Cala de Aiguafreda
Al fondo del acantilado se amontonan,
macizas y grumosas,
las rocas que han ido cayendo,
barridas sin llegar hasta el mar
que muge y humea y rompe más abajo.
Dentro de miles de años,
me dices desde lo alto del camino de ronda,
eso será todo arena.
Miramos el nicho del mar
y como si el punto de foco se ampliara
o de repente se trastocara todo,
empequeñecimos infinitesimales
y vimos casi por dentro las enormes rocas.
A pie de playa contemplábamos
el movimiento granular de la arena,
los fragmentos de patas y caparazones de crustáceos
y nos guarecimos en cualquiera de esos guijarros.
Al disminuir tocamos en la rugosidad del guijarro,
un muro del que la arenisca se desprende,
nuestro propio contorno.
Fallas y grietas del mineral acumulado, eso somos.
En el cielo empezaron a vislumbrarse
las pajas de las sombras y las vetas del gris.
Al respirar volvieron a aparecer los pinos,
el corte de la costa, el camino.