Mostrando las entradas con la etiqueta Cesare Pavese. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Cesare Pavese. Mostrar todas las entradas

Cesare Pavese: Poesía juvenil

Prólogo     


Joven Pavese con anteojos
Cesare Pavese tenía para sí que “escribir es lindo porque reúne dos alegrías a la vez: hablar solo y hablarle a muchos otros”. Dispersos en cartas remitidas a distintos corresponsales, en hojas sueltas, en cuadernos manuscritos y aún en la eventual prolijidad que entonces aportaba una máquina de escribir mecánica (aunque tales transcripciones han llegado a nosotros con tachaduras y correcciones ológrafas marginales) acumuló una obra que había conocido lectores de manera fragmentaria y accidentada. En un libro que la editorial Einaudi dio a la publicidad en el presente siglo se incluyeron por primera vez en un solo volumen (y como parte de la obra poética completa) la suma de estos poemas. Bajo la forma expresa del verso regular (sonetos, cuartetas rimadas), construidos a través de acumulación de imágenes que hacen recordar los procedimientos de cierto famoso poeta con residencia permanente en Camden, Nueva Jersey (iteraciones, anáforas, epanalepsis, repetición incluso de versos enteros), entre la manifiesta tensión del poeta decadente y el cultor de los clásicos (Dante, Petrarca, Leopardi), se prefiguran los temas que el autor luego desarrollaría, con denodada profundidad en su primer libro: el verano aventurado, las colinas, las mujeres de cuño (la búsqueda frenética de ellas), la vida en las ciudades (la música que las glosa), lo que se recuerda como testigo (o como sospechoso), el arte y el amor (u otras palabras fáciles de escribir, aleves y baratas).
En vida del autor sólo se publicó un volumen de su poesía: Trabajar cansa; Italo Calvino, su camarada y albacea, publicaría, bajo un título impuesto por él mismo, el postrer volumen Vendrá la muerte y tendrá tus ojos; años después organizaría ambos libros (más poemas colectados de los escritos privados del autor), bajo el nombre de Poemas éditos e inéditos; los que componen “Poesía juvenil (1923-1930)” no conocían, hasta la fecha, traducciones en nuestra lengua. El poeta Jorge Aulicino presenta al desocupado lector, versiones que articulan un mito, una forma de la verdad que no requiere demostración porque se impone por sí misma: no es algo que pueda hallarse entre las dos tapas de un libro (y eso también implica lo que alguien quiso saber en Turín o en Buenos Aires y que ya no volvería a ver ni en esas ciudades ni en la vida). 
                                                                                                                               El Editor 




¿Por qué si se me cae la cabeza
inconsciente en los papeles gozando,
casi sin darme cuenta, aquel sopor,
de pronto me levanto reiniciando
el esfuerzo, me tenso para luego
cerrar los ojos y caer de nuevo?

[agosto de 1924]




Ninguna viña tiene ya racimo
y corren rojizas por las colinas,
el aire es fresco y el verde lejano.
Oscurece: camino pensativo,
sin una idea que ilumine el alma,
pisando en el barro hojas arrugadas.

[septiembre de 1924]


Oh, ¿cuándo volveré a encontrar una idea
para alzarme y amar otra vez la vida?
¿cuándo volverá a arder en el corazón
esta llama que ahora se está apagando?
¡Oh! si toda esa gloria que yo he soñado
debe terminar en esta oscuridad
¿por qué la pregusté y he sobrevivido?

[noviembre de 1924]


Para una actriz de cine muy joven, extranjera, lejana



Te vi un día por unos instantes
y sé que nunca más podré verte.
Tú pasaste ligero delante,
alzando tu rostro lleno de dulzura,
envuelto en cabello evanescente,
lejana, tal vez incluso diferente.
Tal vez vendiste esa risa a otros,
tal vez aún la vendas, pero la sonrisa
tu sonrisa dolorosa, nunca
podré olvidarla. Sé que el tiempo
borrará la amargura de mi alma
y que nunca más te veré en mi vida,
pero soñar contigo es dulce todavía.

