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Gerardo A. Gambolini

Gerardo Gambolini


Nayib Chammás



Según un tatuaje del brazo, en 1881
nació en Líbano, en Amioun,
hijo de Abraham y Futín.
A los 14 años se fue a Pensilvania, Pittsburgh y Filadelfia
y otras ciudades
a vender peines, tabaco, botones y baratijas a los mineros.
Luego discutió con sus hermanos, dejó el dinero
y comenzó la vuelta.
Anduvo por Budapest, en el reino de Hungría,
Praga y Varsovia que eran pobres,
burgos y villas con los primeros humos de la centuria
y aldeas atadas al borde de los caminos, como cruces
pecados
o el mirar de los viejos;
tarde o temprano, hijas todas de la guerra.
Más años pasaron
y en Arabia
se unió con Ada, de quince, en invierno.
Llegaron a Guadalupe y tuvo negocio,
una quinta y ocho hijos
—algunos mejores que otros—
tres varones y cinco mujeres. Una de ellas fue mi madre.
En 1913
Santa Fe volvió a inundarse hasta la quiebra de los comercios.
Se levantó y se hundió más veces, y terminó hundido.
Siempre pasaron los años;
luego comenzaron a morir: Ada, mi abuela; Antonio, mi tío; Magda,
y mi madre.
En Buenos Aires por fin,
todavía fascinado por América,
flaco y recordando a su mujer murió en brazos de mi tía.
Noventa y seis veces llegó a ver el cambio de estaciones,
y si Dios no existe, su paso por la historia o la tierra
habrá sido en poco tiempo una mentira, lo que una gota
como siempre, es en el fondo de un río despiadado,
o ni siquiera, inconmovible.

De: "Faro vacio", Buenos Aires,1983
Otros poemas y enlaces sobre GERARDO A. GAMBOLINI, aquí

Vona Groarke


Amuleto




Si una bandada de cuervos cruzara por tu ventana
lo verías como un augurio de mala suerte.
En un cuarto donde conoces todo de memoria,
lo familiar es tu escudo contra la oscuridad.
Por eso, cuando escribes que te molesta mi vida —
los amantes, la falta de trabajo, el dar vueltas —
supongo que quieres que vaya.
Lo que yo llamo suerte, tú lo llamas un plan hábil.
Lo que tú llamas suerte, yo lo llamo un hombre desesperado.


Traducción: Gerardo Gambolini


Como si cualquier cosa pudiera



Un artículo de hace dos años es lo que inaugura
mi hoguera esta noche. ¿En qué andaba metida? ¿Qué he hecho?
No es como si el mundo me increpara con un «¡Haz esto!» o
un «¡Haz esto!». Y no es como si aprender una cosa
suponga desaprender otra. El hogar es tumbarse
cuando a una le apetece tumbarse, un cuenco de porvenir
junto al lecho y una ventana a la altura de la mano
de modo que al abrirse, como un diario, las jornadas y todo su cortejo
se escabullen suavemente, ah cuán suavemente, del dormitorio.


Traducción: Jordi Doce

Lucky Charm



If a brood of crows should cross your windows
you would take it as a portent of bad luck.
In a room where everything is known by heart
the familiar is your guard against the dark.
So when you write that you’re bored by my life —
the lovers, lack of work, the moving round —
I figure that you want me to come home.
What I call luck, you call a well-made plan.
What you call luck, I call a desperate man.



As if anything could



A paper from the year before last is the start of
my tonight fire. Where was I? What have I done?
It’s not as if the world was shouting, ‘Do this!’ or
‘Do this!’ at me. And it’s not as if learning one thing
means unlearning one thing else. Home is to lie
when you need to lie, a bowl of tomorrow left
by the bed and a window at the height of your hand
to open, like a diary, so the days and all their equipage
slip lightly, oh so lightly, from the room.


VONA GROARKE (1964, Edgerworthstown, Irlanda)
Traducción: Gerardo Gambolini / Jordi Doce
Enlaces: Poetry Foundation | The Manchester Review | Emma Gunst
Imagen: Los Ángeles Review of Books

Harry Clifton / Traducción de Gerardo Gambolini























Eccles Street, Bloomsday, 1982



Partida, despojada de sus fantasmas,
la mitad que quedaba de Eccles Street
estaba vacía, aquel día de días
en que mis pies
me llevaban sin saber
a una cita a ciegas, o un encuentro arreglado.

