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Álvaro Mutis: Como hélice secreta

CIUDAD     



Un llanto 
un llanto de mujer  
interminable, 
sosegado, 
casi tranquilo. 
En la noche, un llanto de mujer me ha despertado. 
Primero un ruido de cerradura, 
después unos pies que vacilan 
y luego, de pronto, el llanto.  
Suspiros intermitentes 
como caídos de un agua interior, 
densa, 
imperiosa, 
inagotable,
como esclusa que acumula y libera sus aguas
o como hélice secreta
que detiene y reanuda su trabajo
trasegando el blanco tiempo de la noche.
Toda la ciudad se ha ido llenando de este llanto,
hasta los solares donde se amontonan las basuras,
bajo las cúpulas de los hospitales,
sobre las terrazas del verano,
en las discretas celdas de la prostitución,
en los papeles que se deslizan por solitarias avenidas,
con el tibio vaho de ciertas cocinas militares,
en las medallas que reposan en joyeros de teca,
un llanto de mujer que ha llorado largamente
en el cuarto vecino,
por todos los que cavan su tumba en el sueño,
por los que vigilan la mina del tiempo,
por mí que lo escucho
sin conocer otra cosa
que su frágil rodar por la intemperie
persiguiendo las calladas arenas del alba.


Otros poemas de ÁLVARO MUTISaquí
Imagen en Pigonsa4

5 poemas de Rómulo Bustos Aguirre

poesía colombiana, hombre sentado en una silla plegadiza




COTIDIANO    



Como sucede con los cuadros que cuelgan 
en las paredes 
cada mañana sorprendes 
una leve inclinación de tu adentro 
Cada mañana crees corregir este desnivel 
Pero entre la primera posición y la segunda 
queda siempre un residuo 
una brizna de polvo que se acumula 
Sobre esta oscura aritmética se edifica tu alma 

a Rietze Mersedus


DESTINO



Una vez al año, al inicio de las lluvias
la isla es invadida por una ola de cangrejos
que bajan de los montes a aparearse
                                       y desovar en el mar

Se les puede ver enfebrecidos escalando muros
acortando caminos
                por entre los zaguanes de las casas

Días después los minúsculos recién nacidos
abandonan el agua
e inician un penoso reflujo

Muchos mueren destrozados por los automóviles
o en los malvados juegos de los niños

Pasajes de este misterioso argumento pueden leerse
en los cientos de caparazones dispersos por la isla
O con ciertas variantes que lo magnifican
                         en algunas paginas de Sófocles



HOMBRE SENTADO EN UNA SILLA PLEGADIZA



Un hombre sentado en una silla plegadiza, todo él
                                                        mirando el mar
lleno de moluscos, de ahogados, de estrellas caídas
Mirando el mar, solo
el vaivén del mar, el monótono fluir de las nubes

No algo más allá, oculto detrás del telón,
                  sólo la rizada superficie, el espectáculo

Ningún bello delfín agonizando en el palacio
                                                        de la memoria
Ninguna blanca obsesión de la ballena
                                                   transita estas aguas

No el vórtice de la flor de nueve pétalos,
                                                        el dulce samadi
es el objeto de esta contemplación
de espaldas a la zona de los nuevos hoteles

No el gran vacío, madre de los diez mil seres
Solo el grande, el pequeño saco,
                                                  el verdadero vacío
Algo suspendido, presente y sólido

como un hedor inevitable que comienza
                                                              a esparcirse
Un hombre solo sentado en una silla
                                                 plegadiza de alquiler
perdido de sí, hallado de sí
de tanto en tanto, cambiando
ligeramente de posición, ligeramente de canal
como un viejo monje que ha extraviado su fe
y ahora sólo mira
un gran televisor a colores

a Ray, el contemplador


EN EL ZOOLÓGICO

Lo siniestro (Umheimlich) es todo lo que
debiendo permanecer secreto, oculto,
no obstante se ha manifestado
Schelling

Quizás no haya más viva y precisa expresión
de lo siniestro que el trasero del mandril

