del mundo, pero siempre conmovedora como una descarga eléctrica.
Con menos estridencia que otras voces, la de este hijo de un inmigrante italiano viene diciendo lo suyo desde hace más de cuarenta años: Nuestros días mortales (1958), Contemporáneo del mundo (1962), Las condiciones de la época (1967), Señales de una causa personal (1977), Principios de incertidumbre (1980), Violín obligado (1984), Cabeza final (1991), textos reunidos en 2002 en su Obra poética, con el valioso agregado de un nuevo libro hasta entonces inédito: Apuestas en lo oscuro, que Giannuzzi terminó de escribir dos años antes.
El conjunto permite apreciar la consistencia y la singularidad de la obra de uno de los más grandes poetas argentinos, alguien que dice haber "reemplazado a Dios por Bach en su corazón"; que ama las paradojas no como un tributo al ingenio sino a la verdad, que suele ser, tantas veces, contradictoria; y que está abierto, con generosa sensibilidad, a las nuevas voces que la poesía no deja de producir en una Argentina lastimada por la crisis pero más viva que nunca.
¿Cómo fueron sus orígenes familiares y cuáles fueron sus primeras lecturas?
Mi padre era obrero de la construcción, de modo que mi hogar era muy humilde. Allí no había libros. Ni siquiera papel para escribir o dibujar, que fue una de mis primeras pasiones. Él fue uno de esos tantos inmigrantes italianos que quería ver a su hijo progresar en la sociedad, en un país en que esto era posible. Yo lo complací a medias, porque llegué a iniciar la carrera de ingeniería pero no la terminé: descubrí muy pronto que no era para mí, causándole a mi padre una decepción. Lo único que lamento es que él haya muerto sin ver siquiera mi primer libro publicado. Pero, en fin, la vida tiene esas cosas, ¿verdad? Lo cierto es que en esa casa no había libros aunque, claro, sí un gran respeto por la cultura letrada. Creo que la poesía me llegó primero como una emoción y a través de fragmentos, de astillas, como un par de versos de La divina comedia que mi abuelo solía repetir como una letanía.
Pero el gusto por la escritura lo descubrí en la escuela: el maestro de sexto grado nos pidió que escribiéramos un resumen de un capítulo de Facundo de Sarmiento y para mí fue una revelación. Descubrí que la prosa de Sarmiento
estaba impregnada de materia poética y descubrí también el placer de la
lectura y de la escritura poéticas.
¿Cuáles fueron los poetas argentinos que hoy consideraría cruciales para su formación como lector y como poeta?
Sin lugar a dudas, José Hernández, Leopoldo Lugones y Alfonsina Storni.
¿Qué encontró en sus obras de decisivo?
Primero, el espíritu nacional: creo que no hay gran arte sin un espíritu nacional,
algo que se ve en todas las grandes obras y también en estos escritores. En la obra de Lugones en particular, el esplendor verbal, casi milagroso. En Hernández, también el espíritu del hombre de pueblo, su sabiduría y su modo particular de expresar el drama social de ese pueblo. Y en Alfonsina, la intensidad. En su obra se ve el drama de la intensidadque parece ser producto de su visión de la condición de la mujer como aquella que soporta el peso de la
Historia.
Ya eso se ve en Michelet, se ve en Rimbaud. Esa postergación que tan bien describió Virginia Woolf con su ejemplo de las hermanas imaginarias de Shakespeare: de haber existido y aún con el mismo talento de Shakespeare, habrían terminado en un prostíbulo de Londres.
¿Cómo llegó a la publicación de su primer libro, Nuestros días mortales y por qué esperó a los 34 años para hacerlo?
He sido un poeta muy poco precoz en lo que hace a la publicación. Eso se debió en parte a las dificultades materiales para hacerlo y, sobre todo, a una gran exigencia: me pasé mucho tiempo tirando poemas inútiles y corrigiendo otros, que parecían menos descartables.
Finalmente, llegué a la publicación gracias a la intervención de Héctor A.
Murena, quien hizo que lo editaran en Sur, nada menos.
Ese primer libro, publicado 17 años después de la aparición de su primer poema, también en la revista de Sur, es ya un libro maduro.
¿Cómo fue encontrando su propia voz, cómo se fue liberando de la angustia de las influencias?
Toda literatura siempre es hija de otra literatura, salvo la primera, que no se sabe quién la hizo. No creo haber perdido la influencia de los autores que me han marcado. Después, lo que pasó es que mis lecturas aumentaron tanto que ya se vuelve más difícil encontrar las pistas. Siempre he seguido, me parece, los faros de la época. En mis primeros años de lector adulto, fueron Rilke, Molinari,
González Tuñón, Lorca, Neruda, Vallejo; y, más tarde, los grandes poetas norteamericanos. Creo que he hecho el mismo itinerario de los poetas de mi
generación, aunque, en mi caso, esa ubicación no está muy clara: algunos me incluyen en la generación del 40; otros, en la del 50... Lo que no creo es haber encontrado mi "propia voz", no sé si es propia o una mezcla de las voces de todos los mencionados.
Me parece que sí. Que hay una voz suya propia, que es consecuencia de una
mirada propia: sus poemas, muchas veces, parecen surgir de la precisa
captación de una escena.
Sí, es posible, aunque eso supone una visión del mundo previa. Y estar marcado por el drama de mi época. Todos los poetas expresan esa realidad, aunque no siempre de forma explícita. Creo, eso sí, que ese rasgo que vos mencionás, la capacidad de apresar una escena, me viene del trabajo durante años en el periodismo: allí, todo se juega en velocidad, y de lo que se trata precisamente es de captar de manera directa y lo más objetiva posible, lo esencial de una situación.
La idea del poeta fatalmente inmerso en su tiempo es otra de sus ideas recurrentes, incluso desde los títulos de algunos de sus libros:Contemporáneo
del mundo, Las condiciones de la época...
Es que no hay modo de escapar a la realidad. Incluso en La divina comedia, la época trabaja activamente. La obligación del poeta no es servir a una causa desde una ideología determinada sino ser consciente de qué sueños y pesadillas están hablando en él, en nombre de sus contemporáneos. En el caso de mi
generación, nuestro drama ha sido la pérdida de la utopía. Aunque debo
aclarar que, en mi caso, no la considero perdida sino en suspenso. Esto,
claro, hoy no puedo decirlo desde la esperanza sino desde la desesperación.
¿Cree que la parábola que traza su obra
desde el primer libro al más reciente permite vislumbrar cambios en su visión del mundo o en su relación con el quehacer poético?
Si veo ahora el conjunto de lo que he escrito, debo admitir que hay cambios,
una suerte de evolución, aunque no sé si para bien o para mal. Por lo pronto, la simplificación de las formas, el cuidado creciente de la estructura del poema, el cuidado escrupuloso –casi como si estuviera cuidando mi alma- en relación a la adjetivación, y la preocupación de evitar los cabos sueltos, una búsqueda de coherencia en el poema. Ahora se habla mucho de ruptura, pero esa actitud ante la escritura no va conmigo.
No la censuro en otros, me parece perfecto que la practiquen, pero no puedo
hacerla propia. He tenido siempre una mentalidad cartesiana, racional
a ultranza, acentuada quizá por mis estudios científicos de ingeniería,
que no parecen estar presentes en mi obra pero la marcan sutilmente. Por
supuesto, esa actitud suele ser sobrepasada por la predisposición poética, que incursiona en lo mágico y lo emocional.
He tratado de evitar siempre que el poema sea el desarrollo de una teoría, por más atractiva o ingeniosa que ésta sea. El poema no debe ser un teorema, debe estar encarnado en una imagen y evitar el pensamiento demasiado abstracto.
La huella científica es visible, incluso, en el título de uno de sus libros: Principios de incertidumbre, una alusión a la célebre postulación de Heisenberg.
Y también a algunos temas más personales. Pero esos son siempre postulados de una visión del mundo. He tratado siempre de tender a la concisión. Aunque el poema sea largo, la tendencia tiene que ser a simplificar. Hay que matar una palabra por día.
Pero, claro, el talento no tiene recetas.
Y lo que sirve para un poema no nos ayuda en el poema siguiente. El secreto de la creación es insondable, como suele decirse. Si cada uno encuentra algo parecido a una "fórmula" para el poema, esa resolución no nace de la meditación sino de algo que le dicta a uno el poema. Antes yo creía que el poema debía decir algo, una suerte de mensaje. No sabía muy bien qué quería significar con eso, pero me parecía que la poesía conceptual era más valiosa. Sin embargo, terminé por descubrir que esa pretensión no tiene sentido. La riqueza de los contenidos es algo bastante discutible, al menos en poesía.
Cuando Marianne Moore, por ejemplo, dice algo tan simple como No swann so fine para referirse a un inodoro, está creando un momento de belleza poética más grande que muchas ideas supuestamente grandiosas.
