Falso inanimado/ Hernán Sagristá
Lo supieron los arduos alumnos, los comprueban casi a diario los poetas menores de la antología: la ansiedad es la droga más dura. Hernán Sagristá en “Falso inanimado” se ocupa, con sosegada lentitud y un idioma neto ("La palabra floreció con la insistencia"), de las rocas; tiende a exponer su asombro e indagación ante aquello que se hace o se repite cada día, ante un entorno (un pasado) de aislamiento y acritud. Imbuido de una ironía taciturna no pacta con las palabras y se guarda de presentar excusas o, peor aún, explicar circunstancias ("Quizás, deberíamos volver a designar la roca por lo que es, materialidad sin suspicacia"). Nicolás Rosa tenía para sí que es lo propio de la materia resistir; el presente libro encierra la secreta misión de salvar al mundo; y en la momentánea suspensión voluntaria de la incredulidad, su autor añade, modifica, inventa, escribe todo más de una vez para que no converjan entre sus páginas sólo recuerdos o una mera retahíla para la memorización de otro alfabeto ("gruta de la virgen de Itatí que levantó un albañil por un milagro que solo él sabe").
El pico de los pájaros/ Catalina Boccardo
El libro mayor de la poesía argentina cristalizó la idea del cantor que realiza, en su impulso o frenesí, una práctica de transferencia de una lengua a otra: como el ave solitaria con el cantar se consuela. En "El pico de los pájaros", Catalina Boccardo no reseña con tanta minucia un libro como el ramito de violetas olvidado entre sus páginas; le llama más la atención la brisa que el andén. Un suceso extraordinario, la irrupción de un ser vivo, una torcaza en medio de la ciudad destruida por las luces de neón, la predispone a la pesquisa y a la incógnita permanente ("hasta que su imaginación indica/ dónde, / cómo, qué"). Acaso le deba una incitación o un modelo a cierta sugerencia minimalista: escribir con los atributos de lo inmenso, con un poder renovado ("Yo encontré la salvación, un pájaro herido"); y en el trance inexacto y leve, de una lengua a otra, indaga ("Seguiré preguntando: cuál lenguaje"), consciente de que esa pequeña distancia lo justifica casi todo y de que la belleza admite escasas enmiendas.
Año nuevo/Judith Filc
Si como quería el Poeta el tiempo es un enemigo que mata huyendo, Judith Filc emplea las palabras con un arrojo que sospecha centelleante y vano, acaso porque una epopeya futura no habrá de dar forma a ningún destino singular, pero ha de hacer constar a través de todo acontecimiento propio la idea de la comunidad y en cada página manuscrita una crítica de su época (“Lo que no se sabe se olvida./ Lo que se olvida se abandona”); entonces es lícito afirmar el hecho de que un poema puede equivaler a una tarjeta postal y a una granada de mano: siempre posible, siempre presente. En “Año nuevo”, su sexto poemario, incrementa la dificultad y magnitud de esa percepción (“No recuerdan el rumbo./ Necesitan sentarse./ El camino que tomaron no acaba nunca”): un mundo descubierto y no imaginado, que no olvida el precio del carbón ni las indolencias de los corazones y que sin evanecerse intenta querer todo cuanto se promete (“se enjuga el sudor, junta sus manos en cuenco/ y se inclina hacia el cauce. /Y espera”).
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