De “Quis quid ubi (Poemas de Quintiliano)” (1997):
Picaflores
Antes de correr la cortina frente a las calas
la velocidad se congeló en el aire.
Primero fue uno borroneando las alas
en el hilo desatado ante un gladiolo.
El otro cayó al lado en rebote pausado
y giraron trenzando el tallo de la tarde.
No los habías visto hasta entonces. Luego
leíste que tienen corazones enormes
para el tamaño diminuto de sus cuerpos.
Y también
que mueren de quietud durante el sueño.
En un viejo laboratorio de fotografía
Hay una suma de cosas en la sombra que las ventanas clausuradas
dejan crecer desde hace años. Además del piletón, la ampliadora,
el abrillantador, los frascos de ácido y la luz inactiva. Hay además
ese presentimiento, el mismo de la primera revelación
cuando la inexistencia tuvo un colapso y mil partículas
se concentraron en la historia de una sonrisa.
No es algo nuevo sino todo lo contrario, apenas si es algo.
Se parece a los bares oscuros del puerto entre putas
y algún extranjero. No se trata de palabras ni de costumbres,
hay una suma de cosas flotando como cadáveres
que nadie podrá identificar.
Del libro “Una complicidad que sobrevive” (2001):
Seguramente muchas cosas
“seguramente muchas cosas
buscan ser cantadas por mí”
Anna Ajmátova
Demasiadas cosas no serán dichas.
No importa cuántas vengan
desde los rincones del viejo bécquer
o patinando con un hilito de sol
sobre una mesa mojada de fiesta.
Todas son demasiadas en medio
de esta época.
Y la memoria de amor
como una obstinación de anticuario
todavía sin poder soltar tu mano.
Y escribo
“no me perdones, no me olvides”.
Este mundo, seguramente,
fue hecho para ser abandonado.
Para soltarle la mano y perderlo
traspapelado en el viento.
Pero ocurre a veces
creer que será terrible.
La abeja
La abeja sobrevuela la caléndula amarilla
con un acento agudo de presente.
Y en realidad, su vuelo enroscado a un poder invisible
no cesa de inventar la vieja y terrible mentira
en que nos ponemos de acuerdo. Es hermosa.
¿Habrá pensado en tu mirada?
¿Tendrá tus ojos su viaje por el jardín de la tarde?
No hay límite. Todo es interrupción entre las flores
y también diálogo
que se quiebra, donde aparece.
Es curioso ver cómo los libros
tropiezan con las personas y cómo
inundan de significado algo
que no tenía lugar en tu cabeza.
Hoy ya no se necesitaba encender la luz,
a esa hora de la tarde, y llegaste a leer
en un libro de poemas,
que las lilas son flores eslavas.
También las flores han viajado, pensaste.
También lo que tiene una raíz y un color...
El nombre de dios en griego, por ejemplo,
da forma a otra palabra
que quiere decir “el que mira”. También
“el que viaja para ver el mundo”.
Una especie de embajada que llega
desde un lejano rincón y cuenta
con familiaridad lo que es tan distinto...
¿Qué mano, sino la de tu amor, ha puesto
este ramo de lilas -tus preferidas-,
sobre la mesa, bajo la crespa luz de la tarde?
Huelen desde ahí, saben
que estás leyendo sobre ellas. Que nada
de esta calma es en verdad, quietud.
Las ves y lo que ves, siempre
te está encontrando.
con un acento agudo de presente.
Y en realidad, su vuelo enroscado a un poder invisible
no cesa de inventar la vieja y terrible mentira
en que nos ponemos de acuerdo. Es hermosa.
¿Habrá pensado en tu mirada?
¿Tendrá tus ojos su viaje por el jardín de la tarde?
No hay límite. Todo es interrupción entre las flores
y también diálogo
que se quiebra, donde aparece.
Del libro "Pasiones de la línea” (2008):
La lila es una flor eslava
a Marta
tropiezan con las personas y cómo
inundan de significado algo
que no tenía lugar en tu cabeza.
Hoy ya no se necesitaba encender la luz,
a esa hora de la tarde, y llegaste a leer
en un libro de poemas,
que las lilas son flores eslavas.
También las flores han viajado, pensaste.
También lo que tiene una raíz y un color...
El nombre de dios en griego, por ejemplo,
da forma a otra palabra
que quiere decir “el que mira”. También
“el que viaja para ver el mundo”.
Una especie de embajada que llega
desde un lejano rincón y cuenta
con familiaridad lo que es tan distinto...