[20 de diciembre de 1924]




En la gran noche sólo el silencio rompe
el chirriar ronco y trémulo de los grillos.
Me envuelve la oscuridad de los árboles,
azul brilla la luna en el cielo pálido
que sobre los cerros y sobre los bosques
proyecta su luz como un ligero velo.
Ah, quién sabe qué ilumina más allá,
sobre las cumbres y más: donde los claros
se abren solitarios entre los cultivos.
[6 de julio de 1925]



Me consume el alma perdidamente
el deseo de una mujer viva,
espíritu y carne, para estrecharla
sin freno y agitarla, entrelazado
mi cuerpo con su cuerpo tembloroso,
pero luego, en los días más serenos,
quedarme junto a ella suavemente, sin
ningún pensamiento carnal, mirando
su dulce rostro de muchacha, ingenuo, 
como envuelto en dolor,
y oír su voz ligera
hablarme despacio, como en un sueño...

[24 de octubre de 1925] 


Andando triste por las avenidas,
atormentado siempre por el terror
de que desaparezcan ante los ojos
las creaciones largamente deseadas
y que se debiliten dentro del alma
el ardor, la esperanza, todo… todo…
Y quedarse así sin un amor,
una grandeza; vulgar, pequeño,
condenado a la tristeza diaria,
al incesante pensar que infinitos
hombres ya sufrieron esto que yo sufro
y murieron oscuramente, sin alzarse
en una luz de la gloria, desesperados.
En mi dolor no me queda entonces nada,
¡ni siquiera el orgullo de sentirme solo!

[14 de noviembre de 1925]


Esta noche, por un momento,
en el escenario abierto
bailaste para mí.

Entre escenas de pobre papel,
bajo las luces falsas,
en el estruendo de las notas y en la respiración
de la multitud encorvada,
sucedió por un momento
una pausa muy larga,
un escalofrío de pureza extática,
y tocaste el piso de
un cielo de aurora.

Fuiste para mí, un momento,
la ráfaga de música
que desde una puerta abierta
se lanza en torbellino
a la calle nocturna.

Por sólo un momento,
en una luz espléndida,
luego volviste a ti desnuda.

[15 de junio de 1928]


Un solo, de saxofón—

Atronadora en la avenida
de pronto la orquesta se apaga.
Sobre la orquesta en sordina,
canta desplegado un saxofón ronco.

Hasta que la multitud se detiene.
Las casas indiferentes
cuelgan del cielo alrededor.

Vibra la voz bárbara.

Entonces mi vida
se hizo añicos en el suelo como un cristal.
El cansancio que antes la aplastaba
desapareció en el vórtice del sonido.
El alma inútil permanece.
Y las notas se aferran agudas
al aire, retorciéndose.

Es mi propia voz
la que resuena esta noche.
En el alma perdida
canta alto, altísimo, la soledad
un canto borracho de vida.
El cansancio huyó,
no vivo ni un momento más que el grito
modulado, exultante.
Toda mi alma
se estremece y tiembla y se abandona
en el ronco saxofón.

Es una mujer a merced
de un amante, una hoja
en el viento, un milagro,
una música también eso.

Rápido, demasiado rápido, el instante.

La voz sobrehumana,
bárbara de dulzura solitaria,
que al levantarme la cabeza,
como un amigo, enloqueció de alegría,
desapareció en el torbellino del ruido.
Por todos lados los sonidos vuelven a estallar,
brotan de las luces.

Vuelvo a caminar solo
y casi me abandono.
Desde el cielo cuelgan las casas enormes.
Y los transeúntes me miran, con ojos
como ventanas vacías.

[26 de mayo-5 de junio de 1929]


De: "Poesía juvenil 1923/1930" Edición bilingüe, Barnacle, 2024
Traducción: Jorge Aulicino

CESARE PAVESE (1908, Santo Stefano Belbo / 1950, Turín, Italia)
Estudió en Turín y se graduó con una tesis sobre Walt Whitman. Durante la década de 1920 leyó a los principales autores norteamericanos y comenzó a traducirlos. Entre 1935 y 1936, debido a sus vinculaciones con los militantes del grupo “Justicia y Libertad”, fue detenido, juzgado y recluido en Brancaleone Calabro. En 1934, de regreso a Turín, comenzó a colaborar con la editorial Einaudi en la creación de la revista “La Cultura”, que dirigió a partir del tercer número. Entre 1945 y 1946 dirigió la oficina romana de la misma editorial.
Desempeñó un papel clave en la transición de la cultura italiana de la década de 1930 a la nueva cultura democrática de la posguerra. Después de la Liberación, se unió al Partido Comunista. Durante esos años de intenso trabajo publicó sus obras más exitosas. Fue encontrado muerto, por una sobredosis de somníferos, el 27 de agosto de 1950.
Algunos de sus libros son: “Feria de agosto”, “El compañero”, “Diálogos con Leucó”, “La casa en la colina”, “La luna y las fogatas”, “El oficio de vivir”, “El hermoso verano”, “Entre mujeres solas” y “Trabajar cansa”.

