El cuchillo
Son huesos. Y a veces, la grasa amarilla en los huesos;
y a veces, la sangre bermeja en las uñas.
Son chanchos, o son las cabezas de los chanchos,
cuelgan en un gancho las cabezas,
o la cara de estúpida muerte de los chanchos
en el vidrio empañado de la carnicería.
O el blanco, pero blanco embebido de rosa,
la sangre en el sueño de tripas,
sueña el carnicero: que empuña un cuchillo.
Y el delantal blanco que se baña
o que bebe la sangre que salta de los nervios
en un abrazo con huesos, donde vibra el cuchillo,
y cómo brilla el cuchillo que corta:
es esa la virtud del acero en el puño, que sube,
o la amenaza en la rueda vacía que lo atrapa
en el espacio de la carnicería, visible a los ojos,
anuncio del corte. O espeta su filo en una piedra,
y el único ojo vacío se concentra, a espera de carne.
Son cortes en la piedra golpeada de sangre,
o hendiduras, desde donde la muerte lo acecha,
carnicero en el sueño bermejo, acariciando
el filo afilado, la sonrisa sutil del cuchillo,
que corta. Y entonces el cuchillo es otra cosa:
ni chanchos, ni nervios, ni huesos,
ni siquiera el carnicero que lo sueña,
sino una parte extensiva del brazo que lo vibra
y una parte indeleble de lo que él mutila,
el hilo afilado, la sonrisa sutil del cuchillo, que corta
O cutelo
Traducción: Alfredo Fressia
Fuente: Lyrikline
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