Una presión invisible, un calor invisible
fijaban las coordenadas azules
de una ciudad helénica
desde Phoenix Park hasta Merrion Gates,
donde, desconectados, a un paso
de la sabiduría, o del amor eterno,

un millón de ciudadanos trabajaban, almorzaban,
o soñaban con Joyce por un instante
y se sentían completamente reales,
los pares del destino, los amos de la elección,
como ocurría conmigo, en Eccles Street,
antes de que tú y yo nos encontráramos

en el designio más grande. . . . La coincidencia
regida invisiblemente, la cita casual
eclipsada por las infinidades griegas
que actúan entre nosotros como sentido común,
encarcelándome, dejándome en libertad
de soñar y vagar

en un mito demasiado joven para tener forma.
Yo mismo lo construía, con la puerta en ruinas
del burdel de Bella Cohen,
con otros sótanos, otras putas
desabrochando sus blusas
constantemente, mientras el tráfico se amontonaba

y los semáforos se ponían en verde y rojo
en planos de realidad cambiantes —
Y tú, una estudiante de último año,
leías sobre Joyce en la Biblioteca Nacional,
o estabas entre la gente, mi amor inadvertido,
en la inauguración de Stephen’s Green.

Pasó una hora, en Eccles Street —
Dos borrachos, en los portales del Mater,
bebían y cantaban canciones republicanas.
Vi una fila de taxis esperando
y pasto de verdad que había crecido
en las veredas míticas, ya inmortales,

verde como la vida, aún por investigar.
Yo había venido, esa misma mañana,
desde los muelles de Ringsend y la iglesia de Sandymount,
por el arco de la odisea,
con mi anhelo invisible
de romper el círculo, de liberarme,

como tú tenías el tuyo, hasta que un día
en la ciudad prefigurada,
donde cada paso es un paso del destino
y el reconocimiento sólo llega más tarde,
nos encontramos, tú y yo,
levamos anclas, por fin, y partimos.



Otros poemas de HARRY CLIFTON,  aquí
Poemas y traducciones de Gerardo  Gambolini, aquí
    Imagen: theguardian.com

Kenneth Rexroth

Kenneth Rexroth

GIC a HAR     



Es tarde, la noche es húmeda y fría, 
el aire está lleno de humo de tabaco. 
Tengo la mente cansada e inquieta. 
Tomo la enciclopedia, 
el volumen GIC a HAR. 
Pareciera que ya lo leí todo 
en tantas otras noches como esta. 
Me siento, mirando en blanco la entrada del cardenal, 
oyendo el ruido prolongado de vagones de carga
y locomotoras de maniobras a lo lejos.
De pronto me veo
volviendo a casa después de nadar
en el arroyo Ten Mile,
por la larga morena aquel atardecer a principios del verano,
el pelo mojado, oliendo a algas y barro.
Recuerdo un sicomoro frente a una granja en ruinas,
e instantánea y claramente la revelación
de un canto de increíble pureza y alegría,
mi primer cardenal de pecho rojo,
de cara al sol que caía, su cuerpo
bañado de luz.
Me quedé inmóvil y frío en la tarde calurosa
hasta que echó a volar, y reanudé mi camino sabiendo
que a mis doce años había sucedido
una de las grandes cosas de mi vida.
Treinta fábricas vacían sus desechos en el arroyo.
En los pastos resecos hay estorninos, foráneos y agresivos.
Y yo estoy en la otra punta del continente
diez años en una ciudad hostil.


KENNETH REXROTH (1905, South Bend, Indiana / Montecito, California, Estados Unidos de Norteamérica)
Traducción: Gerardo Gambolini
Imagen: liberalia-cl

Mary O'Malley: Los objetos de la casa ya no son inertes o agradables

Gran poeta irlandesa con polluver negro y medallón

En Friar's Hill


Cuando partas a Itaca / ruega que tu viaje sea largo"
Cavafy

A esta hora de la noche los objetos de la casa
ya no son inertes o agradables.
Despiden emanaciones cargadas de ceniza.
El frío televisor, el panel de la ventana
y el teléfono tiemblan ligeramente
en sus sueños de baratija.
Hace casi dieciocho años
regresamos del sol
con dos hijos pequeños
a esta, nuestra ciudad universitaria.
Aquí, no lo sabíamos,
planeaban abrir una calle.
En la colina de enfrente
solían pastar dos caballos, Verano e Invierno,
que nuestra hijita adoraba.
Arriba, en las constelaciones,
convergían trayectorias
de estrellas candentes. Pese a las
señales de desastre,
cada colisión fue evitada.
Cuando volví al hogar esta noche
los gatos vinieron hacia mí,
una sombra gris, una nube naranja.
¿Hogar? No hay peligro de elegía.
Ya nunca tendremos treinta años de casados.
Este anillo de bodas
que fue nuestra O de regocijo
y “para siempre” y que está en un
oscuro cajón, todavía me va bien.
Cuando partimos a Itaca
con rostros radiantes, te di juventud
y fuego, tanto como dolor.
Aunque esa isla desnuda no era
el destino esperado,
compramos ámbar y ébano
y nuestro viaje fue largo.
Los caballos ya no están,
reemplazados por casas.
En cada calle, en cada barrio nuevo,
comienza una vez más.
Esta noche de noviembre
hay una luna
atrapada en una tenue malla
de bruma. Me consuela saber
que podría ir hasta la colina de enfrente
donde pastaban la yegua blanca y el caballo marrón
y la bahía se ensanchaba al oeste,
hacia el agua y la fuga.