Otros poemas de CESARE PAVESE

JORGE AULICINO (1949, Ciudad de Buenos Aires, Argentina) Comenzó su trabajo periodístico en semanarios de izquierda. Se desempeñó luego en agencias, revistas y diarios, incluido “Clarín”, donde dirigió la “Revista Cultural Ñ”. Se incorporó en los años setenta al precursor taller literario de Mario Jorge de Lellis. A medida que publicaba sus libros de poesía, tradujo a Cesare Pavese, Pier Paolo Pasolini, Eugenio Montale, Luciano Erba, Franco Fortini, Antonella Anedda y Biancamaria Frabotta, entre otros numerosos autores italianos. 
En los años de la recuperación de la democracia, integró el Consejo de Dirección de “Diario de Poesía”. En 2012 reunió sus libros de poemas en Estación Finlandia. Ocho años después publicaría de nuevo su obra poética reunida, corregida y aumentada. 
En 2015 apareció su primera versión de la Divina Comedia. Ese año recibió el Premio Nacional de Poesía.
Publicó dos libros de ensayos: en 2021 Poesía y política y, al año siguiente, breves trabajos sobre la Divina Comedia, bajo el título El amor que no perdona. Su colección de poemas más reciente —con el sello de esta editorial— es El capital-La lírica.

Cesare Pavese



El vino triste    




Lo difícil es sentarse sin hacerse notar. 
Lo demás viene por añadidura. Tres sorbos 
y retorna el deseo de imaginarse solo. 
Se abre de par en par un fondo de zumbidos distantes, 
todo se dispersa y haber nacido y contemplar la copa 
constituye un milagro. El trabajo 
(el hombre solo no puede dejar de pensar en el trabajo) 
vuelve a ser el antiguo destino que es hermoso sufrir 
para poder pensar en él. Después los ojos clavan 
su mirada en el aire, dolientes, cual si estuviesen ciegos. 

Si este hombre se alza de nuevo y va a acostarse a su casa,
parece un ciego que ha extraviado el camino. Cualquiera
puede salir de un rincón y machacarlo a golpes.
Puede salir una mujer y tenderse en la calle, 
joven y bella, bajo otro hombre, gimiendo
igual como gimió una mujer con él hace tiempo.
Pero este hombre no ve. Va a su casa a acostarse
y la vida no es más que un zumbido de silencio.

Al desnudar a este hombre, se encuentran miembros exhaustos
y pelo brutal, aquí y allá. ¿Quién diría
que por este hombre circulan venas tibias
en que hace tiempo quemaba la vida? Nadie creería
que una mujer hubiese acariciado, hace tiempo,
aquel cuerpo y besado aquel cuerpo, que tiembla,
y lo hubiese bañado con lágrimas, ahora que el hombre,
que ya ha llegado a su casa, no consigue dormir, pero gime.



El paraíso sobre los tejados




Será un día tranquilo, con una luz fría
como el sol que levanta o que muere, y el cristal
cerrará el aire sucio del cielo exterior.

Nos despertarán un día, de una vez para siempre,
en la tibieza del último sueño: la sombra
será tal la tibieza. Llenará la habitación,
por el gran ventanal, un cielo aún más grande.
Desde la escalera que se subió un día para siempre
no llegarán más voces ni más rostros muertos.

No será necesario abandonar el lecho.
Sólo el alba entrará en la estancia vacía.
Bastará la ventana para vestirlo todo
de una tranquila claridad, casi como una luz.
Pondrá una sombra pálida sobre el rostro supino.
Los recuerdos serán como grumos de sombra
aplastados igual que vieja brasa
en el camino. El recuerdo será como una llama
que aun hasta ayer mordía los apagados ojos.


