Recuerdos de madre, otra vez
a la mañana cuando mi cabeza está pesada de noche y cobija
y murciélagos y de las letras haciendo su striptease detrás de mis ojos cerrados
me lleno de ti, tus ojos entre tigre y avellana danzan frente a mí
y estarás allí todo el día un fragmento del otro mundo
dentro de mí como vive nuestra casa dentro de mí esa otra familia
tan real como una lluvia en un país diferente tan real como un caballo
de un siglo diferente porque aún estamos allí no es así madre
volteando las fichas de Rummikub, dejando hervir el café turco
otra vez antes de verter la espesa infusión oscura en la porcelana.
Qué hace la memoria sino doblarse sobre sí misma — ella también
como una sombra oblicua interrumpida al mediodía en una calle veraniega.
algunos ven auras, mis dones son más modestos: yo huelo tu aroma
como un perro huele la carne asada del festín de un vecino
bajo una carpa en el cul-de-sac a la vuelta de la esquina donde las casas
cuestan más porque hay un jardín y una vista de flores.
Siempre decías sigue la tierra y el agua,
cuando estábamos en la cama mirando y mirando la caja boba,
esa fluorescente maravilla de suspiros y sonidos,
tu cabello color miel recién arreglado firme al contacto cuando mi cara
rozaba sus bordes accidentalmente. La tierra a principios de abril
está llena de flores de cerezo. Mi hija anhela
conocerte. Qué haces le pregunto cuando ella
apoya su mejilla fría contra mi corazón. Escucho
la voz de tu madre, me dice, como si fuera obvio
El tiempo de mi padre
Trato de hallar el tiempo de mi padre
dentro de mí. Es difícil.
Su tiempo era Encantado. Un tiempo
de sueño que él conjuraba con sus manos.
Mi padre casi murió allí.
Lo salvó buena gente.
Lo salvó un bote. Heces al costado
del bote, según un testigo ocular.
Lo salvaron cebollas crudas.
Mi padre reía mucho.
Los relojes de nuestra casa
que recogía como niños perdidos
repican y cantan y suenan
y hacen cucú a toda hora.
¿Sabes? Él vive realmente
en el No-Tiempo. Cuando tenía hambre,
comía. ¡Media hogaza de pan italiano
en el camino a casa desde el trabajo!
“Cariño, no tendrás hambre
para cenar”, decía mamá.
Pero él comía la sopa
de hongos, el colirrábano ligeramente salado.
Pedía más. Pedía postre.
“Noch vas?” preguntaba, un tono inocente en su voz.
Para mí, el tiempo encarcela.
Estrecho y estrechándose. Yo estoy buscando
el tiempo de mi padre, los domingos
reunidos en la mesa interminable llena de pasteles
y café turco hecho en la vieja cafetera
que mamá trajo de Israel.
El tiempo me pesa.
¿Qué tiempo es este?
La muerte se saltó una generación.
Él, tan luminoso, yo, tan oscura,
él claridad mezclada con oscuridad humana,
yo oscuridad mezclada con la luz de papá.
Lupa, resortes, mecanismo, balanza.
Regular como un reloj. Se levantaba a las 6. Ducha
y una taza de café liviano y dulce.
Se iba al trabajo. Volvía y se lavaba las manos,
mucho jabón en el lavabo, arriba.
Sus manos elegantes salpicando
notas de gracias bajo el grifo.
Siempre lo mismo, sin aburrirse.
Un hombre de rutinas. ¿Adónde irá
cuando yo muera? Se volverá una foto
sin nombre en un álbum? ¿Quién es ése?
Un hombre que por poco fue asesinado
en un tiempo en que un millón y medio de niños
fueron asesinados. “Por qué escribes
sobre esas cosas tan oscuras, Leeza,
come un chocolate,
haz un pastel, suéltate,
escucha un poco de Louis Armstrong.
Escucha el sonido tan hermoso
que puede crear tocando su trompeta”.
Papá cierra sus ojos marrón claro
y escucha el sonido
que hace Louis con su trompeta,
y el tiempo se mece embelesado
sobre su cabeza. Dentro de mí
el tiempo fuera de la cuna
hace tic-tac
interminablemente
Yo voy a morir
lejos de donde vengo.
Su tiempo, sí, está
dentro de mí.
Pero es difícil.