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Alfredo Veiravé: Una vez cada 250 millones de años


Aunque nos citáramos por teléfono     




Me asombró esta noticia científica: frente a la inmensidad 
del Cosmos, todo parece frívolo, las preocupaciones humanas 
            insignificantes. 
Y realmente me obligó a cerrar el libro de Sagan esta otra: si nos soltaran 
al azar dentro del espacio cósmico más escéptico          
la probabilidad de que nos encontráramos 
            sería inferior a una parte entre 
mil millones de billones (10;33). 
No obstante, mientras encendía el fuego de la chimenea, 
tuve la esperanza de que girando lentamente entre las islas estelares 
una vez, cada 250 millones de años, una tarde fría de otoño 
con lloviznas, yo podría pasar al lado tuyo, cuando solitaria, 
tomas el lento whisky de la noche oscura, a 40 millones de años luz   
    de Resistencia.



Otros poemas de ALFREDO VEIRAVÉaquí
De: "Radar en la tormenta", Editorial Sudamericana, 1985

Alfredo Veiravé

Una gran constelación nos atrae     




En este libro sobre el comportamiento musical de los espacios infinitos 
al finalizar 1979, año de Cristo, debo sostener con los científicos 
de la Universidad de los Ángeles que 
         "la tierra y el Sol y la Vía Láctea se están desplazando 
         a través del espacio / a millones de kilómetros 
         por hora / al parecer atraídos por la gravedad de una  
         gran galaxia / la supergalaxia". 

Si eso es verdad este globo terráqueo
que recorría antiguas aventuras en erróneos salones
como un vampiro jubilado ya no besará / el cuello pálido
de las enfermas góticas.
Lamentablemente
vamos hacia un agujero cósmico. Felizmente vamos
envueltos en la música de los astros
al compás del violín de Yehudi Menuhin que escuchamos en Londres
porque a mí también,
el silencio de los espacios infinitos me aterra.



ALFREDO VEIRAVÉ
 (Gualeguay, Entre Ríos, 1928 / Resistencia, Chaco, 1991, Argentina)

De: "Historia natural", Editorial Sudamericana, 1980
Otros poemas de ALFREDO VEIRAVÉaquí

Cangrejos y tortugas


Cangrejos en la playa de Armação    



Al principio son invisibles como los cabellos 
    rubios de un cuadro de Boticelli 
    pero a la hora de la siesta empiezan a 
    salir otros más grandes 
    tiemblan al paso del turista desprevenido 
y huyen se esconden rápidamente cobijados en 
los parasoles: cada uno tiene su hoyo en la arena 
en cuyo fondo oscuro cometen las torpezas de
cualquier ser viviente. ¿Ignoran el ruido del mar?
¿Ocultan claves esotéricas? ¿Se preocupan por
   el último best seller?
Lo cierto es que nos miran con dos enormes radares negros
y de costado utilizan la cámara fotográfica con
   un solo ojo electrónico compuesto por
   millones de células solares. En la playa
                     solitaria
                         de
                     Armação
hemos quedado este verano del 78
fotografiados por la vida, apenas levemente como la arena
hasta que la marea del invierno cubra esos
    desconocidos cráteres, borre las huellas
    de los cangrejos, transporte hacia las costas africanas
    mujeres en bikini, risas, y ¿por qué no?
la imagen de un árbol desconocido
a cuya sombra hablaban portugués nuestros amigos.


ALFREDO VEIRAVÉ (1928 / 1991, Gualeguay, Provincia de Entre Ríos, Resistencia, Provincia del Chaco, Argentina)
De: "Historia natural", Editorial Sudamericana, 1980)


Documental




Los biólogos empeñados en repoblar de tortugas
las costas de Bermudas descubrieron
que los bebés de las tortugas
necesitan cruzar por sus propios medios
la playa del mar en el que se internan para crecer.
Observaron que de no cumplir esa travesía
no volverían al lar, maduros ya, y
fuertes de navegaciones. Pero
las playas de Bermudas están infestadas de cangrejos
prodigiosamente blancos y feroces
en cuyas pinzas perecen algunos bebés tortuga
como tributo al medio atroz donde nacieron.
Los cangrejos tal vez pueblan en exceso las playas
pero los biólogos lanzan a los bebés a horas tempranas
cuando el sol no despierta a los cangrejos
Es más que un acto de piedad burlar el sueño de las bestias


JORGE AULICINO (1949, Buenos Aires, Argentina)