Otros poemas de CESARE PAVESE, aquí

Enlaces: http://www.materialdelectura.unam.mx/images/stories/pdf5/cesare-pavese.1-1.pdf

Cesare Pavese

En un café   



Me he encontrado a mí mismo. 
Reflejado en el espejo 
infinito, cintilante, 
estoy, encorvado, envuelto en humo 
y ni siquiera sé ya 
si es en verdad una ilusión 
o soy yo en cambio 
su imagen vacía. 

Un fuerte murmullo me rodea,
pero las formas se hunden
en la atmósfera de cristal,
se velan de toda su luz
y están tan lejanas
que ya ni las siento.
Estoy solo, encorvado,
y no sufro más.

Allá abajo, tal vez,
a ese yo mismo más pálido
el alma le tiembla
de no sé qué dolor.
Ya no sufro más.
Me veo a mí mismo y a los otros
retorcerse febriles
en aquel cielo espléndido.



Otros poemas de CESARE PAVESEaquí
Imagen: jmarino.com


El oficio de vivir


1935



9 de octubre

...La admiración por un gran pasaje de poesía no se dirige nunca a la pasmosa habilidad del poeta, sino a la novedad del descubrimiento que contiene. Inclusive cuando sentimos un latido de alegría al encontrar un adjetivo acoplado con felicidad a un sustantivo (sin que uno y otro se hayan visto antes juntos), no nos asombramos por al elegancia de la combinación, por la presteza del ingenio, por la habilidad técnica del poeta que eso logra, sino que nos maravillamos por la nueva realidad que ha sido iluminada.



1940



1° de enero


Artista como Dante (el Stilnuovo), Sthendal y Baudelaire) son creadores de situaciones estilísticas: son hombres que jamás caen en la bella frase porque conciben la frase como creadora de situaciones. Jamás dan en el desahogo, porque para ellos, llenar una página es crear una situación mental que se desarrolla en un plano bien determinado, construido, que posee sus leyes internas, diferente del plano de la vida. Sus contrarios, en cambio (Petrarca, Tolstoi, Verlaine), se hallan siempre al borde de la confusión entre arte y vida, si se equivocan, lo hacen a causa de frases bellas o torpes, no a causa de situaciones construidas, como los otros. Tienen la tendencia a hacer de su arte un modo de vida práctico (Petrarca = humanista; Tolstoi = santo; Verlaine = maldito) y casi siempre logran éxito en todo cuanto realizan en su actividad práctica. Sus contrarios, en cambio, son siempre fracasados que no componen elegías sobre su fracaso mundano (...) sino que construyen otro mundo donde la experiencia ordinaria y apasionada aparece cribada por la inteligencia y sólo entra en la obra si responde a la construcción...


Cesare Pavese: "El oficio de vivir". Diario (1935 - 1950)

Nora Perusin lee a Cesare Pavese

Cesare Pavese


Los mares del sur




Caminamos una tarde sobre la ladera de una colina,
en silencio. En la sombra del tardo crepúsculo
mi primo es un gigante vestido de blanco,
que se mueve tranquilo, el rostro bronceado,
taciturno. Callar es nuestra virtud.
Algún antepasado nuestro debe de haber estado muy solo,
un gran hombre entre idiotas o un pobre loco,
para enseñar a los suyos tanto silencio.


Mi primo habló esta tarde. Me pidió
que subiera con él: desde la cumbre se divisa
en las noches serenas el reflejo del faro,
lejano, de Turín. "Tú que vives en Turín
-me dijo-... pero tienes razón, la vida se vive
lejos de la tierra: se progresa y se goza;
luego, cuando se regresa, como yo, a los cuarenta,
se encuentra todo nuevo. Las Langas no se pierden".
Todo esto me dijo y no habla italiano
sino el lento dialecto que, como estas mismas piedras,
es tan áspero que veinte años de idiomas y de océanos diversos
no consiguieron pulirlo. Y camina por la cuesta
con la mirada ensimismada que vi, de chico,
en los campesinos un poco cansados.