¿Qué mano, sino la de tu amor, ha puesto
este ramo de lilas -tus preferidas-,
sobre la mesa, bajo la crespa luz de la tarde?
Huelen desde ahí, saben
que estás leyendo sobre ellas. Que nada
de esta calma es en verdad, quietud.
Las ves y lo que ves, siempre
te está encontrando.
Error de cálculo
Este jardín quedó abandonado,
incompleto e incomprensible
como una mentira que se olvida.
Jugabas ahí con la codiciosa hormiga,
con sus veredas cavadas llevando
a la espalda el peso de un elefante.
Lo que en su lugar dejó nada
puede llenarlo, aunque pensés
que bien pudiera no haber existido.
El rosal, la camelia y el espectáculo
de los misteriosos tomates,
el pulgón y la paciencia de la araña.
No sentías la fiebre cercana,
el absceso que la vejez prometía.
Un granito de arena en la uretra,
una arruga, una caries, un silencio
en medio de una charla y por último,
un bisturí contra el cáncer.
La distancia en sí misma
entre lo que fue y es toda una vida
parece un error de cálculo:
el trazo recto de una voluntad
con su centro en todas partes
y su circunferencia en ninguna.
Tus esfuerzos fueron inútiles
y lo único cierto fue lo que no tuviste.
De este cúmulo de dudas, exaltaciones
y desánimos ante lo hecho, inmodificable,
un alivio te queda al menos: una línea
escrita con el corazón,
una intimidad cumplida.
IX
Debería hablar sobre el mar,
el que le da nombre a la ciudad
tanto como el que la niega.
El mar -decir por ejemplo- respira.
Suben y bajan, apoyados, tres patos marinos.
Y sobre el ronquido de su sueño
se sostiene el insomnio del pescador.
No está un marinero pensando en las playas
de un vago, lejano, brumoso país…
Me viene en cambio, la imagen del pescador.
De su espera larga, en la escollera.
Horas bajo el farol, horas de termo y de radio.
Y el brillo de unos ojos muertos
que traducen la incógnita de otro mundo.
No es el mar, sino una caña en el tiempo.
Debería hablar sobre el mar: El que da nombre
a la ciudad tanto como que la niega.
Decir algo así como Fogwill dice:
Pero no hay mar: el mar es solo ausencia
en la sílaba mar: pasa el sonido
y queda el hombre frente a un mar que inventa.
Es cierto, no hay sino un invento.
Y sólo, fuera del lenguaje,
es posible que lo miren y que lo vean.
[Rivers solo, moribundo]:
“-¿Cuantas vidas vivimos? ¿Cuantas veces morimos? Dicen que en la muerte todos perdemos 21 gramos. El peso de cinco monedas. El peso de un chocolatín. El peso de un picaflor...”
Hay algo único en nadar
cuando se acerca una tormenta.
Sorprende y tranquiliza ver boca arriba
la velocidad con que el aire frota
las partículas de los cúmulos grises y blancos.
Se puede con cada brazada tocar
la intemperie, mar adentro.
Nadás de espaldas. Y tus ojos flotan
con tu cuerpo, sin resistirse,
en otras aguas, en un archipiélago de nubes
entre la visible consistencia
y la más transparente inconsistencia.
La corriente te lleva a donde quiere,
rendido a su deseo y su fuerza.
Pensás que también así debería flotar
tu pequeña historia, sobre el doble fondo,
entre toneladas de relámpagos
y el sordo respirar de los peces.
incompleto e incomprensible
como una mentira que se olvida.
Jugabas ahí con la codiciosa hormiga,
con sus veredas cavadas llevando
a la espalda el peso de un elefante.
Lo que en su lugar dejó nada
puede llenarlo, aunque pensés
que bien pudiera no haber existido.
El rosal, la camelia y el espectáculo
de los misteriosos tomates,
el pulgón y la paciencia de la araña.
No sentías la fiebre cercana,
el absceso que la vejez prometía.
Un granito de arena en la uretra,
una arruga, una caries, un silencio
en medio de una charla y por último,
un bisturí contra el cáncer.
La distancia en sí misma
entre lo que fue y es toda una vida
parece un error de cálculo:
el trazo recto de una voluntad
con su centro en todas partes
y su circunferencia en ninguna.
Tus esfuerzos fueron inútiles
y lo único cierto fue lo que no tuviste.
