4.
Soy el extraño.
Me han dado el último cuarto
junto a la escalera de incendios.
Quiero ser como ellos,
quiero una familia.
“No puedes ser como nosotros,
tú eres como él.”
Señalan con el dedo al Hombre Invisible.
El Hombre Invisible no habla con nadie.
Se desliza con rapidez en línea recta.
Cuando gira sólo gira noventa grados.
Sólo es visto de perfil.
Va enfundado en gabardina, gorra y lentes negros.
El Hombre Invisible es un jeroglífico humano.
Un día lo seguí por la calle.
El Hombre Invisible dio vuelta en una esquina,
luego en otra y luego en otra
y caminó veloz de vuelta al hotel.
Pero por un instante lo vi quitarse las gafas:
era el doble de Dustin Hoffman.
“¿Se han dado cuenta que el Hombre Invisible
es idéntico a Dustin Hoffman?”
Pero a nadie ahí le importaba un carajo Dustin Hoffman.
6.
A la mitad del invierno
me supe afortunado
de haber cambiado la escuela
por East Hastings.
Me hice una maestría de estar parado
haciendo fila
en las cafeterías del gobierno.
Perdí la cuenta de todas las veces
que vi a Buddha
parado en la misma fila
frente a mí.
Señorito Siddhartha,
me enseñaste la paciencia del desierto
para esperar en línea
el pan y la sopa caliente
que caían del cielo cristiano
y me eran dados por canadienses angélicos,
palidísimos
y terriblemente
amables.
12.
Llevaba sólo mil dólares
así que debía gastar lo menos posible.
Según el periódico, los cuartos más baratos
estaban en East Hastings.
Además daban tarifas semanales
y no pedían referencia o depósito.
Pero el primer día estaba yo exhausto;
renté por una sola noche
una habitación limpia
con baño y televisor.
Observé la calle
antes de cerrar las cortinas.
Era el verano.
En Vancouver llueve todo el tiempo
y cuando sale el sol hay una ley tácita
que obliga a la gente a ponerse ropa ligera
y salir a caminar con paso suave.
Todo el mundo tenía actitud de millonario,
de gente sin dolor aparente.
No era posible. Jamás había visto algo así.
Sentí un pavor que no había sentido
desde la infancia.
Me acosté sobre la colcha
sin quitarme la ropa.
La posibilidad de morir de hambre
rodeado de gente exitosa
me asaltó con violencia.
Comencé a caer en el sueño que sigue al insomnio,
ese que no espera a que caiga
el telón de los párpados
antes de arrojarte al pozo.
Los turistas entraban a mi cuarto
y se paseaban alrededor de mi cama.
Me tomaban fotos.
Me quitaban los zapatos,
me quitaban la camisa y los pantalones.
Era gente joven y espantosamente guapa.
¿Y qué era yo?
Pero la luz se fue extinguiendo
y yo me olvidé de aquella pregunta
EDUARDO PADILLA
(1973, Vancouver, Canadá)
De: "Hotel Hastings", Cinosargo Ediciones, 2018
Enlaces: Poesía mexicana contemporánea | Entretextos | Poesía Mexa
Soy el extraño.
Me han dado el último cuarto
junto a la escalera de incendios.
Quiero ser como ellos,
quiero una familia.
“No puedes ser como nosotros,
tú eres como él.”
Señalan con el dedo al Hombre Invisible.
El Hombre Invisible no habla con nadie.
Se desliza con rapidez en línea recta.
Cuando gira sólo gira noventa grados.
Sólo es visto de perfil.
Va enfundado en gabardina, gorra y lentes negros.
El Hombre Invisible es un jeroglífico humano.
Un día lo seguí por la calle.
El Hombre Invisible dio vuelta en una esquina,
luego en otra y luego en otra
y caminó veloz de vuelta al hotel.
Pero por un instante lo vi quitarse las gafas:
era el doble de Dustin Hoffman.
“¿Se han dado cuenta que el Hombre Invisible
es idéntico a Dustin Hoffman?”
Pero a nadie ahí le importaba un carajo Dustin Hoffman.
6.
A la mitad del invierno
me supe afortunado
de haber cambiado la escuela
por East Hastings.
Me hice una maestría de estar parado
haciendo fila
en las cafeterías del gobierno.
Perdí la cuenta de todas las veces
que vi a Buddha
parado en la misma fila
frente a mí.
Señorito Siddhartha,
me enseñaste la paciencia del desierto
para esperar en línea
el pan y la sopa caliente
que caían del cielo cristiano
y me eran dados por canadienses angélicos,
palidísimos
y terriblemente
amables.
12.
Llevaba sólo mil dólares
así que debía gastar lo menos posible.
Según el periódico, los cuartos más baratos
estaban en East Hastings.
Además daban tarifas semanales
y no pedían referencia o depósito.
Pero el primer día estaba yo exhausto;
renté por una sola noche
una habitación limpia
con baño y televisor.
Observé la calle
antes de cerrar las cortinas.
Era el verano.
En Vancouver llueve todo el tiempo
y cuando sale el sol hay una ley tácita
que obliga a la gente a ponerse ropa ligera
y salir a caminar con paso suave.
Todo el mundo tenía actitud de millonario,
de gente sin dolor aparente.
No era posible. Jamás había visto algo así.
Sentí un pavor que no había sentido
desde la infancia.
Me acosté sobre la colcha
sin quitarme la ropa.
La posibilidad de morir de hambre
rodeado de gente exitosa
me asaltó con violencia.
Comencé a caer en el sueño que sigue al insomnio,
ese que no espera a que caiga
el telón de los párpados
antes de arrojarte al pozo.
Los turistas entraban a mi cuarto
y se paseaban alrededor de mi cama.
Me tomaban fotos.
Me quitaban los zapatos,
me quitaban la camisa y los pantalones.
Era gente joven y espantosamente guapa.
¿Y qué era yo?
Pero la luz se fue extinguiendo
y yo me olvidé de aquella pregunta
EDUARDO PADILLA
(1973, Vancouver, Canadá)
De: "Hotel Hastings", Cinosargo Ediciones, 2018
Enlaces: Poesía mexicana contemporánea | Entretextos | Poesía Mexa