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Juan Carlos Moisés: Lectura nocturna


Lectura nocturna




Con la noche despierta en la mesa de luz
leo con atención tumbado en la cama,
los viejos motores de la usina eléctrica
retumban a dos cuadras de distancia,
algo inquieta a los teros en el campito
y hacen llegar una especie de aviso o queja;
entre un sonido y otro se cuela
el ruido de un auto que pasa,
todo se oye como si las partes sonoras
entraran y salieran del libro,
como el libro entra, envuelve
un punto señalado y sale de la noche
con las palabras alteradas.
Ya conocemos el funcionamiento,
cada cosa tiene lo suyo para prestarle
atención, como saber que no podemos
esperar de un libro titulado
“Para una tumba sin nombre”
que no tenga el matiz del desencanto,
ni buscarle la pizca de gracia que tampoco
tiene esta misma realidad al cuadrado.
El libro quiere hacerse oír
como los ruidos y los pasos en la calle.
En la variación es otro el título
que deletreo: “Para un nombre sin tumba”.
Hago lo que puedo con la lectura quebrada.
Al pasar las páginas se me traban los dedos
y al llegar el sueño una mano piadosa
me cierra los ojos.
No me sorprende que algunas estrellas
bajen hasta nosotros para preguntarnos
por la extraña luminosidad del mundo.

(En memoria de Susana Jenkins.
Colonia Sarmiento, Chubut, 1955.
Desaparecida en La Plata, 1977.)



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Juan Carlos Moisés: Un siglo después de Bloomsday

BENTEVEO EN BLOOMSDAY   


              
Hoy a la mañana vimos un benteveo 
en el ciruelo, exactamente un siglo después 
del Bloomsday (Leopoldo Bloom 
saliendo de farra a festejar con cerveza negra 
fuera de las páginas del Ulises, las sombras 
de Jim y de Nora a su lado). 
Acá nunca se vieron benteveos, pero ahora 
que llegó el cambio climático un benteveo 
es un acontecimiento. 
Estaba incómodo en el lugar equivocado, 
había perdido el sentido de la orientación 
o algo le impedía volar como había llegado, 
se lo veía exuberante, el plumaje amarillo, 
la franja negra que le envuelve los ojos 
y se continúa hasta el pico, una especie 
de antifaz, los ojos escondidos en el negro, 
en el copete otra franja negra rematando 
la cabeza a la vez que matando el amarillo 
luminoso: los verbos no son casuales 
y a veces son necesarios para tensar 
la cuerda entre la cosa y la lengua. 
Lo dijo Ricardo Zelarayán, si la realidad 
está en algún lugar está en el lenguaje. 
Estaba atento el benteveo, vería en nosotros 
una forma de amenaza, tenía dudas y al mismo 
tiempo quería quedarse, tuvo paciencia 
para decidirlo: de esa densidad incierta 
que es un minuto o un segundo estamos hechos. 
El benteveo se movió hacia el Oeste, volvió 
a moverse hacia el Este, subió a tres ramas 
distintas deteniéndose en cada una hasta llegar 
a la copa desnuda del ciruelo, y después 
se fue. No lo vimos más. 
La duración de ese momento, como el soplo 
de una epifanía, admite la descripción de un mundo 
completo, donde sólo algunas veces 
hay opciones para la excepción. 



De: "El viento qué hay acá afuera", Ediciones La Carta de Oliver, 2021 
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Juan Carlos Moisés:

Un pollo mojado





Amor, humor, dolor: palabras de uso
común, qu en el poema buscan
tener ocupación cuando lo leas.
No de otro modo es posible admitir
que los sustantivos también contemplan
un punto medio y justo de las cosas.
Tu cuerpo ya había recibido las descargas
de fondo, con sus detonaciones,
y algo cambió para siempre cuando
el bisturí en la mano del cirujano,
bajo la luz irreal del quirófano,
se deslizó desde la axila hasta el centro
de tu mano, indoloramente,
y no sólo porque nos habiámos
propuesto desestimar la congoja.
El pelo te había crecido de nuevo
y fue una sorpresa la aparición
de unos rulos entrometidos
con los que nos permitimos
especulaciones chistosas.

De regreso a nuestra casa del sur,
donde pies y pensamientos se aparean
de igual modo, al final del día,
en la curación de cada noche, trataba
de que no me temblaran las manos
en el momento de ayudarte
a cambiar la gasa de los drenajes.

