la ola entrena
el modo más violento
de recuperar para sus ancestros
la tierra.
en la memoria del pez
queda la flor.
en la piel del agua,
los cadáveres de la lluvia
la madrugada engendra
el monstruo de los mil idiomas
y lo mece
en la cuna vacía
de mis pies.
la reverberación de un arrullo
que no canta
no nos deja dormir.
mientras la luminaria pública apretaba
la humedad
como si fueran los ojos
de un monstruo que nos vigila y exhala
aire condensado
hasta hacer llorar
a los eucaliptos sobre el techo del auto
donde nos enhebramos,
una araña
tejía del cielo al suelo
un nuevo árbol
donde otros se irían a refugiar.
no podrías ser
el sonido del impacto contra el vidrio,
la mariposa que dibujó la rajadura,
la entidad que arrastra
ni el polvo que prosigue al arrastre.
sin embargo, hay madrugadas
en las que necesito tenerte
cerca
como un amuleto
al que tampoco le voy a rezar
hay algo en esa
foto
que perdura más allá
del fuego:
dos pájaros sobre el tendido telefónico
picotean el plástico
como si interrumpieran
una llamada que va por aire.
luego caen muertos
a los pies de una mujer
que habla por celular mientras quema algo.
abrir los poros
duele.
tomo
una pinza y tironeo el insomnio.
el peso del polvo
me ha cerrado
los párpados
cuando es deber levantarse.
son 5:32
en todo el cuerpo.
todo lo que hice fue repetir
el mismo verbo
el mismo sustantivo.
dejarlos
en el centro. mientras el sol nos movía
la sombra
hasta que la noche hizo un gesto y levantó
la voz.
nos fuimos a dormir
relajados,
un poco más
muertos.
Eduardo E. Vardé (1984, Buenos Aires, Argentina)
De: "El idioma abisal", Halley Ediciones. Mariana Kruk, 2019
Enlaces:
el modo más violento
de recuperar para sus ancestros
la tierra.
en la memoria del pez
queda la flor.
en la piel del agua,
los cadáveres de la lluvia
la madrugada engendra
el monstruo de los mil idiomas
y lo mece
en la cuna vacía
de mis pies.
la reverberación de un arrullo
que no canta
no nos deja dormir.
mientras la luminaria pública apretaba
la humedad
como si fueran los ojos
de un monstruo que nos vigila y exhala
aire condensado
hasta hacer llorar
a los eucaliptos sobre el techo del auto
donde nos enhebramos,
una araña
tejía del cielo al suelo
un nuevo árbol
donde otros se irían a refugiar.
no podrías ser
el sonido del impacto contra el vidrio,
la mariposa que dibujó la rajadura,
la entidad que arrastra
ni el polvo que prosigue al arrastre.
sin embargo, hay madrugadas
en las que necesito tenerte
cerca
como un amuleto
al que tampoco le voy a rezar
hay algo en esa
foto
que perdura más allá
del fuego:
dos pájaros sobre el tendido telefónico
picotean el plástico
como si interrumpieran
una llamada que va por aire.
luego caen muertos
a los pies de una mujer
que habla por celular mientras quema algo.
abrir los poros
duele.
tomo
una pinza y tironeo el insomnio.
el peso del polvo
me ha cerrado
los párpados
cuando es deber levantarse.
son 5:32
en todo el cuerpo.
todo lo que hice fue repetir
el mismo verbo
el mismo sustantivo.
dejarlos
en el centro. mientras el sol nos movía
la sombra
hasta que la noche hizo un gesto y levantó
la voz.
nos fuimos a dormir
relajados,
un poco más
muertos.
Eduardo E. Vardé (1984, Buenos Aires, Argentina)
De: "El idioma abisal", Halley Ediciones. Mariana Kruk, 2019
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