UN mito fugitivo sostiene que toda belleza
es indolente, su epicentro un andamio flojo,
una ciudad ideal perdida de otro continente.
Un ángel te flechó con hipodérmicas de oro
hace mil años, tu manuscrito original borrado
con aguas repentinas de la inundación. Buscás
en las gavetas y solo emergen dos cartuchos
que nunca disparaste. Quizá una exquisita brisa
veraniega indague esta vez por tu infancia tan
imposible como verdadera. Hay de hecho siempre
una mariposa de alas negras clavada en la pared,
y un alacrán de madera como única pieza de toda
genuina partida de ajedrez.
HAY que volver a medir pero con otros instrumentos
la altura exacta de estos árboles, la extensión de estas
calles, el arco que describe un triunfo, el límite de un cuerpo
y su acto colindante: algo que distraiga al ojo de su ambición
por el último detalle. Por caso, de esta hoja de bitácora,
la cuestión del tiempo, siempre inminente, escaso, que debería
acelerarse si la mirada pudiera posarse un momento sobre la línea
que separa la Umbria de la Toscana, o dibujara con esa tinta ocre
del solsticio dos pies de mujer que sobresalen de la cama,
o un horizonte, fluvial, y que uno de ellos no señalara hacia
dónde deberíamos proseguir.
SE entiende poco de los años que han pasado,
del desierto que allá afuera nos espera. Algo es seguro:
no habrá esta vez otros veinte años de espera,
tiempo donde fallecen mientras tanto los Cristos
de toda emancipación. Junio regresa con frutos
aún sin madurar, la grulla madre pudo cruzar tranquila
los mares, nosotros ceremoniar el fuego y sus cien quimeras,
el abejorro, la flor del nogal.
Estos poemas pertenecen al libro inédito "Un círculo invisible y perfecto", de pronta aparición
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