Jorge Aulicino en “El hombre con el codo en la ventana” a contrapelo de cierta poesía argentina contemporánea, para decir dos palabras emplea dos palabras. La simpleza nunca reproduce una sola cosa y la verdad como irrupción de algo intangible logra hallar su espacio en todo cuanto se puede ver y oír. La peripecia significativa es ardua materia; dicho con el doblez apacible del lenguaje natural: los muchachos del verano ya no imitan ni hurtan y hay ancianos que sólo plantan árboles o tienden al simbolismo (“sin contradicción con el lenguaje oficial, / que establecía una métrica, un ritmo, / y sobre todo un vocabulario según el cual / era preferible decir domicilio que casa, / residencia que hogar, cambio social en / vez de revolución (o siquiera revuelta”). Todos perdimos alguna parte de nuestras personas en un crepúsculo apacible o ante el silencio, que es el principio de todo, sugiere el autor (“Luz es lo que la gente necesita, luz y viento, eso solo / es la vida, efímera, circunstancial, hueca, / para que en ella soplen canciones y fantasmas”).
En esta dulce tierra de porveniristas y conversos, de poetas oficialistas y poetas consulares, siempre estamos hablando de la naturaleza, un territorio (una extensión limitada, un espacio, un segmento histórico): parcelas, proporciones, partes, civiles, uniformadas; y qué palabras serán las electas para dar cuenta de ello, el ritmo y la estrategia de los versos, confiar en las palabras, en la oscuridad de la vida o si se prefiere, la laboriosa concepción del uso del cuerpo, la percepción y el lenguaje a través de su finalidad más radical: zozobra y voluptuosidad (“¿Por qué corre hacia un origen que / no conoce, que no conoció, que no conocerá?”); y el pespunteado invisible de una trama incómoda: escribir es el arte de adivinar el pasado.
Jorge Aulicino en “El hombre con el codo en la ventana” a contrapelo de cierta poesía argentina contemporánea, para decir dos palabras emplea dos palabras. La simpleza nunca reproduce una sola cosa y la verdad como irrupción de algo intangible logra hallar su espacio en todo cuanto se puede ver y oír. La peripecia significativa es ardua materia; dicho con el doblez apacible del lenguaje natural: los muchachos del verano ya no imitan ni hurtan y hay ancianos que sólo plantan árboles o tienden al simbolismo (“sin contradicción con el lenguaje oficial, / que establecía una métrica, un ritmo, / y sobre todo un vocabulario según el cual / era preferible decir domicilio que casa, / residencia que hogar, cambio social en / vez de revolución (o siquiera revuelta”). Todos perdimos alguna parte de nuestras personas en un crepúsculo apacible o ante el silencio, que es el principio de todo, sugiere el autor (“Luz es lo que la gente necesita, luz y viento, eso solo / es la vida, efímera, circunstancial, hueca, / para que en ella soplen canciones y fantasmas”).
En esta dulce tierra de porveniristas y conversos, de poetas oficialistas y poetas consulares, siempre estamos hablando de la naturaleza, un territorio (una extensión limitada, un espacio, un segmento histórico): parcelas, proporciones, partes, civiles, uniformadas; y qué palabras serán las electas para dar cuenta de ello, el ritmo y la estrategia de los versos, confiar en las palabras, en la oscuridad de la vida o si se prefiere, la laboriosa concepción del uso del cuerpo, la percepción y el lenguaje a través de su finalidad más radical: zozobra y voluptuosidad (“¿Por qué corre hacia un origen que / no conoce, que no conoció, que no conocerá?”); y el pespunteado invisible de una trama incómoda: escribir es el arte de adivinar el pasado.
El hombre del codo en la ventana
Evocaba a Hölderlin:
‘Hay una oscura armonía en las cosas.’
En la sombra
Y se decía:
“La especie libra rencillas todo el tiempo,
Basta observar el tránsito vehicular,
Los rostros encendidos, los ojos ofuscados,
pero mira desde lo oscuro el estallido
de la vida”.
“De otra suerte, muere en uno,
y no tiene espacio para celebrarla.
Cara al sol mueren los fascistas,
los higos y las naranjas.”
Un segundo después el mundo caía
en un torbellino
de negocios subterráneos,
compras de votos, disputas estentóreas,
ruina de las familias.
meditaba acerca de la luz
De: "El hombre del codo en la ventana", Barnacle, 2025
Otros poemas de JORGE AULICINO, aquí
Imagen en Clarín
1 Comentarios
Certero y profundo... Gracias!
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