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Sergio Sepúlveda: Los años se irán como una promesa sin vías

El poeta ocasional | Sergio Sepúlveda

La imagen muestra un retrato en interiores de un hombre con camisa azul claro y una bufanda gris oscuro. Está sentado frente a una ventana desde la cual se ve vegetación afuera, lo que sugiere un entorno tranquilo y posiblemente hogareño o artístico. En la pared, a su derecha, cuelga una fotografía en blanco y negro que parece representar una escena urbana o arquitectónica, con edificios y una calle o sendero. La luz natural entra desde la ventana, iluminando suavemente al sujeto y creando una atmósfera acogedora, como de entrevista, reflexión o lectura.

El libro de poemas Civilización y barbarie (Buenos Aires Poetry, 2022), del escritor chileno Sergio Sepúlveda (Rengo, 1985), indaga en el quiebre de las relaciones interpersonales en una sociedad dominada por las lógicas de mercado. La temática principal que se deja entrever es una crítica al sistema económico y la forma en que los vínculos humanos se modelan en base al consumo.  

Esta crisis actual del sujeto se conforma como un hilo conductor y expresa la soledad a la que nos enfrentamos en el mundo actual. El autor ofrece una mirada sobre la caducidad de los cuerpos, el temor a envejecer en una realidad dominada por la juventud y la levedad de nuestra existencia. Con un estilo minimalista y de concisión descriptiva, el escritor narra pequeños mosaicos de lo cotidiano y de aquello que nos rodea. Uno de sus poemas dice:


LOS años se irán como una promesa sin vías
Y nuestra carne quedará vacía.
Seremos desechados
Quedaremos obsoletos en la compra/venta
Y un nuevo producto nos reemplazará en la cadena.
Gritaremos en el bullicio de nuestra pantalla táctil
Donde nada importa
Donde nada queda.



Las cruces




Es el movimiento de las olas
la hierba que se agita
en la lejanía de los insectos
ya no es necesaria la distancia de los objetos
he tratado de olvidar este cuerpo 
desechable.
La levedad de este piso
lo imperecedero del licor y del fuego
el abrigo de tu cuerpo
es el último destello
es quizás el único triunfo
al final de la noche.



SERGIO SEPÚLVEDA (1985, Rengo, Chile)
Imagen en Il punto quotidiano

Cristian Cruz: Esta es una bella noche para bailar rock

La poesía de Cruz, en sus primeros libros, teniendo algunos poemas excelentes y aún primordiales, es todavía la lucha de un joven poeta con sus referentes: Teillier, Barquero, Cárdenas, entre los más identificables, haciendo de la así llamada “poesía lárica” su sustento: un mundo de provincia, de seres y enseres, nostalgia por un espacio singular, donde la infancia, el mundo rural, los espacios vitales de lo primigenio son experiencia, pero sobre todo, experiencia lectora: lectura de poemas que me hubiese gustado vivir y escribir. Lo que para una parte no menor de los poetas de los 90 fue la poesía de Rosamel del Valle, Eduardo Anguita o de la Generación del 38 sin más, en Cruz decantó en una asimilación y aprendizaje de referentes en aras de un “País de Nunca Jamás”. Pero Cruz, un poeta poseedor como pocos de una poderosa intuición autoconsciente de su escritura, muy pronto debió advertir que nada se podía sacar en limpio en la reiteración mimética de un modo de entender el poema como aporía de un gesto imposible. Tal vez por eso puede comprenderse la secuencia que en esta antología deviene en las dos secciones inmediatas y consecutivas: “Fábula del bandolero” y “La aldea de Kiang después de la muerte”. Ambas son acciones paralelas en el tiempo, discurriendo hacia la autonomización de sus recursos: más que plasmar la mímesis de un universo lárico en retroceso dadas las peculiaridades de la modernización económica y cultural del Chile del primer tercio del siglo XXI, acá pueden leerse dos puntos de fuga de una poesía que ve agotado sus referentes: por un lado, una especie de épica bandolera en sintonía con cierto Pound y la relectura de ese imaginario que representa los límites de una vida peligrosa: el bandido, el cuatrero, el sujeto expelido de los procesos de modernización que traen a lugar un modo peculiar de vérselas desde el margen de la provincia con una violencia ancestral asumida como punta de lanza de la aventura y la ruptura con lo establecido. Pero aquel gesto que no deja aún de poseer una atmósfera romántica y anarquista limita con su propio esteticismo. 

