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Pablo Seguí

Pablo Seguí



Fumando espero



Enciendo un cigarrillo
y me pregunto cuántos
me habré fumado, a medias
o completos, en todos
estos años de dúctil
hábito. Son preguntas
que uno se hace en las pausas
y que nadie responde,
como hacen esas tías
que nos oyen hablar
y callan displicentes.
Una cuestión retórica,
como mimar al perro
sólo para sentirse.



Cuatro de la madrugada



Se sienten a lo lejos
cuatro tiros. Giannuzzi
los pondría al final.
Yo me quedo esperando,
sigo escribiendo. Entonces
notás la diferencia:
sus versos se prolongan
en el ahogo, el morbo
y la torsión: los tuyos
reinciden malamente
en un palabrerío
literario, reptil.


De: "Animal de bien", Barnacle, 2018
Otros poemas de PABLO SEGUÍaquí
Imagen: Letra de cambio

Pablo Seguí





Canción











´



Ella quiere otra cosa, 

a veces, que lo que 

yo quiero, nada más. 

Pero ¡cómo me duele, 

Ahora, que se muestre  

indiferente, lejos! 

Canción, decile que ardo, 

que humeo negramente, 

que mis labios se agrietan.   









Un mundo  









Yo sé que las palabras 

ni las fotos podrán  

tenerte nunca. Que 

el beso que nos dimos  

anoche se conserva 

apenas, desleído 

por la ingrata memoria. 

Que esa risa que estalla 

de repente en tus labios,  

y que yo no manejo 

ni aunque lo intente, surge  

cuando quiere o querés 

que es inútil grabar  

para los venideros  

ese tacto a distancia  

que sonriendo me ciñe.  

Somos ese detalle 

que el otro guarda, que 

recuerda, del que abjura 

o por el que suspira 

o se alegra. Es posible 

que ahora que dormís 

no me tengas presente: 

soñás, quizá, con una 

minuciosa manada 

de elefantes a punto  

de entrar en un bazar;  

o con esa perrita 

que te daba la pata  

anoche. Lo que sí 

es cierto es que, callado,  

y cansado, y desnudo,  

escribo sobre vos. 

Y lo más cierto es que 

estas pobres palabras, 

que leerás mañana  

por la mañana, con  

un mate, a las corridas, 

jamás conseguirán  

mostrar el modo claro 

en que tu cuerpo luce 

de noche al descansar. 

Todavía más cierto 

es que no importa. Puede 

que el futuro no sepa 

nada de vos, ni de  

tus labios rumorosos.  

Los míos guardarán 

su forma, su tibieza, 

su increíble dulzura. 

Ya no puedo olvidarte, 

señora que ha logrado, 

sólo con ser, hacer  

de estos días un mundo.   











Otro verano y éste   









Increíble. Si pienso en esa noche 

de lluvia en que entreví 

la verdad de los cuerpos al mirar  

aquella lluvia que,  

potente, se volcaba sobre las 

carnosas hojas tras 

el vidrio, tras la reja repujada, 

al cabo de los años 

y de una suerte inteligente y ciega 

que atrás dejó los nombres 

de aquellos seres negros que querían  

que negara sin más  

la brisa, me doy cuenta de que nada 

de lo que ahora tengo 

me faltó nunca. Cuánto se engañó 

mi corazón con fuentes  

retorcidas, perversas; cuánto encuentro 

de lo de siempre en vos, 

amor, en tu palabra y en tu risa, 

e incluso en los desplantes 

intempestivos, aguerridos, altos 

de tanto orgullo tuyo,  

respiración que canta. Reconozco 

caricias y destellos 

reveladores de la más ociosa  

infancia que, latente  

n en nuestros rostros de crecidos,  

aflora como un fuego, 

como sonrientes llamas que se besan, 

o más bien como imanes 

que, separados, se buscaban desde 

la lejanía. O como 

lo que jamás podremos olvidar: 

el amor a la vida, 

nacido de una noche de verano, 

de la lluvia, lo verde, 

y ahora constatar que curioseabas, 

de algún modo, detrás 

de esos cristales, duende, aquellos ojos  

que luego te supieron.  















