Mostrando las entradas con la etiqueta Marcelo Rizzi. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Marcelo Rizzi. Mostrar todas las entradas

Marcelo Rizzi, poemas inéditos




UN mito fugitivo sostiene que toda belleza 
es indolente, su epicentro un andamio flojo, 
una ciudad ideal perdida de otro continente. 
Un ángel te flechó con hipodérmicas de oro 
hace mil años, tu manuscrito original borrado 
con aguas repentinas de la inundación. Buscás 
en las gavetas y solo emergen dos cartuchos 
que nunca disparaste. Quizá una exquisita brisa 
veraniega indague esta vez por tu infancia tan
imposible como verdadera. Hay de hecho siempre
una mariposa de alas negras clavada en la pared,
y un alacrán de madera como única pieza de toda
genuina partida de ajedrez.



HAY que volver a medir pero con otros instrumentos
la altura exacta de estos árboles, la extensión de estas
calles, el arco que describe un triunfo, el límite de un cuerpo
y su acto colindante: algo que distraiga al ojo de su ambición
por el último detalle. Por caso, de esta hoja de bitácora,
la cuestión del tiempo, siempre inminente, escaso, que debería
acelerarse si la mirada pudiera posarse un momento sobre la línea
que separa la Umbria de la Toscana, o dibujara con esa tinta ocre
del solsticio dos pies de mujer que sobresalen de la cama,
o un horizonte, fluvial, y que uno de ellos no señalara hacia
dónde deberíamos proseguir.


SE entiende poco de los años que han pasado, 
del desierto que allá afuera nos espera. Algo es seguro: 
no habrá esta vez otros veinte años de espera, 
tiempo donde fallecen mientras tanto los Cristos 
de toda emancipación. Junio regresa con frutos 
aún sin madurar, la grulla madre pudo cruzar tranquila 
los mares, nosotros ceremoniar el fuego y sus cien quimeras, 
el abejorro, la flor del nogal.


Estos poemas pertenecen al libro inédito "Un círculo invisible y perfecto", de pronta aparición



Poeta Marcelo Rizzi con anteojos y remera roja
Otros poemas de 
MARCELO RIZZIaquí

Marcelo Rizzi: Lo que nos dicte el alma

poesía argentina, poetas de Rosario


HAREMOS, como quien dice, lo que nos dicte 
el alma, cuya voz emerge desde un helado 
antepecho. Pese a todo se elige siempre entre  
acción y amnesia, o desde ese bello glosario  
hecho para imágenes de piedra o de madera.  
Una envoltura perfecta puede ser una página  
del diario de ayer para el pájaro que hallamos  
muerto cada día en nuestra propia puerta.  
Enceguecedora suele ser la luz si se la invoca 
demasiado hasta que llega al infierno mismo 
del poema. Nadie se acerca a la esencia de las 
cosas por venir: colmadas desde siempre de 
lo que nunca habrá sido, ese vértigo vaciado 
en un solo respiro, en medio de esta danza 
loca que no cesa.



ANTES recorríamos los bordes sin urgencias,
o dormíamos boca abajo, respirando la tierra,
su inhumano perfume. A veces cada profecía 
se cumplía más allá de la palma de una mano, 
navegábamos por nuestro Níger en barcazas
de papel. El pasado nos encontraba con el torso 
desnudo, indiferentes ante la transformación 
de los cuerpos, en tres escenarios desérticos 
como los de un film. Dios, en ocasiones, nos 
daba a elegir: o esa cura definitiva que olía a 
esparto quemado, moler el grano fugaz en 
morteros convexos, o dar forma a una materia 
difusa para hacerla perfecta cada día un poco 
más. Dejaba incluso a los amantes la elección
del punto de partida, en un silencio espartano, 
con la pregunta entre los labios por los dones 
de toda oscuridad.



DE este tiempo caduco que nadie nombra 
o desmiente —fondeadero donde una barca 
se desguaza, estepa con una sola casa, 
surco con la huella inmemorial del jornalero—, 
extraeremos la piedra y la arrojaremos al mar. 
Con nuestra ropa más negra hoy saldremos 
a desandar la ciudad. Un pájaro boreal anidará 
en nuestro ojo más diestro: qué ver y qué no 
de esa primera mitad. Tarde se descubre que 
la canalla es artera: confisca y oculta en una 
sola jornada nuestra parte más sagrada, 
aquella que extraída de oscuros socavones 
convertimos en carnoso fruto, exquisito, 
duradero.