De este cúmulo de dudas, exaltaciones
y desánimos ante lo hecho, inmodificable,
un alivio te queda al menos: una línea
escrita con el corazón,
una intimidad cumplida.
del libro "Mar del Plata" (2012)
IX
Debería hablar sobre el mar,
el que le da nombre a la ciudad
tanto como el que la niega.
El mar -decir por ejemplo- respira.
Suben y bajan, apoyados, tres patos marinos.
Y sobre el ronquido de su sueño
se sostiene el insomnio del pescador.
No está un marinero pensando en las playas
de un vago, lejano, brumoso país…
Me viene en cambio, la imagen del pescador.
De su espera larga, en la escollera.
Horas bajo el farol, horas de termo y de radio.
Y el brillo de unos ojos muertos
que traducen la incógnita de otro mundo.
No es el mar, sino una caña en el tiempo.
Debería hablar sobre el mar: El que da nombre
a la ciudad tanto como que la niega.
Decir algo así como Fogwill dice:
Pero no hay mar: el mar es solo ausencia
en la sílaba mar: pasa el sonido
y queda el hombre frente a un mar que inventa.
Es cierto, no hay sino un invento.
Y sólo, fuera del lenguaje,
es posible que lo miren y que lo vean.
Del libro 21 gramos (2014)
[Rivers solo, moribundo]:
“-¿Cuantas vidas vivimos? ¿Cuantas veces morimos? Dicen que en la muerte todos perdemos 21 gramos. El peso de cinco monedas. El peso de un chocolatín. El peso de un picaflor...”
de la película “21 grams”
Entre dos fondos, en la superficie del mar, todo pesa menos
Hay algo único en nadar
cuando se acerca una tormenta.
Sorprende y tranquiliza ver boca arriba
la velocidad con que el aire frota
las partículas de los cúmulos grises y blancos.
Se puede con cada brazada tocar
la intemperie, mar adentro.
Nadás de espaldas. Y tus ojos flotan
con tu cuerpo, sin resistirse,
en otras aguas, en un archipiélago de nubes
entre la visible consistencia
y la más transparente inconsistencia.
La corriente te lleva a donde quiere,
rendido a su deseo y su fuerza.
Pensás que también así debería flotar
tu pequeña historia, sobre el doble fondo,
entre toneladas de relámpagos
y el sordo respirar de los peces.
"Perdóname, estaban muy ricas, tan dulces y tan frías" (William C. Williams)
¿Este sabor en la boca
entre ácido y algo dulce de una ciruela
no fue igual hace ya más de tres mil años?
Uno no sabe cómo explicar finalmente
esto que queda de la hinchada redondez
con que se llenó tu mano
ni tampoco ese duro deseo de durar
que resiste la copia de su podrida carne.
Una ciruela morada, casi negra
no es capaz de contener el universo.
Ni podrá hacer que nada cambie.
Ese sabor es una continua pausa
en que tropiezan la culpa y el amor.
No tienen nombre los colores con que oímos hablar a la luz
a M.F.
Ningún color vuelve a ser el mismo. Imaginá
un resplandor, una blancura que no te ciegue.
Algo más que un crepúsculo borgeano
en que se va, como cualquier otro, un día de otoño.
Mi daltonismo deriva en locura
de colores imaginarios. Conozco sus nombres
desde que era un chico pero los colores
me siguen preguntando ¿será verde el verde,
rojo el rojo, azul el azul, amarillo el amarillo?
¿Cuál será el verdadero color de las cosas?
Por suerte, a vos te sé no sólo con los ojos
mientras la luz en tus manos me habla
bajo el peso de un arcoiris.
El nudo doble de los pescadores deja suelta algunas cosas
I
El viejo Mamino todavía navega
en una lancha amarilla, el mar de sus muertos.
Cuando tenías siete años, al viejo lo viste,
en la banquina, y te enseñó a hacer nudos.
De esos nudos dobles
para empalmar dos pedazos de sogas
con el símbolo del infinito.
Era un ocho acostado y entre los dedos
lo daba vuelta, hasta cerrarlo de un tirón.
Un nudo doble que ni Dios desata.
II
Pescaban con red, del amanecer
hasta el mediodía, no lo que ya había
bajo la superficie. No el abadejo
ni la anchoita, no el calamar
ni la chernia que anidan
en las formas de lo conocido.
Por eso debían cortar las sogas,
volver a hacer nudos
y llegar por atrás del viento
con una lógica de desencantos
y años perdidos.