Calipso




La luna asoma su alta grupa sobre el pueblo.
La marea sube con intención de aclarar y anegar.
En un sueño, un bote se mueve detrás de la hierba.
Lo conozco, veintiocho pies y un mástil.
El motor Lister parece una becasina. Viene
hacia mí. Dos rápidas pinceladas
azul Matisse parten el agua en una V.
Ya craquelado el fuego, todo lo que quiero
es este estado, la raíz cuadrada del amor reducido
a nostalgia, una vocal suave sostenida por dos
consonantes fuertes - el reino de los sueños insiste
en que es peligroso consumirse más que eso.
El desecho de mis años se entrelaza con la marea agitada.
Voy hacia el promontorio, con su escudo de nubes de tormenta.
Trataré de hallar, en este viaje,
a alguien que tenga la receta de los panales.
Dejo mi hogar - no llevo acompañantes -
y subo al bote de mi padre con esta instrucción:
Olvida las estrellas. El ángulo plisado donde el cielo se junta
y forma un techo es lo único en lo que puedes fiarte ahora.
Dos golpes de los remos y responde, liviano como un hueso del deseo,
el caprichoso regalo de los dioses por este arte de estar sola.

Versiones de Gerardo Gambolini


La petición




A las nueve en el hotel.
Si no vienes o llegas tarde
nos veremos en la tumba.
Creo que deberías ponerte 
un vestido.
¿Te parece bien?
Por supuesto,
ninguna mujer de Connemara que se precie
aparecería en un cementerio
con menos.

Versión de Enrique Alda



MARY O'MALLEY 
(1954, Connemara, Irlanda)

Gerry Murphy




Avance 






México, 1970.


Copa del Mundo, cuartos de final.
Inglaterra, dos arriba contra Alemania
y tranquila.
Mi hermano, regodeándose en silencio,
mi padre y yo sumidos
en un silencio rígido, abatido.
Me voy a la cocina
a hacer té,
Alemania descuenta uno.
“Muy poco, muy tarde”
declara mi hermano.
Vuelvo a la cocina,
Alemania iguala.
A mi padre y a mí nos sacan,
pestañeando, a la luz del día.





En tiempo extra,

Müller, ‘Der Bomber’, anota el gol ganador.

Nunca había abrazado a mi padre,

no he vuelto a abrazarlo desde entonces.










Gerry Murphy (1952, Cork, Irlanda)

Traducción: Gerardo Gambolini


Ezra Pound


Portrait d'une femme



Tu espíritu y tú son nuestro Mar de los Sargazos;
en estos veinte años, Londres ha dragado en ti
y barcos relucientes te dejaron esto en pago:
ideas, rumores, retazos de todo,
raras bellezas de saber y opacas mercancías de valor.
Grandes intelectos te han solicitado, a falta de otra.
Fuiste segunda siempre. ¿Trágico?
No. Lo preferías a lo usual:
un esposo insulso y aburrido, demasiado tolerante,
un espíritu mediocre, con un pensamiento menos cada año.
Ah, eres paciente... Te he visto sentada largas horas
esperando donde algo podría reflotar.
Y ahora pagas tú. Sí, ahora recompensas.
Eres alguien de cierto interés; uno llega a ti
y se lleva una ganancia singular:
trofeos rescatados, alguna curiosa sugerencia,
un hecho que no conduce a nada, y uno o dos relatos
llenos de mandrágoras o de alguna otra cosa
que podría ser de utilidad, pero nunca lo es,
ni encaja en un lugar,
ni halla su hora en el telar de los días:
el deslucido, fastuoso, admirable bordado.
Ídolos y ámbar -gris, y raras incrustaciones:
son esas tus riquezas, tu gran acopio, y sin embargo,
en todo ese tesoro marino de cosas caducas,
extrañas maderas semi-destruidas, y nuevas baratijas relucientes:
en el lento fluctuar de luz intensa y diferida
¡no hay nada! ¡no! nada en todo eso
que sea enteramente tuyo
                       Y no obstante, eres tú.


