La chica ya no está en el bar La Paz, no escribe junto a la ventana que da a la calle, no fuma sus cigarritos que saca de una tabaquera con brillo, ya no atraviesa Corrientes sin fijarse en los semáforos, dice cosas incorrectas en momentos incorrectos. No consigue trabajo, vive en pensiones, se enamora del hombre equivocado sin embargo huye con él, se casa de manera clandestina. Milita, reparte revistas en momentos más que difíciles, trabaja como secretaria en la SADE, es asistente de una gran cantante argentina, es una de las poetas que este país puso debajo de la alfombra con cierta incomodidad, algo generó su obra, por eso es necesario quebrar ese silencio y abrirse a su poesía. Leonor García Hernando nació en Buenos Aires en 1955, pero su época más feliz fue en Tucumán. Y le gustaba decir que su nacimiento fue un accidente de la historia. Su poesía corta por la mitad al lector, es un tatuaje a fondo, no se ve a simple vista. “La belleza ocupó todo su corazón” y por donde quiera que se mire su poética es una sombra que da luz, un esbozo narrativo incontenible como si las palabras huyeran a su origen. En la mesa del bar La Paz estaba siempre El cementerio marino de Valery, los libros de London y Baudelaire, siempre, subrayados y, por sobre todo, Los niños terribles de Jean Cocteau. Siempre atenta a lo nuevo que traían los clásicos, desembozada para vivir y escribir, falleció a los 46 años, un 31 de marzo de 2001.
Ninguna obra se hace de hoy para mañana, pero, sus libros arrancan de cuajo una tradición para crear un imaginario en erupción. “La lujuria de esta luz blanca de los faros errando en un pavimento desolado”. Leonor avanza por la Avenida, come en Los Muchachos con Mirta Satz y Horacio el mozo de siempre dibuja una cuenta más cercana al arte que a las cifras. Coordina el Taller Literario Mario Jorge De Lellis entre 1974 y 1977, vende aros en el antiguo Consejo Deliberante, la platea se viene abajo al escuchar sus poemas en la obra Los poetas de Mascaró, estrenada en 2011, en el Centro Cultural de la Cooperación con la dirección de Leonor Manso y grandes actores, que crean una dramaturgia con poemas entre las manos. Patricio Contreras, Elena Tasisto, Ingrid Pellicori, Alejandro Awada, Walter Quiroz entre otros. Leonor me dice “Escribí más chiquito”, critica el poema, lo hace de una manera para que el próximo texto sea mejor, trabaja la imagen, la síntesis, la emoción lírica sin corta pistas, la épica hecha de un andamiaje sutil, cortante. Leonor habla con sus amigas, le alaban las piernas y escapa, se va con sus ojos azules a otra parte, cocina las mejores empanadas del mundo: las tucumanas.
Tiene la paciencia de que el terremoto en 2001 está al caer ¿Será social, será el amor, será una casa propia? Todos los que la escuchan saben que es una poeta de otro mundo en un territorio ajado, no tiene buenas costumbres y su moral es un diamante que deja una ética imborrable, creó una obra sin respaldo alguno desde lo material y dio a la poesía una respiración distinta, versos extensos, encabalgados, sin adjetivos contando la verdad desde la herida. Sin embargo la derrota no es un precipicio, no es un señuelo final apenas es un relámpago, como definió Auden, a la muerte en el medio de un pic nic. Leonor no esclavizaba al lector con los tajos y las partidas, su universo está al borde del pudor, una saliva que se toca al leer, el vértigo de quien todo lo tiene y no lo sabe. En una reunión de la Revista Mascaró nombró a los poetas que se debía publicar. Nada más generoso que una lista de estéticas diversas, orígenes disímiles pero supo ver más lejos que todos. Admiraba a Walter Adet, Juan Carlos Moisés, Rafael Bielsa, Pedro Donangelo y Luis Eduardo Alonso. Es asombroso, al leer su obra, que, a pesar de la derrota política, está teñida de esa misma ética que no le permitía decaer (“Lisa, como serían tus ojos azules antes de 1976?”) ningún mapa represivo que, en muchas ocasiones, le mordió los talones la tuvo en el bando de la queja.