De: "Otro verano y éste", Barnacle, 2017

Otros poemas de Pablo Seguí, aquí

Pablo Seguí (1973, Córdoba, Argentina)

Entre los 8 y los 17 años estudió violín, para luego volcarse hacia la poesía. Ha publicado tres libros: Los nombres de la amada (Alción, 1999), Claves y armaduras (Foja/Cero, 2005) y Naturaleza muerta (El Copista, 2011).  Desde hace varios años ya publica sus poemas en sucesivos blogs, entre los cuales figuran: El tren y la mujer que llena el cielo, La lección de piano, El bakelita, Por el jornal, Crocante de seco y el actual, Voces en La Babía. Los poemas que componen Otro verano y éste han sido seleccionados de algunos de dichos blogs.  




Vicente Luy



NO hace una hora, intervine un recital de Aristimuño.
Vieja Usina. Entradas agotadas.
Igual, insistí, diciendo que venía a ver a Lisandro
que le traía un libro, que le preguntaran a él.
Vicente Luy; soy el poeta Vicente Luy le dije al sujeto a cargo.
Mi plan era otro.
Yo quería entrar antes; fui una hora antes
para curtir camarines y pedirle que me invite a subir a leer.
Iba a recitarle 7 poemas si arrancaba con un No.
Estaba, estoy, muy para adelante.
El tipo no me conoce. Le mandé un libro con Marce
pero no sé si ya lo recibió.
Confío ciegamente en mi poesía
y fui a saludarlo, pero, también, a audicionar.
En síntesis: no me dieron paso hasta empezado el concierto.
Me senté en el piso, en una esquinita, y prendí un pucho.
Y mientras sonaban las canciones, la ocurrencia fue tomando cuerpo



SE HIZO CARNE EN MÍ



Esperé a que terminaran los bises y me trepé al escenario.
La gente iniciaba la retirada.
Corrí al micrófono y grité:
Soy el pez
Soy el pez
Soy el pez
el que por la boca muere
pero también/el que nada contra la corriente
Me cortaron el sonido.
Seguí con Venderle el alma al diablo, y vinieron a sacarme
los de la producción.
No me querían dejar terminar el poema del scrabble
me lo quisieron cortar a la mitad.
Ni los miré.
Seguí gritando.
La gente se iba, y todos pasaban en frente mío.
Algunos prestaron atención en ese lapso
pero sólo respondieron cuando dije “usá tu odio para el bien común”.
Como en un ensayo de orquesta, emitieron un sonido.
Igual, se siguieron yendo.
Los productores volvieron a por mí.
Los ignoré.
Dije 4 poemas más y me llevó la policía
un adicional.
Por suerte, me dejaron ir; me expulsaron.
Llevaba flores empapeladas en la etiqueta.
En un mundo lleno de amor, Lisandro hubiera venido a rescatarme.
En una de esas, con la adrenalina post show, no me oyeron .-



BUSCO una mujer que no conozco.
Alguien ni imaginada.
Hay gente así.
Yo conocí a una que modeló en Milán
y luego se hizo periodista.
Desinhibida, te la cruzabas por la peatonal
trajecito verde de Dior
chatitas al tono
¡y sombrero!
Era alta, preciosa
y a su paso, poniéndose a la altura
todo brillaba.
La ciudad es clase B
nostalgia, gente persignandosé
pero ella la ponía de pie.
Una tarde, no un fin de semana
me llevó a una montaña en La Calera.
Me explicó el método
y me hizo ver el mundo al revés.
Fue la primera vez que salimos.
De vuelta, mientras yo manejaba
preguntó si me podía dar un beso en la oreja
a mí, que tengo las orejas separadas
que siempre tuve complejo con eso.
Estaba harto de verla en fotos en el diario.
Le mandé un libro dedicado con un amigo
y accedió a que la llamara.
Quedamos en tomar un té.
Bajó del ascensor, abrió la puerta; nos presentamos.
Se rió.
Se reía.
Íbamos hacia el auto y tuve que preguntar
_Nada; me gustó lo que vi. Por la foto, pensé que eras gordo.
Fuimos juntos a ver a Maia Plisetskaya.
Siempre tenía algo que decir
sobre el valor de las hojas exteriores de la lechuga
o lo que fuere.
Siempre, con algo, me sorprendía.
Llegó a decirme que me amaba.
Pero no se dio permiso.
Lastimada, malherida, temió al encuentro.
Con espacio de meses probamos 2 veces.
Fue la + especial.
Le pasé raspando al amor.
Ahora está casada; integrada.
Creo que tiene un hijo.
Y yo, la sigo esperando.
No a ella/a la que viene.
Tu pecho propaganda de paraíso.