Ismael Gavilán en https://latinamericanliteraturetoday.org/es/rese%C3%B1as/una-bella-noche-para-bailar-rock-antologia-poetica-de-cristian-cruz-2/

Cristián Gómez

Cristián Gómez | El poeta ocasional


"De la tradición hispanoamericana me imagino que recojo muchos recursos, pero no estoy seguro de cuáles. Me parece muy vago, además, hablar de “tradición hispanoamericana” cuando en realidad son varias tradiciones contenidas en una, todas ellas variopintas, si no contradictorias entre sí. Pero, para que no parezca que estoy haciéndole el quite al bulto, asumo que buena parte de la poesía latinoamericana (y después, en ese orden, la realidad latinoamericana o las realidades latinoamericanas) me ha hecho el poeta que soy. Por dar un ejemplo, la poesía nicaragüense siempre me ha interesado sobremanera: a la permanente lectura de Cardenal se suma la de Pablo Antonio Cuadra, a ésta se suman las de José Coronel Urtecho, Joaquín Pasos, Ernesto Mejía Sánchez, Rugama, etc. No nombro a Darío por no nombrar lo obvio. Cardenal, por su contacto con Merton, por su paso por Kentucky, es especialmente significativo para mí. Eso se lo debo a Jaime Quezada, poeta y botánico y aspirante a místico chileno, quien me contó con detalle su paso por la comunidad de Solentiname en Nicaragua y lo que aquello significara. Hay un libro de Quezada que durante años para mí fue siempre un norte, Huerfanías, del 85, publicado en los años más difíciles de la dictadura (tampoco es que hubiera años fáciles), un libro religioso en el mejor sentido y etimológico de la palabra."



"La última nostalgia (1982-1990)"




Estaba esperando que me dijera algo, cualquier
cosa, cuando me viera en la mano con la poesía
reunida de Joe Bolton, pero fue incapaz de separar
la mirada ni siquiera por un segundo de la cuenta
del teléfono. No se puede hacer sociología del árbol
caído y sin embargo no me arrepiento de haber
escrito poemas en prosa ni de haberlos cortado
con un hacha. El patio de un claustro tropical,
donde uno se pregunta si el viento y el pasado
son lo mismo pertenece a uno de esos cuadros
que cuelgan en nuestra casa, una imagen arrebatada
a las pinceladas con que antaño se construyera
nuestro hogar, forzando casi al orden a desaparecer
en la calma del azur y el desmayado aroma
del almizcle: nada hay en este crepúsculo, cálido
y vegetal que no sea hermoso ni mucho
menos duradero.


CRISITIÁN GÓMEZ OLIVARES (1971, Santiago de Chile, Chile).
Fuente: Página salmón
Imagen en Letras corsarias

Cristian Cruz


San Roque Ruralcity     




Me despertó una llamada telefónica, 
la voz me pedía un microscopio, 
no tengo, respondí. 
Sin volver a conciliar el sueño 
recordé los pequeñísimos seres que se revelaban en el lente                     
    cuando dictaba clases en San Roque Ruralcity, 
recordé un par de mujeres, un bolso lleno de ropa interior,
y la otra parte del mundo que veía por el lente:
musiquilla, nada más que musiquilla.



Sin decoro



Todo comenzó sin decoro:
el árbol de pascua en el suelo,
y la casa se venía abajo.
Una buena tía nos ayudaba con el arriendo
y aun así la casa se venía abajo;
no era la bebida, no eran
los fines de semana frente al televisor.
Era algo parecido a la noche.



He perdido el trabajo



Así nos dijo papá en la mesa mientras
             bebía y fregaba por el aseo de la casa;
no he vuelto a escuchar esa frase nuevamente.
Esto no es más que dinero, ¿cierto? 
Ahora soy un cero a la izquierda, nos repetía.
Después le veía salir de casa con muchas intenciones, 
lo que hacen los tipos que se quedan sin trabajo.
Le acompañé un par de veces a su antigua oficina.
Cada vez que volvía guardaba silencio, un gran silencio.
Si hoy estuviese frente a mí le diría que no se preocupara,
que hasta los planetas han sido dados de baja: 
Mira a Plutón, allá debe estar guardando silencio,
un gran silencio.



¿Cómo te podría decir?



