El regocijo doloroso del amor
¿qué es este brinco
amada en que el corazón ladea hacia el abismo?
no puede ser
la dulce muerte porque tu corazón y el mío son el colibrí aleteante y la flor abierta
ni tampoco la súbita maleza
del espanto
pesa
amar y ser amado
no la disputa y acaso la pérdida
y ya no esperarte entre las alamedas y el sueño en las esquinas donde enmohece la memoria
pesa con su música
de pájaros enloquecidos por la luz
de manos que se multiplican
y nada toman al final del día
mi amor
mi amor
qué cruel sosiego
este dolor indescriptible de lo que está unido
tan intenso como un coagulo de sangre en la nieve
como cuando cantan los ángeles del cielo y del infierno al unísono
En toda catástrofe hay un milagro
mientras cepillaba mis últimos dientes
y muelas
la podredumbre de las caries y de los besos muertos
y las palabras de amor que no diré nunca y las otras enraizadas a lo indecible
y la noche afuera era un niño
frío
y caído entre las cosas
un cabello sobresalía
colgado de otro cabello
es lenta la calvicie
me dije
y lento
irse cayendo entre muelas cabellos fatigas cotidianidades
tomé la hebra
frágil quebradiza
qué modo de irse despojando
de uno pensé
mientras la dejaba caer sobre la blancura del lavabo
fue bajando con una velocidad
asombrosa hacia el mármol
una hebra negra y curvada sobre sí misma
cayendo verticalmente una parte de mí yéndose a estrellar
cayendo
como un bólido hacia un blanco estruendoso
y deteniéndose
de un modo abrupto a unos milímetros del lavabo
podría referir
las conjeturas la búsqueda de razones para semejante espectáculo
pero mi corazón gozaba
de ver aquel cabello flotando como si hilos invisibles lo sostuvieran
oh misterio
oh dicha de estos oscuros sucesos
para que el poeta diga que en toda catástrofe hay un milagro
Tenebrae factae sunt
no fue una marmota
malherida con que tropezamos y muere bajo nuestra mirada adusta y desconcertada
no
aquel día fue como si el mundo estuviera poblado sólo de marmotas agonizantes
de bocinas estruendosas
fue como si rompieran a pedradas nuestros huesos como si los músculos estallaran por un esfuerzo sobrehumano
ominoso es el corazón de lo que amamos
ahora
en la pálida luz de la memoria es el carbón de tus días quien chisporrotea de pronto y enciende su íntimo recinto
acaso es la piedad filial que nos reúne nuevamente
acaso he aprendido a amarte como a un brazo amputado
a cantarte como se le canta a un niño herido
para siempre en la instancia fúnebre de la noche
Perro con bolsa de desperdicios
y en la acera
un perro callejero hacía rodar una bolsa de basura
husmeaba un poco y luego otra vez con su hocico hacíale dar otra vuelta
supuse
con cierta lógica que había sido tomado por el espíritu de un escarabajo pelotero o por el mismo Ra de quien cuentan tomó el insecto esa costumbre
los miré intrigado
alejarse un poco bolsa y perro rodando
hasta que su pericia
olfativa encontró lo que buscaba y se concentró el perro en rasgar el nylon
pensé en dios
en la muerte
pensé
sobre todo en la vida
en estar ahí
dentro de una bolsa de desperdicios mientras hurga una boca hambrienta
La ganancia de un hombre
he ganado conmigo
la reliquia dudosa del estremecimiento de la mano rozando el oro de aquello que se fuga
y he perdido conmigo la majestuosa corona de la espuma
arriba de la ola la algarabía del bosque y el estruendo de la gota al estrellarse
pocas cosas gana un hombre
acaso su polvo pero ya se ha desvanecido para entonces
ni siquiera la materia en que su historia se escribe
pero tú no saldrás de mi amor
hasta que el día reviente su caballo
JOTAELE ANDRADE (1974, La Plata, Provincia de Buenos Aires, Argentina)