Marcelo Rizzi: Prosa bisiesta | El poeta ocasional

Marcelo Rizzi: Prosa bisiesta



Con un esfuerzo notable lo leí en Issuu. Después un pdf me devolvió la calma y el goce de una lectura imprescindible. Puede pensarse que a Rizzi lo hayan motivado "estados inciertos del alma". Su poesía puede pensarse o dejarse uno llevar por el asombro: ¿cómo hace este hombre para que un mismo término, en situaciones en apariencia no muy diferentes, sirva unas veces de sostén y en otras flote? 


Hay momentos en la vida de un lector que es mejor no controlar el sentido que le va dando a la cosa que tiene entre sus manos. La materia está allí, quema un poco, enfría de golpe, te entra por los ojos primero y te recorre luego como una infiltración, no un calmante, tampoco es que incite o excite. Fluye. Como debe ser, fluye: reconcilia los contrarios, te lleva del vacío de los huesos hasta la impersonalidad de la mirada y viceversa. Y te deja ahí, flotando, con la certeza absoluta de que tu alma -creo que algo así dijo Eliot- está compuesta por el mundo exterior.


Y no es ésta una idea peregrina: la poesía de Rizzi lo que hace lo hace a través de tu cuerpo porque te lleva a estar ahí metido en una realidad atroz sin darte cuenta qué cosa te "arrastra de los pies". No son los suyos desplantes retóricos o eruditos. Viene hablando el poeta en todo el breve libro -aunque no lo quiera afirmar con total claridad- de tu época, la nuestra, tan brutal y atemorizante como la del paleolítico, en la que las situaciones límites nos desbordan porque "el último de los límites [ya] no es el límite".


Y te deja ahí, en suspenso, en los bordes del vacío, sí, más allá de tus pies o muchísimo antes de que tus propios pies estampen sus huellas que nadie verá luego en la arena. Te deja así, al leerlo, preso del fantaseo de tu mente. A medida que se avanza en "Prosa bisiesta" el lector se convierte en un náufrago y, como tal, a la deriva, se recogen las dádivas: "en un instante el remolino" y en el mismísimo instante la necesidad imperiosa de "apartar de un soplo las cenizas del umbral". 


Es en esas condiciones de inmediatez (cuando estás seguro de que eso te puede pasar) que se hace imperioso pensar. Sobre todo, si se entiende pensar como ese vano y sensual ejercicio de tu mente que sólo demostrará su existencia real cuando acepte que es el poema el que la va creando a medida que te permitís leerlo y dejás que en la ambigua selva -¡claro,sin duda!-, la letra te penetre, pase por tus órganos y se imponga sobre otras necesidades del  momento: tal el dominio que este poeta tiene de la lengua.

Pablo Ananía


[mayo/junio, 1996] 



En tiempos de sublevaciones o de vigilias 
es dable suponer que allí escribe sus obituarios
el diablo de las cosas remotas. Sucia está la rosca 
del tornillo, la sal endurecida en el salero, sulfitos 
brillantes en el fondo de los vasos. Me detengo a 
observar el ovillo: donde está su origen debería
también estar su final. En otros hemisferios el paso 
de las grullas anuncia el momento de justa maduración 
de las bellotas. Concebimos a menudo esa casa de la 
infancia, iluminada ahora por dentro, como la más 
perfecta de las apariencias con forma de absoluta 
sustancia.



[diciembre, 1996]



A veces nos sorprendemos a altas horas
defendiendo la dignidad del símbolo, su
disipada desnudez. Nuestro escudo es
tan frágil por momentos que parece estar
hecho de astillas de viento, nuestras armas
tener la firmeza de unos diques de hojas 
muertas. Refutan que jamás uno se embebe 
de esa luz de los primeros tiempos si duerme 
bajo la sombra de un olivo o la del solitario 
ciprés. Pareciera incluso poco natural, como 
colgar de sogas la ropa, o el repeler el proyectil 
con venablos, explicar un cuerpo dormido por 
un gesto que delata su dominio de lo oculto, 
o que la flauta y esa que danza sean una misma
cosa, como esa golondrina que pasa, su estampa,
su breve sueño de marfil.



[junio, 2004]



Hablábamos entre nosotros como si leyéramos
un libro en silencio, tal como recomendaba
hacerlo san Anselmo con los textos sagrados.
El mundo se había reducido a una habitación
donde todo olía a hierba medicinal. Desde lo alto
de la colina podíamos conjeturar que el último
de los límites no es el último, que siempre hay
uno más allá de la mente que lo imagina. Fuimos
como la astucia del escorpión de verano, que se
reproduce por millones justo al morir la primavera,
y también esos que regaban la cabaña del cazador
cada noche con una mezcla de líquidos inflamables
y licores, y que luego como si nada se echaban a
dormir.


[Poggio Boldrini, San Giovanni d'Asso, Siena]


[noviembre, 1964]


Aturden las verdades del tipo: morir es ya
un válido intento, la ausencia de mundo
es la más íntima voz; o: seguro se paga
una suma no exigida por un rescate incierto.
En cambio son deseables las que afirman
que algo sigue vivo en el rescoldo de las
brasas, aceptables las que niegan que la niebla
se haya tornado hoy más impura e invisible,
que siempre se desatienda del propio cuerpo
lo más próximo a desaparecer, esa raíz filiforme
que nos amarra a los días, omite en su crecer
la forma del desastre y nos arrastra de los pies.



[abril, 1952]



De pronto dos fuerzas opuestas nos hacen 
converger en un mismo lugar: bajo la sombra 
exhausta de una morera blanca, en el galpón 
donde se enfría una fragua, en los talleres 
de una rebelión. Ese guijarro parece solo obedecer 
la voluntad de la ola, y es la ilusión de esas nubes 
lo que hace verlas como una flota de naves invasoras. 
Nacer cautivo siempre en morada injusta, esa parece 
ser la ley: mares quejumbrosos en una sola gota de
rancio vino, el turista que carga sobre sus hombros 
los diablos nocturnos. Todas las guerras del mundo 
podrían estallar ahora mismo en esta ciudad.



[octubre, 1964]



Honrarás tu ausencia, tu forma de fugar.
Sentirás que algo te recorre el cuerpo;
mirarás y no habrá nada: objetos invisibles
adheridos a la piel. Piensa bien quien en su 
propia carne reconoce que la anomalía crecerá, 
que el grano fermentará, que será como una 
apoplejía que sucede cada año al inicio del verano, 
con las manos al volante, con la piel tostada 
por el sol, y la arena entre los dedos como 
una pausa entre dos nadas.


[Hengistbury Head, Christchurch, Dorset]


Marcelo Rizzi
MARCELO RIZZI nació en Rosario, en 1961.
Estudió Historia y Filosofía en la Universidad de esa
misma ciudad.Tiene publicados "El comienzo oblicuo de todo desorden" (DeBolsillo, Plaza&Janés, Barcelona, 2001),
"Sinopie" (Melusina, Mar del Plata, 2003), "Casa incompleta" (Rosario, Premio Concurso Felipe Aldana
de la Editorial Municipal de Rosario, 2007); "La isla de los perros" (Alción, Córdoba, 2009),
"La destrucción" (e-book, poesíaargentina.com, 2015); "El libro de los helechos" (Barnacle, CABA,
2018); "Los saberes esenciales" (Ediciones en Danza, CABA, 2019), "Driftwood" (Barnacle, CABA,
2020).

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