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Alí Calderón: Hay una transparencia que lastima

El poeta ocasional | Alí Calderón

Sarajevo    




El viento es frío quema 
y hace temblar a quien aguarda 
el sordo paso del tranvía 
Los ancianos reclinan 
la cabeza en el vidrio 
El tedio de vivir les surca el rostro 
Empañan los cristales con miradas 
perdidas su lejana indiferencia 
Es Sarajevo el sol 
se encaja en los disparos de mortero
las ruinas las fachadas
Hay una transparencia que lastima
el vuelo el rumbo de las aves
Lontano  
las colinas y al acecho
caen sobe la Sniper Alley
Nada me asombra ya ni me resigna
si dices que te vas
que sólo sabes irte
Las aguas del Miljacka
corren de pronto envejecidas
oscurecen su paso bajo el puente de Princip
De un disparo perfecto asesinaron
aquí a un Archiduque
Nosotros hemos muerto
hasta el hartazgo muchas vidas juntos
En el umbral de una iglesia ortodoxa
alguien observa cómo
se consume la luz de las candelas
Extintas ya las teas se remueven
Ha quedado vacío el kirostatis
Welcome to hell advierten
grafitis de otro tiempo
Del infierno no queda
sino esta lenta calma
prolongado después que nos habita
Los gatos hurgan en bolsas de basura
Crece la yerba en lápidas de parques cementerios
Ha cruzado el tranvía deja
un estruendo el temblor
del aire tras los rieles
quizá un recuerdo
nada



AHORA que la noche es una flor carnívora de sombra
y que todo destello en la negrura
invoca antiguas llagas que humillaron la carne
ahora que silencio y día son
la ceniza que me habita estarás
collar de flores y rasguño
atemperada
ignota en otras manos
Deslazado por el viento y esparcido
un escándalo descenderá por tu cabello
Se agitarán tus pendientes al terso ritmo de tu risa
y ahora será un punto en el tiempo
plegado para siempre entre nosotros
Ahora tus tacones de alta aguja inundarán la casa con su eco
ensayarás el gloss de escarlata tono el escote sport
las fragancias de discreto dulce
La distancia será el ahora que se extienda hasta más allá
de lo tocado por la vista
y ahora
mientras me consumo en el aire enrarecido
y desmaquillas en lento espiral tu rostro
arde tu desnudez bajo mis párpados
Ahora que tu nombre está rodeado de polvo y de mutismo
que no mudarán en carne mis palabras nominándote
que presagio serás inacabado
y no habrás de aparecer de pronto si te pienso
ahora justo ahora
ahora
me quiebro




ALÍ CALDERÓN
(1982, Puebla, México)
Fuente: Facebook Oscar V. Conde
Imagen en mirada malva


Horacio Warpola

Horacio Warpola / poesía mexicana



III.    


No es que te haya olvidado,
es que decidí mejor pensar en otras cosas.

Incluso cuando borrarte del mundo virtual
no bastaba con desvanecerte de la tierra.

Había 351 mensajes nuevos en tu bandeja de entrada de Gmail,
eran 275 notificaciones de Facebook,
16 personas habían comenzado a seguirte por Twitter;
lo demás era basura:
recados,
despedidas
y llanto.

Como si dejarte un post o un tweet
hiciera que el dolor se encoja;
tal vez un consuelo para los que no pudieron decirte
unas últimas palabras
con la pútrida esperanza de que fueras a responder con
un «me gusta».

Fue muy complicado eliminarte,
envié un mail extenso a los administradores para explicarles
que habías muerto,
y que los muertos no están en Facebook,
ya no escriben en sus muros.

Respondieron al día siguiente enviando una clave y un pésame.
Pensé en el hombre que reenviaba el mail,
pensé en todas las personas que han muerto
y siguen flotando en internet,
perdidos entre htmls y wwws.

Pude ver sus blogs como tumbas,
sus perfiles llenos de epitafios y homenajes.