poesía norteamericana, Cantares y otros poemasEZRA LOOMIS POUND (1885, Idaho, Estados Unidos de Norteamérica / 1972, Venecia, Italia)
De: "Cantares y otros poemas", Centro Editor de América latina, 1988
Traducción: Gerardo Gambolini
Enlaces: Círculo de Poesía
Imagen: tierradeahulema.blogspot.com

Yusef Komunyakaa




NO puedo sacar los ojos del desnudo   
en la ventana de un tercer piso a las 3 de la mañana. 
Donde ella está ya es de día 
en Copenhague y la Atlántida, 
y apostaría el misterio contra mi vida 
que está escuchando Bouncing with Bud.
Contoneándose con el ir y venir de los dedos por las teclas,
ella está al borde de algo grandioso
caído ahora en decadencia y confusión.
No creo que sea un anuncio visto por la ventana
de una fachada, podría ser la modelo de un pintor
tomándose una pausa luego de estar horas
sentada en la misma pose, en diálogo con tonos de rojo
rogando que la sombra de Bud no se aleje rengueando
golpeada por bastones policiales. Me pregunto si sabe
que la floración llenó el cuarto y la dejó sola
como estoy yo esta noche bajo un puñado de polvo cósmico,
una puerta cerrada con tablas y guardada por dos leones



poesía norteamericana actualYUSEF KOMUNYAKAA (1947, Bogalusa, Louisiana, Estados Unidos de Norteamérica)
Traducción: Gerardo Gambolini en www.farovacio.blogspot.com
Imagen: Pen American Center en Flickr

Peter Sirr


Peter Sirr

Peter Street




Casi llegué a querer esta calle;
cada vez que pasaba mirando hacia arriba
para colgarle el rostro de mi padre a una ventana, me sentía

contenido en su mirada. Hoy hay una obra en construcción
donde estaba el hospital, y me detengo y miro
estúpidamente el aire vacío, buscándolo.

Casi rogaría que aún hubiera algún dolor
como una imperfección de la estructura, algo inaliviable
esperando en el encofrado, entre los pisos, en algún

cuarto secreto, obstinado. Una grúa se mueve
delicadamente en el cielo, con su propio lenguaje.
Olvida todo eso, me digo al pasar, que sea

una casa maravillosa, que la música deambule por los pasillos,
que haya alegría fácilmente, que el terco corazón
de San Valentín llegue flotando desde Whitefriar Street

para imponerse, para curar las heridas, para levantar a mi padre de su cama,
para dejarlo descolgarse por el ladrillo apagado, sin esfuerzo,
y salir corriendo con su vida en las manos.



PETER SIRR (1960, Waterford; Irlanda)
Versión de Gerardo Gambolini en Faro Vacío
Imagen: http://castletroycollege.net/english/wp-content/uploads/2011/03/peter-sirr1.jpg

Jack Gilbert
















En Umbría







Un día estaba en el café, sentado afuera,

mirando el crepúsculo en Umbría, cuando una niña
salió de la panadería con el pan que su madre le pidió.
No sabía qué hacer. Ya confundida
por tener trece años y justo aquel verano hacerse mujer,
ahora tenía que pasar por delante del americano.
Pero lo hizo muy bien. Pasó por delante y dobló la esquina
con gracia, sin prestarme atención. Casi perfecto.
En el último instante no pudo resistir
mirarse fugazmente sus pechos nuevos. Suelo recordar
aquella inclinación de su cabeza cuando la gente habla
de tal o cual de las grandes beldades.









Ir  ahí






Por supuesto fue un desastre.

El más preciado, insoportable secreto

ha sido siempre un desastre.

El peligro cuando tratamos de irnos.

Revisando más tarde, una y otra vez,

lo que debimos hacer

en lugar de lo que hicimos.

Pero en esos breves momentos

parecíamos vivos. Engañados,

maltratados, mentidos y traicionados,

seguramente. Sin embargo, por ese

corto tiempo, visitamos

nuestra vida posible.






Otros poemas de Jack Gilbert, aquí


Traducción: Gerardo Gambolini

Imagen: The Guardian

Harry Clifton












Tren nocturno por el Brennero










¿Por qué debería parecernos tan extraño 

estar retrocediendo,


dejar Alemania, mientras las horas cambian,

con toda la historia


en reversa, los pasajeros que duermen
sobre ruedas engrilladas, y todo el mundo a oscuras?