Por definición
una vez que lo siniestro se ha manifestado
               no podemos evitar pertenecerle entrar
               en su tortuoso juego
De allí ese comportamiento ambiguo
               y hasta divertido de los visitantes del zoo
cuando llegan a la zona de los mandriles
Una vez que el ojo ha hallado
las conocidas y chocantes callosidades posteriores
                                           de estos simios
–y es como si secretamente
                            hubiera estado buscando–
en movimiento de péndulo
o en vértigo de lo simultáneo
los apropia y expulsa como su objeto.
                                           De allí en adelante
los visitantes mirarán de reojo
como si estando no estuvieran
o como si quisiera que cuando voltearan a verlos
                                           hubieran desaparecido
pero solo acaso, extrañamente, para poder seguir
observándolos a su gusto en la imaginación

Esto sucede sobre todo con las muchachas.
                 Sobre todo con las muchachas de bellos
                 y lustrosos traseros
Sobre todo si van en grupo las muchachas
cuchicheando entre sí y luego apartándose
                                               y retornando
siempre ruborosas retornando las muchachas

Y allí estarán esperando en ofensivo contrapunto
                                                      los mandriles

La escandalosa floración visceral
                                    desbordando sus límites
ofreciéndose obscena a los ojos del visitante

Los mandriles
por supuesto, no han leído a Shelling ni a Freud
              ni mucho menos a Bataille como tú,
              mi ilustrado lector
Pero algo deben intuir
de su papel en la complicada economía
                                        espiritual del visitante
No en balde son ramas de un mismo árbol
Por eso se pavonean exhibiendo sus repulsivas
                                                      corolas–culos

Algo deben sospechar del asunto
cuando irritantes dan la espalda
                       y comienzan a observarlo con su gran ojo
                       inescrutable, único

Acaso en ese momento el visitante
                                            alcance a comprender
que no es ese ojo paródico del mandril,
                     ni el mandril mismo sino algo distinto
lo Absolutamente Otro
es decir, lo íntimamente tú afuera respirando,
                              desbordado de ti
lo que lo mira

Lo siniestro
ciertamente nos constituye y nos habita

Pero sobre eso ya se han ocupado suficientemente
                                                      los teóricos
Yo solo quería hablar de los visitantes del zoológico
                               sobre todo de las muchachas
de los bellos y lustrosos traseros de las muchachas




DE LA DIFICULTAD PARA ATRAPAR UNA MOSCA



La dificultad para atrapar una mosca
radica en la compleja composición de su ojo

Es el más parecido al ojo de Dios

A través de una red de ocelos diminutos
puede observarte desde todos los ángulos
siempre dispuesta al vuelo

Parece ser que el gran ojo de la mosca
no distingue entre los colores

Probablemente tampoco distinga entre tú
que intentas atraparla
y los restos descompuestos en que se posa





RÓMULO BUSTOS AGUIRRE (1954, Santa Catalina, Colombia)
De: "De la dificultad para atrapar una mosca", Universidad Externado de Colombia, 2008
Enlaces: La raíz invertida | Literaridad | Revista Altazor
Imagen en  El Universal Cartagena   

Juan Diego Otero: La poca claridad que cada día me reserva


Origami     




Esta ciudad no se ha atrevido 
a dejarse horadar por un metro. 
 
Tal vez por miedo a entremezclar 
el ruido que guarda en las entrañas: 
se sabe que no es el mismo ruido 
en el centro y en la periferia. 
 
O bien por temor a verse expuesta 
en el mapa de sus rutas, 
los pliegues que conforman 
a una bestia de papel. 



Portal




Parado en el centro así,
justo debajo de la ducha,
se proyecta una sombra de agua sobre las baldosas,
un molde invertido hecho de gotas
que demoro en la caída:
el espacio que ocupo
y me priva de su transparencia.

La limpieza, por supuesto, es un motivo, pero sospecho
que si regreso a diario es en busca de otro don:
sólo en el perímetro intrazable
de las gotas al caer, se me ocurren ideas de fiar,
la poca claridad que cada día me reserva
me llega como caída del cielo;
pero de mucho más abajo, a un palmo o dos de mi cabeza.

Tal vez la lluvia riegue el pensamiento
en mentes más altas; la mía,
ajena como es a la lengua de las nubes,
se conforma con girar la llave
para desperdigar las líneas de la argumentación,
escamotear el discurrir de los gigantes
y recorrer gota por gota
todas las formas de caer.