Me sentí muy triste por todos ellos.


gob.mx 



Las expectativas que mi gobierno quiere que tenga son medias
Digo -mi gobierno- porque aunque no sea mío me pertenece en el patriotismo
y en los impuestos y en la rutina
No soy un drogadicto no tengo grandes deudas
Conozco el mundo y a los animales salvajes a través de la televisión
y no puedo dejar de sentirme mal porque mi realidad es la ficción de otro
Mi ficción no es la realidad de nadie
Estoy cansado de abrir y cerrar las canillas
como si eso fuera vivir
Abrir y cerrar canillas
Hasta donde sé una flor no se queja de ser una flor
Un tornillo ama ser un tornillo
Estoy joven y a veces me siento como un viejo
y a veces me siento como un niño
Son los treinta -dicen-
No quiero quedarme a medias
A mi gobierno le conviene
que sea una trucha en un estanque de crianza
fácil de pescar fácil de devorar
Llega el momento en donde tomas el auto
y lo estrellas en cualquier barda
Las bolsas de aire te salvan la vida
-las bolsas de aire-
eso para mí es la poesía
Estrellarme cuando quiera sin morir
siempre a medias
Como mi gobierno desea 



Poema de los drones



Nadie rebaje a lágrima o reproche
una aeronave que vuela sin tripulación humana a bordo
esta declaración de la maestría
también conocida en español como vehículo aéreo no
tripulado
de Dios, que con magnífica ironía
pretende reproducir la facilidad de vuelo del abejorro
me dio a la vez los libros y la noche
pero también entrega pizzas.


HORACIO WARPOLA (1982, Alizapán de Zaragoza / 2024, Querétaro, México)
Fuente: Digo palabra

Elisa Díaz Castelo: Ceden sus amarras fantasmas sin agobio


Escoliosis   




En la búsqueda de la forma 
se me distrajo el cuerpo. Es eso, 
nada más, asimetría. 
La errata vertebral, 
el calibraje óseo, 
la rotación espinada. Es el hueso 
mal conjugado.
Es una forma de decir
que a los doce años
ya se ha cansado el cuerpo.
Es la puntería errada de mis huesos,
la desviada flecha.
No es lo que debiera, mi esqueleto
quiso escapar un poco
de sí mismo. Se le dice escoliosis
a esa migración de vértebras,
a estos goznes mal nacidos,
hueso ambiguo.

A esa espina
dorsal
bien enterrada.

A los doce años se me desdijo el cuerpo.
Porque árbol que crece torcido, nunca.
Porque mis huesos desconocen
el alivio
de la línea,
su perfección geométrica.

Me creció adentro una curva,
onda,
giro
de retorcido nombre: escoliosis.
Como si a la mitad del crecimiento
dijera de pronto el cuerpo mejor no,
olvídalo, quiero crecer para abajo,
hacia la tierra. Como si en mi esqueleto
me dudara la vida, asimétrica,
desfasada de anclas o caderas,
mascarón desviado, recalante.

Mi columna esboza una pregunta blanca
que no sé responder. Y en esta parábola de hueso.
De esta pendiente equivocada. De lo que creció
chueco, de lado, para adentro.
Se me desfasan
el alma
y los rincones. Mi cuerpo:
perfectamente alineado desde entonces
con el deseo de morir y de seguir viviendo.

Si las vértebras, si la osamenta quiere, se desvive,
rota por no dejar el suelo. Si se quiere volver
o se retorna, retoño dulce de la tierra rancia,
deseo aberrante de dejar de nacer
pronto, de pronto, con la malnacida duda
esbozada bajo la piel, reptante.
Paralelamente.
No es eso,
no es
eso
no
eso no,
no es ahí, donde ahí acaba,
donde empieza el dolor empieza el cuerpo.

Si se duele, si tiembla, al acostarse
un dolor con sordina, un daltónico dolor vago,
si el agua tibia y la natación, si la faja
como hueso externo, cuerpo volteado,
si los factores de riesgo y el desuso,
si el deslave de huesos. Es minúsculo
el grado de equivocación, cuyo ángulo.
A los doce años se me desdijo el cuerpo,
lo que era tronco quiso ser raíz.
Es eso, el cuarto menguante,
la palabra espina, la otra que se curva
al fondo: escoliosis. Es el cuerpo
que me ha dicho que no.



Esto otro que también me habita (Y no es el alma o no necesariamente)    


A partir de un verso de Darío Jaramillo

Animalejos
insidiosos o inocuos,
pero, ante todo, diminutos,
o, por lo menos, discretos. De varias patas
o ninguna, redondos o alargados, con
o sin ojos, con o sin dientes, asexuados
o calientes, procreativos. Sobre todo
invisibles o bien ocultos, invertebrados
(por suerte), inveterados. Desde siempre
nos habitan, huéspedes y nosotros, anfitriones,
no podríamos vivirnos solos, mantenernos.
Somos ellos: son nosotros. No hay dualismo
ni monismo. Todo parasitario,
todos parásitos: hay
tantas células de microbios
como células humanas en el cuerpo.