Era pasada la medianoche cuando salimos.


Los cohetes de Año Nuevo se apagaban
en las calles de Munich — el desorden del festejo,

los petardos, el vidrio roto,


y doscientos años de revolución
tardando en irse, como un olor a azufre en la nariz. . . .

El guarda tose en el pasillo, toda la noche.


Puede quedarse con nuestros documentos
si a la mañana nos los devuelve

sellados. Nuestro único deseo


es dormir en la paz del calor corporal
—¡que ninguna antorcha brille entre nosotros!—

mientras otro descifra por los reflejos


las luces que se mueven,
la dirección verdadera del tiempo. . . .

Los Alpes no nos importan —


Innsbrück, Brennero, Bolzano. Un sordo rugido
al pasar por cada túnel —

Las cumbres de Europa


siempre nos parecieron frías. Mejor soñar
con Munich y sus luces navideñas

o los maniquíes de Florencia,


ante uno de los cuales despertaremos seguro
por la mañana, después de una eternidad.

Cerca del alba, el sonido de voces —


Una estación desconocida. ¿Cuánto estuvimos aquí?
¿Una hora? ¿Una noche? ¿Doscientos años?

Palabras en italiano por un megáfono


‘. . . .Bologna, Firenze, binario tre . . .’
A la deriva en la oscuridad. Mil novecientos

ochenta y nueve fue y pasó —


Las alturas están a nuestra espalda.
Los primeros vendedores empujan sus carritos,

humeantes, por la aurora del Día Uno.


Dos vagabundos, un empleado ferroviario,
bajo la luz de un bar de la estación,

beben su trago amargo. Por un instante


la vida es igual para todos nosotros,
con cara de sueño, en el amanecer de la humanidad.





Harry Clifton, (1952, Dublin, Irlanda)


Traducción: Gerardo Gambolini


Imagen: www.iristimes.com




Michael Hartnett

Aquel beso de actor





Besé a mi padre en su cama del hospital.


Las enfermeras arrastraban el paso soñoliento

y los viejos discutían el día entero consigo mismos.

Las siete décadas encerradas en su cabeza

se congelaron en un bloque que goteaba, atemporal,

el pintor perdió su noción de todo salvo el gris.

Aquel beso de actor cayó por un pozo demasiado profundo

para devolver ecos que yo habría valorado —

el ‘29 era el ‘41 el ‘84,



todo uno en su mirada caleidoscópica

(él deseaba para mí su amargura y su sed,

su fría habilidad para cerrar una puerta).

Más tarde, tomando un trago, me di cuenta de que aquel

fue nuestro último beso y, ay, el primero. 











Michael Hartnett (1941, Croom / 1999. Dublin, Irlanda)

Traducción: Gerardo Gambolini

Imagen: Wikipedia


John Montague



11 Rue Daguerre



De noche, a veces, cuando no puedo dormirme
voy hasta la puerta del atelier
y huelo la tierra del jardín.

Emana suavemente,
en especial ahora cuando se acerca la primavera
y los zarcillos están rizados

sobre el humus, desesperadamente frágiles
en su pasaje por los oscuros,
irredentas parcelas de tierra.

Hay una luz blanca en los guijarros
y en el departamento de enfrente
- de cuatro pisos - silencio.
En esa quietud -delicada pero luminosamente exacta,
una luz escogida - advierto que
las puntas del cerezo injertado hace poco
son de un firme y laqueado negro.



John MontagueJOHN MONTAGUE (1929, Nueva York , EU / 2016, Niza, Francia)
Traducción: Gerardo Gambolini













11 Rue Daguerre



At night, sometimes, when I cannot sleep/ I go to the atelier door / And smell the earth of  the garden. // It exhales softly, / Especially now, approaching springtime. / When tendrils of green are plaited // Across the humus, desperately frail / In their passage against / The dark, unredeemed parcels of earth. // There is white light on the cobblestones / and in the apartment house opposite- / all four floors - silence. // In that stilness - soft but luminously exact, / a chosen light - I notice that / the tips of the lately grafted cherry-tree // are a firm and laquered black.


JOHN MONTAGUE (1929), nacido en Brooklyn, Nueva York, de padres irlandeses, creció en la granja de su tía en el Condado de Tyrone. Estudió en el St. Patrick’s College, de Armagh, y en el University College, de Dublín. Luego de vivir durante varios años en Francia se estableció en Estados Unidos, donde enseñó en varias universidades locales, entre ellas la de Berkeley. De vuelta en Irlanda se estableció en el University College, de Cork, para luego retornar a los Estados Unidos, donde es poeta residente en el New York State Writers’ Institute.

