Descalzo entró en mi cuarto,
llovía y estaba acostada.
Me levanté y salimos en el auto.
Él estaba triste, había llorado
por un desamor.
Él sabía, sin embargo, que yo soñaba
con un imposible amor
para mis años,
pero yo sabía también que a él
eso lo ponía contento.
Quería verme feliz y compartir algo conmigo.
Aunque fueran cinco días de dicha, decíamos.
Él lo había adivinado.
Y yo metía los pies en sus zapatos aplastados
mientras errábamos por Gualeguay bajo la lluvia.
Y el amigo y yo nos dábamos la mano,
solos y
acuñados por idénticos desencuentros.
El amor triste
Vamos, vamos a cerrar las ventanas,
no deben vernos ni los vecinos ni las estrellas.
El amor es así, amigo de lo apartado.
Aunque a veces también suele
tomarse de las manos y salir por los caminos.
Pero nosotros tenemos miedo
y nuestro amor no puede salir por los caminos.
¿Por qué ahora lo pienso?
Antes el deseo me empequeñecía
todo rechazo y toda precaución.
Ahora vivo persiguiendo este deseo insaciado
y viejo y lúcido y triste.
Y nada se vuelve para mi sencillo.
Nuestro amor está ahí, sin embargo
pero no podemos sonreírnos por la calle.
La ternura rodea todo lo que tocamos, es cierto,
pero no es bastante, no es bastante.
Y el áspero goce nos redime.
Sin embargo ven, vamos
vamos a cerrar la ventana.
Ema Barrandeguy (1914 / 2016, Gualeguay, Entre Ríos, Argentina)
Fuente: Facebook de Claudia Ainchil
Enlaces: Claudia Ainchil
Imagen: AIM digital