JUAN DIEGO OTERO (1987, Bucaramanga, Colombia)
Fuente: Cordite
Imagen en Metromash


Monique Facuseh

Poema 1

Poema 1    




Es el último día del año, 
no es el fin. 
El viento parece de otra 
dimensión. 
Las hojas revolotean 
como si huyeran 
del mismo Apocalipsis. 
Después de los años  
solo cambia el semblante  
y algunos vicios de tu forma  
de ser. 
En vano extrañas la infancia, 
las horas perdidas, 
las traiciones del amor,
los amigos que dejaste.
¿Para qué develar
en tus noches de insomnio
aquello que no repite?
La gente pasa al galope
con su historia en el costado,
la misma que lo empuña y lo derriba.
Acaso el alma sea la única constante.
Saber que esperas por el oro del final.
Que nada está perdido.
Que todo está en tus manos.


                                                                                                     A Giovanni Quessep
                                                                                                     Diciembre 31 de 2018



Poema 20




Hay libros por toda la casa.
En la sala,
la cocina,
en el cuarto,
el balcón.
Regados como esta soledad,
como la única habitante.
Libros que me hablan,
a quienes miro fijamente
como si fueran a devolverme
la infancia.
Hay un libro que late
en cada rincón
esperando ser 
tocado,
devorado,
sensible al tacto,
a los ojos,
a cualquier forma de aproximación.
Hay libros por toda la casa.
Libros que como yo
se mantienen aguardando,
polvorientos.



Poema 31




Vamos cayendo
livianos
con las alas rotas.
Moretones llevo en el pecho
y un país desolado.
El brillo de la muerte
ha fijado sus coordenadas.
¿Quién puede estar a salvo
bajo la sombra de la vida?
Me dieron un paraíso por reino
en el cristal de mis ojos.
Como polvo caemos,
y dispersos,
¿en qué otra tierra
sembraremos
cuando solo haya grietas
en el alma?

                                                                             A Lizette Marina, mi hermana.
                                                                 




MONIQUE FACUSEH (1964, Santa Marta, Colombia)
De: "Maneras de decir",  Ediciones Exilio, 2020
Enlaces: Festival de Poesía de Medellín | La raíz invertida | Instituto Cultural Iberoamericano | EG
Imagen en Festival Internacional de Poesía de Medellín



Álvaro Mutis: Donde sucede el encuentro

Cita, Maqroll el gaviero


Cita

  In memoriam  J. G. D.      
 
Bien sea en la orilla del río que baja de la cordillera   
golpeando sus aguas contra troncos y metales dormidos,   
en el primer puente que lo cruza y que atraviesa el tren 
en un estruendo que se confunde con el de las aguas;     
allí, bajo la plancha de cemento,                         
con sus telarañas y sus grietas                         
donde moran grandes insectos y duermen los murciélagos;                                                .
allí, junto a la fresca espuma que salta contra las piedras;
allí bien pudiera ser.
O tal vez en un cuarto de hotel,
en una ciudad a donde acuden los tratantes de ganado, 
los comerciantes en mieles, los tostadores de café.
A la hora de mayor bullicio en las calles,
cuando se encienden las primeras luces
y se abren los burdeles
y de las cantinas sube la algarabía de los tocadiscos, 
el chocar de los vasos y el golpe de las bolas de billar; 
a esa hora convendría la cita
y tampoco habría esta vez incómodos testigos,
ni gentes de nuestro trato,
ni nada distinto de lo que antes te dije:
una pieza de hotel, con su aroma a jabón barato 
y su cama manchada por la cópula urbana
de los ahítos hacendados.
O quizá en el hangar abandonado en la selva,
a donde arrimaban los hidroaviones para dejar el correo. 
Hay allí un cierto sosiego, un gótico recogimiento 
bajo la estructura de vigas metálicas
invadidas por el óxido
y teñidas por un polen color nanranja.
Afuera, el lento desorden de la selva,
su espeso aliento recorrido
de pronto por la gritería de los monos
y las bandadas de aves grasientas y rijosas.
Adentro, un aire suave poblado de líquenes
listado por el tañido d elas láminas. 
También allí la soledad necesaria,
el indispensable desamparo, el acre albedrío.
Otros lugares habría y muy diversas circunstancias;
pero al cabo es en nosotros
donde sucede el encuentro
y nada sirve prepararlo ni esperarlo.
La muerte bienvenida nos exime de toda vana sorpresa.