Ha publicado Forms of Exile (1958), Poisoned Lands (1961 y 1977), A Chosen Light (1967), Tides (1970), The Rough Field 1961-1971 (1972), A Slow Dance (1975), Thre Great Cloak (1978), The Dead Kingdom (1984), Mount Eagle (1988), New Selected Poems (1989), Time in Armagh (1993) y Collected Poems (1995), que incluye la colección hasta entonces inédita Border Sick Call. Como compilador es autor de The Faber Book of Irish Verse (1974). Su bibliografía se completa con las narraciones incluidas en Death of a Chieftain and Other Stories (1964), The Lost Notebook (1987) y los ensayos de The Figure in the Cave and Other Essays (1989).



Fuente: http://luvina.com.mx/foros/index.php?option=com_content&task=view&id=192&Itemid=41
Nota del Administrador: John Montague falleció en diciembre de 2016 en la ciudad de Niza, Francia
Imagen: www.shemazing.net

Ezra Pound: Oh, tú, recién llegado, que buscas a Roma en Roma

L’Albatre



Esta dama en su blanca bata de baño que ella llama un peignoir
es, por el momento, la amante de mi amigo,
y las blancas patas delicadas de su blanco perrito
no son más delicadas de lo que es ella,
y ni el mismo Gautier hubiera desdeñado sus contrastes en blancura
cuando está sentada en un sillón
entre dos velas indolentes.


Roma


-del francés, de Joachim du Bellay
“Troica Roma resurges” —Propercio


Oh, tú, recién llegado, que buscas a Roma en Roma
y no hallas ninguna cosa en Roma que puedas llamar romana.
Los arcos envejecieron y se han vuelto vulgares los palacios;
sólo el nombre de Roma guardan estos muros.

Mirad cuánta soberbia y cuánta ruina puede acontecer:
una que tuvo al mundo sometido,
que todo conquistó, ahora conquistada;
porque Ella es presa del Tiempo y el Tiempo todo lo consume.

Roma que eres sólo un monumento póstumo de Roma,
Roma que sólo has conquistado la villa de Roma,
el Tíber solamente, de paso en camino al mar,

restos de Roma. ¡Oh tú, mundo, mimo inconstante!
Lo que en ti permanece firme el Tiempo lo derriba
y a aquello que es fugaz el Tiempo veloz aventaja.


L’Albatre



This lady in the white bath-robe which she calls a peignoir,
Is, for the time being, the mistress of my friend,
And the delicate white feet of her little white dog
Are not more delicate than she is,
Nor would Gautier himself have despised their contrasts in whiteness
As she sits in the great chair
Between the two indolent candles.


Rome

-del francés, de Joachim du Bellay
“Troica Roma resurges” —Propercio


O thou newcomer who seek’st Rome in Rome
And find’st in Rome no thing thou canst call Roman;
Arches worn old and palaces made common
Rome’s name alone within these walls keeps home.

Behold how pride and ruin can befall
One who hath set the whole world ‘neath her laws,
All-conquering, now conquered, because
She is Time’s prey, and Time conquereth all.

Rome that art Rome’s one sole last monument,
Rome that alone hast conquered Rome the town,
Tiber alone, transient and seaward bent,
Remains of Rome. O world, thou unconstant mime!
That which stands firm in thee Time batters down,
And that which fleeteth doth outrun swift Time.




Ezra Pound
Otros poemas de EZRA POUNDaquí
Traducción: Gerardo Gambolini
Imagen: Moma

Gerard Smyth



Gerard Smyth



Rendición



Tu viejo vestido de chiffon


cuelga como el fantasma de Emily Dickinson,

triste y desdichado en el cuarto del fondo. 


Un cuarto al que rara vez entramos.

Evoca recuerdos de una noche en los conciertos, 

un día en Rávena.


Ahí consignamos

a la pila de trapos y el revoltijo de cosas

tu ropa elegante, mi traje de tweed


grueso como una armadura.

Ahí en el armario con perchas de madera

está el sombrero de paja 


de tantos viajes, el ala estropeada; 

y la chaqueta suelta, que perdió algunos botones: 

en otro tiempo de moda,


ahora anticuada como el echarpe de Aran

o la camisa con vuelos, deshilachada lo mismo

que una bandera de rendición.




SURRENDER



Your old dress of full-length chiffon / hangs like the ghost of Emily Dickinson / looking forlorn in our backroom. // The room is one we seldom enter. / It prompts memories of an evening / at the proms, a day in Ravenna. // It is here that we consign / to the rag-heap and the jumble pile / your glamour frocks, my tweeds // as thick as body-armour. / The straw hat that has travelled far / is there in the closet of wooden // hangers, hems unravelling; / and the baggy jacket, some buttons gone: / once it was fashionable, / now it is dated like the Aran-shawl / and the shirt with flounces, / frayed like a flag of surrender.