Bacterias, sobre todo,
rumiantes, pastando
en las estepas del intestino.
Virus, también, perfectos
como semillas de castaños.
Y dónde,
en todos lados.
Y cuándo,
siempre:
la ameba indecorosa,
el demodex alienígena,
anquilosotmas, tricocéfalos,
la triste solitaria.
Todos nauseabundos al microscopio:
aparatosos, necesarios
microorganismos patógenos y comensales,
rumiantes animalillos
simbióticos, simbólicos.
Holgazanes, vividores
de este cuerpo para ellos universo,
con sus nebulosas de células,
infiernos de ácido, para ellos
tierra fértil, paraíso
de sangre en movimiento.

Pero esto que también me habita
algún día se mudará de cuerpo,
me moriré, me comerán de adentro
para afuera, clostridia coliformes
(se muere siempre
de adentro para afuera,
del centro al diámetro,
de la sangre al nombre).
Esto que también me habita
soy yo, parte por parte,
perviviendo
con la irresoluta sentencia
de la vida eterna o al menos
más larga que la mía,
diminuta, rapaz y carroñera,
después de la muerte



Vida media




Redondeo su nombre: tres o cuatro recuerdos.
Un número que tiende a oscurecerse.
Nombre de borde y empeño, nombre de fondo,
canción que de tanto escucharse se desgasta.
Dios ha hecho su mudanza. Aquí no vive.
Cielo, tierra, hemos sido demasiado lentos:
ya se acabó la cuenta regresiva de la infancia
y no me acuerdo del nombre de su perro
ni de qué traía puesto cuando nos empapamos
bajo la lluvia tibia de Querétaro.
Nuestros nombres eran
innumerables abejas, un enjambre o manada,
multitud de sonidos, ni siquiera
el cauce o la desembocadura, ni siquiera el agua.
Recuerdo obstinado, elemento
que al atravesar el tiempo se desgasta.
Ésta es la vida media. Con los siglos
hasta los elementos cambian,
se pierden por partes, se vuelven otros
más comunes, más estables. Casi todos
terminan convertidos en plomo.
Hay que decirle al alquimista: dale tiempo.
Queda la vida a contrapelo y esta calle lejana
en la que vivo, quedan las frutas maduras
que esperan de madrugada en sus cajas
frente al mercado vacío. El presente
es punto ciego, ese momento
de la noche a medias donde no se sabe
si las cosas terminaron o están a punto de empezar
de nuevo, todavía. Queda la palabra de su nombre:
un cuchillo de carnicero tantas veces afilado
que casi ya no existe



Apogeo de sombra




Y el tema del último planeta,
desterrado
al frío de la noche
en algún sitio de octubre.
El hilo del que pendía
cortado sin arrepentimiento.
Se borró de cuadernos y sistemas,
lo desaprendimos con esmero,
como ha de suceder con tantas cosas.

Cuando me lo dijo, estábamos en la oficina.
La lluvia suavizaba su voz
en esta ciudad de estrellas apagadas.
Los planetas, sabía teóricamente, son estables,
sus luces constantes y finísimas.
Me gustaban por eso.
Pero, después, saber con qué facilidad
se puede prescindir. Los objetos, los nombres,
ceden sus amarras fantasmas sin agobio.

Un pájaro se resguardó de la lluvia
en la oficina.
La pequeña bestia cantaba,
revoloteando su voz tan tibia.
Dijimos
que lo liberaríamos,
pero lo olvidamos.
El lunes ahí estaba,
helado,
un puño de alas oscuras.

Después de ese día
no hablamos más.
En algún sitio de mi cuerpo,
se engendró una nueva oscuridad,
un hemisferio de pérdida bajo la piel.

Qué confusión,

permanecer y cesar,
caminar las mismas calles
y volverse invisible.

Miraba, desde el otro lado, la ventana.
Recorría mi trayecto errático de sombra,
los días que compartimos:
aulas iluminadas, distantes
ecos de otra luz.
Encendía sus palabras entre mis labios,
esquirlas abrasadas,
parpadeantes.

La materia es más débil que la mente:
Yo no existía pues se negaba a verme.
Mi cuerpo
levantaba su oscura obsolescencia.
Mi nombre,
un trago de silencio en su garganta.
Y la ridícula tristeza,
como si el planeta hubiera de hecho desaparecido,
erosionado, hundido en su apogeo de sombra,
cerrado sobre sí mismo,
un camino que ya nadie recorre


poesía mexicana actual, Principia, escoleosis
De: "Principia", Elefanta del Sur, 2021
Otro poema de ELISA DÍAZ CASTELOaquí


Dana Gelinas


Un corazón de chocolates    



Odio los chocolates. 
Mucho más los que son caprichos 
de San Valentín: 
demasiado alcohol, 
demasiados azúcares, 
demasiados sabores que envenenan. 

