Alberto Cisnero: Tras el confort del sentido



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sólo estuvimos acá. se oían 
los mismos ruidos de siempre. 
el tiempo se llevaba consigo 
más tiempo, saberlo no varía 
nada, aunque nos rehusemos
a una operación comercial
con nosotros mismos, menos 
seguros al escribirlo, al volver 
a pensar en frases distantes 
que recordamos borrosamente.
y que también olvidamos.



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este no es otro recuerdo ufano,
pero eso fue entonces, todavía
presto en el libro viejo de nuestra 
cabeza, mientras se derruye 
el medio ambiente en tiempo real, 
y anotamos tal vez sí, tal vez no, 
lo que solemos captar tras el confort 
del sentido, ambos lados de la hoja: 
acudió a nuestros labios una línea, 
conciliamos un argumento impar
y comenzó oficialmente nuestro 
romance; dulces y alegres cuando 
los astros querían.



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y ese sería nuestro porvenir:
sin contrato social, sin deponer
las armas y menos aún firmar 
la paz; otra generación proscrita 
e ilegal, hambreada, una bolsa 
llena de huesos en la papeleta
junto a dos o tres barranca yaco 
en la mente. y garrafas, pozos 
ciegos, agua de bomba. vulgo 
vil. leímos: fin de la revolución, 
principio del orden y profusas
rúbricas al pie; anticipaciones 
aprensivas. si pisamos mierda, 
nos persignamos.



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nunca te llamé para preguntar
cómo estabas, citarnos o sólo 
por mero pasatiempo nocturno 
desde una cabina del teléfono 
público. ese género literario 
hubiese implicado espera, dinero, 
cráteres y rocas sobre la cabeza 
y habernos conocido entonces. 
¿cuándo tuvimos un artefacto 
en la casa? ya promediando 
el año cuatro del siglo. el silencio 
revela y define. las muertes 
llegaban en papel de carta. 
del interior. de los confines 
oriundos. con retraso. sumando 
más distancia a la sucesión 
de piedras sepulcrales. eran 
las únicas noticias del frente. 
hablar no es gratis. recordémonos 
siempre y adiós.



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Vera trajo el jazmín en un vaso 
con agua. este año la planta solo 
dio una flor, tenemos a nuestra 
vista lo que en ella hay: la luz
de la luna, un llamado que conforta
del mundo y sus convenientes 
menudeos; no es preciso identificar 
al autor de ese signo perfumado
que sin necesidad de alfabeto
en un rincón de la ciudad 
nos cuenta nuestra propia historia, 
nos contempla al fin.



 
Poeta Alberto Cisnero de frente a la cámara, sonriendo. Tiene el pelo rizado y viste una camiseta negra.
De: "Clase 75", Barnacle, 2025
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En el tramo presente de su prolífica obra Cisnero se aboca al recuerdo. Un trazo grueso une, en los planos de su memoria, una de las etapas más dolorosas del país —la Argentina— y la parte escarpada y trabajosa, no pocas veces sufriente, de la edad humana. “Clase 75” significa “estoy casi en los cincuenta y soy este producto de ellos”. Cada alusión se superpone a las otras, y ninguna es redundante. El íntimo plano, junto con el político, el social, el metafísico, se incrementan en un roce continuo en esta lengua áspera, precisa, material y sin embargo flexible hasta casi vaporizarse. Cisnero detiene el vértigo increíble de la cuarta parte final del siglo anterior y el comienzo del milenio, cuando la historia enterró de apuro cuerpos e ideas y estalló en una aceleración con olor a fuego. Así, desde las primeras líneas de este poemario, la literatura —lo que decir se puede— aparece en un concreto paisaje (“el viento mecería achiras / sobre la margen del asfalto, / restos de caucho, tizne”). La épica es aludida como un discurso derrotado: “¿mantuvimos las apariencias / tras los elementos figurativos / del lenguaje para con la derrota / librarnos de la derrota?”.Tiene apariencia de almanaque, de borrador, aunque con estrofas rectangulares la misma se recupera, y es ella la de una noticia hilvanada en la locura del hogar y los piquetes: locura de sobrevivir a ese margen que devora la historia desde implacables pantallas y hechos dinámicos, brillantes, sonoros y confusos. Un hito será este libro como eje de un tiempo socialmente marginal y políticamente medular.

Jorge Aulicino


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