El escritor, consorte de la famosa autora de “Frankenstein”, murió hace dos siglos pero su obra y estilo sobrevivieron al tiempo. Ejerció gran ascendencia sobre Allen Ginsberg y varios referentes de la corriente literaria que irrumpió en Estados Unidos luego de la Segunda Guerra Mundial
El 8 de julio de 1822, a los 29 años, el poeta inglés Percy Bysshe Shelley —quizás más conocido por, entre otras cosas, ser el esposo de la escritora de Frankenstein, Mary—fallecía ahogado en las costas del mar Tirreno, en Italia.
La poesía de Percy Shelley y su imagen literaria, mítica, fugaz y explosiva, trascendieron el período romántico y se volvieron faro para poetas del siglo XX que rescataron lo incendiario de sus versos a poco más de un siglo de haber sido publicados. Un grupo de poetas recogió su influencia con especial intensidad: los así llamados miembros de la Generación Beat norteamericana, quienes se conocieron en la posguerra en Nueva York y actuaron como vanguardia frente a una poesía que había sido cooptada por la academia y estaba encorsetada por reglas formales. Shelley influyó en tres miembros de esta cofradía: Allen Ginsberg, Lawrence Ferlinghetti y, particularmente, Gregory Corso.
Allen Ginsberg tal vez haya sido el poeta más mediático de la segunda mitad del siglo XX. Se relacionó con todo y con todos: desde los Hare Krishna hasta los miembros de la banda punk inglesa The Clash (incluso existe una foto de él con Joey Ramone), con viajes por Cuba, India, Checoslovaquia y Chile de por medio. Toda una celebridad literaria. Su producción poética, censurada y controvertida, sin duda debe mucho a la de Shelley, aunque estuvo matizada por los horrores del Holocausto, la locura, el materialismo norteamericano que predominó en los años cincuenta, la persecución ideológica y el terror a la aniquilación nuclear.
En la biografía Dharma Lion, de Michael Schumacher, leemos que los padres de Ginsberg—ambos con una formación literaria envidiable—, le leían poesía cuando era bebé. Louis, su padre, le recitaba de memoria versos de Emily Dickinson, Edgar Allan Poe, John Keats, John Milton y Percy Shelley mientras hacía las tareas de la casa.
Un segundo momento clave en la conexión Ginsberg-Shelley ocurre durante la etapa universitaria de Allen, en Columbia, donde conoció a Jack Kerouac. Allí, Ginsberg no solo leía el material bibliográfico de las cátedras, sino que también se educaba de manera privada leyendo biografías de Baudelaire, Verlaine, Rimbaud y Shelley. Para las clases escribió ensayos sobre Baudelaire, Rimbaud, Shelley (no se sabe si están publicados en español) y un extenso paper sobre La balada del viejo marinero, de Samuel Taylor Coleridge.
Una tercera instancia tiene que ver con un viaje de Ginsberg a Italia, en donde se toma el tiempo para visitar Venecia, Florencia y Roma, paseo por el Vaticano mediante. Junto con su pareja, Peter Orlovsky, conocen el Coliseo y visitan las tumbas de Keats y Shelley, de donde recogen tréboles para Louis, su padre, y Gregory Corso.
Allen Ginsberg
Un último contacto, al menos de los que podemos citar aquí, sucede una noche en la que Ginsberg visitó a su amigo Zev Putterman. Charlaron toda la noche, escucharon discos de Ray Charles, y Ginsberg, que había estado leyendo las obras de Shelley y había consumido morfina y metanfetaminas, acaba contándole a su amigo sobre la locura de su madre Naomi, quien había estado internada en un manicomio y a quien no le habían leído el kadish de duelo que le correspondía. Ginsberg le dijo a su amigo que, desde entonces, tenía la idea de escribir un poema que sirviera como responso… frente a esto, Putterman toma una copia de su libro de rituales judíos y de ahí lee los pasajes centrales del kadish a su amigo. Esto, y una caminata por Manhattan de vuelta a su casa, le dio la base para componer el poema que dedicaría a su madre. Le llevó un día y medio de escritura continua, y tal vez sea el poema más reconocido de Ginsberg después de Aullido.
Por su parte, Ferlinghetti cita al poeta inglés en La poesía como arte insurgente, en dos oportunidades (ambas en traducción de Esteban Moore):
“¿Querés ser un gran escritor o un gran académico,
un poeta burgués o un poeta radicalizado en llamas?
¿Podés imaginar a Shelley asistiendo a un taller
de escritura?