Veinte años ha estado viajando por el mundo,
Se fue cuando yo era un nene en brazos de mujeres
y lo dieron por muerto. Sentí después hablar de él
a las mujeres, a veces, como en una fábula,
pero los hombres, más graves, lo olvidaron.
Un invierno, a mi padre, ya muerto, le llegó una postal
con una gran estampilla verdosa de naves en un puerto
y augurios de buena vendimia. Fue un gran estupor,
pero el muchacho, crecido, explicó ávidamente
que el billete venía de una isla llamada Tasmania
circundada de un mar muy azul, feroz de tiburones,
en el Pacífico, al sur de la
Australia
,
y añadió
que, seguro, el primo pescaba perlas. Y guardó la estampilla.
Todos dieron su opinión, pero todos concluyeron
que si no había muerto, moriría.

Desde que jugué a los piratas malayos, ¡cuánto tiempo ha pasado!,
y desde la última vez que bajé a bañarme a un sitio mortal
y he seguido a un compañero de juegos sobre un árbol
quebrando hermosas ramas y le rompí la cabeza a un rival
y también me la dieron, cuánta vida transcurrió.
Otros días, otros juegos, otros sacudones de sangre
delante de rivales más evasivos: los pensamientos y los sueños.
La ciudad me ha enseñado infinitas pavuras,
una muchedumbre, una calle, me han hecho temblar;
un pensamiento, a veces, espiado sobre un rostro.
Todavía siento en los ojos esa luz burlona
de millares de faroles sobre el ruido de pasos.

Mi primo regresó terminada la guerra,
gigantesco como pocos. Y tenía dinero.
La parentela decía por lo bajo: "En un año,
por decir mucho, se lo comió todo y vuelve a vagar.
Así terminan los desesperados".
Mi primo tiene una cara rotunda. Compró un lote
en el pueblo y se hizo construir un garaje de cemento
con un flamante surtidor de nafta en el frente
y sobre la curva del puente, bien grande, un cartel metálico.
Después puso un mecánico adentro a cobrar el dinero
y él se dedicó a recorrer las Langas, fumando.
Se había casado. Tomó una chica rubia y delicada
como las extranjeras que seguramente conoció en el mundo.
Pero sale todavía solo, vestido de blanco,
con las manos atrás y el rostro bronceado;
por la mañana recorría las ferias, con aire cazurro,
negociando caballos. Después me explicó,
cuando fracasó el proyecto, que su plan
era quitarle al valle todas las bestias
y obligar a la gente a comprarle motores.
"Pero la bestia más grande de todas", decía,
"fui yo al pensarlo. Debí saber
que bueyes y personas son aquí la misma raza."

Caminamos más de media hora. La cima está cerca,
aumentan alrededor el susurro y el silbido del viento.
Mi primo se para de golpe y se da vuelta: "Este año
escribo en el cartel: Santo Stefano ha sido siempre
el primero en los festejos del valle del Belbo.
Y que chillen los de Canelli". Después, sigue la subida.
Un perfume de tierra y viento nos envuelve en lo oscuro.
algunas luces en la distancia, casitas, automóviles
que se oyen apenas. Y yo pienso en la fuerza
que me ha devuelto a este hombre, arrancándolo del mar,
de las tierras lejanas, del silencio que dura.
Mi primo no habla de los viajes que hizo; dice, seco,
que ha estado en este lugar, aquel otro,
y piensa en los motores.

Sólo un sueño le ha quedado en la sangre.
Se cruzó una vez, viajando como maquinista
de un pesquero holandés, con el cetáceo,
y ha visto volar los pesados arpones en el sol,
vio huir las ballenas entre espumarajos de sangre
y la persecución, y las colas alzadas y la lucha en la lanza.
Me lo recuerda a veces.

Pero cuando le digo que es de los elegidos que vieron la aurora
sobre las islas más bellas de la tierra,
sonríe al recordarlo y responde que el sol
se levantaba cuando el día era viejo para ellos.


Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, 1908-Turín, 1950), "Lavorare
stanca" (1936, 1943), Poesie, Mondadori, Verona, 1969
Versión de Jorge Aulicino
Imagen: www.undo.net
Enlaces relacionados con Cesare Pavese:
http://www.materialdelectura.unam.mx/index.php?option=com_content&task=view&id=55&Itemid=1
http://algundiaenalgunaparte.wordpress.com/2008/09/09/cesare-pavese-y-el-oficio-de-vivir-100-anos/
http://elpoetaocasional.blogspot.com.ar/search/label/Cesare%20Pavese
http://www.centropavesiano-cepam.it/


Nora Perusin: 1955, Buenos Aires. Autora de tres poemarios, participó en el Taller literario Mario Jorge de Lellis, un legendario lugar de encuentro de importantes poetas durante la década del setenta. En el 2012, con Juano Villafañe y Sergio Kisielewski, presentó el espectáculo "Los poetas de Mascaró", un recorrido por los poemas de una generación que vivió los terribles años de la dictadura en Argentina. Autora de "Acerca de nosotros", "Los soles oblicuos" y "La distancia es esa frontera que se mueve" comenta por qué eligió Los mares del Sur: "Descubrí a Cesare Pavese en el taller Mario Jorge de Lellis, de él elijo Los Mares del Sur,  este poema, como otros,  del mismo autor, significó para mí un descubrimiento del clima narrativo en la poesía, una poesía sin amaneramientos ni hermetismo en la construcción de las imágenes poéticas".


Enlaces relacionados con Nora Perusin
http://poetassigloveintiuno.blogspot.com.ar/2012/10/nora-alicia-perusin-8140.html
http://elpoetaocasional.blogspot.com.ar/search/label/Nora%20Perus%C3%ADn
http://www.el-descubrimiento.com.ar/lanota.php?id=127&id_sec=2&id_sub_sec=7

Cesare Pavese



Atlantic Oil




El mecánico ebrio es feliz echado en un foso.
Desde la taberna de noche, en cinco minutos de prado,
uno está en casa; pero antes está el fresco de la hierba
para gozar, y el mecánico duerme cuando llega el alba.
A dos pasos, en el prado, se yergue el cartel
rojo y negro: y quien mucho se acerca, no alcanza ya a leerlo,
tan ancho es. A esta hora está todavía húmedo
de rocío. El camino, de día, lo cubre de polvo,
como cubre las matas. El mecánico, debajo, se estira en el sueño.
Es el silencio extremo. Dentro de poco, en la tibieza del sol,
pasarán los autos sin reposo, despertando el polvo.
Imprevistas sobre la cima de las colinas, aflojan un poco,
después se lanzan hacia abajo desde la curva. Alguno se detiene
en el polvo, frente al garage, que lo embebe de litros.
Los mecánicos, un poco atontados, estarán de mañana
sobre los  bidones sentados, esperando un trabajo.
Da gusto pasar la mañana sentado a la sombra.
Aquí el hedor de los aceites se mezcla con el olor del verde,
del tabaco y del vino, y el trabajo los viene a buscar
a la puerta de casa. Cada tanto, hasta hay de qué reirse:
campesinas que pasan y echan la culpa, de animales y de esposas
espantadas, al garage que mantienen los que pasan;
campesinos que miran de costado. Cada uno, de vez en cuando,
hace una rápida bajada a Turín y vuelve más tranquilo.
Después, entre la risa y la venta de litros, algunos se detienen:
estos campos, al mirarlos, están llenos de polvo
del camino y, al sentarse en la hierba, hay que huir enseguida.
Entre las cuestas, siempre una viña gusta más que las otras:
hasta que el mecánico termine esposando a la viña que gusta
con la querida muchacha, y deba salir al sol,
pero a zapar, y se ennegrezca el cuello
y beba de su vino, encorvado en las noches de otoño en la bodega.
También de noche pasan autos, pero silenciosos,
tanto que al ebrio, en el foso, no lo han despertado.
En la noche no levantan polvo y el haz de los faros
descubre de lleno el cartel sobre el prado, en la curva.
Bajo el alba transcurren cautos y no se oye ruido,
sino brisa que pasa, y alcanzada la cima
se diluyen en el llano, hundiéndose en la sombra.



Cesare PaveseCESARE PAVESE (Santo Stefano Belbo, 1908 / Turín, 1950, Italia)
De: "Trabajar cansa", 1936)
Imagen: lacomunidad.elpais.com
Enlaces: Vendrá la muerte... por Esteban Nicotra en La máquina del tiempo


Designed by OddThemes | Distributed by Blogger Template Redesigned by PRD