DOBLARON por Obispo Trejo
todavía no era peatonal.
Un carro de asalto; bajaron muchos, rápido. Gritaban.
Nos pusieron contra el vidrio del bar
estábamos al frente del Monserrat
año 74; teníamos 13
y la Itaka, o el FAL, en la espalda, me asustó
-no sé si eran milicos o canas; creo que canas
el miedo no te deja ver-.
Acabábamos de salir, una hora antes
y cafeteábamos
y hablábamos del partido por la Copa.
Aparecieron de improviso.
Yo me decía: “somos muy chicos, inofensivos.
¿qué les pasa?”.
Nada les pasó.
Todo lo hicieron a conciencia.
Voló alto el Plan Cóndor.
Esta vez van a perder.
Hemos aprendido.
No vamos a dar ventaja
y la llamaremos guerra.
Aunque algunos de los nuestros
prefieren decir que no fue una guerra
es la guerra.
Cambian los nombres.
Se templan los espíritus
y vamos cerrando el círculo.
Reuniéndonos, coincidiendo, planeando
cogemos a + no poder.
Hay que disfrutar ahora.
Vienen tiempos violentos .



VUELVE el dolor.
Sé muy bien que pronto estaré dormido.
Cerré la ventana, y estoy sentado; pero no para siempre.
Cada tanto me levanto y vomito.
Una mariposa da vueltas por la habitación, como buscando.
No, no es aquí, le digo.
Son ciertos el frío y el hedor
y la pared, ansiosa y brutal; pero no es aquí.
Me despido.
Estoy entumecido, hecho una caja.
No obstante, no se me ve tan mal, me explican.
Y me dan unas pastillitas, por si las moscas.
La mariposa se ha ido.
Vuelve el dolor.
La pared se mueve.
Me miro las manos y cuento hasta 10 muchas veces.
Si no es la vida será la vida.


Grupo de Artillería 141, San Isidro. Calabozo.
Agosto-septiembre de 1980


VICENTE LUY (1961, Ciudad de Córdoba, Córdoba / 2012, Salta, Argentina) 

Incorrecto. Crudo. Sexual. Actual. Ateo. Rebelde. Valiente. Romántico. Suicida. Vanguardista. Generoso. Sabio. Inconformista. Político. Popular.
Los versos avanzan, las líneas se acumulan y en la cabeza se disparan con impulso explosivo todas estas palabras que parecen inconexas pero que encuentran una lógica indescriptible y potente cuando se resumen en el nombre del autor que las hizo libro: Vicente Federico Luy.
Es que su poesía no se deja domar. 
Nació el 3 de mayo de 1961 en Córdoba. Sus padres fallecieron en un accidente aéreo sólo cinco meses después. Hasta los 7 años, pasó de una familia adoptiva a otra hasta que su abuelo, el poeta español Juan Larrea, dijo que quería hacerse cargo. Gracias a él conoció la literatura de los malditos, de Vicente Huidobro, de César Vallejo. Lo dejó sólo y con mucho dinero a los 18 años. Luy nunca se recuperó de esa muerte. Además de su abuelo, según él, lo educaron Charly García, Alberto Spinetta, Mafalda y Dostoievski. También el cine. A los 14 años empezó a escribir, justo cuando decidió abandonar el colegio.
Su literatura reclama lectura, relectura, reflexión, análisis, comprensión y hasta a veces humildad para aceptar la derrota.
Porque Vicente es inclasificable.
No tenía modo más que el suyo propio. Y no respetaba un patrón único.
De hecho, eran varias las cosas que no respetaba. Por eso, porque no quería pasar inadvertido, empapeló la ciudad de Córdoba con un afiche en el que aparecía desnudo junto a algunos de sus amigos y a un slogan que decía: “Lo esencial es invisible a los ojos”.
Escribió sobre todo lo que quiso. Se animó a decir lo que se le cruzaba por la mente sin pensar en las consecuencias, en si sería callado, repudiado o prohibido. Su pluma fue grosera pero sincera; letal pero cierta; rebelde pero adecuada; rockera pero romántica. Dijo sin pensar de más pero con mucho corazón. Utilizó todos los medios a su alcance para lograr una imagen real en su obra: puso un poema dentro de otro, los repitió, los reescribió, pegó recortes, fotos, dibujos y hasta cartas.
Su poesía es un collage minado.
“Caricatura de un enfermo de amor”, “La vida en Córdoba”, “Aviones”, “No le pidas peras a Cuper”, “La sexualidad de Gabriela Sabatini”, “¡Qué campo ni campo!” y “Poesía popular argentina” fueron los libros que publicó. Casi siempre pagados por él.
Amaba jugar al scrabble y también al tenis. Se la pasaba fumando todo lo que encontraba. Era desparejo pero lógico: vivía como predicaba. Definió su poesía como express: un lenguaje oral rápido y político, aunque nunca lo pareciera del todo.