Los odio por su alharaca,
los odio porque cada uno es diferente del anterior,
los odio porque no puedo evitarlos,
los odio porque sin su sabor no soy nada,
los odio porque sí,
porque del odio al amor
sólo hay un bocado.



9




La fecha que tuve que regresar y abrir mi casa
fue en la canícula más rigurosa.
El primer día, el aire ardiente
que entró por mi esófago me provocó febrícula.
A las diez de la noche,
el agua de la llave fría despedía vapor as5xiante.
Aun con el viejo aparato de aire
acondicionado encendido,
yo sudaba al salir del baño,
Tardó más de dos horas en producir aire respirable,
quise llorar de as5xia,
quise gritar,
y entonces entré nuevamente a la regadera con la bata de baño puesta
y con la toalla húmeda como turbante
para recuperar mi temperatura,
y las dejé secar mientras dormía,
arropada en ellas.
Hace muchos años,
le conté a mi pareja
que un día lloré porque no podía respirar
el ardor del aire,
y él aún lo recuerda



Tienda de ropa de marca

Boxers



En una tienda de ropa interior
de cuyo nombre no quiero acordarme,
casi como un espectáculo de circo,
como un best-seller,
se exhibían unos boxers
con el diseño más feo del mundo:
una pareja de sapos
enredados por sus lenguas
en un torcido beso francés.

Un príncipe siempre estará en riesgo
de convertirse en un lépero
con semejante vestido.

¡No te lo pongas!
En serio.

Cuídate del galán
que te invita al circo
de los Hermanos Ringling
con obscenidades en los boxers.
Una lengua de sapo merece la guillotina.



Departamento de calzado


Zapatos italianos


Fui la dueña
de no sé cuántas zapatillas de cristal
para caminar al paso del tiempo.

Creo que ningún hombre sabe
lo que significa
usar zapatillas de cristal.
Son dos torturas,
dos maldiciones,
los dos pedestales de vidrio
son una especie de seguridad
de vete al carajo.

Sin embargo,
aquellos zapatos italianos
que adoré mientras pude,
los amé de tal manera
que cada prenda que tengo
posee una historia
relacionada con ellos.

Incluso ahora no puedo creer
que los haya abandonado.

Aún siento que entibian mis pies,
y que esa caricia sube por mis piernas
de vez en cuando.
Olvídalo, déjalo atrás,
un ataque de melancolía
te haría escribir en vieja métrica
un poema amoroso
a tus viejos zapatos.

Olvídalo.


Mediodía blanco, poesía mexicana
DANA GELINAS
(1962, Monclova, Coahuila, México)
De: " Mediodía blanco", Gobierno del Estado de Coahuila, 2014

Hugo Gutiérrez Vega: Vivo en el descalabro

El pontífice    




Vivo en el descalabro. 
No he podido aliar mi voluntad 
a una ortodoxia 
firme, clara y segura. 
Dudo y persisto en la búsqueda 
de un cordel pendiente del aire, 
de lo innombrado,  
de lo que da sentido a la noche lunar, 
a la mañana descubierta por pájaros sedientos, 
a la tarde sentada en la banca del parque,
a tu calma cuando al final del amor
te ocupa la plenitud del cuerpo.
No puedo aceptar
el orden preciso de las creencias.
Cuarenta y seis años en el mundo
me han dejado la certidumbre
de que aquí hay un engaño,
un retorcido truco,
algo que sobrecoge al desamor,
algo trivial y blando,
algo tan natural como la sangre.
A nada puedo aferrarme
y no protesto o me doy por vencido.
Tal vez esta búsqueda
y la certeza del engaño
sean una oscura forma
de la gracia.


