La granada
La única leyenda que me ha gustado es
la historia de una hija perdida en el infierno.
Y allí encontrada y rescatada.
Amor y chantaje son la clave de esta historia.
Ceres y Perséfone los nombres.
Y lo mejor de la leyenda es
que puedo aplicarla a cualquier cosa. Y la aplico.
La leí por vez primera
cuando era niña en el exilio de
una ciudad con nieblas y extrañas consonantes,
y al principio yo era
una niña expatriada en el crujiente crepúsculo
del mundo subterráneo donde las estrellas se anublaban. Después
una noche de verano salí
a buscar a mi hija para meterla en la cama.
Cuando por fin llegó corriendo, yo estaba dispuesta
a hacer cualquier cosa para conservarla.
La llevé conmigo a través de las campanillas
y las avispas y las almibaradas buddleias.
Pero entonces yo era Ceres y sabía
que, en aquel camino, a cada hoja de cada árbol
le llegaría el invierno.
Que era ineludible para cuantos por él pasáramos.
Y también para mí.
Es invierno
y están ocultas las estrellas.
Subo las escaleras y me paro donde puedo ver
a mi hija dormida junto a sus tebeos,
su bote de Coca, su plato de fruta intacta.
¡La granada! ¿Cómo pude olvidarla?
Habría podido regresar a casa y ponerse a salvo y así
terminar la historia y toda nuestra
descorazonadora búsqueda, pero extendió su mano
y tomó una granada.
Alargó su mano y arrancó
el sonido francés de manzana y
el ruido de una piedra y la prueba
de que incluso en el reino de la muerte,
en el corazón de la leyenda, en medio
de las rocas llenas de lágrimas no derramadas
dispuestas a transformarse en diamantes
cuando alguien contara su historia, una niña puede
sentir hambre. Podría prevenirla. Todavía queda una
oportunidad.
La lluvia es fría. El camino agrisado.
El barrio tiene coches y televisión por cable.
Las veladas estrellas vacilan sobre el suelo.
Es otro mundo. Pero ¿qué otra cosa
puede dar una madre a su hija sino
estas hermosas rendijas de tiempo?
Si retraso la pena disminuyo la ofrenda.
Suya será la leyenda como lo fue mía
Entrará en ella como lo hice yo.
Despertará. Tomará en su mano
la acartonada, enrojecida cáscara.
La acercará a sus labios. Y yo no diré nada.
The pomegranate
The only legend I have ever loved is
the story of a daughter lost in hell.
And found and rescued there.
Love and blackmail are the gist of it.
Ceres and Persephone the names.
And the best thing about the legend is
I can enter it anywhere. And have.
As a child in exile in
a city of fogs and strange consonants,
I read it first and at first I was
an exiled child in the crackling dusk of
the underworld, the stars blighted. Later
I walked out in a summer twilight
searching for my daughter at bed-time.
When she came running I was ready
to make any bargain to keep her.
I carried her back past whitebeams
and wasps and honey-scented buddleias.
But I was Ceres then and I knew
winter was in store for every leaf
on every tree on that road.
Was inescapable for each one we passed.
And for me.
It is winter
and the stars are hidden.
I climb the stairs and stand where I can see
my child asleep beside her teen magazines,
her can of Coke, her plate of uncut fruit.
The pomegranate! How did I forget it?
She could have come home and been safe
and ended the story and all
our heart-broken searching but she reached
out a hand and plucked a pomegranate.
She put out her hand and pulled down
the French sound for apple and
the noise of stone and the proof
that even in the place of death,
at the heart of legend, in the midst
of rocks full of unshed tears
ready to be diamonds by the time
the story was told, a child can be
hungry. I could warn her. There is still a chance.
The rain is cold. The road is flint-coloured.
The suburb has cars and cable television.
The veiled stars are above ground.
It is another world. But what else
can a mother give her daughter but such
beautiful rifts in time?
If I defer the grief I will diminish the gift.
The legend will be hers as well as mine.
She will enter it. As I have.
She will wake up. She will hold
the papery flushed skin in her hand.
And to her lips. I will say nothing.
EAVAN BOLAND (1944 / 2020, Dublin, Irlanda)
Traducción: Pilar SalamancaFuente: Tuerto Rey
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