Hoy, durante la mañana, volví a pensar
en la otra escena teatral que anoche
nos tuvo de protagonistas exclusivos
en la intimidad del baño de la casa.

¡Ay, mi amor, mi amor!, dijiste,
como queja, cuando entraste decidida
a no salir. Y mientras te desnudabas
frente al espejo con un pudor
que no conocíamos y me preguntabas
cuánto iba a tardar en la ducha,
podía ver a través del vapor
la imagen mutilada de tu cuerpo
que devolvía el reflejo empañado.

¡Toda la vida te amaré!, dije, cantando.
¿Te parece poco? (no hacía falta decir más),
y te reclamaba para que te unieras
bajo la lluvia caliente como antes.
Tu respuesta fue salpicarme con gotas
de agua fría que en la canilla del lavatorio
juntaste en el cuenco de tus manos.

¡Soy un pollo mojado!, dije, tiritando.
Giré la canilla y salí con los pies
resbaladizos fregándome los ojos para ver
que me esperabas con una mueca
en tu cara al alcanzarme la toalla como si
fueras Eva recibiéndome en el paraíso.
Te asusté cuando di ese grito en el espasmo:
¡Aaah, esto sí que es el amor!


De: "El jugador de fútbol", Ediciones La carta de Oliver, 2015


Un bar en el camino




Cuando entré a ese baño de bar
del camino y la puerta se trabó
sin explicación, creí encontrarme
en el mismo infierno; no advertí
que hubiera lo que estrictamente
se llama fuego, crepitaciones,
gritos de dolor, sólo unos pocos malos
olores que me envolvieron
y la lamparita que no prendió.
Para estar en medio de la pampa alta
y desmesurada ese baño era un lugar
demasiado pequeño, sucio, opresivo.
Ni las frases chistosas escritas
en la pared con letra despatarrada
fueron capaces de provocarme
la mueca de una risa.

En las manchas de humedad
del revoque descascarado
vi con horror la sombra del que soy,
vi rostros no amados,
vi todo lo que no se desea ver:
de mí, de los otros, de lo otro.
Dije es el fin, ahora sé cómo es
la última visión de una persona.

Mi única esperanza fue
el ventanuco; después de forcejear
en lo alto durante unos momentos,
el hierro viejo, debilitado, carcomido
por el óxido, cedió,
y cielo y nubes entraron
increíblemente a tiempo.



Flamencos en la laguna




Esos flamencos todo
el día al sol sumergen
la cabeza movediza en el agua
apoyados en el firme equilibrio
de una de sus patas; están clavados
en la laguna, tallados en el aire.
Cada tanto rompen la monotonía,
curvan el fino pescuezo, el pico se levanta,
estiran la pata encogida y dan un paso largo
y lento que se hunde y se clava
como la pata anterior,
que ahora se pliega y espera
mientras bajan la cabeza a bucear.
Todo el interés está ahí, en la turbiedad
del fondo, en los pequeños hallazgos nutritivos.

Ninguno de esos actos minuciosos
me incluye, ni soy de la familia de esas aves;
tampoco soy lo que se dice trigo limpio
para acercarme a refrescar mis pies
sin que algo no deseado ocurra
en el plan trazado por los flamencos.

Y aunque no son mis ojos los que ven bajo esa agua
ni tengo plumas rosadas, no me aguanto: mordido
por las hormigas de la curiosidad
que siempre me empujan a donde no me llaman
me acerco a la orilla
todo lo que más puedo,
hasta que en el límite de la confianza
los flamencos levantan vuelo
con tres o cuatro aletazos,
las flacas patas colgando sobre la laguna.

Si yo fuera ellos
daría un rodeo largo y sin pausa
con la esperanza de que se fuera el entrometido
y entonces volvería lo más campante
con las alas desplegadas
a posarme otra vez en medio de la laguna,
una sola pata apoyada
en la turbiedad del fondo.

Pero se ve que esos flamencos
tienen otros planes para resolver el dilema,
y acribillados inútilmente
por la doble intención de mi mirada
siguen adelante y se pierden en el cielo
capaces como son de ver a lo lejos
adónde lleva el camino.

