III.
No es que te haya olvidado,
es que decidí mejor pensar en otras cosas.
Incluso cuando borrarte del mundo virtual
no bastaba con desvanecerte de la tierra.
Había 351 mensajes nuevos en tu bandeja de entrada de Gmail,
eran 275 notificaciones de Facebook,
16 personas habían comenzado a seguirte por Twitter;
lo demás era basura:
recados,
despedidas
y llanto.
Como si dejarte un post o un tweet
hiciera que el dolor se encoja;
tal vez un consuelo para los que no pudieron decirte
unas últimas palabras
con la pútrida esperanza de que fueras a responder con
un «me gusta».
Fue muy complicado eliminarte,
envié un mail extenso a los administradores para explicarles
que habías muerto,
y que los muertos no están en Facebook,
ya no escriben en sus muros.
Respondieron al día siguiente enviando una clave y un pésame.
Pensé en el hombre que reenviaba el mail,
pensé en todas las personas que han muerto
y siguen flotando en internet,
perdidos entre htmls y wwws.
Pude ver sus blogs como tumbas,
sus perfiles llenos de epitafios y homenajes.
Me sentí muy triste por todos ellos.
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