Gerard Smyth (1951, Dublin, Irlanda)

Traducción: Gerardo Gambolini


Yusef Komunyakaa: Nos sentábamos en la silenciosa brutalidad

Yusef Komunyakaa,


Las cartas de amor de mi padre    



Los viernes abría una lata de Jax 
al volver de la fábrica, 
& me pedía que le escribiera una carta para mi madre 
que enviaba postales de flores del desierto 
más altas que hombres. Él rogaba, 
prometiendo no volver a golpearla
nunca más. A mí me alegraba en cierto modo
que ella se hubiera ido, & a veces quería
incluir un recordatorio: que la “Polka Dots & Moonbeans”
de Mary Lou Williams
jamás deshinchó los moretones.
Su delantal de carpintero siempre lleno
de clavos viejos, un martillo de orejas
colgando al costado & cables de extensión
enroscados en los pies.
Las palabras salían de debajo
de la presión de mi bolígrafo: Amor,
Cariño, Nena, Por favor.
Nos sentábamos en la silenciosa brutalidad
de voltímetros & terrajas,
perdidos entre las frases...
El reflejo de una cuña de cinco libras
en el suelo de cemento
arrastraba un crepúsculo hacia adentro
por la puerta del cobertizo.
Yo me preguntaba si ella se reía
& las sostenía sobre una hornalla.
Mi padre sólo sabía escribir
su nombre, pero podía mirar los planos
& decir cuántos ladrillos
llevaba cada pared. Ese hombre,
que robaba rosas & jacintos
para su jardín, se paraba ahí
con los ojos cerrados & los puños ovillados,
escribiendo con trabajo una sola palabra,
casi redimido por lo que trataba de decir.


Traducción: Gerardo Gambolini
Otros poemas de YUSEF KOMUNYAKAA, aquí
Enlaces: Círculo de poesía
Imagen: The New York Times

Seamus Deane


CORTANDO LEÑA




al atardecer. Una ráfaga de viento
cerró de golpe la puerta, lanzándome
a una negrura tal que
erré el golpe y arranqué
una chispa del suelo.
Me vinieron recuerdos de mi padre
cortando leña en otoño,
el vuelo anunciado
de las últimas golondrinas,
el dorado marchito de las avispas
en la trama radiada
de las telarañas. Los recuerdos
me detuvieron tanto tiempo que estaba oscuro
cuando empecé a juntar las astillas.
Un soplo de resina, y sentí
agitarse las semillas del dolor
mientras volcaba la leña blanca
en la caja que retumbaba
y oía al viento azotar
los árboles y virar para volverse
una corriente de lamento
contra el muro recortado.
Caída blanca de la madera y una chispa que salta
azul-rojiza, golpe de viento
negro alquitrán, tintes oscuros
de aguas tranquilas y en movimiento,
las muertes a tiempo de los veranos,
las muertes a destiempo de los padres...
¿Tenía que estar hachando
casi en la oscuridad, invocar la chispa
de su profunda capacidad de enriquecimiento
y decadencia? Como sea, en este clima enmarañado
debo cortar leña para el hogar
y partir el viento implacable
para oír sus ruidos interiores.
Pronto el rojo panal del fuego
inflamará de brillo el atizador
hasta la mitad. Pronto
el humo de la leña en el aire

llevará mi sentimiento hacia la noche.
Estaba hachando leña en el cobertizo
y con ello el olor del humus,



Cortando leña, cutting firewood, poesía irlandesa
SEAMUS DEANE
(1940 / 2021, Derry, Irlanda del Norte, Reino Unido)

Traducción: Gerardo Gambolini
Fotografía: Carolina Forbes

Derek Walcott

Mañana


Mañana, mañana     




Recuerdo las ciudades que nunca he visto 
exactamente. Venecia la de las venas plateadas, Leningrado 
con sus minaretes de caramelo retorcido. París. Pronto  
los impresionistas estarán haciendo sol con la sombra. 
¡Oh! y los callejones de Hyderabad como una cobra desenroscándose. 

Haber amado un solo horizonte es insularidad;
ciega la visión, estrecha la experiencia.
El espíritu está dispuesto, pero la mente es sórdida.
La carne se desperdicia bajo sábanas llenas de migas,
ampliando la Weltanschauung con revistas.