De: "Summa de Maqroll, el gaviero. Poemas 1948-1970, Barral Editores, 1973
Otro poema de ÁL VARO MUTIS, aquí
Imagen en El Espectador

John Galán Casanova

Aeropuerto


Aeropuerto     



Tu futuro se eleva en línea recta. 
Se esfuma en el horizonte como un pájaro. 
El mío se queda aquí. 
Contra el ventanal del aeropuerto 
que rozo con la punta de la nariz. 
Sé lo que me corresponde 
en el próximo episodio 
de nuestra historia de amor: 
fundirme a la ausencia para embellecerte 
y recorrer la ciudad 
convertida en los pasillos 
de una inmensa sala de espera 
donde se escucha: 
PASAJEROS DE LO PASAJERO, 
FAVOR PASAR A BORDO.




El insomnio tiene zancos



El insomnio tiene zancos
para golpear en la ventana
de mi sexto piso.
Son las tres de la mañana
cuando escucho cantar un gallo
por milésima vez.
Pobre animal,
ha perdido la noción del alba
como una veleta de lata
mecida por el tiempo loco
de esta ciudad
donde todo muere
y nace de continuo.
Aún no asoman
las primeras luces de la mañana
pero siento una lámpara halógena
instalada en la mente.
Son glaciales las luces nocturnas.
Aguardo con estupor la llegada del sol,
como un vampiro incapaz de rehuir el día.


JOHN GALÁN CASANOVA (1970, Bogotá, Colombia)
De: "Al pie de la letra", Antología, Univerdidad Externado de Colombia, 2008 
Enlaces: Antonio Miranda | Universo Centro
Imagen: Seshar Ediciones


María Clemencia Sánchez: He sido la amanuense del fenecer de los siglos

El velorio de la amanuense 



Escribí la larga estela de tus árboles
a imagen y semejanza de tu dictado.
La luz que quisieron tus ojos
son hoy de las hojas
palabras detenidas
que la arena de las diásporas entierra.
He sido la amanuense del fenecer de los siglos
recolectora de veranos vacíos
bajo un olmo fértil que no existe.
He ido a averiguar en la antigua vegetación
de las estepas
el nacimiento de los limos.
Hoy, dueña de voces extrañas,
paisajes ajenos que no comprendo
añoro una voz para decir el árbol
que ronda mis sueños, el nombre de una mujer
que semeja el descenso de las mareas,
y el diálogo interrumpido que sostengo
con el ángel.


Avenida Helen Keller en el cruce de la calle 15



Vaya lugar para una cita de amor.
aquellos que acordaron el reencuentro
en la Avenida Helen Keller,
en el cruce de la calle 15,
a las cinco de la tarde, hora de Lisboa,
jamás se encontraron.
Cruzaron tan cerca que no se vieron.
Tropezaron con el viento frío
que venía de ese muelle
donde Fernando y los otros
huyeron como niebla.
La rosa, la misma rosa de Keller,
en las manos de estos amantes,
afilaba sus espinas,
justo cuando el día
auguraba la hora ciega
del olvido.



Tranvía en una calle de Lisboa
MARÍA C. SÁNCHEZ (1970, Itagüí, Colombia)
Fuente: Aurora Boreal
Imagen: Jonhatan Lukas en Flickr


Armando Romero


Brisa 



El sólo movimiento de una hoja en el limonero puso en actividad toda la casa
A ras de suelo un leve humo disipó sus sombras y dejó al descubierto el dulce
                ladrillo de los antepasados
El antiguo fantasmero de caoba fue puras risas entrecortadas y pasos  blandos
                como guantes
Las vigas en el techo y el soporte de las arañas temblaron como una trapecista
                en celo de tendones
-Apagada estaba ya la vela en el altar contra el rincón y no se movía-
Al borde y al centro de una pantalla de adobe había ahora puertas y
                ventanas en vaivenes de secos golpes y monótonos
Paso tuvo el sol que quedaba restando y sumando por los postigos y los portillos
En la fragilidad de sus lazos y la corredera del hilambre la hamaca dijo sí o dijo nó
Corrió veloz la mariposa única hasta el escaño deshuesado y sólido que esperaba
                en el corredor
Y desde allí la ahumada cocina hizo leve muestreo de rescoldos y cenizas
Viejas ollas en depósito de sentencias y perfumes
Desierto de áridos granos y legumbres florecidas
Leña ya en el musgo y el renacimiento de las parásitas
Tardo hueco del fogón y su encanto
Platos y tazas desportillados por un constante repique de los usos
Pocillos en la pared como una interrogación colgando
Por el patio donde se desvanecía el acento trinitario y el punto aparte de las gallinas
caminó como un murmullo que no era sino roce y frotación de pieles desnudas por la
hierba
El cielo se sostenía en un meridiano preciso que era una nube gris y
                   muchas blancas más azul
Fue sólo un múltiple movimiento de pies como las hojas cortadas del plátano
Un sólo movimiento en esa tarde
Pero al detenerse el limonero
Todo en aquel sitio continuó como antes



