Juan Meneguín


Escuchando el otoño en las campanas de viento    




El cielo gira entre las cuerdas del llamador de ángeles. 
El jardín ha sido invadido los tacos de reina, 
sus hojas levitan en la mañana temprana 
y parecen como de una especie venida del espacio, 
su clorofila extraterrestre, sus campanitas de flores 
habitan el aire, no la tierra que los nutre. 
Tan ingrávidos en el sonido de la mañana,
tan resueltos a permanecer flotantes
como delicadas naves espaciales y detenidas en puertos de escala;
el rocío en ellas se condensa con grandes gotas
cuyo reflejo es un jardín convexo
donde las monarcas curvan sus alas
a una mirada de múltiples mundos
y en todos ellos vibra una hojita circular
con una gota diamantina y atrapada en su capilaridad.
Es otoño reciénvenido. Hay un viento bonancible
en las campanas circulares, y en las formas de las piedras
de otro resonador, que cuelgan simétricas
y descomponen la luz del ágata en todas direcciones.
El viento se enreda en las cuerdas de las piedras y de los tubos,
se detiene un apenas en los sonidos bajos
como si la mañana exhalara los últimos aires de la noche.
El viento del sur atraviesa la mirada, ahora plena de nubes en fuga
y no hay otra imagen en el espacio luminoso
que sólo un vuelo de garzas mudando geografías.
Hoy he visto el amanecer en una gota de rocío
y el trabajo de los seres mínimos por renovar la vida.
La brisa del río llegaba hasta el jardín
y allí quedaba en el vuelo de los pájaros tempranos.
Llegaba hasta las campanas tubulares y las piedras resonantes
y se descomponía en tonos y microtonos como una antigua melodía,
inmóvil de cadencias, ingrávida de ritmo.
Al mediodía he sentido el olor de la cocina,
como nunca antes, pero almorcé solamente cuando tuve hambre,
y sólo lo necesario antes que el mundo se detuviera con la siesta.
Y la copa de vino fue una sola copa de vino. Y el cigarro
que encendí quizá fuese el último tabaco que encendiera.
Pero a media tarde dejaron de sonar las campanas y las piedras
con el movimiento de la ciudad que nos invadía.
A media tarde terminaba yo la lectura de viejos poetas
de viejos libros que no volvería a abrir a tocar a leer.
Y llegó el ocaso y el gran silencio nos envolvió,
llegó el crepúsculo vespertino y ese gran silencio
fue pánico en el vuelo de las criaturas del aire.
El rito del té se recrea sin pretenderlo sin exotismo sin frivolidad
— el mejor té rojo en la mejor porcelana
para que se aquieten y descansen sus hebras finas
y su vapor nos recuerden otros atardeceres, por un momento,
otros otoños cuando los días venideros no importaban
y el tiempo era la cuerda tensada de un arco
cuya flecha nunca llegará a cruzar el cielo ni encontrar su blanco.




:Otoño 1983


 

Pero un puente blanco cruza sobre buques contenedores
y el río se detiene en camalotes.
Amanece y hay niebla allá abajo, y entre la niebla
viejas embarcaciones buscan una isla, y un amarradero.
El río es un viajero silencioso cuando se va en la niebla;
los sauces en la orilla son filigranas de niebla,
los sarandíses en la orilla son las ramas y las hojas de la niebla
y hay culebras en los grandes camalotes,
hay una garza de ojos colorados que mira
y el río apenas marcha con sus barcos extranjeros
mientras un lento carguero, allá arriba,
cruza como levitando por un monte de olores al rocío.
Y es una fina escarcha de verdes traslúcidos, la mañana


poesía contemporanea, poesia argentina
JUAN MENEGUÍN
(1958, Concordia, Entre Ríos, Argentina)
Enlaces: Otra iglesia es imposible | Autores de Concordia
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