Claro. La belleza la determina la forma.
Incluso en los poemas aparentemente muy especulativos, siempre es la forma la que decide su suerte como poemas. Tomemos el caso de Francis Ponge y su
poema "Un vaso de agua", por ejemplo. Esas polémicas, por suerte, ya han sido superadas, como aquel viejo asunto del arte comprometido. Hoy sabemos que el único compromiso de un poeta es el que asume con su propia lengua. La poesía misma es una garantía del lenguaje, lo hace posible. Esas postulaciones teóricas e ideológicas fueron un error, pero tal vez fueron necesarias. También se avanza a partir de los errores, ¿verdad? De modo que, a su manera, fueron un aporte. Ahora, hay tantas definiciones de la poesía como poetas.
¿Cuál es la suya?
Creo que la poesía es una fiesta del sentido, y también una eterna juventud.
Debo decir, también, que yo tengo un sentimiento dramático de la poesía. Y digo dramático en su sentido religioso. Creo que todo arte debe ser encarado, sentido así. Yo escucho ciertos pasajes de Bach, por ejemplo, que me abren
una puerta a lo desconocido. Ese misterio de la vida, de todo lo que es y existe es lo que el arte debe cantar, celebrar, decir. Creo que el arte es un modo de instalar una fe en lo desconocido, la presunción de que tanta belleza no pudo haber sido creada en vano. En fin, esos son mis planteos estéticos de hoy, a esta hora de la tarde. Mañana, no sé cuáles serán.
¿Cómo surge el poema? ¿Cómo es el trabajo hasta llegar a la versión definitiva?
Todo empieza con un cosquilleo, con una mezcla de inquietud y placer, de zozobra y felicidad. Creo que existe aquello que antes se llamaba inspiración y hoy parece haber pasado de moda. Uno entra en un estado de gracia, si se me perdona la petulancia, un sentimiento intenso que sólo puede ser sobrellevado con la escritura. El poema, en todo caso, no es el resultado de una meditación sino un impulso que se me presenta de pronto, desesperadamente, supongo que como fruto de la actividad inconsciente.
Ese estado de ánimo ¿cómo se manifiesta, en su caso? ¿En una idea, en una imagen, en una emoción?
Puede encarnarse en una imagen, en la visión de un objeto, en una situación humana, en un accidente, en una palabra... Hace poco, por ejemplo, quedé fascinado por la aparición de una palabra extraña para mí: hipálage. La emoción surgió de poder contemplarla sin conocer su significado, guardándola durante días en mi memoria para saborearla, para tocarla como una joya, preservándola de la servidumbre del sentido, hasta que finalmente surgió un poema. Y también están las obsesiones personales. En mi caso, la obsesión por las maniobras del azar, o por la muerte. Pero, claro, los grandes temas no hay que abordarlos en forma explícita porque se vuelven intratables.
Para eso, está la filosofía.
Sin embargo, su poesía aborda con particular felicidad y recurrencia el tema de la caducidad, de la muerte, de la precariedad del mundo y de los seres que lo habitan.
Sí, en mis poemas aparecen con frecuencia la muerte y la degradación de las cosas. Creo que en final de las cosas siempre hay una especie de aura poética, una suerte de fracaso del universo en su conjunto, si pensamos, por ejemplo, en la entropía, ese gran fracaso cósmico. Y después, claro, el caso particular de nuestra existencia: la tragedia humana es la conciencia de su propia degradación. Pero yo soy un pesimista jovial. Y esa aparente paradoja se justifica porque, al espectáculo nada edificante de la Historia, tiendo a oponer mi entusiasmo de vivir.
¿Qué otras obsesiones lo llevan a escribir?
El drama de mi tiempo, al que tuve que enfrentarme más de una vez por mi trabajo en el periodismo, los años terribles que nos han tocado vivir ha sido otra de mis obsesiones, como también lo ha sido la historia argentina, a través de algunos personajes como Alberdi, víctima de un destino patético, o Sarmiento, poseedor de una energía y una imaginación arrolladoras. También me ha obsesionado la oposición entre la Naturaleza y la condición humana, cierta nostalgia por lo que llamamos paraíso perdido y cierta asunción, también, de lo humano como nuestro ámbito irrenunciable. Como dijo Pascal: desde que la
Naturaleza se ha perdido, todo puede ser Naturaleza. Y, ya que hablamos de obsesiones, Pascal ha sido una de ellas, como también Kafka.
Usted se ha empeñado en rescatar los aspectos poéticos de esos escritores. Parece haber extraído sus grandes metáforas para alimentar con ellas su poesía.
Sí, los leo de ese modo. Para mí, Kafka es un poeta y conozco de memoria argos párrafos de El proceso, de El castillo e incluso de sus Diarios y de su correspondencia, como si fueran poemas. Hay tal concentración, tal capacidad metafórica y tal variedad de sentidos posibles en su obra que podemos, por eso, considerarla esencialmente poética.
Usted cultiva la tradición, hoy en desuso, de recitar de memoria poemas de todo tiempo y lugar a sus amigos. ¿Qué rescata de esa costumbre?
Ante todo, no entiendo cómo a uno puede gustarle un gran poeta y no recordar de él ni una sola línea. Es una necesidad personal, el shock emocional que me ha producido un poema lo que me hace recordarlo. Por otro lado, siento un gran placer, una gran felicidad en comunicar, en compartir con los amigos, en una reunión, la evocación de un poema particularmente hermoso. Me parece que la comunión que se logra de ese modo es incomparable. Desde luego, hay que tener cierto sentido de la oportunidad y cierta dosis de histrionismo. Supongo que, en mi caso, ese hábito también suple en parte mi incapacidad para formular
grandes cuestiones teóricas: a veces, me basta con evocar el poema justo
en el momento justo para dar a entender una idea o una emoción que me
aparece en el transcurso de una charla.
¿Cómo sigue, en su caso, el proceso de escritura del poema luego de esa primera inquietud que logra plasmarse en imagen?
Cuando eso que llamo estado de gracia aparece, trato de conservarlo todo lo posible. Tomo notas que, en general, son provisorias pero sirven para que no se escape el impulso inicial. A veces, en medio de una situación baladí, puedo encontrar un elemento capaz de transformarse en material de un poema, y lo rescato, lo fijo en el papel. Hay días en que uno se siente rico y otros días en que uno se siente estéril. Yo no he intentado nunca forzar eso, no he tratado de ser un empleado de la poesía, con horario fijo de lunes a sábado. Luego, el poema se escribe imponiendo sus propios medios y sus propios tiempos: puede surgir de una sentada o demorar años. Cuando veo que la cosa marcha, insisto; cuando, al tercer o cuarto intento, no funciona, desisto porque sé que ese poema ha pasado de largo y, si intento escribirlo, será un fracaso.
¿Cuáles son los criterios a partir de los cuales corrige las sucesivas versiones de un poema?
Me dedico a eliminar, ante todo, lugares comunes, imágenes convencionales o cristalizadas del lenguaje. Lo que me guía a la hora de revisar lo que escribo es la idea de que cada palabra debe ser ubicada en el lugar que la estaba esperando. Tengo la intuición de que hay un lugar del poema que está esperando una palabra determinada, y entonces la busco. Por otra parte, intento que el verso, sea corto o largo, nunca pierda fluidez, así es que estoy atento a todo aquello que pueda entorpecer esa condición. De todos modos, no querría abundar en esta dirección porque podría dar la sensación de que estamos hablando de una
gran obra y se trata sólo de mis poemas. En general, soy perfectamente
consciente de mis errores, lo que nunca lograré del todo es saber cómo evitarlos.
Usted ha manifestado más de una vez su alegría ante la existencia de muchos y buenos poetas, en la Argentina y en el mundo.
¿Qué cree que le agrega la poesía al mundo?
Más allá de los resultados alcanzados por los poetas, hay una voluntad de belleza y una espiritualización del mundo en el hecho de escribir poesía. Y eso, en un momento en que el mundo está cada vez menos en contacto con lo espiritual, me parece muy rescatable.
¿Escribir es un modo de intentar salvar lo sagrado en un mundo profano?
Sí. Me parece que la fe en el lenguaje implícita en todo poeta -si uno no toma el lenguaje como un mero juego de artificio y deslumbramiento, ni como un ejercicio de habilidad intelectual- implica siempre la fe en lo sagrado. Una fe que no es excusa para un dogma sino una búsqueda incesante, cargada de dudas y de temores y por eso mismo es más valiosa.