La militancia orgánica no era su fuerte pero su empuje la llevaba a construir redes de solidaridad y reclamo por los escritores desaparecidos. El amor es otro tropiezo un vector donde decir algo con más sentido que el que suele escucharse de a miles. El casamiento clandestino con un hombre de color se realizó a espaldas de sus padres fue el comienzo de una paradoja, se escondió para ser feliz ¿escribir es esconderse? Tal vez en esa época la felicidad estaba mal vista, tenía mala prensa, así las cosas contra viento y marea Leonor fue feliz, breve fue su matrimonio pero feliz mientras duró. La juventud es algo que ocurre a veces y ella fue joven siempre hasta el último aliento. Cómo se llega a ser una poeta de esa espesura es aún temprano para desentrañarlo. Lee a los poetas franceses, los románticos alemanes, consume biografías de poetas y comienza un movimiento sutil que cambia las maneras de decir. Como el Taller por momentos era numeroso ella en forma natural se convirtió en un referente inevitable, una líder peculiar pero líder al fin en especial por su abordaje de la lectura y crítica de los otros textos. Siempre constructiva, punzante, deliberada y con fundamento. Una imagen en poesía no se construye de la noche al amanecer pero de noche y de mañana hay que trabajar las palabras, cortar la maleza, dejar que florezca lo mejor. Rigor, lecturas, tachaduras, notas al margen.
Desde Mudanzas, su primer libro Leonor, lee a Pizarnik su otro yo, es una Alejandra que bien pudo ser su compañera de cuarto. Ya sabemos lo que ocasiona la convivencia por tanto una como otra hurgaron en materias muy disímiles, cunetas insalvables y fueron hasta el hueso. No son casuales las referencias en la poesía de Leonor hacia Pizarnik más como una hermandad que como una influencia. Los estilos son diversos pero hay un momento de las poéticas que se tocan y no porque se parezcan. Leonor entra a Pernambuco, un bar sobre Corrientes, a metros de Rodríguez Peña, hay actores y actrices. Sale de cuadro, allí los escritores van poco. Comienza un diálogo novedoso para esos tiempos, reparte sus poemas, escucha, conoce un mundo que le trae otras resonancias, el trabajo colectivo para crear en equipo, para generar obras de teatro. Si Proust la llevaba a sus juegos y vivencias en Tucumán los actores también daban en la misma tecla. Actrices y actores estaban allí, se compartía la mesa, los proyectos, el riesgo de llevar a escena a Beckett, Pirandello, Brecht. Sin embargo hay poco elemento teatral en su poesía, hay un acto de decirlo todo de un plumazo. Volver a leerla es la mejor construcción
Sergio Kisielewsky
DOS POEMAS
¡oh; la vida que existe en los libros de aventuras infantiles, para recompensarme a mí que he sufrido tanto ¿me lo darás tú?
-Arthur Rimbaud-
lejano, lejano
parpadeo del reloj en la intimidad de la sombra.
Huyen por el desfiladero embozados de amotinadas capas.
La congoja de mis labios fue antes, en una copa que por minutos mordí.
Ahora retiro con un pañuelo rouge, espuma rota
los vidrios quedaron quebrados en la alfombra.
Anchos mantos retroceden en el desfiladero con un estertor de pájaro alcanzado por la piedra. El tango completa el gesto de las piernas una forma de acercar el cigarrillo a la boca, herida que abre el rostro para que los besos se retiren
lejano, lejano
comprometerse a esas manos que apartan el pesado cabello de la frente y luego devorar la ceniza pequeña que ha quedado en el mantel.
Estoy para perder tantas veces como caigan los dados de una forma maltrecha
estoy para los grandes acontecimientos: un patio con un foso al fondo donde serán sumergidos los ahorcados, un pabellón de cal y las enfermas tocándose las ropas, el hundimiento de los barcos cargueros con pimienta negra y perlas de Malasia, con aceite crudo y navajas de Sevilla
yo estoy para las mutilaciones para los mancos con voz profunda con sus únicos cinco dedos alzados, agitados en su incapacidad de extrangular.
Corno en un estuche, mi frente es la perla bajo las placas de fiebre.