Tentativa de canto en el camino

Meeting at night

“¿Oyen los muertos lo que los vivos
dicen luego de ellos?”
Luis Cernuda


No es fácil  encontrar en el cementerio
de la Isola di San Michele
a estos dos habitantes de la noche y el día.
A pesar de que casi se tocan con los pies o las manos,
sus tumbas guardan precavido silencio.
Poco tienen para decirse
estos combatientes derrotados
en la guerra fría.
Victorioso en el desborde de sus palabras,
el uno.
Victorioso en el verbo contenido,
el otro.
Felices de verse a cuerpo entero en el poema,
aunque derrotados al fin.
En la Isola di San Michele
una de las tumbas se regocija entre las flores,
manos dulces y amigas
vienen a menudo a acariciarla.
En la otra sólo se nota una mano solitaria
que a intervalos limpia el polvo
y controla la enredadera.
Nunca se conocieron,
ni hubieran querido hacerlo, de seguro,
estos dos habitantes de rostro maldito por la poesía.
El más viejo,
Ezra Pound
en la ironía de su nombre,
rugía de ira frente a los gusanos
de la usura en su patria, que era el mundo.
El más joven,
Joseph Brodsky
en la ironía de su nombre,
aplastaba con los dedos de sus palabras,
la insana y maligna burocracia de su patria,
que era para él sólo una parte del mundo.
Ninguno odiaba lo que el otro odiaba,
o amaba lo que el otro amaba,
excepto esta tierra que ahora visten
como sepultura.
Esta tierra de marinos y comerciantes
y viajeros atropellados por la muerte
en lápidas envejecidas
por el sol y el descuido.
No es para contemplar fantasmas
que  uno se acerca  a estas tumbas,
ni para oír sus diálogos secretos
sobre la inmortalidad del alma,
es quizás para ver
que el sol se hace noche
en los versos rimados y los metros precisos
del más joven y moderno,
mientras que en el más viejo y antiguo
sus versos saltan libres
de las rejas de las páginas,
y en diversos idiomas
imponen la prosodia de su osada aventura.
Sin embargo, si un oído allá esta noche
nos permitiera oírlos leyendo sus poemas,
encontraríamos la misma cadencia,
el dejo que permite el arrastre de las sílabas.
Bien sabemos que ambos habitaron
su imagen con orgullo y soberbia,
que apostaron a perder el cielo
para ganar la tierra,
que respondieron con fuego y dolor
a las tres preguntas de Dios,
porque ante el estar, el ir y el venir
imponían el incendio de adentro.
Por gritar desaforado,
por no roer su ira en sus intestinos
como lo hacen los hipócritas,
el de barba blanca y ojos enloquecidos
va al encierro del hospital Saint Elizabeth,
for the criminally insane;
por vagabundo,
poeta sin oficio conocido,
lacra de la sociedad,
parásito,
el de ojos tristes y rostro desafiante,
va a las estepas del Gulag.
Hijos de la historia,
y por ella condenados y consagrados,
sólo les resta el exilio
de lo que a duras penas podrían llamar patria.
Debe haber sido la diosa Fortuna,
que se pasea por la Plaza de San Marcos,
quien vino a anclar juntos en este cementerio
a estos dos seres que atormentados
atormentaron con sus versos los imperios.
No se conocieron,
ni se amarán nunca,
escrito va en la eternidad.
Pero juntos son una verdad
que ya es muy difícil ver
en este mundo de mentiras
que jugamos como niños perdidos.
Ya no nos quedan lenguas y plumas
para aquél que hablaba todas las lenguas,
o para éste que volaba con todas las plumas.
Pienso que si hay una luz
que los hermana y los une,
está allí por los meandros de Venecia,
en la parte roñosa de una iglesia,
en un oloroso portón,
en la calzada de los incurables,
o tal vez en una gárgola, una columna,
el polvo.
Extraño es pensar
que ahora no viene a mí
la palabra
agua.



Armando Romero
ARMANDO ROMERO (1944, Cali, Colombia. Reside en EEEUU)
Fuente: Lyrikline | Revista Altazor | La Otra
Imagen: Mecánica Celeste

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