No traían de vuelta más que la sospecha
de haber llegado al otro extremo
donde se hacen todas las cuentas
y el tirón de la soga desata el alma.
III
¿Cómo asegurar que lo que no vuelve,
no pueda llegar a regresar? Después de todo,
se olvida con el tiempo una y otra vuelta
del fijo e inamovible nudo de los muertos.
Los que nos esperaban, se han cansado,
y sin saber que íbamos a venir, murieron;
han cruzado sus brazos, sin poder abrazarnos
y en lugar de recuerdos, dejan remordimientos.
Uno se siente como un pescador frente a un desierto
que alguna vez, increíblemente fue también mar.
Ahí hubo pesca, hambre y quien sobre las aguas
habló de incomprensibles enigmas, diciendo:
Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.
Así de desatados e incomprensibles
estos nudos de la vieja banquina, aprietan,
al otro lado, lo que parecía perdido.
NOTA : El poema en su 3ra. parte incluye un cuarteto traducido del primer soneto de “Sept poèmes pour une morte” de Margaritte Yourcenar. La versión es propia y dice: Los que nos esperaban, se han cansado,/ y sin saber que íbamos a venir, murieron;/ han cruzado sus brazos, sin poder abrazarnos/ y en lugar de recuerdos, dejan remordimientos./ / Las oraciones, las flores, el gesto más tierno/ llega muy tarde para que Dios los bendiga./ Los vivos no se hacen oir por los muertos;/ la muerte, cuando viene, junta sin unir./ / No conocemos la serenidad de las tumbas./ Tarde ya, damos gritos que cansan, retumban,/ penentran sin eco la sorda eternidad;/ / y los muertos desdeñosos u obligados a callar,/ en el umbral oscuro del misterio, no oyen/ llorar por un amor que no fue nunca./
OSVALDO PICARDO (Mar del Plata, Bs.As., Argentina, 1955) es un poeta, ensayista y crítico argentino. Una figura destacada de la «poesía de pensamiento» que se dio en el período posterior a la dictadura cívico-militar (1976-1983) en la Argentina. Docente e investigador universitario, exdirector de la Editorial de la Universidad Nacional de Mar del Plata (EUDEM) y director de la revista La Pecera.
Algunos de sus libros de poemas son: Quis quid ubi: Poemas de Quintiliano (1998), Una complicidad que sobrevive (2001), Mar del Plata (2005 y 2012)”, Pasiones de la línea. Poemas de Nicolás de Cusa (2008); O.P.Vida de poesía (2008), y 21 gramos (2014).
Entre sus libros de ensayos se destaca: Primer mapa de poesía argentina. Solicitudes y urgencia. El noroeste: la carpa y tarja (2000); con su prólogo y a su cuidado, la Antología poética de Joaquín O. Giannuzzi, Madrid, en 2006, Visor, que constituye la primera publicación de Giannuzzi fuera del país. En 2016 publicó el ensayo y antología Poesía de pensamiento, en Madrid, Endymion. Su último libro de ensayos es Colgados del lenguaje. Poesía en las ciencias, en Rosario, 2018, Baltasara editora.
Ha traducido junto a F. Scelzo y E. Moore The love poems de James Laughlin y otras versiones suyas de E. Pound, D.H.Lawrence, M. Yourcenar o K. Rexroth han sido publicadas en revistas y en periódicos del país y el extranjero.
Algunos de sus libros de poemas son: Quis quid ubi: Poemas de Quintiliano (1998), Una complicidad que sobrevive (2001), Mar del Plata (2005 y 2012)”, Pasiones de la línea. Poemas de Nicolás de Cusa (2008); O.P.Vida de poesía (2008), y 21 gramos (2014).
Entre sus libros de ensayos se destaca: Primer mapa de poesía argentina. Solicitudes y urgencia. El noroeste: la carpa y tarja (2000); con su prólogo y a su cuidado, la Antología poética de Joaquín O. Giannuzzi, Madrid, en 2006, Visor, que constituye la primera publicación de Giannuzzi fuera del país. En 2016 publicó el ensayo y antología Poesía de pensamiento, en Madrid, Endymion. Su último libro de ensayos es Colgados del lenguaje. Poesía en las ciencias, en Rosario, 2018, Baltasara editora.
Ha traducido junto a F. Scelzo y E. Moore The love poems de James Laughlin y otras versiones suyas de E. Pound, D.H.Lawrence, M. Yourcenar o K. Rexroth han sido publicadas en revistas y en periódicos del país y el extranjero.