"La irreverencia y la escritura", por Dolores Caviglia en Continuidad de los libros
Enlaces: Clarín | Eterna Cadencia

Juan Pablo Abraham

Muerte del luthier




Si vieras el terciado barato del ataúd,
te irías a morir a otra parte.
Vos que amabas
la sonora madera del ciprés
y que le dabas con tus manos
la medida justa de tu temple
si te vieras, si te vieras…

Pero ahora qué importa,
seguí así, no te gastes.

De todos modos,
ya se apartaron tus manos
del acorde final y de la nada
del abismo que tensó tus cuerdas
las más vitales,
en esos días en que nada suena.

Seguí así, no te mires
en el terciado barato de los que mueren.


Juan Pablo Abraham
JUAN PABLO ABRAHAM (1980, Noetinger, Córdoba, Argentina)

Pablo Seguí




Este cuerpo







Cuerpo que canso, que camino, que

hago sentar, que duermo, que desnudo:

pétalos de sudor,

y volverse a esperar.



Cuerpo oxidado, escolopendra en quiebre,

manija sin destino, esparadrapo:

pétalos de olvidar,

y volver a querer.



Yacija resentida

por mi viente abombado,

por no poder decir.



Silla que se acogota

de verme tan pasivo,

de despreciar mi sed.



Cuerpo proclive al morbo, a la torsión,

huesitos, carnecitas, mucha grasa:

nadie quiere besar

este cuerpo, y se va.







Con otra cosa







Habría que intentar otro pesar,

otra alegría, un sitio

distinto para esta alma que se espeja,

sombra de gestos, nido

de nimiedades. Algo como el ojo

renunciando al sopor

que lo distancia de los vates, sino

volviendo a pernoctar

con la estrellas. Brisa que restalla

en la conciencia, gracias

que doy al mundo indiferente que,

sin embargo, me roza.

Ojo de letras, gestos que la muerte

me sabe sin pensarlo,

catafalco que, urdido, se establece

por años, esparciendo

lo mórbido hasta un punto en que me ciega,

ojo que no respira,

pronunciación de un álamo gregario

que a Caronte se dio

porque creció. Volverme, de algún modo,

hacia la mesa, o hacia

el paladar llagado, o hacia el muelle

del nunca partí,

que no me espera, pero que es anuncio

de una viva emoción.

"Rosa posible, espera la esperanza,

atada a lo presente",

podría murmurar. Pero yo sé

que el sedimento sólo

con otra cosa se desprende que

con la paciencia. Nada

que ver con la voluntad. Sólo un desvio

del átomo, un relámpago.







Cada uno por su lado







Hoy también callaremos, como calla el osario

de lo que no nació, torpes y recurrentes,

y beberemos mucho, y reiremos más,

con la jeta torcida, desalmados sin gracia.



Y el fecundo presente proveerá de excusas

para las horas de ángel, aljibe que se ahoga,

y nos criticaremos sin piedad, minuciosos,

distantes, enervados, eje que se deshace.



Somos tan predecibles...La mañana se acerca

y vos despertarás y leerás, calculo,

estos versos que buscan matices que te traigan,



Fuimos tan imprudentes...Me acostaré queriendo

- sin mucha fe, no creas - que suene el celular,

que me digas que no, nada que ver, yo nunca...













Pablo Seguí (1973, Ciudad de Córdoba, Provincia de Córdoba, Argentina)

De: "Naturaleza muerta", Ediciones del Copista, 2011







Libros&libros









Pablo Seguí, "Animal de bien",

https://elpoetaocasional.blogspot.com/search?q=segu%C3%AD&x=0&y=0

Germán Arens, "El libro de mamá", 

https://elpoetaocasional.blogspot.com/search?q=arens&x=0&y=0

Marcelo Ajubita, "Escritos del aviador Lanzapedone"


Nicos Cavadías: Leía con ardor a la santa de Ávila


Marabú (i)   




Dicen los marineros que viajan conmigo 
que soy un tipo agrio, intratable y malvado, 
que odio a las mujeres de una manera ruin 
y que yo nunca suelo acostarme con ellas. 

Y aún dicen más, que tomo hachís y cocaína, 
que una pasión terrible me tiene poseído, 
que tengo el cuerpo lleno de horribles tatuajes, 
extraños y angustiosos, con los que estoy marcado. 