De: "La caída de los cuerpos", El lagrimal trifulca, 1983  

Alfredo Veiravé: La nube que pasa sobre el río


Birds in the night     



A veces los empujan el ruido de las caracolas y los falsos rumores del mundo pasan sobre sus gentes
aunque las amistades más particulares (como la de Rimbaud y Verlaine mi buen Cernuda) 
sean ejemplares amargos 
                   perseguidores de las libertades que no son de este planeta 
sino de esos cristales que se unen en los ojos de los perros violentos 
                   en la caída de los pájaros de la noche. 
Yo prefiero el silencio de la luz sobre las colinas 
el roce de la arena bajo el río el arte lógico de 
escribir para nadie la sabiduría de la mortalidad: los detalles íntimos 
                   de la pura imaginación 
                                    abiertos sobre este vuelo de amor que hace girar los días.
Es decir el poema inconcluso la nube que pasa sobre el río



Los exvotos en las tumbas del camino




Al lado del camino real por donde pasan los carruajes del Rey
colgamos los leprosos flores de papel piernas de plástico corazoncitos de
lata con el nombre de Ella estómagos curados con letras caladas ojos sobre una
bandeja de madera una naranja mecánica
Los discursos extensos  que solíamos pronunciar los hemos barrido
y reducido a pocas palabras
        porque ahora el fetichismo pictográfico nos ha negado
Y las lenguas carcomidas no digieren los manuscritos interminables
         la brevedad
                            la brevedad
nos gritan los patos silvestres cuando huyen hacia
el horizonte:
sólo puntos luminosos para vernos en la oscuridad



ALFREDO VEIRAVÉ (Gualeguay, Entre Ríos, 1928 / Resistencia, Chaco, 1991, Argentina)
De: "La máquina del mundo", Editorial Sudamericana, 1976
Enlaces: El poeta ocasional; Encuentro con la poesía de un antipoeta: Alfredo Veiravé por Elisa Calabrese

Alfredo Veiravé: En la puerta del Mueso de Ciencias Naturales


El zamuu     




La forma del Zamuu es tan ridícula como su nombre
dice Dobrizhoffer del palo borracho, o palo ebrio según los
españoles de la Real Academia: su tronco tiene un aspecto extraño es ancho como
un barril en el centro es redondo como la cintura de Ayesha
embarazada y teme al agua en contraposición con
Claudia que se baña
a la madrugada, y luego se
vuelve a la cama con otras virtudes femeninas adictas a la prolijidad
de la higiene o esta servidumbre finisima de su belleza recuperada;
y con sus espinas se puede, machacándolas, curar los ojos
enfermos de los enamorados,
o de los abipones, cuando regresan de la cacería en los
altos caballos como venados,
justo en la hora en que se la ve llegar
entre las flores del zamuhu, el yuchán panzudo o el palo borracho
según los distintos nombres que nosotros los paracuarios le
hemos puesto a estos árboles iguales a
mujeres (jóvenes) embarazadas por el viento de nuestra pasión cuaternaria;
nuestra exclusiva cuenta regresiva de almanaques mal llevados
y algunas lluvias intermitentes pero frecuentes que tienen de la virtud de
hacernos preguntar bajo las frondas de las palmas
¿dónde estás ahora? ¿en qué movimiento del anillo de estos árboles
concéntricos estás despertando esas bellas tormentas de
pasión quemitigaban mi vejez y la de
Ovidio Nason, experto en cosméticas romanas
pero desconocedor rarísimo de otras plantas o árboles americanos, como
este zamuhu o palo borracho entre cuyas flores ebrias de orquídeas
hubiera querido abrir tu boca semejante a la de aquella actriz francesa o
simplemente para escándalo de los inspectores municipales,
grabar tu nombre en el árbol y con sus espinas y con sus hojas
hervidas hacerme un remedio
para no ver el momento en que nuestras naciones cayeron conquistadas
y para no ver el momento en que me dijiste
con absoluta naturalidad
que nuestro amor se había terminado. Me vengué entonces diciendo que
tus frutas eran arrugadas como zapallos que tu cuerpo
era redondo como el palo borracho que tus flores eran
fáciles de secar eran pasajeras eran marchitables y por qué no, feas,
y hubiera podido seguir diciendo muchas cosas tristes del samuhi
si no hubiera sido que hoy otra vez me llamaste en la puerta del Museo
de Ciencias Naturales,
y al abrazarnos sentimos que habíamos vuelto un
encontrar el centro del mundo y que en ese paraíso
había un árbol redondo de cuyo vientre manarían los peces de tu cuerpo.



ALFREDO VEIRAVÉ (Gualeguay, Entre Ríos, 1928 / Resistencia, Chaco, 1991, Argentina),

De "Historia Natural", 1980. Editorial Sudamericana
Enlaces: El poeta ocasional
Imagen: aimdigital.com.ar





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