Pablo Seguí





Canción











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Ella quiere otra cosa, 

a veces, que lo que 

yo quiero, nada más. 

Pero ¡cómo me duele, 

Ahora, que se muestre  

indiferente, lejos! 

Canción, decile que ardo, 

que humeo negramente, 

que mis labios se agrietan.   









Un mundo  









Yo sé que las palabras 

ni las fotos podrán  

tenerte nunca. Que 

el beso que nos dimos  

anoche se conserva 

apenas, desleído 

por la ingrata memoria. 

Que esa risa que estalla 

de repente en tus labios,  

y que yo no manejo 

ni aunque lo intente, surge  

cuando quiere o querés 

que es inútil grabar  

para los venideros  

ese tacto a distancia  

que sonriendo me ciñe.  

Somos ese detalle 

que el otro guarda, que 

recuerda, del que abjura 

o por el que suspira 

o se alegra. Es posible 

que ahora que dormís 

no me tengas presente: 

soñás, quizá, con una 

minuciosa manada 

de elefantes a punto  

de entrar en un bazar;  

o con esa perrita 

que te daba la pata  

anoche. Lo que sí 

es cierto es que, callado,  

y cansado, y desnudo,  

escribo sobre vos. 

Y lo más cierto es que 

estas pobres palabras, 

que leerás mañana  

por la mañana, con  

un mate, a las corridas, 

jamás conseguirán  

mostrar el modo claro 

en que tu cuerpo luce 

de noche al descansar. 

Todavía más cierto 

es que no importa. Puede 

que el futuro no sepa 

nada de vos, ni de  

tus labios rumorosos.  

Los míos guardarán 

su forma, su tibieza, 

su increíble dulzura. 

Ya no puedo olvidarte, 

señora que ha logrado, 

sólo con ser, hacer  

de estos días un mundo.   











Otro verano y éste   









Increíble. Si pienso en esa noche 

de lluvia en que entreví 

la verdad de los cuerpos al mirar  

aquella lluvia que,  

potente, se volcaba sobre las 

carnosas hojas tras 

el vidrio, tras la reja repujada, 

al cabo de los años 

y de una suerte inteligente y ciega 

que atrás dejó los nombres 

de aquellos seres negros que querían  

que negara sin más  

la brisa, me doy cuenta de que nada 

de lo que ahora tengo 

me faltó nunca. Cuánto se engañó 

mi corazón con fuentes  

retorcidas, perversas; cuánto encuentro 

de lo de siempre en vos, 

amor, en tu palabra y en tu risa, 

e incluso en los desplantes 

intempestivos, aguerridos, altos 

de tanto orgullo tuyo,  

respiración que canta. Reconozco 

caricias y destellos 

reveladores de la más ociosa  

infancia que, latente  

n en nuestros rostros de crecidos,  

aflora como un fuego, 

como sonrientes llamas que se besan, 

o más bien como imanes 

que, separados, se buscaban desde 

la lejanía. O como 

lo que jamás podremos olvidar: 

el amor a la vida, 

nacido de una noche de verano, 

de la lluvia, lo verde, 

y ahora constatar que curioseabas, 

de algún modo, detrás 

de esos cristales, duende, aquellos ojos  

que luego te supieron.  















De: "Otro verano y éste", Barnacle, 2017

Otros poemas de Pablo Seguí, aquí

Pablo Seguí (1973, Córdoba, Argentina)

Entre los 8 y los 17 años estudió violín, para luego volcarse hacia la poesía. Ha publicado tres libros: Los nombres de la amada (Alción, 1999), Claves y armaduras (Foja/Cero, 2005) y Naturaleza muerta (El Copista, 2011).  Desde hace varios años ya publica sus poemas en sucesivos blogs, entre los cuales figuran: El tren y la mujer que llena el cielo, La lección de piano, El bakelita, Por el jornal, Crocante de seco y el actual, Voces en La Babía. Los poemas que componen Otro verano y éste han sido seleccionados de algunos de dichos blogs.  




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