LA adversidad convierte a uno
en testimonio férreo de lo táctil:
se va hasta los robles más purificados
como si fuese la primera vez,
y se regresa con los dedos manchados
de azul para conjeturar la próxima;
otros son los procedimientos
y las consecuencias si uno se demora
un poco más, al verse en tales
circunstancias tratándose de un álamo;
con el mismo cuchillo de los dones
habrá de sanarse lo sano,
o cavar con huesos o maderos
una nueva trinchera;
con palabras sucias de tierra
ladear los panales de la luna,
los primeros de cien soles
esparcidos por la arena
LA mejor vista del valle
puede obtenerse a cierta hora de la tarde,
cuando los seres que la colman
se anteponen los unos a los otros,
el aire se llena de ambiciones,
y el círculo se transforma
gradualmente en elipse;
cada perímetro coincide
con su afuera como sucede
con las superficies invisibles
o con las piedras de una antigua
ciudadela; todos las lenguas
pasan a ser desde entonces
rápidamente memoria:
instrumentos misteriosos
cuyos fines se olvidaron:
máscara que hay tras la máscara,
ropas que al final nunca se queman,
gotas de ajenjo morado que beben
de a sorbo los hombres crispados
SOLÍA detenerme a recoger
—un pendiente olvidado, una moneda,
la hebilla de un cinturón—;
ponía edad a la memoria
y el pasado se volvía remoto
hasta el día de ayer;
hoy sólo observo al pasar
viejas casas rodeadas de nieve
y de cierzos; busco en lo oscuro
los motivos del claro,
en lo claro las razones del humo,
y en sus frutos lo amargo;
la suspensión —de momento—
de toda variante del alma,
como en el aire lo hacen
las últimas grullas de invierno
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