De: "Del cultivo de sí como un árbol de costumbre", Barnacle, 2022
MARCELO RIZZI (1961, Rosario, Santa Fe, Argentina)
Estudió Historia y Filosofía en la Universidad Nacional de Rosario.
Es poeta, traductor y diseñador gráfico. Ha sido traducido al inglés y al italiano.
Le fueron publicados poemas en revistas de España, Inglaterra, Chile y México. Recibió el Segundo Premio del Concurso Felipe Aldana de la Editorial Municipal de Rosario, en 2007.
Publicó: Del cultivo de sí como un árbol de costumbre (Barnacle, 2022), Prosa Bisiesta (a Capela ediciones, 2021),Driftwood (Barnacle, 2020), Los saberes esenciales (En Danza, 2019), El libro de los helechos (Barnacle, 2018), La destrucción (poesíaargentina.com, 2014), La isla de los perros (Alción, 2009), Casa incompleta (Editorial Municipal de Rosario, 2007), Sinopie (Melusina, 2003) y El comienzo oblicuo de todo desorden (Debolsillo, Barcelona, 2001).
Otros poemas de MARCELO RIZZIaquí

Marcelo Rizzi: Prosa bisiesta



Con un esfuerzo notable lo leí en Issuu. Después un pdf me devolvió la calma y el goce de una lectura imprescindible. Puede pensarse que a Rizzi lo hayan motivado "estados inciertos del alma". Su poesía puede pensarse o dejarse uno llevar por el asombro: ¿cómo hace este hombre para que un mismo término, en situaciones en apariencia no muy diferentes, sirva unas veces de sostén y en otras flote? 


Hay momentos en la vida de un lector que es mejor no controlar el sentido que le va dando a la cosa que tiene entre sus manos. La materia está allí, quema un poco, enfría de golpe, te entra por los ojos primero y te recorre luego como una infiltración, no un calmante, tampoco es que incite o excite. Fluye. Como debe ser, fluye: reconcilia los contrarios, te lleva del vacío de los huesos hasta la impersonalidad de la mirada y viceversa. Y te deja ahí, flotando, con la certeza absoluta de que tu alma -creo que algo así dijo Eliot- está compuesta por el mundo exterior.


Y no es ésta una idea peregrina: la poesía de Rizzi lo que hace lo hace a través de tu cuerpo porque te lleva a estar ahí metido en una realidad atroz sin darte cuenta qué cosa te "arrastra de los pies". No son los suyos desplantes retóricos o eruditos. Viene hablando el poeta en todo el breve libro -aunque no lo quiera afirmar con total claridad- de tu época, la nuestra, tan brutal y atemorizante como la del paleolítico, en la que las situaciones límites nos desbordan porque "el último de los límites [ya] no es el límite".


Y te deja ahí, en suspenso, en los bordes del vacío, sí, más allá de tus pies o muchísimo antes de que tus propios pies estampen sus huellas que nadie verá luego en la arena. Te deja así, al leerlo, preso del fantaseo de tu mente. A medida que se avanza en "Prosa bisiesta" el lector se convierte en un náufrago y, como tal, a la deriva, se recogen las dádivas: "en un instante el remolino" y en el mismísimo instante la necesidad imperiosa de "apartar de un soplo las cenizas del umbral". 


Es en esas condiciones de inmediatez (cuando estás seguro de que eso te puede pasar) que se hace imperioso pensar. Sobre todo, si se entiende pensar como ese vano y sensual ejercicio de tu mente que sólo demostrará su existencia real cuando acepte que es el poema el que la va creando a medida que te permitís leerlo y dejás que en la ambigua selva -¡claro,sin duda!-, la letra te penetre, pase por tus órganos y se imponga sobre otras necesidades del  momento: tal el dominio que este poeta tiene de la lengua.

