Manual para retroceder una cajita de música
Tenés que darle dos veces
a la puerta de la habitación
para que cierre definitivamente.
Entre el primer golpe y el segundo
hay tiempo de sobra para que entren al cuarto
los olores de una noche caliente:
olor a tierra húmeda del jardín,
a las hojas mojadas del helecho
creciendo en un vaso plástico
de a litro de fernet.
A veces las plantas no hacen
lo necesario durante el día
como par dormir de noche
y se las puede sentir desde la habitación
agitadas por el recuerdo
de la mujer que las cuidó.
Sobre la base de los tallos
o entre las hojas más largas
que tocan el cantero,
el agua de riego no refleja
las luces superiores, sino
los espacios oscuros de la noche,
la distancia entre las estrellas,
la negra separación.
Yo estaba triste pero la tarde era hermosa
Ningún tipo de conocimiento
ofrece la luna
que aparece incompleta
por atrás del hotel
cuando una leve corriente aérea
empieza a calentar en la calle
otra larga fila de lámparas de sodio.
Los que vuelven de la playa a esta hora
traen arena al centro de la ciudad
y la dejan en la puerta de sus casas
para que un viento contrario
la arrastre otra vez hasta el margen del río.
Es un viento sin temperatura
que, abajo del cartel encendido,
infla las cortina como caballos
rozando delicadamente
los hombros de huéspedes borrachos
dormidos con los zapatos puestos
bajo la luz del televisor.
El corazón es la caja del cuerpo
Bordeo la ciudad
donde vivimos juntos hace años,
la sobrevuelo en realidad
desde la autopista levantada
sobre el lomo de una elevación.
A lo lejos hay unas pocas luces
y me veo en la tarea inútil
de buscar nuestra casa
en la más cerrada oscuridad.
Sin embargo creo reconocer esa oscuridad.
Escribo esto en el bolso
a la luz del celular
aunque no tan adentro
como para que mi vecino no despierte.
Yo también soy poeta -me dice -. Escribo sobre el amor.
Enlaces: El poeta ocasional
De: "Ropa vieja: la muerte de una estrella", Ediciones Stanton, 2011
Imagen: www.ellitoral.com