Sentado en un sillón del amplio y austero living de su departamentocéntrico, Joaquín Giannuzzi (Buenos Aires, 1924) se parece a lo que él opina de sí mismo: un hombre común. Pero esa apariencia, como la de susversos, es engañosa. El hombre de 78 años sentado en el living de su casa, tiene la misma serena eficacia de su poesía: ambos carecen de encantos superfluos, no buscan seducir por el camino de la complacencia fácil ni del alarde de ingenio; ambos miran el mundo con una mezcla de perplejidad y desencanto pero con la secreta fe de que algo ocurrirá en él para justificar tanta desdicha. Y, mientras tanto, el resultado de esa contemplación que es la poesía de Giannuzzi ofrece el tributo de su belleza, a veces nerviosa como un pájaro encerrado en una habitación, otras veces plácida, como el aire que rodea a las cosas que hacen la intermitente armonía del mundo, pero siempre conmovedora como una descarga eléctrica.
Con menos estridencia que otras voces, la de este hijo de un inmigrante italiano viene diciendo lo suyo desde hace más de cuarenta años: Nuestros días mortales (1958), Contemporáneo del mundo (1962), Las condiciones de la época (1967), Señales de una causa personal (1977), Principios de incertidumbre (1980), Violín obligado (1984), Cabeza final (1991), textos reunidos en 2002 en su Obra poética, con el valioso agregado de un nuevo libro hasta entonces inédito: Apuestas en lo oscuro, que Giannuzzi terminó de escribir dos años antes.
El conjunto permite apreciar la consistencia y la singularidad de la obra de uno de los más grandes poetas argentinos, alguien que dice haber "reemplazado a Dios por Bach en su corazón"; que ama las paradojas no como un tributo al ingenio sino a la verdad, que suele ser, tantas veces, contradictoria; y que está abierto, con generosa sensibilidad, a las nuevas voces que la poesía no deja de producir en una Argentina lastimada por la crisis pero más viva que nunca.
¿Cómo fueron sus orígenes familiares y cuáles fueron sus primeras lecturas?
Mi padre era obrero de la construcción, de modo que mi hogar era muy humilde. Allí no había libros. Ni siquiera papel para escribir o dibujar, que fue una de mis primeras pasiones. Él fue uno de esos tantos inmigrantes italianos que quería ver a su hijo progresar en la sociedad, en un país en que esto era posible. Yo lo complací a medias, porque llegué a iniciar la carrera de ingeniería pero no la terminé: descubrí muy pronto que no era para mí, causándole a mi padre una decepción. Lo único que lamento es que él haya muerto sin ver siquiera mi primer libro publicado. Pero, en fin, la vida tiene esas cosas, ¿verdad? Lo cierto es que en esa casa no había libros aunque, claro, sí un gran respeto por la cultura letrada. Creo que la poesía me llegó primero como una emoción y a través de fragmentos, de astillas, como un par de versos de La divina comedia que mi abuelo solía repetir como una letanía.
Pero el gusto por la escritura lo descubrí en la escuela: el maestro de sexto grado nos pidió que escribiéramos un resumen de un capítulo de Facundo de Sarmiento y para mí fue una revelación. Descubrí que la prosa de Sarmiento
estaba impregnada de materia poética y descubrí también el placer de la
lectura y de la escritura poéticas.
¿Cuáles fueron los poetas argentinos que hoy consideraría cruciales para su formación como lector y como poeta?
Sin lugar a dudas, José Hernández, Leopoldo Lugones y Alfonsina Storni.
¿Qué encontró en sus obras de decisivo?
Primero, el espíritu nacional: creo que no hay gran arte sin un espíritu nacional,
algo que se ve en todas las grandes obras y también en estos escritores. En la obra de Lugones en particular, el esplendor verbal, casi milagroso. En Hernández, también el espíritu del hombre de pueblo, su sabiduría y su modo particular de expresar el drama social de ese pueblo. Y en Alfonsina, la intensidad. En su obra se ve el drama de la intensidadque parece ser producto de su visión de la condición de la mujer como aquella que soporta el peso de la
Historia.
Ya eso se ve en Michelet, se ve en Rimbaud. Esa postergación que tan bien describió Virginia Woolf con su ejemplo de las hermanas imaginarias de Shakespeare: de haber existido y aún con el mismo talento de Shakespeare, habrían terminado en un prostíbulo de Londres.
¿Cómo llegó a la publicación de su primer libro, Nuestros días mortales y por qué esperó a los 34 años para hacerlo?
He sido un poeta muy poco precoz en lo que hace a la publicación. Eso se debió en parte a las dificultades materiales para hacerlo y, sobre todo, a una gran exigencia: me pasé mucho tiempo tirando poemas inútiles y corrigiendo otros, que parecían menos descartables.
Finalmente, llegué a la publicación gracias a la intervención de Héctor A.
Murena, quien hizo que lo editaran en Sur, nada menos.
Ese primer libro, publicado 17 años después de la aparición de su primer poema, también en la revista de Sur, es ya un libro maduro.
¿Cómo fue encontrando su propia voz, cómo se fue liberando de la angustia de las influencias?
Toda literatura siempre es hija de otra literatura, salvo la primera, que no se sabe quién la hizo. No creo haber perdido la influencia de los autores que me han marcado. Después, lo que pasó es que mis lecturas aumentaron tanto que ya se vuelve más difícil encontrar las pistas. Siempre he seguido, me parece, los faros de la época. En mis primeros años de lector adulto, fueron Rilke, Molinari,
González Tuñón, Lorca, Neruda, Vallejo; y, más tarde, los grandes poetas norteamericanos. Creo que he hecho el mismo itinerario de los poetas de mi
generación, aunque, en mi caso, esa ubicación no está muy clara: algunos me incluyen en la generación del 40; otros, en la del 50... Lo que no creo es haber encontrado mi "propia voz", no sé si es propia o una mezcla de las voces de todos los mencionados.
Me parece que sí. Que hay una voz suya propia, que es consecuencia de una
mirada propia: sus poemas, muchas veces, parecen surgir de la precisa
captación de una escena.
Sí, es posible, aunque eso supone una visión del mundo previa. Y estar marcado por el drama de mi época. Todos los poetas expresan esa realidad, aunque no siempre de forma explícita. Creo, eso sí, que ese rasgo que vos mencionás, la capacidad de apresar una escena, me viene del trabajo durante años en el periodismo: allí, todo se juega en velocidad, y de lo que se trata precisamente es de captar de manera directa y lo más objetiva posible, lo esencial de una situación.
La idea del poeta fatalmente inmerso en su tiempo es otra de sus ideas recurrentes, incluso desde los títulos de algunos de sus libros:Contemporáneo
del mundo, Las condiciones de la época...
Es que no hay modo de escapar a la realidad. Incluso en La divina comedia, la época trabaja activamente. La obligación del poeta no es servir a una causa desde una ideología determinada sino ser consciente de qué sueños y pesadillas están hablando en él, en nombre de sus contemporáneos. En el caso de mi
generación, nuestro drama ha sido la pérdida de la utopía. Aunque debo
aclarar que, en mi caso, no la considero perdida sino en suspenso. Esto,
claro, hoy no puedo decirlo desde la esperanza sino desde la desesperación.
¿Cree que la parábola que traza su obra
desde el primer libro al más reciente permite vislumbrar cambios en su visión del mundo o en su relación con el quehacer poético?
Si veo ahora el conjunto de lo que he escrito, debo admitir que hay cambios,
una suerte de evolución, aunque no sé si para bien o para mal. Por lo pronto, la simplificación de las formas, el cuidado creciente de la estructura del poema, el cuidado escrupuloso –casi como si estuviera cuidando mi alma- en relación a la adjetivación, y la preocupación de evitar los cabos sueltos, una búsqueda de coherencia en el poema. Ahora se habla mucho de ruptura, pero esa actitud ante la escritura no va conmigo.
No la censuro en otros, me parece perfecto que la practiquen, pero no puedo
hacerla propia. He tenido siempre una mentalidad cartesiana, racional
a ultranza, acentuada quizá por mis estudios científicos de ingeniería,
que no parecen estar presentes en mi obra pero la marcan sutilmente. Por
supuesto, esa actitud suele ser sobrepasada por la predisposición poética, que incursiona en lo mágico y lo emocional.
He tratado de evitar siempre que el poema sea el desarrollo de una teoría, por más atractiva o ingeniosa que ésta sea. El poema no debe ser un teorema, debe estar encarnado en una imagen y evitar el pensamiento demasiado abstracto.
La huella científica es visible, incluso, en el título de uno de sus libros: Principios de incertidumbre, una alusión a la célebre postulación de Heisenberg.
Y también a algunos temas más personales. Pero esos son siempre postulados de una visión del mundo. He tratado siempre de tender a la concisión. Aunque el poema sea largo, la tendencia tiene que ser a simplificar. Hay que matar una palabra por día.
Pero, claro, el talento no tiene recetas.
