De: "La experiencia Proust"
AYER descendí una rama más
de mi árbol genealógico;
pagué con rancias pitanzas
al más joven de los turiferarios;
volví a dar un giro más a la noria,
dejé que el agua lavara mis pies;l
luego combiné azar con necesidad;
entreabierta la puerta para quien
llegase desde un tiempo profano
desperté en la aldea de siete piedras
creyendo que huía hacia otra ciudad
DICEN que la huella de lo que ocurrirá
ya está presente en lo hoy deseamos
abolir de raíz - que sólo en el inicio
de todo se conoce el diagnóstico
de la enfermedad; que se comienza
a viajar sin atender al medio de transporte;
que cada uno a su turno volverá a regar
su fanega, a barrer las hojas primeras,
a apartar de un solo soplo
las cenizas del umbral
NO es esa luz otoñal de la tarde
a la que pretendo prestar mi voz:
luz fósil y oblicua que se expande
al rebotar sobre los cenotafios;
lápiz de la única verdad que
acontecía a un niño cuando
reescribía una danza en el aire:
suprimía por un momento
con su verbo infinito el devenir
del mundo; y ya éramos para él
todos nosotros sus futuros
adverbios, su declinar subjuntivo,
los híbridos maestros en la
prestidigitación del tiempo
De: "Los saberes esenciales"
Cualquier lugar es siempre hacia donde se viaja, excepto en aquellas ocasiones en que uno no puede bajarse de la hamaca –desde donde observa la mendacidad del mundo, respira del polvo matinal su versión más profana. Lúcida experiencia de seguir avanzando de sentado y retrocediendo en el tiempo. Beatitud extrema del pájaro y del santo, disolución perfecta de la nube en la mañana.
Cuentan los frutos caídos del nogal; primero allí, bajo los párpados; luego, donde los dedos recogen lo aceptado sin preguntar; cada uno a su manera porta en su morral la sobra que lo nombra; desde la ola marina a la oquedad del cerrojo todo se lo debemos a lo que nunca leímos, al grito inaudito del cordero, al pájaro que rápidamente lo emprende y al que para siempre demora su vuelo.
De: "El libro de los helechos"
QUIEN obra en construcción
cumple plazos diarios,
alcanza metas provisorias,
respeta los planos con honor;
son silenciosos los llamados
de emergencia,
los que ponen en marcha
la maquinaria usual de los pies;
se viste siempre la ropa
más imprudente,
y aunque la paz de la lectura
bajo los puentes rechaza
todo posible regreso a la casa,
impone a los astros
una nueva conjunción:
cuerpos morados y celestes,
alineados, para que se oiga
un lábil y sordo rumor,
un chasquido como de cadena
que recién se ha engrasado
LAS amonitas hacen su morada
sobre el eje de una espiral logarítmica;
hay que detenerse de vez en cuando
frente al ideal de un objeto
sabiamente modelado, cincelado
hasta el extremo de su belleza
por la sola geometría de su forma:
ver al fin una casa construida
desde dentro, y durante siglos
sopesar para el techo:
de arcilla o de hierba,
lo último o lo primero
MARCELO RIZZI nació en Rosario en 1961.
Municipal de Rosario, 2007; jurados: Héctor Píccoli, Sergio Cueto, Sergio Raimondi), La isla de los perros (Córdoba, 2009), La destrucción (e-book, poesíaaargentina.com, 2015).
Ha sido traducido al inglés y al italiano. Tiene publicados poemas en el Diario de Poesía, Hablar de Poesía y también en revistas de España, Chile y México.
Estudió Historia y Filosofía a en la UNR. Es poeta, traductor, diseñador gráfico y gestor Cultural.
Tiene publicado El comienzo oblicuo de todo desorden (Barcelona, 2001), Sinopie (Mar del Plata, 2003), Casa incompleta (Rosario, 2° premio concurso Felipe Aldana de la Editorial Municipal de Rosario, 2007; jurados: Héctor Píccoli, Sergio Cueto, Sergio Raimondi), La isla de los perros (Córdoba, 2009), La destrucción (e-book, poesíaaargentina.com, 2015).
Ha sido traducido al inglés y al italiano. Tiene publicados poemas en el Diario de Poesía, Hablar de Poesía y también en revistas de España, Chile y México.
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