Hay un mundo al otro lado de la puerta, pero qué terrible
es estar con tus valijas en un escalón frío cuando el alba
vuelve rosa los ladrillos, y antes de que empieces a lamentarlo,
tu taxi llega tocando una vez la bocina,
se acerca al cordón como un coche fúnebre — y uno sube.


Traducciòn: Gerardo Gambolini
Otros poemas de Derek Walcott, aquí
Weltanschauung, expresión alemana: cosmovisión, visión del mundo
Imagen: http://faculty.mercy.edu/

Lisa Grunberger: Nací sabiendo


Nací sabiendo




Mi padre arregla relojes en el sótano,
mi madre mira TV arriba.
La puerta de mi Oma siempre está cerrada.
Imagino que está sentada en la silla verde menta
tejiendo o leyendo a Goethe. Los sábados
mira el show de Lawrence Welk.
Hago los deberes en la mesa de la cocina –
los iroqueses, álgebra, Orgullo y prejuicio.
Pruebo las tazas congeladas de helado de nuez
Weight Wathcher’s enterradas bajo pechugas de pollo
del súper y bolsas refrigerantes. Sabe artificial,
sus gránulos helados se niegan a derretirse
en mi boca adolescente.
A veces papá sube
y se corta una tajada de queso fuerte
o saca una barra de Caddbury con leche
y parte un trozo para mí.
Mamá baja con sus pantuflas rosadas
durante una pausa comercial y
caza un grillo que canta y la pone nerviosa,
como el tictac del reloj o el agua cuando gotea.
Corta un pomelo en ocho gajos y
lo pone en un cuenco sobre una toalla de papel
con otra en la mano para recoger el jugo.
Sube otra vez.
Entre la 1 y las 4 de la mañana la casa
encierra los gritos de mi Oma. No recuerdo
haberle preguntado a mi madre el por qué o qué eran esos gritos.
Nací sabiendo sobre Buchenwald,
sobre mi Opa Leo que murió de tuberculosis en un campo de trabajo.
Sabía que en el barco ilegal a Palestina
mi padre larguirucho comía cebollas y papas crudas
como si fueran manzanas.
Cada mañana bajo la escalera y encuentro a Oma
vestida con medias y zapatos, blusa de seda y falda de tweed,
bebiendo café schwartz –negro– de cara al sol, mirando
hacia la bahía. Ni una sola vez pensé en preguntarle
en qué soñaba. Pero a veces, cuando era muy chica.
iba a verla, me sentaba en el borde de su cama
que olía a fruta pasada, hilo y crema Nivea,
y ponía mi pequeña mano en su frente
húmeda con el sudor de Hitler.


Born Knowing




My Father fixes clocks in the basement, 
my Mother watches TV upstairs.
My Oma’s door is always closed.
I imagine she sits on the mint green chair
knitting or reading Goethe. On Saturday
she watches Lawrence Welk.
I sit at the kitchen table doing homework––
Iroquois Indians, algebra, Pride and Prejudice.
I taste the frozen cups of Weight Watcher’s
Butter Pecan ice treat buried underneath
supermarket chicken breasts and blue ice packs.
It tastes synthetic, its icy granules refuse 
to melt in my adolescent mouth. 

Sometimes Daddy comes up 
and cuts himself a piece of smelly cheese
or pulls out a bar of Cadbury Milk Chocolate
and breaks off a piece for me.  
Mom comes down in her pink slippers then, 
during a break for commercials; she chases 
a cricket whose chirping makes her nervous,
like a ticking clock does or water dripping.
She cuts a grapefruit into eight wedges and
places it in a bowl atop a Bounty paper towel
with another towel in hand to collect the juice.
She goes upstairs.

Between 1 and 4 in the morning the house 
holds my Oma’s screams. I don’t remember
asking my Mother the why or what of these cries.
I was born knowing about Buchenwald, 
my Opa Leo who died of tuberculosis in a labor camp.
I knew how on the illegal ship to Palestine 
my beanpole Dad ate raw potatoes and onions like apples.

Every morning I come down the stairs to find Oma
dressed in stockings and shoes, a silk blouse and tweed skirt,
drinking schwartz café––black coffee, facing the sun, looking
out at the bay.  Never once did I think to ask her of what 
she dreamed. But sometimes, when I was very young, 
I would go to her, sit at the edge of her bed that 
smelled of over-ripe fruit, yarn and Nivea cream,
and press my small hand to her forehead,
wet with Hitler’s sweat.



poetas norteamericanas
Otros poemas de LISA GRUNBERGER, aquí
Traducción: Gerardo Gambolini
Imagen en ResearchGate

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