Cuando la vida no sea vida
No soy rápido con las preguntas,
tampoco con las respuestas.
Soy rápido para hacer silencio,
para quedarme callado antes que los demás,
para hacer uso de mi derecho
a permanecer con la boca cerrada,
con las cuerdas vocales en reposo.
Soy rápido para no decir lo que otros dicen,
para callar en medio de la barahúnda.
Sólo sé decir “permiso” y “por favor” y “gracias”.
Eso me permite hacerme entender sin esfuerzo
en cualquier lugar donde me encuentre.
Eso me permite ignorar otras lenguas
por dominar la mía hasta el silencio.
Así voy preparándome sin apuro
para cuando la vida no sea vida,
y el ruido y todo este cacareo ya no tengan sentido
La vuelta
Ella siempre elegía alguna mesa cerca de la ventana;
yo mentía estar de acuerdo, pero me sentaba a la sombra.
Ella pedía un café liviano; yo, un café pesado,
pesadísimo;
un café al que le agregaran toda esa fuerza
que le sacaban al de ella. Nos complementábamos.
Yo limpiaba mis anteojos con el faldón de la remera
y ella jugaba a enojarse por mi vulgaridad.
Así pasaron 15 años y 6 meses, más 11 noches terribles
hasta el lluvioso día del adiós, en octubre. Sí, en octubre.
4 años, un mes y 17 días después volvimos a
encontrarnos
—los almanaques tienen esas precisiones tal vez
innecesarias—
pero ya no éramos los mismos. Habíamos perdido la
alegría.
Ella ya no bebía café liviano, sino cargado, muy espeso;
y yo limpiaba mis anteojos con esas gamucitas
que te regalan en las ópticas
La terrible inocencia
No soy William Blake
pero sé que este hueco es La Puerta.
Aquí comienzan los sueños
y concluyen tus miedos.
No es una puerta inmaterial
abierta al vacío,
es el vacío en sí mismo
abierto a lo imposible.
Sobre la gramilla pasta un gamo.
Sobre el gamo: la noche y otra puerta
Aniversario
Y de pronto
sin darme cuenta
me volví viejo
y me sentí cansado
y no reconocí mi cama
y busqué huellas
donde ya se habían borrado
con un quitahuellas
fabricado en Corea
y un ridículo pajarito
llamado Manantial
pasó volando
a ras del tendedero
con un cartelito en el pico
que decía “c’est fini”
y puse un disco de Los Beatles
y lloré,
y alguien corrió en el patio de tierra
(sin consuelo)
gritando que la abuela se moría.
Inventario
Hay una noche oscura llena de barcos.
Hay un cuerpo mío cansado
por asientos de madera sin brazos
y hay dos muchachas con tapados marrones
haciendo limosna de sus vidas
en un cine suburbano.
Hay una puerta desvencijada llena de barcos.
Hay una risa insolente
hiriendo sin compasión mi falta de credo.
Hay un sol entre abedules
y una selva
y una lluvia
y una espina sin espinas
y una tarde.
Hay diez agendas con anotaciones llenas de barcos.
Hay diez agendas con poesías
consultadas por verdugos estivales
desde un puente.
Hay tres jóvenes bañistas llenas de barcos.
Hay un contrapunto de garfios,
anatemas y ropas interiores.
Hay un escritor sudamericano lleno de barcos.
De: "Eleanor Rigby y otros poemas", Editorial Eos, 2021
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