Nunca logré aprender un número telefónico
          excepto el tuyo,
cosa que, se sabe
puede juntar a dos almas derrotadas
desde una cabina bajo la lluvia.



CRISTIAN CRUZ
(1973, Putaendo, Chile)
De: "Dónde iremos esta noche", Ediciones Unibicalistas, 2015
Enlaces: 13 mirlos |Carajo

Nadia Prado

 

NO se puede rasgar el pensamiento sin rasgar el sonido 
jaramagos en medio de la nada 
un cuerpo parecido al mío flota en su centro 
la cáscara avarienta guarda un falso calor 
hace pensar que la lengua es comparable a una hoja de papel 
en un territorio imaginario se esconde mi cara 
es cubierta y corteza sin embargo nunca deja de temblar 
me defiendo a oscuras 
mi esmero vacío y a pesar de todo 
un accidente ante mis ojos dormida y lenta la confianza
las iglesias talladas tampoco consiguen su fe
cubierto de niebla un volcán 

guarda calor para el invierno



EL puente en el vacío ha llamado a los pasos
el agua arrulla nuestros ojos
aún sobre el puente y la pregunta extendida fuera del puente y al otro lado de la colina
ante el barranco mi madre hace llegar a los oídos
un cuento sobre la creación de las estrellas
¿cuántos habrán nacido en el miedo?
los cuerpos que no quisieron hundirse
la sangre ha rociado el agua
las estrellas sangran y dicen
las puntas ruedan sobre el agua pero la carne les 
    impide
el ojo a través del agua como el pez cazador
sopla el viento que lo va a rozar
la brisa no es el viento sobre las cosas
es algo que mueve el vacío



DÍAS enteros para hablar de lo que es imposible
la latitud entre las palabras
es el tiempo de caminata con mi madre
desde el laberinto sordo de su distancia
descifrada la espera de antes me temo
cortarle las garras a la labor
solo los ojos cortan el tiempo
auque no el espacio
los ojos meten su oído y se detienen en el silencio
las cosas que se han ido ¿qué se habrán llevado dentro?
aunque un aroma nos persigue hasta que expiramos
pienso y pronuncio
lo que he pronunciado enloquece cuando mi voz lo arrastra


poeta chilena, jaramagos
NADIA PRADO
(1966, Santiago de Chile, Chile)
Fuente: J

Guillermo Riedemann



EXTRAÑOS EN UN PUEBLO     




En Valle Maggia hay un metro  
de nieve pero insistes  
en ir a conocer el pueblo  
de la escritora que te gusta 
Aurigeno se llama el pueblo 
Usamos las raquetas para cruzar  
el valle y entramos por una estrecha 
calle de piedras que sube   
No vemos a nadie  
Las casas parecen deshabitadas 
o parecen fantasmas de viejas 
viviendas cubiertas por telas blancas 
como nieve que extrañamente 
aquí no ha caído 
Tal vez los árboles protegen al pueblo
o el viento desvía la nieve hacia el valle
Vemos venir a cuatro hombres
con un jabalí muerto 
Un cerdo salvaje -dices- un marrano 
un chancho como llamábamos a los cenetas
Te imaginas a Benito a Loreto a Raúl
bajando por esta calle -te digo-
con el cadáver del chancho en jefe
Nos miramos y los dos sabemos
lo que estamos pensando
Caminamos por la calle que sube
y en la segunda esquina hay una mujer
con una flor amarilla en la mano
No deja de mirarla mientras
nos acercamos y la escuchamos
como si nos hubiera visto 
-qué hermosa flor 
en medio de tanto frío es una señal-
Un viejo bolso de cuero cuelga 
de su hombro derecho 
Bajo el izquierdo sostiene un cuaderno 
o algo parecido
-Conoce usted la casa de la escritora-
preguntas y ella dice algo
sobre sus nietos y un comentario
acerca de la nieve en el valle
-Patricia Highsmith- agregas
Ella te da la flor y parece sonreir
cuando nos aconseja preguntar
en el restaurant de la otra calle
-Está muerta solo buscamos
la casa en que vivió -aclaras 
Y la mujer dice o nosotros
escuchamos que dice -ay a veces
ya no sé ni cómo me llamo.