HUGO GUTIÉRREZ VEGA
(1934,  Guadalajara / 2015, Ciudad de México, México)
Fuente: Facebook Jonio González
Enlaces:
Imagen en Universidad Autónoma de Querétaro  


Manuel Becerra


Montague Bookmill     

 


Lo que antes fue un molino ahora es 
una tienda de libros. Por la entrada a la parte 
de discos de vinil se abastecía 
de agua a los caballos. Hoy el ático 
resguarda una estación de radio. 
Una debajo de otra, las maderas rojizas 
construyeron la torre. Un río a su costado 
lleva cientos de años escuchándose. 
El oído se va con él y su violencia 
de piedras verdes, de gentío de agua. 
Sabemos, sin lugar a dudas, que el oído
es uno de los tantos animales
que conforman al ser humano
y sabemos que al extraviarlo
—en ello va la psique—
pierde su norte nuestra rosa náutica.
De modo que el oído es una suerte
de animal que sitúa. Al volver a mi cuerpo
retomo la escritura de esta carta.
En el envés del sobre están las coordenadas
de tu casa en la vieja Petrogrado.
Viajará en un avión con un logo de agencia
de correos y no como lo hubiera
preferido: semejante a una flecha
dirigida hacia ti por encantamiento.
El caballo no se crea ni se destruye,
sólo se transfigura, escribo. Y después
una chica espigada llega con una cámara
fotográfica al hombro y se inclina hacia el chorro
suspendido del bebedero eléctrico.



Marzo y retrato de mujer en el bosque


El rocío del alba y el viento del mar
existen sin que nadie lo demande
G. Seféris



Marzo se mueve en estos días como otro idioma
para la sangre. Ha llenado el jardín
de salamandras: un larvario azul
alumbrando las piedras, gentilmente
tendido para la mirada.
Las buganvilias dan cálida lumbre al muro
y proveen de una lámpara al olfato.
El cielo, por su parte, con lámpara puntual
atempera la seda, la flora en los vestidos.
Tú en un retrato, dorada a los treinta,
traes a la habitación los perfumes del bosque
y empiezas a moverte por la pieza
con parsimonia de neblina
para después volver a recargarte
en el roble de la fotografía,
pues todo cursa a voluntad de nadie.
Cada elemento natural sucede.
Deja las cosas en su sitio, pienso,
rozando apenas todo con la palabra justa.
Cuídate de no pisar
el área de las flores del lenguaje,
el nacimiento de los jardines,
preso el rumbo de endrinos y abierto de violáceos;
y por la noche, la templada rosa
náutica que se trasmina en el cielo
y tiembla en estas aguas que respiran.


poetas contemporaneos de mexico
MANUEL  BECERRA
(1983, Ciudad de México, México)
Imagen en Facebook

Elisa Díaz Castelo

Elisa Díaz Castelo
Disertación sobre el origen de la vista    
 


La primera vez que me miraste de ese modo, 
tratando de descifrar el acertijo de mi cuerpo, 
mi sangre se espesó de pronto, fui piel 
plenamente, a mediodía. Años más tarde 
supe que nuestros ancestros submarinos 
desarrollaron en la piel un par de leves hendiduras 
más sensibles. Eran los ojos: dos agujeros negros 
en los que caía el mundo. Lo que fue temperatura
se hizo luz, por primera vez vista, traducida
    del tacto.

Pero yo ya lo sabía de algún modo.
Sin decírmelo me mostraste
que mirar es tocar, una variante
que no precisa
cercanía. Tenías razón
en mis manos, mis labios,
mis alargadas clavículas, lo visible
y manso de mi cuerpo. Me conocías
a flor de vista, a golpe de ojo y sin saberlo,
es cierto, me tocabas. Que eso te consuele.




ELISA DÍAZ CASTELO
(1986, Ciudad de México, México)
De: "Sutura", Ediciones Liliputienses
Enlaces: Zenda libros | Casa del Tiempo | Casa Bukowski
Imagen en Neotraba

Julio Rivera: Hay personas que llegan tarde

 

2102     

 


Un supermercado donde sólo venden el mismo  
producto. Al mismo precio para todos. 
Una voz monótona anuncia:  no hay descuentos 
                   ni devoluciones. 

 
 

 GLITCH   



 
Hay personas que llegan tarde.
Llegan cuando sólo quedan llantas quemadas,
pedazos del cielo en la tierra
barcos que se estrellan una y otra vez
con su propia lejanía. 


 

BIENVENIDA



 
Los buques regresan por las noches,
sin pasajeros, ni tripulación, ni capitán,
regresan solos 
grises de angustia 
 
pequeñísimos lagartos los reciben.


 

THE THING



 
Asegúrame que estoy tocando tu mano
y no otra. Cómo te puedo asegurar eso, dijiste.
 
Es lo que tenemos. La duda de un daño irreversible.
 
El espacio entre pregunta y respuesta se ha dislocado. 



poesía mexicana, Guanajato
JULIO RIVERA
(1992, León, Guanajuato, México)
Imagen en Facebook

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