Pablo Ananía


[mayo/junio, 1996] 



En tiempos de sublevaciones o de vigilias 
es dable suponer que allí escribe sus obituarios
el diablo de las cosas remotas. Sucia está la rosca 
del tornillo, la sal endurecida en el salero, sulfitos 
brillantes en el fondo de los vasos. Me detengo a 
observar el ovillo: donde está su origen debería
también estar su final. En otros hemisferios el paso 
de las grullas anuncia el momento de justa maduración 
de las bellotas. Concebimos a menudo esa casa de la 
infancia, iluminada ahora por dentro, como la más 
perfecta de las apariencias con forma de absoluta 
sustancia.



[diciembre, 1996]



A veces nos sorprendemos a altas horas
defendiendo la dignidad del símbolo, su
disipada desnudez. Nuestro escudo es
tan frágil por momentos que parece estar
hecho de astillas de viento, nuestras armas
tener la firmeza de unos diques de hojas 
muertas. Refutan que jamás uno se embebe 
de esa luz de los primeros tiempos si duerme 
bajo la sombra de un olivo o la del solitario 
ciprés. Pareciera incluso poco natural, como 
colgar de sogas la ropa, o el repeler el proyectil 
con venablos, explicar un cuerpo dormido por 
un gesto que delata su dominio de lo oculto, 
o que la flauta y esa que danza sean una misma
cosa, como esa golondrina que pasa, su estampa,
su breve sueño de marfil.



[junio, 2004]



Hablábamos entre nosotros como si leyéramos
un libro en silencio, tal como recomendaba
hacerlo san Anselmo con los textos sagrados.
El mundo se había reducido a una habitación
donde todo olía a hierba medicinal. Desde lo alto
de la colina podíamos conjeturar que el último
de los límites no es el último, que siempre hay
uno más allá de la mente que lo imagina. Fuimos
como la astucia del escorpión de verano, que se
reproduce por millones justo al morir la primavera,
y también esos que regaban la cabaña del cazador
cada noche con una mezcla de líquidos inflamables
y licores, y que luego como si nada se echaban a
dormir.


[Poggio Boldrini, San Giovanni d'Asso, Siena]


[noviembre, 1964]


Aturden las verdades del tipo: morir es ya
un válido intento, la ausencia de mundo
es la más íntima voz; o: seguro se paga
una suma no exigida por un rescate incierto.
En cambio son deseables las que afirman
que algo sigue vivo en el rescoldo de las
brasas, aceptables las que niegan que la niebla
se haya tornado hoy más impura e invisible,
que siempre se desatienda del propio cuerpo
lo más próximo a desaparecer, esa raíz filiforme
que nos amarra a los días, omite en su crecer
la forma del desastre y nos arrastra de los pies.



[abril, 1952]



De pronto dos fuerzas opuestas nos hacen 
converger en un mismo lugar: bajo la sombra 
exhausta de una morera blanca, en el galpón 
donde se enfría una fragua, en los talleres 
de una rebelión. Ese guijarro parece solo obedecer 
la voluntad de la ola, y es la ilusión de esas nubes 
lo que hace verlas como una flota de naves invasoras. 
Nacer cautivo siempre en morada injusta, esa parece 
ser la ley: mares quejumbrosos en una sola gota de
rancio vino, el turista que carga sobre sus hombros 
los diablos nocturnos. Todas las guerras del mundo 
podrían estallar ahora mismo en esta ciudad.



[octubre, 1964]



Honrarás tu ausencia, tu forma de fugar.
Sentirás que algo te recorre el cuerpo;
mirarás y no habrá nada: objetos invisibles
adheridos a la piel. Piensa bien quien en su 
propia carne reconoce que la anomalía crecerá, 
que el grano fermentará, que será como una 
apoplejía que sucede cada año al inicio del verano, 
con las manos al volante, con la piel tostada 
por el sol, y la arena entre los dedos como 
una pausa entre dos nadas.


[Hengistbury Head, Christchurch, Dorset]


Marcelo Rizzi
MARCELO RIZZI nació en Rosario, en 1961.
Estudió Historia y Filosofía en la Universidad de esa
misma ciudad.Tiene publicados "El comienzo oblicuo de todo desorden" (DeBolsillo, Plaza&Janés, Barcelona, 2001),
"Sinopie" (Melusina, Mar del Plata, 2003), "Casa incompleta" (Rosario, Premio Concurso Felipe Aldana
de la Editorial Municipal de Rosario, 2007); "La isla de los perros" (Alción, Córdoba, 2009),
"La destrucción" (e-book, poesíaargentina.com, 2015); "El libro de los helechos" (Barnacle, CABA,
2018); "Los saberes esenciales" (Ediciones en Danza, CABA, 2019), "Driftwood" (Barnacle, CABA,
2020).

