Atlantic Oil
El mecánico ebrio es feliz echado en un foso.
Desde la taberna de noche, en cinco minutos de prado,
uno está en casa; pero antes está el fresco de la hierba
para gozar, y el mecánico duerme cuando llega el alba.
A dos pasos, en el prado, se yergue el cartel
rojo y negro: y quien mucho se acerca, no alcanza ya a leerlo,
tan ancho es. A esta hora está todavía húmedo
de rocío. El camino, de día, lo cubre de polvo,
como cubre las matas. El mecánico, debajo, se estira en el sueño.
Es el silencio extremo. Dentro de poco, en la tibieza del sol,
pasarán los autos sin reposo, despertando el polvo.
Imprevistas sobre la cima de las colinas, aflojan un poco,
después se lanzan hacia abajo desde la curva. Alguno se detiene
en el polvo, frente al garage, que lo embebe de litros.
Los mecánicos, un poco atontados, estarán de mañana
sobre los bidones sentados, esperando un trabajo.
Da gusto pasar la mañana sentado a la sombra.
Aquí el hedor de los aceites se mezcla con el olor del verde,
del tabaco y del vino, y el trabajo los viene a buscar
a la puerta de casa. Cada tanto, hasta hay de qué reirse:
campesinas que pasan y echan la culpa, de animales y de esposas
espantadas, al garage que mantienen los que pasan;
campesinos que miran de costado. Cada uno, de vez en cuando,
hace una rápida bajada a Turín y vuelve más tranquilo.
Después, entre la risa y la venta de litros, algunos se detienen:
estos campos, al mirarlos, están llenos de polvo
del camino y, al sentarse en la hierba, hay que huir enseguida.
Entre las cuestas, siempre una viña gusta más que las otras:
hasta que el mecánico termine esposando a la viña que gusta
con la querida muchacha, y deba salir al sol,
pero a zapar, y se ennegrezca el cuello
y beba de su vino, encorvado en las noches de otoño en la bodega.
También de noche pasan autos, pero silenciosos,
tanto que al ebrio, en el foso, no lo han despertado.
En la noche no levantan polvo y el haz de los faros
descubre de lleno el cartel sobre el prado, en la curva.
Bajo el alba transcurren cautos y no se oye ruido,
sino brisa que pasa, y alcanzada la cima
se diluyen en el llano, hundiéndose en la sombra.
CESARE PAVESE (Santo Stefano Belbo, 1908 / Turín, 1950, Italia)
De: "Trabajar cansa", 1936)
Imagen: lacomunidad.elpais.com
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