Y aún dicen otras cosas peores, muchas más,
que, sin embargo, son mentiras e invenciones.
Pues lo que de verdad me marcó mortalmente,
no lo ha sabido nadie, a nadie dije nada.

Pero ahora que ha caído la tarde tropical
y huyen hacia el oeste aquellos marabús
hay algo que me incita a poner por escrito
aquel suceso oculto que siempre silencié.

Yo fui una vez grumete en un barco correo
que llevaba las cartas de Egipto al sur de Francia.
Entonces conocí a mi flor de los Alpes
y nos ligó una estrecha amistad fraternal.

Era aristocrática, ligera y melancólica,
hija de un rico egipcio que un día se mató.
Viajaba sus penas hacia tierras lejanas
–acaso allí sucede que las penas se olviden–.

Solía llevar con ella el Journal de Bashkirtsev,(ii)
o leía con ardor a la santa de Ávila.
A veces recitaba tristes versos franceses
y se quedaba horas mirando el mar azul.

Yo sólo conocía los cuerpos de las putas
–tenía un alma abúlica herida por la mar–,
ante ella recobré la gracia de la infancia
y en éxtasis le oía hablar como un profeta.

Le puse un día al cuello una pequeña cruz
y ella me regaló una hermosa cartera.
Me sentí desdichado, el más triste del mundo
cuando un día llegamos al fin a su destino.

Muchas veces pensé en ella al navegar
como mi baluarte, como mi ángel guardián,
y su foto en el puente para mí era un oasis
que uno hubiera encontrado en medio del desierto.

Creo que debería ya detenerme aquí,
tiembla mi mano, el aire caliente me fustiga.
Las flores tropicales apestan en el río
y allá a lo lejos grazna un torpe marabú.

¡He de seguir!... Un día en un puerto extranjero
me emborraché con whisky, ginebra y con cerveza,
y sobre medianoche, tropezando pesado,
me dirigí a las casas sucias de las perdidas.

Allí sórdidas hembras arrastran a los hombres
y de repente una me arrebató el sombrero
–viejo hábito francés del barrio de las putas–
y casi sin quererlo entonces la seguí.

Era un cuartito oscuro, tan sucio como todos,
a pedazos caía la cal de las paredes.
Ella, un andrajo humano que hablaba roncamente
con los ojos oscuros, negros y endemoniados.

Le dije que apagara la luz. Caímos juntos.
Mis dedos recorrieron sus huesudas costillas.
Hedía a absenta. Desperté, que dicen los poetas,
“cuando la aurora extiende sus pétalos de rosa.”(iii)

Cuando le vi la cara con las primeras luces
me pareció tan digna de lástima y maldita,
que con extraño horror, como si me aterrase,
me saqué la cartera veloz para pagarle.

Doce francos franceses... y lanzó un alarido
y vi que me miraba con sus ojos salvajes
y también mi cartera... pero yo me quedé
con la mirada inmóvil en la cruz de su cuello.

Olvidé mi sombrero, como un loco corrí,
un loco que vacila y que se tambalea,
pues llevaba en la sangre la horrible enfermedad
que juega con mi cuerpo y aún hoy lo tortura.

Dicen los marineros que viajan conmigo
que hace mucho tiempo que no veo a mujer
que soy pellejo viejo, que tomo cocaína,
mas si ellos lo supieran me compadecerían...

La mano tiembla... fiebre... He olvidado mucho.
En la ribera veo un marabú muy quieto,
y mientras él me mira a su vez insistente,
nos parecemos –creo–: estúpidos y solos.



Nagel el timonel

A N. Rando

Nagel Harbor, timonel noruego en Colombo,
después de viajar como siempre en un barco
que partió hacia un lejano puerto desconocido,
desembarcó en su barca pesado, pensativo,
con sus manos robustas cruzadas sobre el pecho,
fumando en una vieja pipa amasada en barro,
mientras hablaba sólo, en una lengua nórdica.
Marchó apenas se fueron los barcos de su vista.

Nagel Harbor, capitán de navíos mercantes,
al mundo entero dio la vuelta, pero un día,
cansado, se quedó de timonel en Colombo.
Pero siempre pensaba en su país lejano
y en las islas Lofoten pobladas de leyendas.
Y, sin embargo, un día se murió en su cabina
cuando escoltaba en puerto al Steamer Tank “Fjord Folden”
que hacia las islas Lofoten partía humeante...



El mono de un puerto en el Índico




Una vez, en un puerto del Índico lejano,
le cambié una corbata polícroma de seda
a un cierto marroquí por un pequeño mono
de ojos grises, oscuros y llenos de malicia.

