Todavía tengo que aprender
a pararme igual que las gaviotas.
Llevo días observando la forma
en que descansan a la hora del almuerzo.
Hay un ventanal inmenso junto al lago.
Las veo llegar, quedarse.
Ahora hay veintiséis y son las doce.
Imagino que miran
la ondulación del agua,
algo perdido,
algo que fue y vino tantas veces
que no sorprende a nadie.
Las miro para ver si aprendo.
Tengo que aprender.
Quiero hacer igual que las gaviotas
que contemplan sin miedo la belleza
paradas sobre el muelle devastado.