Y lo que sirve para un poema no nos ayuda en el poema siguiente. El secreto de la creación es insondable, como suele decirse. Si cada uno encuentra algo parecido a una "fórmula" para el poema, esa resolución no nace de la meditación sino de algo que le dicta a uno el poema. Antes yo creía que el poema debía decir algo, una suerte de mensaje. No sabía muy bien qué quería significar con eso, pero me parecía que la poesía conceptual era más valiosa. Sin embargo, terminé por descubrir que esa pretensión no tiene sentido. La riqueza de los contenidos es algo bastante discutible, al menos en poesía.
Cuando Marianne Moore, por ejemplo, dice algo tan simple como No swann so fine para referirse a un inodoro, está creando un momento de belleza poética más grande que muchas ideas supuestamente grandiosas.
Claro. La belleza la determina la forma.
Incluso en los poemas aparentemente muy especulativos, siempre es la forma la que decide su suerte como poemas. Tomemos el caso de Francis Ponge y su
poema "Un vaso de agua", por ejemplo. Esas polémicas, por suerte, ya han sido superadas, como aquel viejo asunto del arte comprometido. Hoy sabemos que el único compromiso de un poeta es el que asume con su propia lengua. La poesía misma es una garantía del lenguaje, lo hace posible. Esas postulaciones teóricas e ideológicas fueron un error, pero tal vez fueron necesarias. También se avanza a partir de los errores, ¿verdad? De modo que, a su manera, fueron un aporte. Ahora, hay tantas definiciones de la poesía como poetas.
¿Cuál es la suya?
Creo que la poesía es una fiesta del sentido, y también una eterna juventud.
Debo decir, también, que yo tengo un sentimiento dramático de la poesía. Y digo dramático en su sentido religioso. Creo que todo arte debe ser encarado, sentido así. Yo escucho ciertos pasajes de Bach, por ejemplo, que me abren
una puerta a lo desconocido. Ese misterio de la vida, de todo lo que es y existe es lo que el arte debe cantar, celebrar, decir. Creo que el arte es un modo de instalar una fe en lo desconocido, la presunción de que tanta belleza no pudo haber sido creada en vano. En fin, esos son mis planteos estéticos de hoy, a esta hora de la tarde. Mañana, no sé cuáles serán.
¿Cómo surge el poema? ¿Cómo es el trabajo hasta llegar a la versión definitiva?
Todo empieza con un cosquilleo, con una mezcla de inquietud y placer, de zozobra y felicidad. Creo que existe aquello que antes se llamaba inspiración y hoy parece haber pasado de moda. Uno entra en un estado de gracia, si se me perdona la petulancia, un sentimiento intenso que sólo puede ser sobrellevado con la escritura. El poema, en todo caso, no es el resultado de una meditación sino un impulso que se me presenta de pronto, desesperadamente, supongo que como fruto de la actividad inconsciente.
Ese estado de ánimo ¿cómo se manifiesta, en su caso? ¿En una idea, en una imagen, en una emoción?
Puede encarnarse en una imagen, en la visión de un objeto, en una situación humana, en un accidente, en una palabra... Hace poco, por ejemplo, quedé fascinado por la aparición de una palabra extraña para mí: hipálage. La emoción surgió de poder contemplarla sin conocer su significado, guardándola durante días en mi memoria para saborearla, para tocarla como una joya, preservándola de la servidumbre del sentido, hasta que finalmente surgió un poema. Y también están las obsesiones personales. En mi caso, la obsesión por las maniobras del azar, o por la muerte. Pero, claro, los grandes temas no hay que abordarlos en forma explícita porque se vuelven intratables.
Para eso, está la filosofía.
Sin embargo, su poesía aborda con particular felicidad y recurrencia el tema de la caducidad, de la muerte, de la precariedad del mundo y de los seres que lo habitan.
Sí, en mis poemas aparecen con frecuencia la muerte y la degradación de las cosas. Creo que en final de las cosas siempre hay una especie de aura poética, una suerte de fracaso del universo en su conjunto, si pensamos, por ejemplo, en la entropía, ese gran fracaso cósmico. Y después, claro, el caso particular de nuestra existencia: la tragedia humana es la conciencia de su propia degradación. Pero yo soy un pesimista jovial. Y esa aparente paradoja se justifica porque, al espectáculo nada edificante de la Historia, tiendo a oponer mi entusiasmo de vivir.
¿Qué otras obsesiones lo llevan a escribir?
El drama de mi tiempo, al que tuve que enfrentarme más de una vez por mi trabajo en el periodismo, los años terribles que nos han tocado vivir ha sido otra de mis obsesiones, como también lo ha sido la historia argentina, a través de algunos personajes como Alberdi, víctima de un destino patético, o Sarmiento, poseedor de una energía y una imaginación arrolladoras. También me ha obsesionado la oposición entre la Naturaleza y la condición humana, cierta nostalgia por lo que llamamos paraíso perdido y cierta asunción, también, de lo humano como nuestro ámbito irrenunciable. Como dijo Pascal: desde que la
Naturaleza se ha perdido, todo puede ser Naturaleza. Y, ya que hablamos de obsesiones, Pascal ha sido una de ellas, como también Kafka.
Usted se ha empeñado en rescatar los aspectos poéticos de esos escritores. Parece haber extraído sus grandes metáforas para alimentar con ellas su poesía.
Sí, los leo de ese modo. Para mí, Kafka es un poeta y conozco de memoria argos párrafos de El proceso, de El castillo e incluso de sus Diarios y de su correspondencia, como si fueran poemas. Hay tal concentración, tal capacidad metafórica y tal variedad de sentidos posibles en su obra que podemos, por eso, considerarla esencialmente poética.
Usted cultiva la tradición, hoy en desuso, de recitar de memoria poemas de todo tiempo y lugar a sus amigos. ¿Qué rescata de esa costumbre?
Ante todo, no entiendo cómo a uno puede gustarle un gran poeta y no recordar de él ni una sola línea. Es una necesidad personal, el shock emocional que me ha producido un poema lo que me hace recordarlo. Por otro lado, siento un gran placer, una gran felicidad en comunicar, en compartir con los amigos, en una reunión, la evocación de un poema particularmente hermoso. Me parece que la comunión que se logra de ese modo es incomparable. Desde luego, hay que tener cierto sentido de la oportunidad y cierta dosis de histrionismo. Supongo que, en mi caso, ese hábito también suple en parte mi incapacidad para formular
grandes cuestiones teóricas: a veces, me basta con evocar el poema justo
en el momento justo para dar a entender una idea o una emoción que me
aparece en el transcurso de una charla.
¿Cómo sigue, en su caso, el proceso de escritura del poema luego de esa primera inquietud que logra plasmarse en imagen?
Cuando eso que llamo estado de gracia aparece, trato de conservarlo todo lo posible. Tomo notas que, en general, son provisorias pero sirven para que no se escape el impulso inicial. A veces, en medio de una situación baladí, puedo encontrar un elemento capaz de transformarse en material de un poema, y lo rescato, lo fijo en el papel. Hay días en que uno se siente rico y otros días en que uno se siente estéril. Yo no he intentado nunca forzar eso, no he tratado de ser un empleado de la poesía, con horario fijo de lunes a sábado. Luego, el poema se escribe imponiendo sus propios medios y sus propios tiempos: puede surgir de una sentada o demorar años. Cuando veo que la cosa marcha, insisto; cuando, al tercer o cuarto intento, no funciona, desisto porque sé que ese poema ha pasado de largo y, si intento escribirlo, será un fracaso.
¿Cuáles son los criterios a partir de los cuales corrige las sucesivas versiones de un poema?
Me dedico a eliminar, ante todo, lugares comunes, imágenes convencionales o cristalizadas del lenguaje. Lo que me guía a la hora de revisar lo que escribo es la idea de que cada palabra debe ser ubicada en el lugar que la estaba esperando. Tengo la intuición de que hay un lugar del poema que está esperando una palabra determinada, y entonces la busco. Por otra parte, intento que el verso, sea corto o largo, nunca pierda fluidez, así es que estoy atento a todo aquello que pueda entorpecer esa condición. De todos modos, no querría abundar en esta dirección porque podría dar la sensación de que estamos hablando de una
gran obra y se trata sólo de mis poemas. En general, soy perfectamente
consciente de mis errores, lo que nunca lograré del todo es saber cómo evitarlos.
Usted ha manifestado más de una vez su alegría ante la existencia de muchos y buenos poetas, en la Argentina y en el mundo.
¿Qué cree que le agrega la poesía al mundo?
Más allá de los resultados alcanzados por los poetas, hay una voluntad de belleza y una espiritualización del mundo en el hecho de escribir poesía. Y eso, en un momento en que el mundo está cada vez menos en contacto con lo espiritual, me parece muy rescatable.
