Blues del blog, por Damián Tabarovsky

Al final, era cierto o no que cualquier boludo tiene un blog, como predijo un intelectual orgánico… del Grupo Planeta? (¿Creyeron que iba a decir orgánico del kirchnerismo? Eso es apenas un detalle. La realidad, en un caso como el suyo, está en otro lado: en el mercado como única verdad.) Pensaba en estas cuestiones, mientras leía una nota en The New York Times, en la que se afirma que por primera vez son más los blogs que se dan de baja, que los nuevos que se crean. ¿El blog ya fue? Según informa la nota, el éxito de las autodenominadas redes sociales (Facebook, Twitter, etc.) tendría mucho que ver con la decadencia del blog que, en comparación, habría quedado viejo, lento, y previsible. El blog sería hoy un asunto de treintañeros, mientras que las redes sociales expresarían la potencia adolescente, su frescura, su gusto por el desorden, su experiencia de lo descentrado. Por razones estrictamente profesionales, hace un tiempo entré a Facebook (estaba interesado en conocer cómo aparecen allí ciertas editoriales independientes, cómo se promocionan, qué estrategias de comunicación utilizan). Después de haber saciado mis inquietudes laborales en el ámbito local, pasé a buscar varias editoriales extranjeras, entre ellas una de las editoriales independientes francesas más prestigiosas (que publica a más de un escritor argentino). Pero no la encontré. Entré entonces a su página web, pero en ningún lado había un link a Facebook o Twitter. Tiempo después, casualmente me encontré con su editora, también propietaria de la empresa. Y le pregunté por qué no estaban en Facebook. Con total naturalidad, me contestó: “¿No estamos? Ni idea. Dejame que les pregunte a las chicas de prensa para averiguar”. Y después me obsequió la edición de Le bruit du temps, de Ossip Mandelstam, que acababan de reeditar en su hermosa colección de bolsillo. ¿A cuenta de qué venía todo esto? Ah, sí: que en ese desdén de la editora hay una enseñanza profunda para la literatura. Una sutil respuesta crítica a una pregunta clave: ¿sobre qué conversamos? ¿De qué hablamos?
Pero también venía a cuenta de la nota de abajo, siempre en The New York Times, que versaba sobre la relación entre tiempo de espera, impaciencia y tecnología. Era un artículo interesante, porque concebido desde una perspectiva pragmática y positivista (es decir, desde la única desde la que habitualmente se presenta a la tecnología en los medios y en el sentido común, valga la redundancia), estaba llena de datos susceptibles de convertirse en agradables temas de conversación. Por ejemplo, un psicólogo conductista afirmaba que si el ascensor tarda más de 19 segundos en llegar, los usuarios tienen tendencia a tocar nuevamente el botón de llamado. Y que a los 32 segundos, ya se empieza a tener una cierta actitud de fastidio. Luego, un especialista en “nueva dinámica social”, señalaba los momentos en que las computadoras “se ponen lentas” como una de las principales causas de estrés y violencia laboral. Algo de esto debe ser cierto: mi máquina andaba muy lenta, y entonces decidí llamar a un técnico. Según parece, era simplemente mugre, archivos grabados en cualquier lado, y ausencia de conocimientos (e incluso de vocabulario: en un solo trámite, aprendí la palabra y la acción de desfragmentar el disco duro). Ahora con la computadora hecha un avión, no sólo ya casi no tengo estrés, sino que me reencontré con viejos artículos míos, mal guardados en unos llamados “archivos temporales” (grave error: todo escritor debe guardar sus notas en archivos llamados póstumos). En especial, con varias notas de la época en que me dedicaba a escribir reseñas del libros de saldo en un desaparecido suplemento cultural. Ahora que lo recuerdo, sobre esas viejas notas se iba a tratar esta columna.


Nota de Damián Tabarovsky en Diario Perfil del 07/08/2011, Suplemento Cultura

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