Paredes de la prisión
En las oscuras márgenes de esta estrofa o de otras
descansa el universo.
Yo (nieto de inmigrantes)
tiendo las camas,
perfumo los ambientes,
busco en vano quien despierte tanto sueño,
pero nada es campana
en este cuarto empapelado de imprudencias.
Tiritando de envidia
desmadejo conceptos que a todos pertenecen
y es muy burdo mi plagio
entre ancianos dementes que suplican ver un nuevo día.
En las escalinatas travertinas que conducen Allá Afuera
agoniza la lluvia.
Yo (pequeño comerciante)
levanto cielos imaginarios
en honor a imaginarios temporales,
pero es poca pantorrilla
esta columna que sostiene los Tinglados.
Presintiendo truculencias,
monto guardia con armas antiquísimas
que habrán de llevarme a la derrota,
mientras alguien suspira en la borrasca
y yo me entrego.
Agrietando las paredes de la prisión donde sucumbo
sólo viene a consolarme
prepotente
el eterno rock & roll de los que siempre esperan.
(Del libro “Soledad del mono en compañía”)
Cuando aúlla el viento zonda
Recostada a oscuras sobre la cama de siempre
sin blusa
sin revólver
sin proyecto
teme que el techo se derrumbe en su ombligo
y la tía dormida se largue a los gritos.
Contra las paredes calientes que miran al campo
y a la altura donde los murciélagos
prueban la eficacia de sus radares
imagina en detalle la taza de café
derramándose sobre el libro de Pavese.
“Viento maldito” dice entre dientes.
“Viento de fuego”
pero ni siquiera intenta cerrar las ventanas.
Fingiendo no saber que ya es la medianoche
hora en que la soledad se define por sí misma
descubre que no tiene los dedos suficientes
como para una contabilidad exacta
de sus arrepentimientos.
“Mamá, mamá
-susurra mirando el techo donde crujen las vigas-
aquel muchacho no era lo que parecía.
El amor toma formas caprichosas
cuando el calor es tanto”
pero tampoco le alcanzan los dedos
para contar los años que su madre
ya no está en este mundo.
Recostada a oscuras sobre la cama de siempre
sin blusa
sin revólver
sin proyecto
(si se quiere, a resguardo de una ciudad mortecina
sitiada de crímenes)
mide en kilómetros
la distancia que la separa del cajón de los remedios
simple cajón desbordado de trágicas propuestas
junto a la puerta donde sólo llama
el viento zonda que aúlla enardecido.
(Del libro “Soledad del mono en compañía”)
Ojos claros
Buscando el fresco en las partes más umbrías del viejo edificio
(como a una cápsula de vida en medio del infierno de la siesta)
la carnosa novicia se masturba por segunda vez en el día.
Lo ha conversado con Dios, y al parecer le ha dicho que bueno,
por lo que ya no es un secreto.
“Los hombres son bestias que suceden en el mundo”
se dice mientras trabajan sus dedos laboriosos
“energúmenos que se ufanan hasta de su ignorancia,
seres horizontales que se cotizan por centímetros,
¡Escoria y carne!” grita, y cuando grita “¡Carne!”
sus nalgas tiemblan sobre la fría textura de las mayólicas.
Es un poema que ella improvisa para ayudarse:
sin poema no habría orgasmo y sin orgasmo no habría ella,
así de simple.
Frente al espejo donde sus superioras ya ni se miran
la carnosa novicia ensaya gestos que pertenecen al mundo,
minuciosa exploración de sus senos
(este ganglio, aquel poro dilatado),
axilas depiladas hasta el límite
en que el terciopelo se transforma en seda.
En lo lento de sus parpadeos, en cada beso suyo sobre su propio brazo
los hombres de la tierra (esas bestias carnívoras que viven en los sueños)
inclinan sus cabezas, uno a uno, frente a la misma guillotina,
frente al mismo almanaque de Los Alpes nevados
donde ella seca su transpiración mientras resuella.
Ya se sabe que las mujeres de ojos claros también se quedan solas.
Reescritura del poema perdido “Reflejos de una monja orinando en un balde”
(Del libro “La casa de té”)
La mirada cómplice
Párate frente al espejo
sin miedo, sin ropa, sin complejos.
Acomoda el orden vanidoso de tu pelo
con algún ademán copiado de tu padre.
Como si fueses tu hermano,
ensaya un gesto de vigor.
Aspira profundo. Mira de soslayo.
Perfúmate las axilas y no sufras.
Es tu madre quien te mira desde el espejo.
Todo está en orden.
(Del libro “El décimo verso”)
Pin up siglo XXI
Le pregunté qué vamos a hacer esta noche. Ella dijo: “Cahuenga
Langa-Langa-Shoe Box Sopa”. Pienso que será mejor seguir intentando
hasta que lo hagamos bien. Tala mala Sheela Jaipur dhoop.”
(Traveling Wilburys, en “Margarita”)
Ella era una de esas chicas que tararean canciones
mientras uno les habla, que a veces mastican chicles
o escriben mensajitos en el teléfono móvil
o escuchan música en el MP3 mientras uno les habla.
Ella era una de esas chicas que tienen 40 pares de zapatos
en una caja bajo la biblioteca,
que se acuestan con un hipopótamo de peluche
cuando hay tormenta eléctrica y llueve a lo pavote,
que todavía están comiendo su tarta de verduras
cuando los mozos del bar ya han comenzado a apilar las sillas
y bostezan con el repasador colgado en el hombro.
Ella era una de esas chicas que reproducen diálogos
de vaya uno a saber quién demonios
le dije y me dijo y me dijo y le dije
hasta que cualquier balcón te viene bien para saltar al vacío.
Ella era una de esas chicas que necesitan hablarlo todo
casi 90.000 palabras del diccionario
para hablarlo todo, mientras tropiezan, caen,
compran terrenos al decir de las viejas
en cualquier camino que se les ponga por delante.
Ella pensaba en la muerte pero hablaba de la vida,
para disimular.
Ella era una de esas chicas que suelen cambiarle el compás al corazón
y sueñan con un estetoscopio.
Ella, exactamente ella, era una de esas chicas.
(Inédito)
Gente que va por lana
Pido por tus mayores lo que nunca pedí por los míos
y el desierto se vuelve más desierto en la mesa familiar de los domingos.
Desciendo a la tumba de quienes nunca resucitan
sólo para ver qué pueden necesitar para un nuevo evangelio
y las damas del templo levantan un iglú alrededor de mi equipaje.
Expulsado del pueblo, revendo estampitas en las afueras;
esas que dicen “Escóndeme bajo la sombra de tus alas”.
Pasadas las fiestas, cuando el viento de la ciudad se transforme
en un fantasma sin resuello corriendo por las azoteas,
volveré a ocupar la tierra abandonada por simple cobardía,
volveré a orinar el territorio donde pastaban los corderos,
regresaré a la fuente de la perdición, donde se laven los platos
de cualquier cena de trece comensales que no intente ser la última.
Todo será desolación en las vidrieras que reflejan el parque
cuando el sol decolore los carteles que anuncian la cerveza de moda.
Creo que veranear en la cornisa ya no tendrá encanto para mí.
(Inédito)
Enlaces: El poeta ocasional
Imagen: Facebook de RRS
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