¿Escribir es un modo de intentar salvar lo sagrado en un mundo profano?
Sí. Me parece que la fe en el lenguaje implícita en todo poeta -si uno no toma el lenguaje como un mero juego de artificio y deslumbramiento, ni como un ejercicio de habilidad intelectual- implica siempre la fe en lo sagrado. Una fe que no es excusa para un dogma sino una búsqueda incesante, cargada de dudas y de temores y por eso mismo es más valiosa.
La disolución
En el centro exacto de la mesa
tres sillas desiertas. El conjunto
donde hubo una intención de belleza
atiende ahora a su propia degradación.
Nada eterno me rodea. Mi nervio principal
palpa las primeras señales de un desorden
incubándose en algún sitio de mi cabeza
donde se organizaba un final suntuoso
de acordes musicales alcanzando el cielo.
Pero mi carne perpleja
entre objetos condenados y paredes que oscurecen
gira buscando el fraude
de una suave anestesia. Juro
que nunca había apostado a la humillación
de este dolor de
huesos en un cuarto cerrado.
huesos en un cuarto cerrado.
De: Violín obligado, Libros de Tierra Firme, 1984
Imagen: aullidolit.com
Del big bang al big crush
Es mentira que el universo
expande sus costillas hacia Orión
todo se reduce en los rincones del olvido
añora la inmensidad de aquellos paisajes:
me he quedado solo
como aquella vez
cuando te buscaba en el mundo.
Nudos ciegos
Ahora que me voy por un rato
o tal vez para siempre
pasan pensamientos como dardos maduros
a clavarse en mi cuerpo
tiro al blanco sobre el corcho del recuerdo
golpes secos en las costillas de otro cielo.
Ahora que no estaré en las ceremonias nocturnas
desenredando esta madeja de pelo negro
detenida en la ráfaga de tu pecho.
Ahora que el paraíso es corroído
por las astillas del desamparo
las costumbres
de los nudos ciegos y las palabras
que callaron o gritaron el amor.
Ahora que la resaca de la pasión
devora cada noche
los abrazos y los pétalos
de un ramillete de eternos besos
ahora
es una palabra que duele en esta boca
por un rato o tal vez para siempre.
Forastero
Sintió curiosidad por los estruendos
pánico por las cañitas voladoras
que perforaban la noche.
Le fue difícil comprender
la alegría el festejo
quién sabe de qué
con tanta pólvora
olor a guerra hueca -se dijo-.
Tripas rellenas de comida y alcohol
en envases descartables
creados por un dios
que cultivaba seguramente
un exagerado gusto por lo inútil.
Geometría
Los amantes pasan
como barcas
sobre sus sueños.
Los acuna el suspiro
de sus miradas.
Detienen el eje terrestre
con ramilletes de besos
cifran con un gesto
el alfabeto del amor
solfean de memoria
garabatos de caricias
caminan
tomados de la mano
y el universo entero
se reduce a un átomo
enamorado de su propio peso
a un espacio cautivo
de la geometría del deseo.
Deseo que los dioses envidian
cuando al fin
te tengo en mis brazos.
Teología de la silla
a Joaquín Giannuzzi
a Leo Fagiano
Tan cotidiana como ausente
geométrica y elemental
sentada sobre sí misma
observa y espera.
Desafía la verticalidad humana
se usa para detener la marcha
pensar
descansar
ejercitar el silencio o la palabra.
Si un día retiran su presencia
en rebelión silenciosa
nacerá
un símbolo que crucifique su memoria
para instalar la teología
de los dioses de cuatro patas.
El evangelio del reposo
cautivará a cuerpos en movimiento
los hombres
erguidos sobre si mismos
no se sentarán en espacio alguno
por respeto e idolatría a las divinidades
dejando de pensar
descansar
ejercitar el silencio o la palabra.
Convertidos al fin
en peatones sonámbulos
a la espera de sus dioses
para poder sentarse.
Tan cotidiana como ausente
geométrica y elemental
sentada sobre si misma
observa y espera.
¿Cuántas veces te habrás sentado
en el lugar equivocado
en el lugar perfecto?
MARCELO FAGIANO (Río Cuarto, Córdoba, Argentina, 1959). Poeta, narrador y
dramaturgo. Trabajador docente en la UNRC y Doctor en Ciencias Geológicas.
Integrante y fundador del grupo de poesía callejera "Poetas del Aire" (1991-
2002). Publicó "Las manzanas de la libertad". 1º Premio Publicación (Teatro,
1993); “Jeroglíficos en la arena” (Poesía, 1997); “Las florecillas del diablo”
(Poesía, 2009); “La sed de Heráclito” (Poesía, 2017) y participado en las
siguientes antologías: "50 Poemas rotos tirados en la calle" (1992); "15
Cuentos de autores Cordobeses" (1993); “Antología de Cuentos II" -
Página 12 (1993); “De lo fantástico a la ficción científica" (Narrativa, 1994);
“Premio Publicación de Poesía-Córdoba” (1997); “Poemas de Humo”
(Poesía, 2001); “Microficciones Teatrales” (2015); “La ciudad ficcional”
(Narrativa, 2015); Trapalanda II (Narrativa, 2015), “Ciclo Literario 10 x 10”
(2015) y Antología Federal de Poesía-Región Centro (2018). En teatro: las
obras La última mujer de la creación y El diario de A.F. fueron
representadas y seleccionadas en el 1º y 2º Encuentro Nacional de Teatro
Semimontado en el Teatro Nacional Cervantes (Buenos Aires, 2000 y 2001). El
diario de A.F. también se representó en el ciclo TEATROXLAIDENTIDAD 2002
(Córdoba). Ha obtenido premios y menciones en concursos nacionales y
provinciales en poesía, dramaturgia y narrativa. En este último género ha
obtenido un 1º Premio Internacional (México).
De: "La sed de Heráclito", Ediciones del Dock, 2017
Hace años, Leonor García Hernando, me recomendó 'El púrpura y las tazas', de Alberto Geria. Releo los poemas que publicó Ediciones del Dock en la colección El mono hablador dirigida entonces por Joaquín Giannuzzi y me sorprenden tanto los textos como este otro ejemplo de ocultamiento deliberado, que se incorpora a la lista de algunos autores con un solo libro publicado, y sin continuidad en referencias de orden literario.
su quimono de flores la guarda mientras pasea
en talle de ondeadas espigas doradas.
Ah! Cuando su piel tornasolea desnuda y sus poros
emanan mimosas y delicadas chispas multicromáticas,
chispas de abrazar y acariciar
de embriagadora fragancia
que ¿en manos de quién está la fórmula?
Oh! Cuando sus músculos centellean
y la estremecen arremolinada en sus chispas
¿Cuántas luces le habrán dicho
que no fue construida para merecer a alguien?
Oh! Las conexiones de adentro de su nuca,
una noche vieron cómo se las arrancaba
y lloraba derramando colores a la calle
su cuerpo manchado de llanto, acurrucada
al fondo de un escaparate de lencería.
La gente la rodeó, los chicos querían tocarla.
Fatigada de soledad, con la cabeza tendida de congoja
aún tenía que sonreír y seducir
aún con ojos tristísimos, distantes.
Cartel de Coca-Cola frente al obelisco, 3
Del tragaluz llega una luminosidad sinuosa
muchas veces quebrada.
Las máquinas se describen en sus contornos
una pinza adherida a su desnudez
unos martillos tienen aletas de pez.
El aire lejano de los mares
ejerce aquí su pesadez
de lugar precisado de rescates
de oceáno que no me completa.
Con las burbujas huídas de mi caída
me acerco a una música que presiento subamarina.
Manchas graciosas en los pantalones de los pintores
el aserrín querosenado oleaje de escobillones
cúmulo de remaches frío que aprobarían las Górgonas
la forma de la tijera abierta - la forma de la tijera cerrada
la cola de chispas de una dureza que chilla
el silencio que vuelve a las máquinas apagadas.
Bailan las partículas sobre líneas fatigadas
sin más incitación que la sed de los metales
es posible ver cuerpos en legiones revolcándose
en ascensos sinfín, sin más suben.
Los rostros que esconden mi rostro.
Burbujas de ánimo que mi piel suelta
en pacto cosquilloso con el cielo.
Y quiero huir al sitio en que esto ocurre.
