Poema incluido en la película I'm thinking of ending thing, (Pienso en el final) de Charlie Kaufman.
Perro de hueso
Volver a casa es horrible,
ya sea que los perros te lamen la cara o no.
Ya sea que tengas una esposa
o una soledad en forma de esposa esperando por ti.
Llegar a casa es terriblemente solitario,
tanto así que añoras con ternura aquella
opresiva presión barométrica
de donde acabas de volver,
porque todo es peor
una vez que estás en casa.
Piensas, con nostalgia,
en las alimañas que se aferran a los tallos de la hierba,
las largas horas de camino,
la asistencia en carretera, los helados
y las formas peculiares de ciertas nubes y silencios,
porque no querías volver.
Regresar a casa es
espantoso.
Y los silencios domésticos y sus nubes
hogareñas no contribuyen en nada
más que a todo el malestar.
Miras con sospecha las nubes como son,
hechas de una materia distinta
de aquellas que dejaste atrás.
Tú mismo estás cortado de una tela diferente,
turbia.
Devuelto,
repudiado,
mal recibido
por la luz de luna, infeliz de regresar,
holgado en todos los puntos equivocados,
como un traje lleno de costuras,
un trapo andrajoso de cocina, usado.
Llegas a casa
como a otro planeta, ajeno.
El tirón gravitacional de la Tierra,
un esfuerzo ahora redoblado,
suelta los cordones de tus zapatos
y hace que arrastres los hombros,
grabando aún más profunda la estrofa
de la angustia en tu frente.
Vuelves a casa hundido,
como un pozo sin agua ligado al mañana
por una frágil hebra de “qué más da”.
Suspiras frente a la avalancha de días idénticos,
bien podrían ser uno solo, y uno a la vez.
Bueno,
qué más da,
volviste.
El sol sube y baja
como una puta cansada,
el clima inmóvil
como un miembro roto mientras envejeces.
Todo permanece inmóvil,
menos las mareas cambiantes
de sal en tu cuerpo.
Tu visión se nubla,
llevas encima tu clima contigo;
una gran ballena azul,
una oscuridad hecha esqueleto.
Vuelves a casa
con visión de rayos X,
tus ojos convertidos en hambre.
Y así, regresas con tus dones
mutantes a una casa de hueso.
Todo lo que ves ahora, todo, es hueso.
Bonedog
Coming home is terrible
whether the dogs lick your face or not;
whether you have a wife
or just a wife-shaped loneliness waiting for you.
Coming home is terribly lonely,
so that you think
of the oppressive barometric pressure
back where you have just come from
with fondness,
because everything’s worse
once you’re home.
You think of the vermin
clinging to the grass stalks,
long hours on the road,
roadside assistance and ice creams,
and the peculiar shapes of
certain clouds and silences
with longing because you did not want to return.
Coming home is
just awful.
And the home-style silences and clouds
contribute to nothing
but the general malaise.
Clouds, such as they are,
are in fact suspect,
and made from a different material
than those you left behind.
You yourself were cut
from a different cloudy cloth,
returned,
remaindered,
ill-met by moonlight,
unhappy to be back,
slack in all the wrong spots,
seamy suit of clothes
dishrag-ratty, worn.
You return home
moon-landed, foreign;
the Earth’s gravitational pull
an effort now redoubled,
dragging your shoelaces loose
and your shoulders
etching deeper the stanza
of worry on your forehead.
You return home deepened,
a parched well linked to tomorrow
by a frail strand of…
Anyway…
You sigh into the onslaught of identical days.
One might as well, at a time…
Well…
Anyway…
You’re back.
The sun goes up and down
like a tired whore,
the weather immobile
like a broken limb
while you just keep getting older.
Nothing moves but
the shifting tides of salt in your body.
Your vision blears.
You carry your weather with you,
the big blue whale,
a skeletal darkness.
You come back
with X-ray vision.
Your eyes have become a hunger.
You come home with your mutant gifts
to a house of bone.
Everything you see now,
all of it:
bone.
EVA H.D (Eva Haralambidis-Doherty) Toronto, Canadá
De: "Rotten Perfect Mouth". Mansfield Press, 2015
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