Gabriel Pantoja

poesía argentina, composición la vaca





ESCRIBÍ, madre, sobre vacas.   
No te creas que es sobre vínculos  
reales que escribo, siempre es otra  
cosa que finge volverse vínculo lo  
que escribe, siempre es al revés  
de lo que uno piensa lo que pasa,  
y lo que pasa así no pasa, y lo  
pensado no es que lo piense uno  
y uno tampoco es la suma de 
uno, un vínculo no es entre dos 
elementos sino que casi naturalmente 
siempre hay tres, y se restan para 
chocar y continuar chocando esos 
tres levemente porque chocando 
se vinculan y chocando también 
se gastan y en el gasto hay 
comercio y comercio es circulación 
y circulación no siempre es vínculo. 
No sé a cuánto está el pan y la 
leche porque me he quedado 
hablando, madre, con el kiosquero 
y hablar no siempre requiere el saber 
sobre cantidad o peso de las cosas, 
hablar es también gastarse entre las 
cosas, pulir hasta achicar esa parte 
de uno que se quiere acabado en uno, 
desembocado en uno y no en tres, 
en dos, en los choques anteriores, 
en los residuos de los choques 
anteriores a los anteriores, en los 
olvidos del saber, en las marcas 
chisposas del olvido, en la pérdida 
de peso de la cosa consistente por 
la que ahora escribo, podría escribir 
así madre, toda la tarde, sobre vacas. 
Si vieras en sus ojos manchados 
de negro, de pronto una luz, azulísima 
como desde un fondo fulgura. 
comienzo de clases. Composición



Composición
(Línea argumental) 



Ese dedo dice: este es un dedo 
que señala: hacia aquel hombre 
pensando contra el 
árbol 
a metros de sí 
en la vaca, 
en la carnal mancha de la vaca metafísica, 
en la carnal mancha que tiene 
en el ojo 
la vaca 
metafísica. 
Pero ese dedo que dice 
no dice en verdad vaca sino ojo negro 
de la real metafísica. La real 
metafísica que lo tiene al hombre 
además, así: mirado por la profunda 
academia de la vaca. Lo tiene 
al hombre contra el árbol, de tal modo 
viendo el ombligo profundo que hace 
crecer de raíz la negritud vacuna 
de las cosas. 
Es un atardecer de otoño. 
Después ese dedo dice: ese 
no es un dedo sino éste y no 
dice necesariamente sino observa. 
Está observando este dedo: la brisa 
de los últimos días de marzo 
golpear un rostro. Y es leve 
el rostro 
en esa brisa de marzo atardecida. 
Ahora sí. Este dedo entonces 
muestra: en el profundo atardecer 
de otoño el árbol, el amplio pasto, la carnal negrura 
de lo profundo, el minúsculo viento 
formando un rostro que se borra, un rostro llevado 
ahora por el dedo 
profundo de la real negrura metafísica 
a la mancha. 
Es llevado hasta aquí, 
donde apenas si sabe de la fuerza 
que declina y quema 
el pasto de las cosas, 
el amplio pasto sobre cuyas láminas gastadas 
dibuja la vaca metafísica su carnal 
sombra 
extendida. 
Después dice: 
ese hombre recostado 
en el extenso pasto del otoño 
muestra 
ese decir que no llega a dedo ni a carne 
ni 

hueso, 
ese dedo que no llega 
sino a la real cadencia de la metafísica 
cuando hace materia al caer contra el pasto, 
cuando hace materia al caer, cuando hace 
peso contra el amarillo quemado 
de las cosas y del hombre, 
ese dedo no 
dice sino 
hiere. 
Entonces esta vaca que ha quebrado 
digo esta (monu)mental vaca otoñal que ha 
quebrado 
más bien el dedo metafísico del hombre 
ha apuntado una vez hasta mí 
apunta ahora mismo hasta 
mí 
que estoy a metros de todo esto 
mirando el hilo continuo de su sed 
que crece de mis órganos 
como un levísimo viento que mueve las formas 
de la mancha, un levísimo 
viento ondulándose 
sobre un espejo de agua. 


GABRIEL PANTOJA
(1978, Córdoba, Argentina)
De: "327 vacas", Barnacle, 2023
Imagen en Youtube

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