Santiago Sylvester nació el 16 de junio de 1942 en Salta, capital de la provincia homónima, la Argentina, y reside en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Es Abogado, por la Universidad Nacional de Buenos Aires, desde 1970, título convalidado académicamente por la Universidad Complutense de Madrid en 1979. Entre otras distinciones, recibió el Premio Jaime Gil de Biedma, en España, en 1993, el Gran Premio Internacional Jorge Luis Borges, en 1999, y el Premio Municipal de la Ciudad de Buenos Aires, en 2008. Es Miembro de número de la Academia Argentina de Letras (2014) y Miembro correspondiente de la Real Academia Española (2015). Ensayos de su autoría incluyen los volúmenes “La tierra natal – Lo íntimo”, de Juana Manuela Gorriti (1998) y “En tierras de Magú Pelá”, de Federico Gauffin (2009). Es el antólogo, entre otras obras, de “El gozante. Antología de Manuel J. Castilla”, “Poesía del Noroeste Argentino. Siglo XX”, “Anuarios del tiempo” (Antología de Néstor Groppa), “Juan Carlos Dávalos, una obra en su lugar” y “Los que se fueron (25 poetas argentinos contemporáneos)”. Participó en los siguientes libros colectivos: “Tres décadas de poesía argentina (1976-2006)”, “El verso libre”, “Giannuzzi”, “Dificultades de la poesía”, “Viel Temperley”, “Otro río que pasa” y “Lugones, diez poemas comentados”. Es el autor del libro de cuentos “La prima carnal” y de los ensayísticos “Oficio de lector”, “La identidad como problema. Sobre la cultura del Norte” y “Sobre la forma poética”. Algunos de sus poemarios publicados entre 1963 y 2020: “En estos días”, “El aire y su camino”, “Esa frágil corona”, “Palabra intencional”, “La realidad provisoria”, “Libro de viaje”, “Perro de laboratorio”, “Entreacto”, “Escenarios”, “Café Bretaña”, “Antología poética” (Fondo Nacional de las Artes, 1996), “Número impar”, “El punto más lejano”, “Calles”, “El reloj biológico”, “La palabra”, “Los casos particulares”, “El que vuelve a ver”, “La conversación”, “Llaman a la puerta”y “Ciudad”.
1: ¿Cuál fue tu primer acto de “creación”, a qué edad, de qué se trataba?
S Sylvester: Que la cosa iba literariamente en serio, lo supe más o menos a mis 17 años. Hasta entonces, todo había sido un poco de juego y otro poco de pose. Creo que a aquella convicción me llevó algún poema que ya no recuerdo y que prefiero no recordar, aunque suene a ingratitud. Lo cierto es que en esa época supe dos cosas: que tenía un destino en la poesía y que tenía que hacer todo lo posible para que eso fuera cierto.
2: ¿Cómo te llevás con la lluvia y cómo con las tormentas? ¿Cómo con la sangre, con la velocidad, con las contrariedades?
S Sylvester: Con los fenómenos de la naturaleza me llevo muy bien, salvo con el viento. El viento me desasosiega, los otros no. Me encantan las tormentas de verano de Salta, que aparecen bastante en mis poemas. Por otra parte, viendo llover se puede tomar un trago, o al lado de un río crecido; en el viento, no.
En cuanto a la sangre, me remite a un problema sanitario, así que es mejor dejarla donde está: en las venas. En realidad, no me gusta ni como metáfora.
Sobre la velocidad, si es la de un automóvil, depende de las prisas. Y si es figurada, me gusta poco: siempre digo que me parece bien que la gente sea rápida, pero no que se le vea la velocidad.
Y las contrariedades, por definición son eso: prefiero que no lleguen. Y si llegan no me ofenden tampoco: la vida está llena de contrariedades y hay que negociar.
3: “En este rincón” el romántico concepto de la “inspiración”; y “en este otro rincón”, por ejemplo, William Faulkner y su “He oído hablar de ella, pero nunca la he visto.” ¿Tus consideraciones?…
S Sylvester: Hubo algún romanticismo que consideraba al poeta como intermediario entre la musa y el papel en blanco. Y esto es claramente una exageración. Ahora que han desaparecido las musas, hay otro abuso, el de creer que lo que haga el poeta será poesía, con lo que se confunde poesía con auto expresión. En estos excesos está la idea de inspiración, que sería un regalo que el poeta recibe por ser quien es. Esta concepción, tanto del poeta como de la inspiración, no es la que frecuento.
Lo que sí hay son imponderables, momentos de más lucidez, en los que se nos ocurren cosas o soluciones que en otro momento no llegan. Estos momentos existen, y posiblemente los tenga todo el mundo, cada uno en su materia. Lo que sucede también es que hay quienes utilizan mejor esos imponderables, porque están más capacitados, o más atentos, o porque saben más, o tal vez porque llegan a donde tienen que llegar. Y esos son los buenos poetas. Un poeta trabaja para serlo y lo consigue.
4: ¿De qué artistas te atraen más sus avatares que la obra?
S Sylvester: En general, de ninguno. De un artista me interesa sobre todo su arte, no sus avatares. Y si alguna vez curioseo, como todos, en esos avatares, es porque están respaldados por los resultados artísticos. O los complementan.
5: ¿Lemas, chascarrillos, refranes, proverbios que más veces te hayas escuchado divulgar?
S Sylvester: No soy muy de refranes, tal vez porque siempre me han parecido un poco sabiduría de viejos, aun siendo un lector asiduo de Don Quijote: un libro pródigo en refranes. En cuanto a armar frases, es consecuencia de la relación con las palabras. El otro día me salió una frase en una carta, que te la hago llegar: “Había un tiempo en que para escribir poesía había que saber escribir poesía”.
6: ¿Qué obras artísticas te han —cabal, inequívocamente— estremecido? ¿Y ante cuáles has quedado, seguís quedando, en estado de perplejidad?
S Sylvester: De lo primero, es decir estremecimientos, ya hay poco. Esto me sucedió en mi juventud: por ejemplo, con César Vallejo, con Pablo Neruda o García Lorca.
En cuanto al asombro o la perplejidad, me ocurre bastante, a pesar de los kilómetros de lectura que tengo necesariamente a mis años: con T. S. Eliot, Carlos Drummond de Andrade, Borges, y muchos más.
El Quijote, Francisco de Quevedo o San Juan de la Cruz son perplejidades perpetuas.
7: ¿Tendrás por allí alguna situación irrisoria de la que hayas sido más o menos protagonista y que nos quieras contar?
S Sylvester: El ridículo, si se trata de eso, es algo que todos queremos evitar, sobre todo cuando es involuntario. No veo entonces la gracia de recordarlo. Por otra parte, el peor ridículo es el que uno desconoce de sí mismo; y de eso habría que preguntarle a otro, tratando de que no sea un enemigo.
8: ¿Qué te promueve la noción de “posteridad”?
S Sylvester: Me remite a la muerte, así que prefiero dejarla por ahora donde está.
9: “¿La rutina te aplasta?” ¿Qué rutinas te aplastan?
S Sylvester: Utilizo la rutina, y la aprovecho. A veces, hasta la necesito, incluso para romperla. Y es una paradoja, porque no he llevado una vida rutinaria, así que en realidad de lo que hablo es de obsesiones y de viejas manías, como estar siempre leyendo o tener a mano una libreta de notas.
10: ¿Para vos, “Un estilo perfecto es una limitación perfecta”, como sostuvo el escritor y periodista español Corpus Barga? Y siguió: “…un estilo es una manera y un amaneramiento”.
S Sylvester: Me gusta más lo de Stevenson, cuando dijo que el estilo consiste en que todas las palabras de una página miren en la misma dirección. En realidad, un estilo no se busca: se lo encuentra, y en general, no es deliberado. Es la recurrencia de ciertos giros, de palabras, de manías, y es finalmente lo que hace que exista, por ejemplo, lo kafkiano, lo borgeano o lo cervantino (o mejor, lo quijotesco). Un estilo fuerte y reconocible es propio de un gran escritor. Corpus Barga confunde estilo con manierismo.
11: ¿Qué sucesos te producen mayor indignación? ¿Cuáles te despiertan algún grado de violencia? ¿Y cuáles te hartan instantáneamente?
S Sylvester: Indignación me producen muchas cosas: la violencia, la injusticia, las dictaduras, las desmesuras del poder, tanto en lo público como en lo privado. Pero quisiera mencionar algo de mucha actualidad, que no llega a la indignación lo que me produce, pero sí a un enojo mezclado con decepción: hablo de una vieja conocida nuestra, “la grieta”.
En Argentina no tienen prestigio los matices; incluso no es bien visto el que matiza. Esta limitación es empobrecedora, y produce algo peor: nos deja a merced de “los profesionales de la grieta”. Por supuesto, me refiero a la grieta política, que está poblada de mala fe, y que necesita de las dos orillas. Pero esto se repite en todas partes: literatura, futbol, etc.