Sin embargo los talleres de poesía pueden desarrollar
comunidades de amistad poética en el corazón de
América, donde tantos pueden sentirse solos y perdidos
pues no hallan espíritus afines.”
Más adelante, Ferlinghetti vuelve con Shelley y la metáfora ígnea:
“Ah vos recolector
de la fina ceniza de la poesía
ceniza de la excesiva flama blanca
de la poesía
Considerá a aquellos que se han quemado antes que vos
en ese blanquísimo fuego
Crisol de Keats y Campana
Bruno y Safo
Rimbaud y Poe y Corso
y de Shelley ardiendo en las llamas
sobre la playa
en Viareggio
Y ahora en la noche
en la conflagración general
la blanca luz
todavía nos consume
a nosotros
pequeños payasos
que sostenemos delgadísimos cirios
al calor de su flama.”
En An Accidental Autobiography, selección de cartas escritas por Gregory Corso y editada por Bill Morgan, leemos que el hijo de italianos, ex presidiario convertido a la poesía por la lectura de los clásicos griegos y romanos y por los románticos, dedica varias misivas a comentar la relación que tuvo con Shelley y su poesía.
En mayo de 1956, Corso declara que si él no es el mejor, al menos cree ser lo que más se parece a un poeta, según su propia concepción. En contraste con los poetas de Nueva Inglaterra, a quienes llama “cocodrilianos apocalípticos” y les reprocha no saber que “los poemas no son nada sin el poeta”. Luego se pregunta por qué son tan hermosos Shelley, Chatterton, Byron y Rimbaud, para responder que es porque el poeta, en ellos, y su poesía son uno. Cabe mencionar que Corso en esta carta dice que los versos son para menores de 30, y de ahí que considere que la vida de Shelley fue un poema en sí misma.
El 23 de agosto de 1956 le escribe a Allen Ginsberg contándole de una relación que tuvo con una chica, con la que convivió un año. La muchacha, de solo 19 años, podía recitar toda la poesía de Shelley de memoria, y tenía planeado suicidarse al cumplir los 20. Corso no vio si la chica cumplió su promesa, porque decidió mudarse a California en julio de 1956. El 6 de febrero del 58 le escribe nuevamente a Ginsberg, esta vez desde Venecia. En la carta le dice a su amigo que el corazón de Shelley está enterrado en algún lugar de Inglaterra, y le pide que lo encuentre.
En el otoño parisino de 1958, Corso le escribe a Jack Kerouac una de las cartas más interesantes de las seleccionadas para este artículo: allí, nuestro poeta le cuenta a Jack—también católico— que “un hombre nace para amar a Dios” y que estuvo hablando con un cura para preguntarle si Shelley estaba en el infierno ahora. El diálogo no tiene desperdicio: “¿Crees que el hermoso Shelley está en el infierno?” A lo que el sacerdote responde: “Dejó a su esposa, ¿cierto? Se casó con otra mujer, ¿cierto? Era ateo, ¿cierto? Entonces seguramente su alma arde en el infierno.” Corso no se dejó amedrentar y le retrucó: “Pero mira sus poemas, ¡amaba a Dios!” Corso parece tener la última palabra en ese intercambio, porque no indica cómo terminó.
Desde Roma, el 31 de octubre de 1958, Corso envía dos postales: una a Gary Snyder, donde comenta que está sentado cerca de la tumba de John Keats, y que el pasado—teniendo en cuenta la vibrante historia de la ciudad y de las personalidades que pasaron por allí, Shelley entre ellas—”no es una mentira”, y otra a Philip Whalen, a quien le envía dos tréboles, de las tumbas de Keats y Shelley, a quienes llama “la perfección de todo lo romántico”. Su meta, le cuenta a Ferlinghetti en otra carta, es, precisamente, “revivir el Romanticismo”.
Corso falleció en 2001, luego de una larga enfermedad. Se hizo una misa en su honor, en la iglesia donde había sido bautizado. Sus cenizas fueron llevadas a Roma, y esparcidas en la tumba de Shelley, a quien tanto admiró.
¿Por qué leer a Percy Shelley? El viernes 15 de julio a las 18:30, en la Biblioteca Carriego, Honduras 3784, se conmemorará el bicentenario de la muerte de Percy Shelley. En esa oportunidad, Jerónimo Ledesma, traductor y profesor, Mario Rucavado, traductor e investigador, y Matías Carnevale, periodista cultural, leerán y comentarán fragmentos de la poesía shelleiana. Entrada libre y gratuita.
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Fuente: Infobae
Imagen en Wikipedia
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