Marcelo Rizzi: Toda elección debe tener algo de testimonial



TODA elección debe tener algo 
de testimonial, como por ejemplo 
la del insecto que trepa por la punta 
de un cuchillo y desdeña el índice tibio 
que se ha ofrecido como rampa o puente, 
y continuar así con su camino hacia el umbral 
del desierto más perfecto 



TAMBIÉN están esos ejercicios mentales 
de los que se extraen los presagios más 
puntuales: el empeño con que ciertas bestias 
despiadadas seguirán alimentando a sus 
crías; los dos que beben de la misma sopa,
y cuya distancia estará mensurada sólo
por el ruido que produce al sorber el líquido
con cada ración perfecta en la cuchara.



PARA muchos visitar sus muertos es
de precavidos, pero yo lo hago sólo
por presunción: ellos transitan nuevos
caminos una vez que hemos alcanzado
de común acuerdo un punto de reunión.
En esquilmadas planicies d elo inciero
se hace el balance de lo ocurrido,
un arqueo de caja entre lo ganado
y perdido: nada en las manos,
poco para agregar a la maleta,
o cargar en los bolsillos.


De: "Driftwood", Barnacle, 2020
Otros poemas de MARCELO RIZZIaquí

Marcelo Rizzi: Quién podría negarse a llevar a cabo...

Marcelo Rizzi



QUIÉN podría negarse a llevar a cabo 
esa travesía, que es menos un viaje 
por los rincones de la casa que los
rayos que emiten las cosas al pasar
rasantes junto a ellas; hay estaciones
donde conviene bajarse y quedarse
quizá toda una vida: yendo y viniendo
por los andenes, habitando las salas
de espera, las boleterías; otras omitirlas,
sin más: ni siquiera leer los carteles
que indican qué paraje o ciudadela,
posar el ojo suavemente en la ágil
desaparición de vanos terraplenes,
en esa cruz de caña, pensar a dónde
condujeron una vez todas las vías
muertas


Otros poemas de MARCELO RIZZIaquí

Marcelo Rizzi: El libro de los helechos, Barnacle, 2018


Marcelo Rizzi



LA adversidad convierte a uno 
en testimonio férreo de lo táctil:
se va hasta los robles más purificados 
como si fuese la primera vez,
y se regresa con los dedos manchados 
de azul para conjeturar la próxima; 
otros son los procedimientos
y las consecuencias si uno se demora 
un poco más, al verse en tales 
circunstancias tratándose de un álamo; 
con el mismo cuchillo de los dones 
habrá de sanarse lo sano,
o cavar con huesos o maderos 
una nueva trinchera;
con palabras sucias de tierra 
ladear los panales de la luna, 
los primeros de cien soles 
esparcidos por la arena



LA mejor vista del valle 

puede obtenerse a cierta hora de la tarde, 
cuando los seres que la colman
se anteponen los unos a los otros, 
el aire se llena de ambiciones,
y el círculo se transforma 
gradualmente en elipse; 
cada perímetro coincide 
con su afuera como sucede 
con las superficies invisibles
o con las piedras de una antigua 
ciudadela; todos las lenguas 
pasan a ser desde entonces 
rápidamente memoria:
instrumentos misteriosos 
cuyos fines se olvidaron: 
máscara que hay tras la máscara, 
ropas que al final nunca se queman, 
gotas de ajenjo morado que beben 
de a sorbo los hombres crispados



SOLÍA detenerme a recoger
del suelo las cosas que brillaban 
—un pendiente olvidado, una moneda, 
la hebilla de un cinturón—;
ponía edad a la memoria 
y el pasado se volvía remoto 
hasta el día de ayer;
hoy sólo observo al pasar
viejas casas rodeadas de nieve 

y de cierzos; busco en lo oscuro 
los motivos del claro, 
en lo claro las razones del humo,
y en sus frutos lo amargo; 
la suspensión —de momento— 
de toda variante del alma, 
como en el aire lo hacen
las últimas grullas de invierno