Para mí, pensar es matizar, mientras que la idea maniquea de blanco o negro es la comodidad de las consignas, que eluden el pensamiento por cuenta propia, y que me tienen harto. En la vida en democracia tendría que ser obligatorio pensar y por lo tanto matizar, porque es lo que permite llegar a consensos, y sólo con consensos se desarrolla una sociedad. Pero estamos empeñados en no hacerlo, para beneficio de los que viven de la grieta, que están en todos los oficios, y que abundan en política, periodismo, entre los intelectuales y los opinólogos. Con el añadido de que en la grieta todos terminan pareciéndose a lo mismo que critican. No tengo un sentido angélico o ingenuo de la política ni de la vida, ya no tengo edad para eso, ni, por supuesto, propongo que seamos equidistantes: hablo de queprefiero los argumentos a las consignas y a los tópicos, el debate al discurso único; y esto no suele suceder en nuestro país.
12: ¿Qué postal (o postales) de tu niñez o de tu adolescencia compartirías con nosotros?
S Sylvester: Mi niñez feliz transcurrió en Salta, en una casa con patios. Menciono los patios porque es algo que ha desaparecido de la arquitectura actual. Gran parte de mi felicidad estuvo en esos patios con canteros y macetas, con el olor del agua y de la tierra cuando los regaban por la tarde. Y el toldo y las parras aplacando el solazo de las siestas del verano.
De mi adolescencia recuerdo que fue tan complicada como la de cualquier otro, contando con la protección relativa en la que transcurrió la mía. Salta era por entonces, aunque no lo sabíamos, una ciudad chica, penetrada por el campo. Los carros y los coches a caballo circulaban por el centro de la ciudad, y también llegaban las vendedoras de quesillos y tamales, a caballo y con las árganas cargadas. Y ya ves, de eso no ha quedado ni la palabra árgana.
13: ¿En los universos de qué artistas te agradaría perderte (o encontrarte)? O bien, ¿a qué artistas hubieras elegido o elegirías para que te incluyeran en cuáles de sus obras como personaje o de algún otro modo?
S Sylvester: La verdad es que no lo sé. Pero para elegir, preferiría algo muy distinto a lo que conozco como, por ejemplo, haber peleado en la Guerra de Troya y haber acompañado a Ulises en su viaje. No estaría mal ser personaje de Homero, pero preferiría que los dioses no me cayeran en cuenta: eso era peligroso.
14: El silencio, la gravitación de los gestos, la oscuridad, las sorpresas, la desolación, el fervor, la intemperancia: ¿cómo te resultan? ¿Cómo recompondrías lo antes mencionado con algún criterio, orientación o sentido?
S Sylvester: De esa enumeración, lo que necesito de verdad es el silencio. No sólo cuando escribo, que finalmente puedo hacerlo en un café, sino simplemente para estar; el ruido me irrita, como me irritan un poco hasta las palabras demasiado sonoras. Con el resto de las cosas pongo un “depende”: la oscuridad no me molesta de noche, pero sí de día; las sorpresas no me molestan si son buenas; el fervor si no es excesivo, lo mismo que la gestualidad. Intemperancia y desasosiego no me gustan nada y creo que no tienen el afecto de nadie.
15: ¿A qué artistas en cuya obra prime el sarcasmo, la mordacidad, el ingenio, la acrimonia, la sorna, la causticidad… destacarías?
S Sylvester: Entre los que no han sido amigos míos, a Quevedo, a Miguel de Cervantes en el Quijote. Entre los que han sido mis amigos, podría ser Joaquín Giannuzzi. Les aparece de pronto un punto irónico, que a veces puede llegar al sarcasmo, y que me parece propicio para el viejo latinazgo: “ridendo castigat mores” (“riendo, enmendar las costumbres”).
En otro tono, deliberadamente humorístico, recuerdo las dos ‘Antologías apócrifas’ de Conrado Nalé Roxlo, que son un prodigio de “saber hacer”: impecables imitaciones de estilos, con un humor insuperable.
16: ¿Qué apreciaciones no apreciás? ¿Qué imprecisiones preferís?…
S Sylvester: No aprecio, en poesía, lo confesional, el poeta que cuenta dónde y cuánto le duele; el abuso trivial de la primera persona del singular. En cuanto a las imprecisiones, me gustan cuando significan algo.
17: ¿Viste que uno en ciertos casos quiere a personas que no valora o valora poco, y que en otros casos valora a personas que no quiere? ¿Esto te perturba, te entristece? ¿Cómo “lo resolvés”?
S Sylvester: Tuve que resolverlo cuando hice alguna antología de la poesía del Norte: y lo he resuelto siendo honesto. Me resultó muy comprometido por ser yo del Norte: tuve que incluir a un par de poetas que no me quieren, ni yo los quiero; y a la vez tuve que dejar fuera a algunos amigos. Ahí no valían ni el amiguismo ni el enemiguismo, sino que tenía que opinar sin cargas emocionales. Es un problema serio, pero de problemas se nutre todo, así que corresponde encararlos lo mejor posible. Sé que me pude equivocar, no soy infalible, pero he usado mi criterio, que es el único que tengo.
18: ¿El mundo fue, es y será una porquería, como aproximadamente así lo afirmara Enrique Santos Discépolo en su tango “Cambalache”?
S Sylvester: No lo creo. Ese tango es buenísimo, pero no creo en su filosofía. Puede sonar a paradoja, pero no lo es tanto. En general, no creo en una cierta filosofía callejera que propaga el tango, que la identifico como “el prestigio del fracaso”. Por ejemplo, “primero hay que saber sufrir, después amar, después partir y al fin andar sin pensamiento”: me parece una secuencia atroz. Ese “andar sin pensamiento” lo identifico con el infierno: algo a resolver, pero no a imitar ni a proponer como un proyecto, como lo hace el tango. Y sin embargo “Naranjo en flor” es un tango que me gusta. Son los escalones que separan a la estética de la vida: no son la misma cosa.
19: Por la fidelidad y entrega a una causa o proyecto, ¿qué personas (de todos los tiempos y de todos los ámbitos) te asombran?
S Sylvester: Hay tres momentos de la humanidad que me parecen ejemplares, a pesar de sus contradicciones: el siglo de Pericles, el Renacimiento y la Ilustración. En esos períodos hubo gente como Sófocles, Leonardo o Voltaire, entre muchos otros, que hicieron que la vida, y sobre todo las expectativas, sean mejores que como las recibieron. Doy esos nombres en representación de muchos.
20: ¿Qué te hace “reír a mandíbula batiente”?
S Sylvester: Algunas bromas al estilo de Chaplin. Pero en realidad mi risa, que existe y mucho, no es muy batiente.
21: ¿Cómo afrontás lo que sea que te produzca suponerte o advertirte, en algunos aspectos o metas, lejos de lo que para vos constituya un ideal?
S Sylvester: Esa pregunta describe bastante la vida. Tener un ideal es común; y sentir que no se lo alcanza, también. Como poeta, para hablar de lo visible, uno tiene la esperanza de ser de lo mejor, y la realidad no nos dice siempre lo que queremos. No estoy exponiendo una falsa modestia, que suele ser más falsa que modesta, sino considerando lo que creo de mí y de lo que he podido ser.
22: El amor, la contemplación, el dinero, la religión, la política… ¿Cómo te has ido relacionando con esos tópicos?
S Sylvester: Soy y al parecer he sido, por temperamento y convicción, bastante realista. Por eso mismo, he tenido momentos a favor y momentos con el viento en contra. Brevemente, en amor me fue bastante bien; en contemplación también, aunque sin exagerar; en dinero ni me ha faltado ni me ha sobrado, con lo que estoy hablando de mi buena suerte; en religión comencé siendo un católico muy creyente y fui derivando hasta mi actual descreimiento; y en cuanto a la política, tengo una relación de opinante sin partido. Es curioso, esto me pasa en Argentina, porque en mis largos años en Madrid me sentí muy cómodo e identificado con el PSOE y trabajé como abogado en la UGT, el sindicato del partido socialista. Al volver a Argentina, no pude encontrar un partido como el PSOE, así que soy un socialista sin partido. Tal vez no sea cómodo, pero es consecuencia de lo que expuse un poco antes: de mi intención de pensar por cuenta propia y de no dejar a otro mi responsabilidad de analizar.
23: ¿A qué obras artísticas —espectáculos coreográficos, films, esculturas, música, pinturas, literatura, propuestas teatrales o arquitectónicas, etc.— calificarías de “insufribles”?
S Sylvester: Muchas cosas son insufribles, en todos esos terrenos. Por ejemplo, la poesía catártica, además de que oculta un abuso del yo, termina en puro narcisismo. Pero tampoco me ensaño, con no usarla me conformo.
