Una despedida
Se paró a observar los últimos destellos
de luz que ahondaban detrás de los montes.
«No mienten nunca, los niños,
cuando pintan el sol rojo y las nubes
rosa sobre un fondo azul cobalto. Quizás sean
los únicos que todavía saben mirar algo».
Apoyó el vaso en la mesa,
sopló el humo contra el cristal y aquel
se abrió como un lago de aire gris.
«He pensado que mi vida era mía.
Tú también estás pensando, ahora,
que tú eres lo que eliges, lo que quieres,
lo que dices». Le respondían los libros,
los marcos, las plantas a punto de lanzarse en la oscuridad,
yo no. «Incluso lo que no dices»,
sonrió, mientras el estertor del catarro
se le volvía más oscuro. «En cambio ahora
tú, en esa silla, mientras me miras la espalda
y quisieras anudar tus manos o estar mudo,
tú ahora eres importante, y no lo crees, y no lo sabes».
La nube más lejana de repente se desvaneció
En pocos minutos perdió el rosa, luego el violeta.
Ya era una masa gris cuando él,
golpeando al compás dos dedos en los cristales,
después de un golpe de tos, entonó Yesterday,
luego paró.
Un paso atrás
En la calle, pasado un semáforo,
mitad en el césped mitad
en el cemento, una chica rubia platino,
con piercing en los labios y los auriculares
en los oídos. Tumbada entre las hojas
y en el frío, a pocos metros de un banco.
La levantas. Sientes el calor
de su mano que se aferra a la tuya,
el perfume dulzón, ves sus ojos
medio colocados. Está viva, sonríe, se tambalea
mientras avanza hacia ti y hace amago
de abrazarte, apretando en todo momento
tu mano. Y tú echas un paso atrás,
estás temeroso, piensas en el asco,
en lo ignoto, tienes miedo y casi te avergüenzas.
Tienes cosas que hacer, claro, es tarde. Y mañana
el despertador, las clases, la prisa por las calles...
Volverás a pasar por aquí. Notarás con cierto
alivio su ausencia: en la hierba solo hojas,
cacas, la escarcha derritiéndose, tu quieta
seguridad de autómata imperturbable que esquiva
los obstáculos y los empujones. Ella ni te recuerda
siquiera,
y ahora duerme.
Un congedo
Si fermò ad osservare gli ultimi bagliori
di luce che affondavano dietro i monti.
«Non mentono di niente, i bambini,
quando fanno il sole rosso o le nuvole
rosa su uno sfondo blu cobalto. Forse sono
gli unici che guardano ancora qualcosa».
Posò il bicchiere sul tavolo,
soffiò il fumo contro il vetro e quello
si allargò come un lago di aria grigia.
«Ho pensato che la mia vita fosse mia.
Anche tu lo stai pensando, adesso,
che tu sei ciò che scegli, ciò che vuoi,
quello che dici». Gli rispondevano i libri,
le cornici, le piante tese al tuffo nel buio,
non io. «Anche quello che non dici»,
sorrise, men tre il rantolo di catarro
gli si faceva più scuro. «Invece adesso
tu, su quella sedia, che mi guardi le spalle
e vorresti annodarti le mani o essere muto,
tu adesso sei importante, e non lo credi, e non lo sai».
La nuvola più lontana sbiadì all’improvviso.
Nel giro di pochi minuti perse il rosa, poi il viola.
Era ormai un ammasso grigio quando lui,
picchiettando due dita al ritmo contro i vetri,
diede un colpo di tosse e intonò Yesterday,
poi smise.
Un passo indietro
Lungo la strada, attraversato un semaforo,
metà sull’aiuola e metà
sul cemento, una ragazza biondo platino,
con piercing sulle labbra e le cuffie
nelle orecchie. Distesa tra le foglie
e nelfreddo, a pochi metri da una banca.
La rialzi. Ne senti il calore
della mano che si afferra alla tua,
il profumo dolciastro, ne vedi gli occhi
mezzi fatti. È viva, sorride, barcolla
mentre viene verso te e fa come
per abbracciarti, sempre stretta
alla tua mano. E tu fai un passo indietro,
ne hai timore, pensi allo schifo,
all’ignoto, hai paura e quasi non te ne vergogni.
Hai da fare, certo, è tardi. E domani
la sveglia, le lezioni, la corsa per la strada...
Ripasserai di qui. Noterai con un certo
sollievo la sua
assenza: sull’erba solo foglie,
cacche, la brina che si scioglie, la tua quieta
sicurezza di automa imperturbabile che schiva
gli ostacoli e le spinte. Lei non ti ricorda nemmeno,
e adesso dorme.
Massimo Gezzi (1976, Sant'Elpidio a Mare, Femo, Italia)
De: "Il numero dei vivi", Donzelli, 2015
Traducción: Paolino Nappi
Fuente: Universitat de València
Enlaces:
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