Eduardo Padilla

4.







Soy el extraño.

Me han dado el último cuarto

junto a la escalera de incendios.

Quiero ser como ellos,

quiero una familia.

“No puedes ser como nosotros,

tú eres como él.”

Señalan con el dedo al Hombre Invisible.

El Hombre Invisible no habla con nadie.

Se desliza con rapidez en línea recta.

Cuando gira sólo gira noventa grados.

Sólo es visto de perfil.

Va enfundado en gabardina, gorra y lentes negros.

El Hombre Invisible es un jeroglífico humano.

Un día lo seguí por la calle.

El Hombre Invisible dio vuelta en una esquina,

luego en otra y luego en otra

y caminó veloz de vuelta al hotel.

Pero por un instante lo vi quitarse las gafas:

era el doble de Dustin Hoffman.

“¿Se han dado cuenta que el Hombre Invisible

es idéntico a Dustin Hoffman?”



Pero a nadie ahí le importaba un carajo Dustin Hoffman.







6.







A la mitad del invierno

me supe afortunado

de haber cambiado la escuela

por East Hastings.

Me hice una maestría de estar parado

haciendo fila

en las cafeterías del gobierno.

Perdí la cuenta de todas las veces

que vi a Buddha

parado en la misma fila

frente a mí.

Señorito Siddhartha,

me enseñaste la paciencia del desierto

para esperar en línea

el pan y la sopa caliente

que caían del cielo cristiano

y me eran dados por canadienses angélicos,

palidísimos

y terriblemente

amables.







12.







Llevaba sólo mil dólares

así que debía gastar lo menos posible.



Según el periódico, los cuartos más baratos

estaban en East Hastings.

Además daban tarifas semanales

y no pedían referencia o depósito.

Pero el primer día estaba yo exhausto;

renté por una sola noche

una habitación limpia

con baño y televisor.



Observé la calle

antes de cerrar las cortinas.

Era el verano.

En Vancouver llueve todo el tiempo

y cuando sale el sol hay una ley tácita

que obliga a la gente a ponerse ropa ligera

y salir a caminar con paso suave.

Todo el mundo tenía actitud de millonario,

de gente sin dolor aparente.

No era posible. Jamás había visto algo así.



Sentí un pavor que no había sentido

desde la infancia.



Me acosté sobre la colcha

sin quitarme la ropa.



La posibilidad de morir de hambre

rodeado de gente exitosa

me asaltó con violencia.



Comencé a caer en el sueño que sigue al insomnio,

ese que no espera a que caiga

el telón de los párpados

antes de arrojarte al pozo.

Los turistas entraban a mi cuarto

y se paseaban alrededor de mi cama.

Me tomaban fotos.

Me quitaban los zapatos,

me quitaban la camisa y los pantalones.

Era gente joven y espantosamente guapa.

¿Y qué era yo?



Pero la luz se fue extinguiendo

y yo me olvidé de aquella pregunta









Eduardo Padilla

EDUARDO PADILLA

(1973, Vancouver, Canadá)

De: "Hotel Hastings", Cinosargo Ediciones, 2018

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