24: ¿Qué calle, qué recorrido de calles, qué pequeña zona transitada en tu infancia o en tu adolescencia recordás con mayor nostalgia o cariño, y por qué?…
S Sylvester: Son muchas las calles a las que me gustaría volver, situadas en varias ciudades, y a las que quizás alguna vez vuelva. Pero hay unas a las que ya no será posible: las calles de una Salta que existió y que ha desaparecido. Aclaro que no es nostalgia, con su etimología peligrosa de regreso doloroso, sino más bien simple remembranza. De cuando el tamaño de la ciudad la hacía transitable a pie, y en poco más de media hora estábamos en el río; de cuando terminaba la ciudad y empezaba el campo, sin esa zona terrible que ha crecido en todas las ciudades, de viviendas precarias y carentes de todo. Y, en fin, de cuando tenía toda la vida por delante, que es seguramente la clave de cualquier remembranza. También digo, a cambio de eso, que Salta ha crecido bastante bien, me gusta caminar por la ciudad actual, llena de energía y variada, a tono con la época.
25: ¿Cómo reordenarías esta serie?: “La visión, el bosque, la ceremonia, las miniaturas, la ciudad, la danza, el sacrificio, el sufrimiento, la lengua, el pensamiento, la autenticidad, la muerte, el azar, el desajuste”. Digamos que un reordenamiento, o dos. Y hasta podrías intentar, por ejemplo, una microficción.
S Sylvester: Lo que haría, y es lo que hago con mucha frecuencia, no es una microficción que nunca he practicado, al menos conscientemente, sino acudir con todas esas palabras a un diccionario etimológico. Ahí sí que se esconde una cantidad enorme de relatos apasionantes, que acompañaron a la humanidad en nada menos que en su construcción social.
26: “Donde mueren las palabras” es el título de un filme de 1946, dirigido por Hugo Fregonese y protagonizado por Enrique Muiño. ¿Dónde mueren las palabras?…
S Sylvester: De las palabras puede decirse todo, hasta que mueren. Y entre otras cosas, hay que decirlo con palabras. La paradoja es que para saber que una palabra ha muerto hay que usarla, si no, no hay manera de saberlo. La palabra péñola ¿la damos por muerta? Mientras siga en el Quijote seguirá mandando alguna señal.
El hecho de que no la usemos no es más que un hecho, no una ceremonia fúnebre. En todo caso, lo que sí es cierto, es que hay cosas que, para decirlas, no se encuentran palabras. Hay otros lenguajes, sin palabras, que son tan válidos como las palabras; y a veces más. Pero un cementerio de palabras, que seguramente existe en cualquier idioma, es siempre provisorio, hay que saber que todas mantienen por las dudas un ojo abierto.
27: ¿Podés disfrutar de obras de artistas con los que te adviertas en las antípodas ideológicas? ¿Pudiste en alguna época y ya no?
S Sylvester: He podido y puedo. Siempre he separado ideología de resultado artístico. Nos pasó famosamente con Borges, con quien estar en desacuerdo era inevitable. Durante un tiempo no querían leerlo ni algunos sectores de la izquierda, ni la derecha nacionalista, ni el peronismo en general, y cuando lo leían era para demolerlo. Con el tiempo se pusieron las cosas en su sitio, para beneficio de todos.
Ahora pasa algo parecido con Mario Vargas Llosa, sectores de la izquierda no quieren leerlo por sus declaraciones políticas. Yo reconozco que me fastidia, por ejemplo, su deslumbramiento por las multinacionales, ¿pero no voy a leer por eso “Conversación en La Catedral”, o “La orgía perpetua” sobre “Madame Bovary” de Flaubert, o “La fiesta del chivo”, una novela extraordinaria que es una denuncia brutal contra las dictaduras latinoamericanas?
Y desde la otra orilla, puede pasar con Neruda: tiene poemas de alabanza a Stalin o al “ángel de Comité Central”; ¿y en consecuencia no habría que leerlo?
¿O no vamos a leer “Viaje al fin de la noche” porque Céline era nazi?
Sobre esto, se podría hacer una larga lista, empezando por Virgilio, que pertenecía al grupo más próximo de Augusto, y que escribió el primer libro de encargo para mayor gloria del emperador y del Imperio Romano. ¿Habría que no leer por eso “La Eneida”?
Uno puede decidir, con todo derecho, no leer a un escritor; pero me parece una equivocación que la causa sea ideológica. Son autolimitaciones con las que no estoy de acuerdo, y que son consecuencia, no de una ideología, sino de su distorsión. Si una ideología nos limita la inteligencia, quiere decir que estamos usando mal las dos cosas: la ideología y la inteligencia.
28: ¿Cómo te cae, cómo procesás la decepción (o lo que corresponda) que te infiere la persona que te promete algo que a vos te interesa —y hasta podría ser que no lo hubieras solicitado—, y luego no sólo no cumple, sino que jamás alude a la promesa?
S Sylvester: La verdad es que, sin ponerme en sarcástico, ya me he acostumbrado. Esa es una conducta que es imposible no conocer si se ha vivido mucho. Hay una excusa frecuente, que unas veces es tácita y otras enunciada de muchas maneras, que podría sintetizarse así: “Disculpame, necesité hacerlo”. Es el principio de necesidad aplicado a alguna fallada.
29: No concerniendo al área de lo artístico, ¿a quiénes admirás?
S Sylvester: A muchos. Galileo, Darwin. Montaigne, Mandela, Alberdi, Sarmiento, gente que ha tenido la tozudez y la capacidad para enfrentarse, por las mejores razones, con los sólidos muros del prejuicio y la ignorancia.
30: ¿Tus pasiones te pertenecen o sos de tus pasiones? Pasiones y entusiasmos. ¿Dirías que has ido consiguiendo, en general, distinguirlos y entregarte a ellos acorde a la gravitación?
S Sylvester: No sé por qué, el uso de la “pasión” (que suele ir entre signos de admiración, se vean o no), ha derivado en cierta justificación de la teatralidad de uno mismo, y me resulta un poco molesto. Las pasiones existen, por supuesto, pero hablar de ellas me suena a bolero. Sin las pasiones faltaría un condimento importante; es imprescindible que existan, pero me parece bien combinarlas con algunos valores antiguos, como la discreción, cierto pudor para mostrarse, disimular al narcisista que todos llevamos puesto. Creo y mucho en el entusiasmo, que me fomento; y descreo de la gestualidad, que me molesta bastante: suelen servir para la auto exaltación.
31: ¿Qué artistas estimás que han sido alabados desmesuradamente?
S Sylvester: Muchos, y sin embargo no me molesta la sobrevaloración de un artista sino lo contrario: el olvido; sobre todo si es programático y rencoroso, como pasa muchas veces.
32: ¿Acordarías, o algo así, con que es, efectivamente, “El amor, asimétrico por naturaleza”, tal como leemos en el poema “Cielito lindo” de Luisa Futoransky?
S Sylvester: Por suerte, no. Existe el simétrico, y me tocó conocerlo.
33: ¿El amanecer, la franca mañana, el mediodía, la hora de la siesta, el crepúsculo vespertino, la noche plena o la madrugada?
S Sylvester: Mejor la tarde que la mañana. Por la mañana suelo estar ficticiamente lúcido; por la tarde mejoro. Y como dijo Hemingway (siempre un poco fanfarrón, pero esta vez decía una verdad), la noche es otra cosa.
34: ¿Qué dos o tres o cuatro “reuniones cumbres” integradas por artistas de todos los tiempos y de todas las artes nos propondrías?
S Sylvester: Si es de todos los tiempos, que por lo menos no falten Homero, Platón, Kafka, Borges, Flaubert, y varios más. El problema que veo es que yo no estaría ahí ni sirviendo las copas, así que no podría ni hacer la crónica.
Y es posible que una reunión como esa termine en fracaso. Hay un precedente que viene al caso. Un matrimonio de ingleses reunió a comer en un hotel de París a Pablo Picasso, Ígor Stravinski, Marcel Proust y James Joyce. Proust llegaba del teatro y comentó que había estado oyendo a Beethoven; Stravinski le contestó que no soportaba a Beethoven; y cuando Proust aclaró que se trataba de los cuartetos, Stravinski respondió que eso era lo que más odiaba de Beethoven. Joyce se dedicó al pernod y no dijo ni una palabra, y Picasso comió rápido y se fue. Y así fue esa cena inolvidable para los que la propiciaron, pagaron y luego contaron. Egos demasiado grandes para una sola cena.
35: Seas o no ajedrecista: ¿qué partida estás jugando ahora?…
S Sylvester: Acabo de leer en una carta de Raymond Chandler, que el ajedrez era para él el más grande desperdicio de inteligencia después de la publicidad. Creo que exagera, pero la verdad es que soy muy poco ajedrecista. Hablo sobre todo de lo simbólico: soy muy poco estratega, así que no sé cuál es mi partida actual, salvo salir vivo y más o menos bien de la pandemia.
* Cuestionario respondido a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Santiago Sylvester y Rolando Revagliatti, julio 2020.
Fuente: Revista El Tranvía
Enlaces: Santiago Sylvester | Rolando Revagliatti
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