Viajero del espacio (fragmentos)
¿Por qué un hombre gasta
siete años en apartarse tanto como pueda?
Así hacen todas
las cosas del cosmos: escapan
las lunas los planetas aun
los sistemas solares
fugan hasta sentir
El tirón de un campo gravitatorio ancla
invisible
cordón
umbilical
Son pocos los cadetes que consiguen
su matrícula espacial.
Deben mostrar
visión perfecta (20 de 20) dos ojos
absoluta
mente simétricos idénticos gemelos con la curvatura adecuada la exacta
viscosidad del cristalino. Él
quiso especializarse en caminata lunar
aprender a andar de nuevo
bajo otra fuerza. Una fuerza menor.
La de la luna. O Mercurio.
La luz resbala.
Un astronauta y un suicida se parecen.
En el centro de control registran
cada uno de nuestros movimientos
las cámaras son ojos suspendidos
de un pequeño y delgado tallo que los une
a un pie giratorio la mínima expresión de un cuerpo: el ojo.
Una flor-ojo.
Mirá sus párpados radiados, la pupila azul.
No hay
punto ciego. Abajo
en una oficina una mujer
con camisa beige ceñida por dentro
del pantalón, corbata, lentes
gabardina una taza humeante.
Hace guardia con café. Contratada
para mirarnos en el monitor.
Granos llenos de pus. Espinillas.
¿Se distrae? ¿Lee?
A veces sueño que rompe el silencio
abre el micrófono nos dice:
―Buen día, John ―Su voz es
una cebolla silbando en aceite hirviente
la credencial en su pecho, sujeta con alfiler ¿qué dice?
“Megan”
Hubo una época en la que no cargaba
dolor. Un hombre libre
de dolor. Las personas son
lo que les sobra o les falta.
Tal vez si flotamos
suficientemente lejos
en el éter
la carga se hará tenue como le ocurre
al campo gravitacional.
Algo que pierde intensidad hasta soltarse
de sí mismo.
Vamos, Megan.
Prendé el micrófono.
Susurrame.
Jalame con tu voz
de cebolla que se fríe.
Prendé el micrófono. Tiranos
un cable un salvavidas
polvo sobre el etéreo tobogán de plata.
¿Qué te cuesta?
Salvarnos, en verdad, no es tan difícil.
Ojos en flor nos siguen a todas partes. Son
insoportables.
Cada movimiento cada signo vital y emisión que hacemos
se registra. Lejos de la Tierra somos
lo poco que queda por copiar.
Emitimos: calor gas
heces palabras.
Nos copian.
Megan abre el micrófono. Fritura.
Vamos, Megan. Animate.
¿Qué hay por perder?
Activa su cámara.
Nos miramos como lo harían dos tortugas.
Espejamos nuestros movimientos. Acercamos
un ojo a la lente.
Te explotaste los granos punzaste los puntos negros tu piel
está tersa. Quizás sea solo
que la imagen que llega a años luz se ve
pixelada. Los párpados caídos, no tenés labios
Hablás decís:
—¿Soy real?
Tu voz suena como una lata
de atún herida por un abrelatas. Femenina
aunque metálica.
Claro que sí.
en las bocas de los peces
La hora
Pasé el verano aprendiendo
a tirar la línea.
Hay que lograr que el cebo
se pose
suave
sin hacer ola. Probé
distintos ríos, veinte tipos
de carnada:
tres meses y ni un pez.
Esto es lo que hace el pescador de caña:
observa el mundo y trata de imitarlo.
Hace un recorte
de la naturaleza
y lo aumenta.
En la librería del pueblo vi
una Historia de la pesca con mosca
En ella se describía al lucio
como un pez “solitario,
valiente y melancólico”.
Había instrucciones para armar una línea
con pelo de caballo. El pelo
debe ser “redondo y limpio”,
sin asperezas.
Para atraer la trucha se usa
aceite anisado:
a la perca se la llama
con una pluma o un corcho.
La clave, sin embargo,
estaba en otro párrafo.
Las moscas Caddis pupan en pequeñas vainas
-cascarillas unidas a la roca del río-
y a la hora adecuada nadan
hacia la superficie y se paran
al sol
a secar las alas. Después
despegan, de a miles,
haciendo que la trucha se vuelva
audaz y lujuriosa.
Cuando el sol cae el río explota,
los insectos se posan sobre el agua
que hierve en las bocas de los peces.
Una junto a otro, la tanza y el pelo
redondo del caballo.
El buen sedal no tiene memoria:
su lance es limpio, puro.
cómo devolver un pez al agua
No alcanza con ser amable.
Las manos tienen que estar desnudas,
mojadas.
Se puede usar un copo engomado y sin nudos
(nunca un trapo o guantes de algodón).
La capa de limo
-que protege al pez de la enfermedad-
debe preservarse a toda costa.
Los dedos lejos
de las agallas y los ojos:
podrías ahogarlo o dejarlo ciego.
Las caídas son letales.
Apenas quince segundos afuera
escriben
lesiones irreversibles en su cerebro; a veces
la vejiga se rompe por el cambio de presión.
Ya exhausto,
al ejemplar se lo revive
de cara a la corriente: así.
El agua entra por la boca hacia las agallas.
Todo depende del pescador.
Las pupilas de la captura no cambian de tamaño.
La intención de la mosca
Hay que lograr que el cebo
se pose
suave
sin hacer ola.
Como en un Modigliani
montajes de distintos materiales transcriben
las dimensiones esenciales que el pez atiende.
En la Adams Parachute
insecto-símbolo de la pesca con mosca
la cola se fabrica
con plumas
de gallo marrón y bataraz;
dubbing de rata almizclera;
un mechón o el rabo de un ternero blanco
para las alas.
La línea de flotación baja imita
el movimiento
de ejemplares un poco hundidos
vulnerables
ninfas con el cuerpo partido
lisiadas
o agotadas o
nacidas muertas abatidas
por una imprevista
ondulación del agua.
Sinuoso el pez se acerca
a tomar la carnada:
a veces salta.
A veces el pez llega a la superficie y salta
arremete y vuela fuera del agua
un espectáculo incomparable.
Los aficionados debaten.
¿Qué ve la trucha?
La trucha ve el mundo desde abajo.
No distingue los colores.
“Un atractor es la intención de la mosca en el agua”.
Catch and release
Hablaba con otro pescador y salió el tema
del anzuelo sin rebaba.
El tipo se transformó y empezó a los gritos:
“¡la gran mentira
de la pesca con mosca! Todos
hablan pero nadie los usa.”
Me alejé en silencio.
Cuando el pez corta línea y huye
con el anzuelo clavado
debe llevarlo de por vida o esperar
que se oxide y desprenda solo.
El mejor trato para él es dejar de pescar.
Miren:
El pez escapa
la adrenalina
lo ha puesto pálido
desconcertado sigue,
anhela
que la herrumbre haga lo suyo.
La corriente suelta
rojas partículas
de óxido de hierro
y las lleva lejos.
Al anzuelo sin barba le dicen
“anzuelo sin muerte”.
Es fácil sacarlo
sin desgarrar la pesca,
o la ropa, o
la propia carne.
ALAN TALEVI (1980, Ciudad de Buenos Aires, Argentina)
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