De “Animal teórico”, Ediciones del Dock, 2004



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Juan Carlos Moisés

Poesía argentina



El tomate



Corto el tomate en la tabla de un tajo,
lo parto en  mitades sucesivas,
y para no demorar lo inevitable
sigo cercenando esos pedazos indefensos
hasta hacerlos papilla, y salvo el color
rojo como una mancha de sangre
en el pecho del herido ya no podemos saber
lo que fue alguna vez, bajo nuestros pies,
su raíz hablando una lengua desconocida,
ni lo que será, después de condimentar
a gusto, sentarnos a la mesa familiar
y comenzar a comer sin culpa,
mientras conversamos animados
sobre los temas impiadosos del día.



En la casa del galés



En la casa del galés Néstor Milton Jones
al caer la noche las gallinas subían
de memoria a dormir en las ramas
del sauce grande, cuando estaba de pie
el sauce. Hablábamos, los que éramos
entones, con la pasión de la ignorancia
y discutíamos en esos días políticos
de excepción, cuando estaba de pie
el sauce. Era una época de entusiasmos
agitados, confusos, pero lo que hablábamos
no inquieta a las gallinas ni entraba
en los planes de su sueño aéreo.
Con los ojos cerrados parecían equilibristas
de circo que han ensayado muy bien
el número principal al margen de toda
confrontación, mientras apoyábamos
o creíamos apoyar con autoridad
los dos pies en la tierra firme.
El sauce grande un día se pudrió de viejo,
y esos años políticos y las gallinas y el sueño
aéreo en el sauce, cuando estaba de pie,
se fueron como se fue nuestra juventud.
No hay decirlo por decir, porque sabemos
que lo pide la malicia de la imaginación:
nada consuela, ni lo que conocemos del futuro
ni lo que seguimos ignorando del pasado.


(a Paulina Vinderman)


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Imagen: ibuk

El jugador de fútbol de Juan Carlos Moisés


Fuera del auto estacionado en la banquina

 


Entre Comodoro Rivadavia y Trelew,
en algún lugar de la Ruta Nacional 3.
No era lo que se dice una "Commedia",
tampoco era simulacro, ni era representación.
Estaba con mis hijos en "mitad del camino",
fuera del auto estacionado en la banquina,
de pie en la nieve y de espaldas al aire frío.
Nos habíamos abrigado hasta los ojos antes
de bajar, y no hablábamos porque era posible
que se nos congelara el aliento, las palabras.
A falta de sol, una especie de luz se suspendía
sobre los campos congelados de la tarde.
El chorro tibio, a temperatura corporal,
fue haciendo un hueco en la nieve.
La aureola amarilla avanzaba, concéntrica,
fuera del círculo polar y gradualmente
lo derretía sin que hubiera oposición.
Le devolvíamos a la tierra, paciente bajo
la masa compacta, una pertenencia en común.
Cuando, cada uno en lo suyo, terminamos
de arroparnos y caminábamos hacia el auto
con el motor en marcha y la calefacción
encendida donde esperaba la madre,
coincidimos en mirar trescientos sesenta
grados alrededor. Todo era blanco, y esa
luz precaria se desparramaba envolviéndonos
como el aliento de la respiración. Había algo,
además de la nieve, en ese lugar apartado, sin
puntos de referencia, que nos hacía mover lentos,
callados, como si aún nada tuviera nombre.



El jugador de fútbol, Ediciones La carta de Oliver, 2015De: "El jugador de fútbol", Ediciones La Carta de Oliver, 2015
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Juan Carlos Moisés

Poesía argentina


Una carta



la carta que está sobre la mesa
fue enviada hace cuatro días desde
Buenos Aires
siempre
pensé en Buenos Aires
de chico soñé con Buenos Aires
todavía pienso y sueño con Buenos Aires

dos mil kilómetros viajó esta carta seductora
para venir a mi encuentro
y transformar a este pequeño pueblo del sur
en un país desconocido



Respuestas




Lejos los perros ladran
sobre el final del invierno
y se contestan
de un extremo a otro
del pueblo dormido
y también hay respuestas
calladas
humanas
doloridas
de algunas voces que la noche
cierra
como una mano



JUAN CARLOS MOISÉS (1954, Sarmiento, Provincia del Chubut, Argentina)
De. "Querido mundo", 1988, Ediciones El Lagrimal Trifurca
Enlaces: 12 Poetas chubutenses

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