Canción
´
Ella quiere otra cosa,
a veces, que lo que
yo quiero, nada más.
Pero ¡cómo me duele,
Ahora, que se muestre
indiferente, lejos!
Canción, decile que ardo,
que humeo negramente,
que mis labios se agrietan.
Un mundo
Yo sé que las palabras
ni las fotos podrán
tenerte nunca. Que
el beso que nos dimos
anoche se conserva
apenas, desleído
por la ingrata memoria.
Que esa risa que estalla
de repente en tus labios,
y que yo no manejo
ni aunque lo intente, surge
cuando quiere o querés;
que es inútil grabar
para los venideros
ese tacto a distancia
que sonriendo me ciñe.
Somos ese detalle
que el otro guarda, que
recuerda, del que abjura
o por el que suspira
o se alegra. Es posible
que ahora que dormís
no me tengas presente:
soñás, quizá, con una
minuciosa manada
de elefantes a punto
de entrar en un bazar;
o con esa perrita
que te daba la pata
anoche. Lo que sí
es cierto es que, callado,
y cansado, y desnudo,
escribo sobre vos.
Y lo más cierto es que
estas pobres palabras,
que leerás mañana
por la mañana, con
un mate, a las corridas,
jamás conseguirán
mostrar el modo claro
en que tu cuerpo luce
de noche al descansar.
Todavía más cierto
es que no importa. Puede
que el futuro no sepa
nada de vos, ni de
tus labios rumorosos.
Los míos guardarán
su forma, su tibieza,
su increíble dulzura.
Ya no puedo olvidarte,
señora que ha logrado,
sólo con ser, hacer
de estos días un mundo.
Otro verano y éste
Increíble. Si pienso en esa noche
de lluvia en que entreví
la verdad de los cuerpos al mirar
aquella lluvia que,
potente, se volcaba sobre las
carnosas hojas tras
el vidrio, tras la reja repujada,
al cabo de los años
y de una suerte inteligente y ciega
que atrás dejó los nombres
de aquellos seres negros que querían
que negara sin más
la brisa, me doy cuenta de que nada
de lo que ahora tengo
me faltó nunca. Cuánto se engañó
mi corazón con fuentes
retorcidas, perversas; cuánto encuentro
de lo de siempre en vos,
amor, en tu palabra y en tu risa,
e incluso en los desplantes
intempestivos, aguerridos, altos
de tanto orgullo tuyo,
respiración que canta. Reconozco
caricias y destellos
reveladores de la más ociosa
infancia que, latente
aún en nuestros rostros de crecidos,
aflora como un fuego,
como sonrientes llamas que se besan,
o más bien como imanes
que, separados, se buscaban desde
la lejanía. O como
lo que jamás podremos olvidar:
el amor a la vida,
nacido de una noche de verano,
de la lluvia, lo verde,
y ahora constatar que curioseabas,
de algún modo, detrás
de esos cristales, duende, aquellos ojos
que luego te supieron.
De: "Otro verano y éste", Barnacle, 2017
Otros poemas de Pablo Seguí, aquí
Pablo Seguí (1973, Córdoba, Argentina)
Entre los 8 y los 17 años estudió violín, para luego volcarse hacia la poesía. Ha publicado tres libros: Los nombres de la amada (Alción, 1999), Claves y armaduras (Foja/Cero, 2005) y Naturaleza muerta (El Copista, 2011). Desde hace varios años ya publica sus poemas en sucesivos blogs, entre los cuales figuran: El tren y la mujer que llena el cielo, La lección de piano, El bakelita, Por el jornal, Crocante de seco y el actual, Voces en La Babía. Los poemas que componen Otro verano y éste han sido seleccionados de algunos de dichos blogs.
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