Mordía una gran pipa en sus labios el mono
y sólo la soltaba cuando quería exhalar
un humo denso que, según el vendedor,
era opio que fumaba desde que era pequeño.

Al principio tan sólo vomitaba en la proa
y me miraba triste y en completo silencio.
Pero al pasar el tiempo, él solo vino a mí
y se pasaba horas sentado sobre mi hombro.

Si me tocaba guardia nocturna en la cabina
y el tormento del sueño me horadaba los ojos,
se quedaba sombrío tiritando en mi hombro
y muy serio miraba la brújula conmigo.

Le compraba en los puertos plátanos y bombones
y en tierra le llevaba con una cadenita,
nos sentábamos juntos, bebíamos en los bares
hasta que ya borrachos volvíamos al barco.

No se enfadaba nunca, me mostraba su amor,
y ni una vez tan sólo escuché sus gruñidos.
Parecía habituado a esta vida y a mí,
y yo me hice a él como a una persona.

Pero una vez que andaba absorto junto a él,
se escapó de mis manos y se marchó feliz.
Tenía una gran virtud: sabía guardar silencio
y de mujer tenía su innoble corazón.



ΜΑΡΑΜΠΟΥ




Λένε για μένα οι ναυτικοί που εζήσαμε μαζί
πως είμαι κακοτράχαλο τομάρι διεστραμμένο,
πως τις γυναίκες με ένα τρόπον ύπουλο μισώ
κι ότι μ’ αυτές να κοιμηθώ ποτέ δεν πηγαίνω.

Ακόμα, λένε πως τραβώ χασίσι και κοκό,
πως κάποιο πάθος με κρατεί φριχτό και σιχαμένο,
κι ολόκληρο έχω το κορμί με ζωγραφιές αισχρές,
σιχαμερά παράξενες, βαθιά στιγματισμένο.

Ακόμα , λένε πράγματα φριχτά πάρα πολύ,
που είν’ όμως ψέματα χοντρά και κατασκευασμένα,
κι αυτό που εστοίχισε σε με πληγές θανατερές
κανείς δεν το ‘μαθε, γιατί δεν το ‘πα σε κανένα.

Μ’ απόψε, τώρα που έπεσεν η τροπική βραδιά,
και φεύγουν προς τα δυτικά των Μαραμπού τα σμήνη,
κάτι με σπρώχνει επίμονα να γράψω στο χαρτί,
εκείνο, που παντοτινή κρυφή πληγή μου εγίνη.

‘Hμουνα τότε δόκιμος σ’ ένα λαμπρό ποστάλ
και ταξιδεύαμε Αίγυπτο γραμμή Νότιο Γαλλία.
Τότε τη γνώρισα – σαν άνθος έμοιαζε αλπικό –
και μια στενή μας έδεσεν αδελφική φιλία.

Αριστοκρατική, λεπτή και μελαγχολική,
κόρη ενός πλούσιου Αιγύπτιου οπού ‘χε αυτοκτονήσει,
ταξίδευε τη λύπη της σε χώρες μακρινές,
μήπως εκεί γινότανε να τηνε λησμονήσει.

Πάντα σχεδόν της Μπασκιρτσέφ κρατούσε το Ζουρνάλ,
και την Αγία της ‘Aβιλας παράφορα αγαπούσε,
συχνά στοίχους απάγγελνε θλιμμένους γαλλικούς,
κι ώρες πολλές προς τη γαλάζιαν έκταση εκοιτούσε.

Κι εγώ, που μόνο εταίρων εγνώριζα κορμιά,
κι είχα μιαν άβουλη ψυχή δαρμένη απ’ τα πελάη,
μπροστά της εξανάβρισκα την παιδική χαρά
και, σαν προφήτη, εκστατικός την άκουα να μιλάει.

‘Ενα μικρό της πέρασα σταυρόν απ’ τον λαιμό
κι εκείνη μου χάρισε ένα μεγάλο πορτοφόλι
κι ήμουν ο πιο δυστυχισμένος άνθρωπος της γης,
όταν εφθάσαμε σ’αυτήν που θα ‘φευγε, την πόλη.

Την εσκεφτόμουν πολλές φορές στα φορτηγά,
ως ένα παραστάτη μου κι άγγελο φύλακά μου,
και μια φωτογραφία της στην πλώρη ήταν για με
όαση, που ένας συναντά μες στην καρδιά της ‘Αμμου.

