Las lecturas consisten en poner a leer en público a alguien que no lo sabe hacer bien o que, si lo hace bien, es por pura coincidencia de dos talentos en una persona, cosa que no siempre ocurre. Y nadie dice nada porque no hay crítica de las lecturas como sí hay crítica de toros o crítica de recitales de música. Nadie dice que este lee bien o aquel es monótono.
Es muy difícil que un individuo pueda tener dos talentos al tiempo, el primero, ser capaz de escribir buena poesía y, el segundo, ser capaz de leerla bien en voz alta.
Ya se sabe, todos los poetas verdaderos pertenecen a la sociedad de poetas muertos y los vivos que escribimos versos apenas somos modestos aprendices. Entonces el problema es peor, porque la mayoría de los poetas que leen en esos actos públicos tampoco tienen el talento para escribir, la mayoría no son buenos poetas sino entusiastas de la poesía que hacen sus honestos intentos, algunas veces incluso consiguen algún prestigio por sus tentativas. El problema, para peor, es que, no teniendo el talento para escribir, tampoco tienen la capacidad para leer.
El asunto es más duro cuando uno ve a individuos muy talentosos, muy sensibles, buenos poetas, haciendo el ridículo por cuenta de sus buenos versos. Intentando transmitir con sus voces opacas, sus repeticiones, sus equivocaciones de lector, sus tosecitas, unos textos que ellos mismos escribieron pensando en un lector silencioso, solitario, apartado del ruido mundanal. ¿Se puede leer en voz alta algo que fue pensado para la lectura silenciosa
Lo grave de todo esto es que, reticente a ir a lecturas de poemas a ver a otros poetas o aprendices de poetas, con la duda constante acerca de mis propios versos, consciente de que no soy un buen perifoneador, siempre cometo el atribulante error de aceptar asistir como lector de mis poemas cuando me invitan a hacerlo.
Rescato este párrafo, entre tantos para señalar en un maravilloso libro, "Una guía para el arte de perderse"
".. Esa mariposa acabó liberándose, aun-que quizá demasiado tarde para que sus alas se desplegaran. El proceso de transformación consiste sobre todo en descomposición, seguida de esta crisis en la que la emergencia de aquello que hubo antes tiene que ser abrupta y total. Pero no todos los cambios en la vida de una mariposa son tan dramáticos. También están los estadios por los que pasa entre las sucesivas mudas de piel, ya que una oruga, igual que una serpiente, igual que Cabeza de Vaca en su periplo por el sudoeste, se desprende de su piel una y otra vez a medida que va creciendo. La oruga sigue siendo una oruga mientras pasa por las sucesivas fases entre mudas, pero no siempre es la misma oruga con la misma piel. Existen rituales que celebran estas rupturas —graduaciones, actos de adoctrinamiento, ceremonias de transición—, pero la mayoría de los cambios tienen lugar sin que los alentemos o señalemos tan explícitamente. El término inglés que refiere a los estadios de desarrollo de los insectos, instar, que contiene la palabra « estrella» [star], conlleva algo a la vez celestial y enterrado, divino y funesto, y quizás el cambio sea así, unas veces espectacular y otras más discreto, algo visible y a la vez oculto, una constante oscilación entre lo lejano y lo cercano."
"El acto de perderse tiene muchas dimensiones: si es posible perderse en un territorio, también lo es extraviarse mentalmente, perder el rumbo en sentido figurado y literal, desorientarse y desaparecer. Pero la pérdida puede llevarnos a un hallazgo, y es esta sutil transacción la que Rebecca Solnit explora con inteligencia y sensibilidad en estos ensayos.
Desde las expediciones extraviadas en el continente americano hasta la pérdida de la memoria familiar, la representación de lo perdido en la distancia y en el tiempo y la extinción de especies naturales, este libro nos embarca en una travesía afectiva e intelectual por las muchas formas de la perdición y, sin brújula aparente, encuentra a cada paso imágenes y observaciones perdurables..."
por Alejandro Crotto[1]
Básicamente, traducir poesía consiste en comprender desde la emoción un poema en otro idioma y trasponerlo creadoramente en el propio. Es una forma de escribir poesía, entonces, cuya especificidad radica en que la inspiración técnica al escribir se orienta a dar cuenta de una experiencia de lectura.
Al igual que la escritura de poesía, la traducción es una actividad siempre un poco misteriosa, que la inteligencia ilumina solo parcialmente, en la que las generalizaciones fracasan y en la que los excesos taxonómicos pueden resultar contraproducentes, paralizantes.
Al igual que escritura de poesía, hay en la traducción un primer momento que está por fuera de la escritura en sí. Y también en este terreno la intensidad con la que se lo viva resulta decisiva. En el caso de cualquier traducción feliz, el primer paso es ser tocado íntimamente por un poema.
Subrayar como primer paso esa vivencia subjetiva puede parecer un exceso romántico de mi parte, pero es sobre todo algo práctico: en ese ser tocado por el poema, como veremos, está el norte que puede guiar nuestra traducción. Porque traducir un poema tiene, además de algo misterioso, inexplicable, algo de metódico proceso sucesivo: es enfrentar una serie de situaciones concretas, cada una de las cuales admite soluciones de muchos matices desde la reescritura libérrima a la severa literalidad… por lo general todas objetables.
Pero veamos todo esto en un poema en particular, por ejemplo este de Robert Frost:
STOPPING BY WOODS ON A SNOWY EVENING
Whose woods these are I think I know.
His house is in the village though;
He will not see me stopping here
To watch his woods fill up with snow.
My little horse must think it queer
To stop without a farmhouse near
Between the woods and frozen lake
The darkest evening of the year.
He gives his harness bells a shake
To ask if there is some mistake.
The only other sound’s the sweep
Of easy wind and downy flake.
The woods are lovely, dark and deep,
But I have promises to keep,
And miles to go before I sleep,
And miles to go before I sleep.
Un poema célebre y, a primera vista, sencillo: alguien se ha detenido junto a un bosque que le es familiar en una noche en la que nieva. Mi caballo, conjetura, debe de estar pensando que es raro haber parado acá, en la mitad de la nada en esta noche negra y fría. Efectivamente, el caballo sacude la cabeza, como preguntando si no hay algún error, y se oyen las campanitas de su arreo, y enseguida, cuando se apagan, el sonido del viento y de los copos que caen. El bosque es apacible, oscuro y hondo, sí, pero hay promesas que cumplir, y mucho que andar antes de dormir. Y mucho que andar antes de dormir.
(…)
[1] Esta entrada del Portal Web es la introducción del artículo “Traducir poesía” publicado en el número papel Hablar de Poesía 47 (julio 2023).
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