Raymond Carver: Asia


Asia



Qué bueno es vivir cerca del agua.
Los barcos pasan tan próximos a la tierra firme
que un hombre puede tender la mano
y quebrar una rama de uno de los sauces
que crecen aquí. Los caballos corren salvajes
junto al agua, a lo largo de la playa.
Si los hombres de a bordo quisieran, podrían
hacer un lazo, arrojarlo
 y  traer a cubierta a uno de  los caballos.
Algo que les sirva de compañía
en el largo viaje al Este.
Desde mi balcón puedo leer los rostros
de los hombres mientras miran fijamente a los caballos,
 a los árboles y a las casas de dos pisos.
Yo sé en qué están pensando
cuando ven a un hombre saludándolos con la mano desde el balcón,
su auto rojo abajo en la calle.
Lo miran y se consideran
afortunados. Qué misterioso golpe
de suerte, piensan, los ha traído
por todo este camino hasta la cubierta de un barco
con destino a Asia. Esos años de empleos temporarios
o de trabajo en los depósitos o como estibadores
o simplemente vagando por los muelles,
han sido olvidados. Cosas así les han sucedido
a otros más jóvenes,
si realmente sucedieron.
Los hombres de a bordo
agitan las manos, devolviendo el saludo.
Están inmóviles, agarrados a la borda,
mientras que el barco pasa deslizándose. Los caballos
salen de entre los árboles hacia el sol.
Se paran como estatuas de caballos.
Observando el barco mientras pasa.
Las olas se rompen contra el barco.
Contra la costa. Y en la mente
de los caballos, donde
siempre es Asia.


Asia




It’s good to live near the water.

Ships pass so close to land
a man could reach out
and break a branch from one of the willow trees
that grow here. Horses run wild
down by the water, along the beach.
If the men on board wanted, they could
fashion a lariat and throw it
and bring one of the horses on deck.
Something to keep them company
for the long journey East.
From my balcony I can read the faces
of the men as they stare at the horses,
the trees, and two-story houses.
I know what they’re thinking
when they see a man waving from a balcony,
his red car in the drive below.
They look at him and consider themselves
lucky. What a mysterious piece
of good fortune, they think, that’s brought
them all this way to the deck of a ship
bound for Asia. Those years of doing odd jobs,
or working in warehouses, or longshoring,
or simply hanging out on the docks,
are forgotten about. Those things happened
to other, younger men,
if they happened at all.
The men on board
raise their arms and wave back.
Then stand still, gripping the rail,
as the ship glides past. The horses
move from under the trees and into the sun.
They stand like statues of horses.
Watching the ship as it passes.
Waves breaking against the ship.
Against the beach. And in the mind
of the horses, where
it is always Asia.

Raymond CarverTraducción: Adam Gai
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Imagen: Penguin NZ

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