Agua
Por
si no te diste cuenta
soy
yo el que hunde las manos
en
el agua de mis hijos.
Las
parejas de ahora no son como las de antes,
dijiste
hablando del tiempo en que cualquiera
podía
ser blanco de tu rabia.
Los
días corrieron como perros asustados
a
refugiarse en la espesura.
Y
sin embargo acá me ves
bañando
a los chicos.
Por
eso cerrá la puerta si no vas a entrar
que
entra frío.
Después
te quejaste de la sed
que
incendiaba tus pesadillas.
Nadie
te obliga pero
¿serías
capaz de declarar contra vos mismo?
Me
levanto en medio de la noche
pensando
que dejé la bañera llena
y
debería vaciarla.
Sólo
que no llego a sacar el tapón.
Me
quedo mirando los juguetes
manteniéndose a flote
y me doy cuenta que no necesito otra cosa.
Mientras vos lo único que necesitás
es tener siempre a mano
un vaso de agua en la oscuridad.
Palomas
Después
de haber visto a mi padre
ahogarse
en la sala de terapia intensiva
miré
a través de una ventana de hospital.
Había
árboles raquíticos, cables de alta tensión y palomas.
Elegí
tres: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Únicamente
la desesperación
te
puede hacer creer semejante cosa.
Así
que yo era un hombre desesperado
que
ahora le pedía a Dios
por
la vida de mi padre.
Pero
a los ojos de cualquiera
eran
tres palomas y nada más.
Superado
ese trance volvimos a la normalidad.
Los
médicos rescataron a mi padre
de
las aguas de la muerte
y
las palomas han vuelto a ser
los
mismos bichos de siempre.
El doble
El
problema no es esconder las manos dentro de los bolsillos
sino
mirar una extensión enorme de agua
y
que tus manos se comporten como dos peces muertos.
Esa
posibilidad asusta
si
tu propuesta fue, precisamente,
mirar
el mar mientras charlábamos.
¡No
arrastres los pies! ¡Caminá bien!
Pero
estamos sentados sobre las piedras del murallón.
Haber
sabido que aquí nos traería tu obsesión ambulatoria
¿estaría
pensando estas cosas tan faltas de adecuación?
Contrariamente
al pensamiento general,
un
organismo autosuficiente
es
el que necesita esconderse por menos tiempo
en
las entrañas de otro animal.
Mientras
que otros tardan años en aprender a cuidar
las
maneras de llevar y traer
palabras
sobre la mesa.
Traducido
a tu idioma sería:
¿no
podríamos hablar de esto en otro momento?
Pero
nunca es momento o siempre es momento pero nunca el lugar,
y
una sola música de fondo: un tintineo de cubiertos;
su
acero inoxidable: nuestra coraza.
¿Qué
tenía de malo ordenar una caja de pesca,
preferir
eso a practicar, como solías decir, un deporte en equipo?
Al
final cada uno se esconde en su propia madriguera,
la
moldea con el cuerpo, no sale de ahí y se embalsama.
Cuando
sale, si es que sale,
descubre
que la película está por terminar
y
sobran piezas.
Está
bien, lo reconozco:
yo
quería crecer y parecerme,
ser
tu doble,
que
nos compararan con dos gotas de agua.
Ahora
decíme:
¿De
qué hablan un padre y un hijo?
¿Cuál
es la herencia?
¿Por
qué deberían quererse los seres queridos?
JORGE CHIESA
(1969, La Plata. Reside en Mar del Plata, Provincia de Buenos Aires, Argentina)
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Imagen: La Perla Literaria