Νομίζω πως θε να ‘πρεπε να σταματήσω εδώ.
Τρέμει το χέρι μου, ο θερμός αγέρας με φλογίζει.
Κάτι άνθη εξαίσια τροπικά του ποταμού βρωμούν,
Κι ένα βλακώδες Μαραμπού παράμερα γρυλίζει.

Θα προχωρήσω!... Μια βραδιά σε πόρτο ξενικό
είχα μεθύσει τρομερά με ουίσκυ, τζιν και μπύρα,
και κατά τα μεσάνυχτα, τρικλίζοντας βαριά,
το δρόμο προς τα βρωμερά, χαμένα σπίτια επήρα.

Αισχρές γυναίκες τράβαγαν εκεί τους ναυτικούς,
κάποια μ’ άρπαξ’ απότομα, γελώντας, το καπέλο
(παλιά συνήθεια γαλλική του δρόμου των πορνών)
κι εγώ την ακολούθησα σχεδόν χωρίς να θέλω.

Μια κάμαρα στενή, μικρή, σαν όλες βρωμερή,
οι ασβέστες απ’ τους τοίχους της επέφτανε κομμάτια,
κι αυτή ράκος ανθρώπινο που εμίλαγε βραχνά,
με σκοτεινά, παράξενα, δαιμονισμένα μάτια.

Της είπα κι έσβησε το φως. Επέσαμε μαζί.
Τα δάχτυλά μου καθαρά μέτρααν τα κόκαλά της.
Βρωμούσε αψέντι. Εξύπνησα, ως λένε οι ποιητές,
«μόλις εσκόρπιζεν η αυγή τα ροδοπέταλά της».

‘Ηταν την είδα και στο φως τ’ αχνό το πρωινό,
μου φάνηκε λυπητερή, μα κολασμένη τόσο,
που μ’ ένα δέος αλλόκοτο, σα να ‘χα φοβηθεί,
το πορτοφόλι μου έβγαλα γοργά να την πληρώσω.

_ώδεκα φράγκα γαλλικά ... Μα έβγαλε μια φωνή,
κι είδα μια εμένα να κοιτά με μάτι αγριεμένο,
και μια το πορτοφόλι μου... Μ’ απόμεινα κι εγώ
ένα σταυρόν απάνω της σαν είδα κρεμασμένο.

Ξεχνώντας το καπέλο μου βγήκα σαν τον τρελό,
σαν το τρελό που αδιάκοπα τρικλίζει και χαζεύει,
φέρνοντας μέσα στο αίμα μου μια αρρώστια τρομερή,
που ακόμα βασανιστικά το σώμα μου παιδεύει.

Λένε για μένα οι ναυτικοί που εκάμαμε μαζί
πως χρόνια τώρα με γυναίκα εγώ δεν έχω πέσει,
πως είμαι παλιοτόμαρο και πως τραβάω κοκό.
Μ’ αν ήξεραν οι δύστυχοι, θα με είχαν συγχωρέσει...

Το χέρι τρέμει... Ο πυρετός ... Ξεχάστηκα πολύ,
ασάλευτο ένα Μαραμπού στην όχθη να κοιτάξω,
Κι έτσι και καθώς επίμονα κι εκείνο με κοιτά,
νομίζω πως στη μοναξιά και στη βλακεία του μοιάζω...



Ο ΠΙΛΟΤΟΣ ΝΑΓΚΕΛ

Στον ποιητή Ν. Ράντο



Ο Νάγκελ Χάρμπορ, Νορβηγός πιλότος στο Κολόμπο,
άμα έδινε κανονική πορεία στα καράβια
που φεύγαν για άγνωστους και μακρινούς λιμένες,
κατέβαινε στη βάρκα του βαρύς, συλλογισμένος,
με τα χοντρά τα χέρια του στο στήθος σταυρωμένα,
καπνίζοντας ένα παλιό χωμάτινο τσιμπούκι,
και σε μια γλώσσα βορινή σιγά μονολογώντας
έφευγε μόλις χάνονταν ολότελα τα πλοία.

Ο Νάγκελ Χάρμπορ, πλοίαρχος σε φορτηγά καράβια,
αφού τον κόσμο γύρισεν ολόκληρο, μια μέρα
κουράστηκε κι απόμεινε πιλότος στο Κολόμπο.
Μα πάντα συλλογιζόταν τη μακρινή του χώρα
και τα νησιά που ‘ναι γεμάτα θρύλους, τα Λοφούτεν.
Όμως μια μέρα επέθανε στην πιλοτίνα μέσα
Ξάφνου σαν ξεπροβόδισεν το Steamer Tank « Fjord Folden »
όπου έφευγε καπνίζοντας για τα νησιά Λοφούτεν...