GUILLERMO RIEDEMANN
(1956, Reumén, Chile)
Fuente: Página de GR en Facebook, vía Alicia Silva Rey
Imagen en BioBio Chile

Gladys González



pequeñas cosas     




porque uno 
puede morir 
por las pequeñas cosas 
como por el gracioso baile 
de las esporas 
que se arrastran 
por la tela 
de mi vestido 
por el silencioso crujir 
de la pintura hinchada 
reventando en un día de lluvia 
esparciendo un polvillo rosa 
sobre mi nuca 

 

paraíso



aquí no hay glamour
ni bares franceses para escritores
sólo rotiserías con cabezas de cerdo
zapatos de segunda
cajas de clavos martillos alambres y sierras
guerras entre carnicerías vecinas y asados pobres
este no es el paraíso ni el anteparaíso



tul




quiero verte en tu cama de hospital
contagiarme de tu muerte
bañarte con una esponja
como a los bebes
escribirte en el borde de las piernas
«no me dejes»
dibujarte la cara
con los granitos de arroz de mi plato
curarte los moretones del ojo
te haría el amor
desde esta esquina
despacito
sin tocarnos
porque yo sé que no puedes estar conmigo
y no me importa
me aguanto las ganas
me como el deseo
te regalo mi chaqueta
mi vestido de tul
mi casita de la zona sur 1

1 los amigos dicen que soy una tonta
que quieres experimentar
yo les digo que soy un tubo de ensayo
me miran y mueven la cabeza
saben que voy a sufrir
yo les creo todo

duermes en tu cama de hospital
y yo pongo más números
a mi lista de fracasos
me voy marcando la carne
con alambres y clavos
me voy convirtiendo en la explanada de tu llaga



transitorio




la espera
en una sala alfombrada
un servicio de aduana
revisión de equipaje
en un terminal
semi vacío
bus a medianoche
La caraqueña
en una radio a pilas
en algún lugar
del desierto
mientras se arma
una fila en el baño
de cholas
gringos
mujeres embarazadas
acantilados de sal
cielo abrasador
azul
e inmóvil
el vergel
y el cementerio
de bolsas plásticas
en la frontera
estación de camiones
aymaras con ojotas
y sacos
durmiendo
en la madrugada gélida
frente al puesto de cambio
buscar hotel
dormir
con la luz encendida
comprar comida
en el barrio de abarrotes norte
cebada
habas
leche de tigre
rocoto
trufi
tutuma
chicha precolombina
veneno
ceguera y locura
la nieve del desierto
penetra en la piel
abre y aceita
la herida
policía internacional
revisión de equipaje
ferry
taxi
subway
blue moon
y vodka
barrio chino
latino
vietnamita
chicos negros
haciendo ejercicio
con el torso desnudo
en los fierros
de un semáforo
en Harlem
registro internacional
revisión de equipaje
tráfico
calor húmedo
carnitas
pulque
horchata
el Pacífico
una orilla de metal
y alambres de púas
en la costa
border patrol
cámaras de seguridad
homicidios
desapariciones
mujeres empaladas
Tijuana
Xochimilco
DF
Tecate
León
Guanajuato
Juárez
Nogales
oficina de registro
cambio horario
la sal
haciendo una muralla
de recuerdos
en la carretera
una mochila
con tickets de avión
tarjetas de metro
boletos de bus
cuadernos con notas
libros
folletos de museos
una botella de whisky
con canela
un mezcal añejado
singani
el tiempo detenido
la disciplina de olvidar
negar
dejar atrás
no invocar como estado
ni la vigilia
ni la abstinencia

jamás


escarcha




paseo por la cocina
con una taza de té
de amapola
dibujando ciudades
con la escarcha
de mis huesos
escucho
motores de aviones
que practican
horas de vuelo
sobre el techo
de mi pequeña casa
el sonido
de la lluvia
golpeando
los cardos
de la calle
destrozando
la belleza
de lo primitivo


trazado




el dolor en el pecho
solo aparece
algunas noches
cuando regreso
a esa guerra perdida
hace años
ya no hay cansancio
ni grandes equivocaciones
ni carreras sin final
contra la pared
por ahora
la sangre sigue su curso
hacia atrás
aquí
el cemento
aún
está limpio


poesía chilena, paráiso, pequeñas cosas
GLADYS GONZÁLEZ
(Santiago de Chile, Chile)
De. "Pequeñas cosas", Poesía reunidad 2004/2017, Ediciones del Cardo, 2019
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Imagen en lajugueramagazine.cl

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