Marcelo Rizzi
De: "El libro de los helechos, Barnacle, 2018
Otros poemas de MARCELO RIZZIaquí


Marcelo Rizzi



De: "La experiencia Proust" 



AYER descendí una rama más

de mi árbol genealógico;
pagué con rancias pitanzas
al más joven de los turiferarios;
volví a dar un giro más a la noria,
dejé que el agua lavara mis pies;l
luego combiné azar con necesidad;
entreabierta la puerta para quien
llegase desde un tiempo profano
desperté en la aldea de siete piedras
creyendo que huía hacia otra ciudad 



DICEN que la huella de lo que ocurrirá

ya está presente en lo hoy deseamos
abolir de raíz - que sólo en el inicio
de todo se conoce el diagnóstico
de la enfermedad; que se comienza
a viajar sin atender al medio de transporte;
que cada uno a su turno volverá a regar
su fanega, a barrer las hojas primeras,
a apartar de un solo soplo
las cenizas del umbral 



NO es esa luz otoñal de la tarde
a la que pretendo prestar mi voz:
luz fósil y oblicua que se expande
al rebotar sobre los cenotafios;
lápiz de la única verdad que
acontecía a un niño cuando
reescribía una danza en el aire:
suprimía por un momento
con su verbo infinito el devenir
del mundo; y ya éramos para él
todos nosotros sus futuros
adverbios, su declinar subjuntivo,
los híbridos maestros en la
prestidigitación del tiempo 



De: "Los saberes esenciales"




Cualquier lugar es siempre hacia donde se viaja, excepto en aquellas ocasiones en que uno no puede bajarse de la hamaca –desde donde observa la mendacidad del mundo, respira del polvo matinal su versión más profana. Lúcida experiencia de seguir avanzando de sentado y retrocediendo en el tiempo. Beatitud extrema del pájaro y del santo, disolución perfecta de la nube en la mañana. 



Cuentan los frutos caídos del nogal; primero allí, bajo los párpados; luego, donde los dedos recogen lo aceptado sin preguntar; cada uno a su manera porta en su morral la sobra que lo nombra; desde la ola marina a la oquedad del cerrojo todo se lo debemos a lo que nunca leímos, al grito inaudito del cordero, al pájaro que rápidamente lo emprende y al que para siempre demora su vuelo. 



De: "El libro de los helechos"




QUIEN obra en construcción
cumple plazos diarios,
alcanza metas provisorias,
respeta los planos con honor;
son silenciosos los llamados
de emergencia,
los que ponen en marcha
la maquinaria usual de los pies;
se viste siempre la ropa
más imprudente,
y aunque la paz de la lectura
bajo los puentes rechaza
todo posible regreso a la casa,
impone a los astros
una nueva conjunción:
cuerpos morados y celestes,
alineados, para que se oiga
un lábil y sordo rumor,
un chasquido como de cadena
que recién se ha engrasado 



LAS amonitas hacen su morada
sobre el eje de una espiral logarítmica;
hay que detenerse de vez en cuando
frente al ideal de un objeto
sabiamente modelado, cincelado
hasta el extremo de su belleza
por la sola geometría de su forma:
ver al fin una casa construida
desde dentro, y durante siglos
sopesar para el techo:
de arcilla o de hierba,
lo último o lo primero 



MARCELO RIZZI nació en Rosario en 1961.
Estudió Historia y Filosofía a en la UNR. Es poeta, traductor, diseñador gráfico y gestor Cultural.
Tiene publicado El comienzo oblicuo de todo desorden (Barcelona, 2001), Sinopie (Mar del Plata, 2003), Casa incompleta (Rosario, 2° premio concurso Felipe Aldana de la Editorial 
Municipal de Rosario, 2007; jurados: Héctor Píccoli, Sergio Cueto, Sergio Raimondi), La isla de los perros (Córdoba, 2009), La  destrucción (e-book, poesíaaargentina.com, 2015).
Ha sido traducido al inglés y al italiano. Tiene publicados poemas en el Diario de Poesía, Hablar de Poesía y también en revistas de España, Chile y México. 

Designed by OddThemes | Distributed by Blogger Template Redesigned by PRD