Η ΜΑΪΜΟΥ ΤΟΥ ΙΝ_ΙΚΟΥ ΛΙΜΑΝΙΟΥ




Κάποτε σ’ ένα μακρινό λιμάνι του Ινδικού,
δίνοντας μια πολύχρωμη μεταξωτή γραβάτα
σ’ ένα αράπη, μιαν μικρή αγόρασα μαϊμού
με μάτια γκρίζα, σκοτεινά και πονηρία γεμάτα.

Ένα τσιμπούκι δάγκωνε στο στόμα της χοντρό
και το ‘βγαζε όταν ήθελε μονάχα να φυσήσει
έναν καπνό πολύ βαρύ, που, ως μου ‘πε ο πωλητής,
ήταν οπίου, που από μικρή την είχε συνηθίσει.

Τις πρώτες μέρες μοναχή στης πλώρης μια γωνιά ,
ξερνούσε και με κοίταζε βουβή και λυπημένη,
μα σαν επέρασε καιρός, ερχόταν μοναχή
κι ώρες πολλές στον ώμο μου ξεχνιόταν καθισμένη.

Όταν στη γέφυρα έκανα τη βάρδια της νυχτός
κι η νύστα βασανιστικά τα μάτια μου ετρυπούσε,
στον ώμο κρυώνοντας στεκόταν σκυθρωπή
και σοβαρά μαζί μ’ εμέ τον μπούσουλα εκοιτούσε.

Στα πόρτα της αγόραζα μπανάνες και γλυκά
κι έξω με μι’ άλυσο μικρή την έβγαζα δεμένη
κι αφού σ’όλα καθόμαστε και επίναμε τα μπαρ,
στο φορτηγό γυρίζαμε κι οι δυο μας μεθυσμένοι.

_ε θύμωνε και μου ‘δειχνε πολύ πως μ’αγαπά,
ούτε κακά την άκουσα ποτέ να μου γρυλίσει.
Φαινόταν πως συνήθισε τις κακουχίες και εμέ,
Κι εγώ σαν άνθρωπο την είχα συνηθίσει.

Κάποια φορά που επήγαινα μαζί της σκεφτικός
εξέφυγ' απ’ τα χέρια μου χαρούμενη και πάει.
Είχε προτέρημα πολύ μεγάλο: να σιωπάει.
Μα κάτι είχε απ΄την ύπουλη καρδιά της γυναικός.


i El marabú es un pájaro tropical. Es el pájaro triste y maldito que elige el joven poeta para simbolizarse a sí mismo: de hecho, ha sido una especie de pseudónimo por que fue conocido. Puede encontrarse un paralelo en el “Albatros” de Baudelaire en Las flores del mal “Spleen e ideal”.

iiMarie Bashkirtseff: se refiere a Marija Konstantinovna Bashkirtseva, pintora, escritora y mezzosoprano rusa, nacida en 1858 en Ucrania, vivió exiliada en Francia y murió en París antes de cumplir veintiséis años, en 1884. Feminista avant la lettre, en la Riviera francesa comienza a escribir su Journal a los catorce años: un diario personal que llevó durante toda su vida y que se publicó tras su muerte. Decía en sus páginas: “Si no vivo lo suficiente para ser reconocida, este diario interesará a los naturalistas; siempre es curiosa la vida de una mujer en su día a día, sin afectación, como si nadie en el mundo debiera jamás leerla y al mismo tiempo con la intención de ser leída; estoy segura de que me encontrarán simpática... y digo todo. Si no, ¿para qué? Por lo demás, verán bien que digo todo...”. Hay una traducción española de su diario: Marie Bashkirtseff, Diario
de mi vida, Trad: Bettina Pla, CEAL, 1977.
iii Expresión homérica algo cambiada. “La aurora de rosados dedos” o de “túnica azafranada” es un tópico literario para el amanecer desde la poesía épica griega hasta nuestros días (p.e. Ilíada I 477, etc. Cf. Homero, Ilíada, Biblioteca Básica Gredos,
Madrid 2000, pág. 16).

Nicos Cavadías
NICOS CAVADÍAS (NIKOS KAVVADÍAS) 
(1910, Nikolsk-Ussuriysky, Rusia / 1975, Atenas, Grecia) 
Traducción y notas: David Hernández de la Fuente
Fuente: Universidad Carlos III de Madrid, 


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