Los lisiados desnudan sus rodillas para acercarlas al mar y fatigados dejan que el agua oprima sus mansas piernas incompletas
lejano, lejano
soy para los asmá ticos el puñado de hojas que quema la estufa; el espinazo de pánico en el descarrilamiento del Metró Port de Clinancurt - Port de Orleans
y la sospecha de los devoradores encapotados apostados en el desfiladero
lejano, lejano: ¿dónde estaba Dios cuando
te fuiste? el tango propone reprochar
escribir como un jadeo
retener ese bote que quiere deslizarse en el pantano con mi cuerpo atravesado en la quilla rozar esa cicatriz que el paisaje dejó en los párpados
estoy para rezongar
para cubrir de trébol la nuca del sonámbulo y lentos canales de sueño desagüen en esa cabeza neutra, de cabellos cortados al rape. Cabeza errática en la mesa desnuda; evoca otra posesión, otra intensidad en los cubiertos. Las cabezas descubiertas, desprotegidas entre la fuerte circulación de las voces, de las copas donde el trago es de ansiedad. Nadie quiere ser consolado.
Saturan esas manos que rozan la garganta. Perturban esos dedos las sienes escamadas de los que sólo quieren reposar
y estoy para abrir las cajas de música y escuchar los sollozos de las muchachas que abrieron otras cajas de música otras puertas de cuartos de hotel sus blusas con botones de nácar abrieron uno a uno desprendían los ojales del corazón y miraron con una aflicción de bolero las piernas de los hombres.
Estoy desnuda de situaciones poderosas. Si alguien me llamara desde una ventana oscura una voz que empu-jase mi nombre en la noche una voz descarnada con el rostro retrasado en la penumbra la desdicha de un barco guiado hacia el crecimiento de corales y el sonido de la brusca intemperie, de los mansos utensilios ahogados.
Una voz en la sombra grita un nombre y promete otras zonas (y mi nombre es de reina dos veces construida y dos veces exiliada; fue hecho para el amor cortés, para las sofocaciones).
La resonancia de una palabra es tan alta tan penetrente la atmósfera de un nombre que el amante desatento no encuentra donde abandonar el cuerpo desmayado de Leonor hecho de criaturas perplejas, de vacilaciones, la boca turbia de tierra: es mi reino que comí para que no me lo quitaran.
Mi nombre gritado desde esa alta formación de vidrio, desde un ácido encierro
y yo seré más buena seré un cachorro que alza sus lúcidos ojos a la promesa de una voz. Tendré el encanto de los que perdieron siempre.
Estoy para los grandes acontecimientos
para dormir con Robin, el de los bosques.
ha sido una tarde espléndida sobre los viejos plátanos que rodean la terminal de ómnibus
y ella dijo: ___no hay nada bueno que empiece por ser una herida.
No quiero esos obsequios miserables.
Era una niña de sienes desordenadas; una boca de labios gruesos acurrucada y saliente como una cornisa cuál era mi ofensa? qué perdería cerca de las lanchas que derivan? qué perdón no alcancé entre cortezas qué arrastrado manto, qué lunates y las palabras rarísimas caídas en el umbral helado?
y ella dijo: ____ atardece con hojas de una pobre suavidad.
No es poco ser olvidado. Quedar como una cáscara en el verano del agua estancada.
No es poco tocar la repugnancia de tu madre al mirarte y saberse tan. cercana al musgo, tan porosa y ataviada de vendas.
La tarde mueve sus pliegues caballos de tinta que se acumulan esta ilusión de porvenir y derrota
nadie despide mi cuerpo
nadie pone su lengua en mi vientre
no quitarán mi blusa en las sombras. Las suaves construcciones de seda japonesa adherirán poco más que azulejos salpicados de sangre
y ella dijo: tenía una poética de lencería
qué hacer ahora con esas enaguas, esas caídas del satén en
los tobillos?
tantos pliegues el vestido de profundo escote para bailar sobre baldosas frías el salón inmenso de tangos donde he pedido
y me quitaron más y más
y todavía el pezón sobre el "cuore" lo han arrancado
tantos pliegues un borde marcado de encajes
mínimo telón para las piernas que se ocultan y aparecen es tarde en las hojas que oscurecen impregnadas.
Oculta por un antifaz, podría acercarme a las carrozas y collares de una palidez opaca, con sus lentos roces sobre la herida; consumen el paisaje inestable de la fiesta.
Queda el desierto con su almendro de leche
y ahora, bajo los pliegues, el ancho cuchillo de cocina.
De: "Tangos del orfelinato", Colección Mascaró, 1999
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